Monday, 30 March 2009

La sacralización del terror

Por Carlos Semprún Maura

"... si dejamos de lado las habladurías fascistas de Sorel, veréis cómo Fanon es el primero, desde Engels, en sacar a la luz la partera de la Historia". Jean-Paul Sartre, prólogo a Los condenados de la Tierra, Franz Fanon, 1961

[Extractos de un ensayo inédito del recién fallecido autor. Pinche aquí para leerlo completo en
Libertad Digital, 20-03-2009]

La partera es, claro, la violencia, y más precisamente el Terror... Cabe preguntarse en qué café de San Germán de los Prados Sartre, distraído, escribió tales habladurías, ya que desde Engels todos, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Pol Pot, como Hitler, Mussolini, Franco (hasta en el cine, véase Raza), Fidel Castro, Guevara, etc., han exaltado la belleza viril de la santa violencia fundadora.

Es en 1961 cuando Sartre se entrevista con Franz Fanon en Roma. Estamos a finales de la Guerra de Argelia. Fueron Claude Lanzmann y Marcel Péju, mucho más comprometidos que Sartre en la "ayuda al FLN argelino", quienes organizaron dicha entrevista. Fanon, médico psiquiatra martiniqués, fue uno de los teóricos del tercermundismo revolucionario. Antes de adherirse totalmente a lo que creía ser la revolución argelina [salvada, por cierto, del colapo frente al invasor marroquí en 1963 por la artillería rusa del comandante Efigenio Almejeiras, quien no vaciló en masacrar a los moros mientras rezaban a Alá] ya había escrito un libro violentamente antioccidental:
Peau noire masques blancs (Piel negra, máscaras blancas), publicado por Seuil en 1952.

Cuando Sartre va a entrevistarse con él en Roma, Fanon es un moribundo, y sucumbirá a su leucemia pocos meses después, ese mismo año de 1961. Fanon, el teórico de la violencia revolucionaria tercermundista, eligió para morir un hospital de Washington. O sea, la capital del imperialismo yanqui. La sede misma del Mal.

Se ha exagerado mucho la participación militante de Sartre contra la Guerra de Argelia, en realidad se limitó a firmar algún manifiesto y a escribir un par de cositas, como ese prólogo, el más corto que jamás escribió. Pero, por ejemplo, tras haber prometido ser testigo de la defensa en un proceso contra franceses que colaboraban con el FLN argelino, se rajó y se largó a Brasil. Los abogados de los acusados, Roland Dumas y Jacques Vergès, presentaron al tribunal una falsa carta suya, escrita por ellos, para compensar su ausencia. Una carta en la que Sartre se solidarizaba totalmente con los acusados pero que jamás se atrevió a escribir. Además, no tuvo tiempo, se iba de copas con Jorge Amado en Salvador de Bahía de Todos los Santos. [...]

La historia de la guerra de independencia argelina podría empezar en 1945 en Sétif, cuando unas masivas manifestaciones nacionalistas argelinas fueron reprimidas por el ejército francés: 45.000 muertos, según cifras que aún se discuten. El Gobierno de la Resistencia, presidido por el general De Gaulle y con ministros comunistas, negó la realidad de los hechos y la importancia tanto del motín nacionalista como de la represión. Maurice Thorez, secretario general del PCF y viceprimer ministro, encontró una explicación peculiar a esos "incidentes": se trataba de elementos pronazis que intentaban sabotear las nuevas instituciones democráticas de la república francesa, de la cual Argelia formaba oficialmente parte. [...]

Podrá parecer paradójico –y hasta escandaloso– a muchos ingenuos, pero, visto con la distancia y la relativa objetividad de los hechos, resulta que Francia, que intentó oponerse bestialmente, con bombardeos a poblaciones civiles, torturas casi oficiales, ejecuciones y todo lo tristemente conocido, a la independencia de Argelia, fue antes, durante y después de esa guerra un país democrático, mientras que Argelia, y sobre todo el FLN, que tenía razón, o razones, para exigir su independencia, y que en esa guerra también empleó métodos bestiales, terrorismo contra la población civil, liquidación mediante asesinatos sistemáticos del movimiento nacionalista rival –el MNA–, etc., una vez logrado su objetivo, tan sangrientamente obtenido, la independencia, sucumbió al caos islámico y, siempre, al terrorismo. [...]

Hay que tener en cuenta que cuando Sartre se entrevista en Roma con Franz Fanon –quien le pide angustiosamente un prólogo a su libro, debido al prestigio internacional de aquél–, ya todos los grandes intelectuales franceses, y la opinión pública, se habían declarado contrarios a la tortura y exigían la paz. En ese sentido, Sartre parecía algo rezagado, o no más atrevido que François Mauriac, y es sin duda por eso que cargó las tintas y escribió una oda a favor de la violencia revolucionaria que ni Mauriac, ni Malraux ni Camus, pongamos, podían firmar. [...]

Hojeando de nuevo estos días el libro de Fanon [foto de arriba], me pregunto cómo pudo tener tanto éxito, no popular, sino precisamente entre los más finolis intelectuales de izquierda. Su operación ideológica novadora consistía en quitar el papel de protagonista de la revolución mundial al proletariado industrial, papel que le había asignado Marx, para confiárselo a las masas de los países del Tercer Mundo. Los obreros de los países capitalistas, escribe Fanon, se han "aburguesado" (lo cual fue siempre su ambición, digo yo), y se benefician de la explotación de los países pobres; por lo tanto, no son, ni pueden ser, revolucionarios, porque viven demasiado bien. [...]

Influido por el pensamiento Mao y la experiencia china, Fanon consideraba que los únicos revolucionarios eran los campesinos africanos, porque se refería sobre todo al continente africano: "El campesinado es sistemáticamente ignorado por la propaganda de los partidos nacionalistas. Sin embargo, resulta evidente que en los países colonizados los campesinos son los únicos revolucionarios. No tienen nada que perder y todo que ganar" (Les damnés de la terre, p. 46).

Para atacar la civilización y la cultura europeas, y más generalmente occidentales, Fanon se basa en teorías asimismo europeas, y no de las mejores (a menos que se admita que el marxismo-leninismo no es europeo). A lo que se puede añadir algo que tampoco era muy novedoso por aquellos años, el desplazamiento geopolítico y campesino, que ya había realizado Mao Zedong, sin negar, él, la herencia marxista europea. Al revés, considerándose el mejor discípulo y continuador de la obra de Marx, Lenin y, claro, Stalin. [...]

Queda por explicar por qué Franz Fanon, teórico pordiosero, tuvo tanto éxito, efímero pero éxito, con sus libros, porque entusiasmó a Satre y a sus discípulos de
Les Temps Modernes, y a su editor, François Maspero, y a sus camaradas de Partisans, y a muchos más. Evidentemente, no fue por la profunda originalidad de su pensamiento (sopa boba con heces de Lenin y vómitos de Mao), sino porque construía, con algo de estilo, un himno a la muerte y una sacralización del Terror.

Sin remontarme a los clásicos griegos ni glosar, por ejemplo, sobre
Eros y Thanatos (título de un libro de Marcuse que también tuvo éxito, pero a otros niveles), me limitaré a situar el inicio de esta larga y siniestra historia en la Revolución Francesa, que estableció como dogma que no hay Revolución sin Terror. Como todos los dogmas, es absurdo y reaccionario, pero se ha convertido en doctrina oficial, y, evidentemente, no sólo en Francia.

Los manuales de Historia, en las escuelas y colegios franceses, y más aún en la universidad, han afirmado, con Michelet y otros historiadores, que el Terror era necesario para salvar la Revolución, y que la Revolución era necesaria para salvar el mundo. Con lo cual escolares, universitarios, como militantes, han mamado desde siempre la falsa evidencia de que cuanto más se mata, más revolucionario se es. [...]

Cuando, en 1989, el presidente Mitterrand quiso celebrar a bombo y platillo el bicentenario de 1789, François Furet se negó a ser el presidente del comité encargado de organizar los festejos, por motivos obvios; en primer lugar, me imagino, porque todo ello serviría sólo al culto a la personalidad de Mitterrand, tan bien puesto en escena por Jack Lang [recién enviado por Sarkozy a La Habana]; y, en segundo, porque dichas conmemoraciones exaltaban, ante todo, las figuras de Robespierre y Saint-Just, los asesinos ilustrados. [...]

François Furet escribió luego la que yo considero su obra maestra:
El pasado de una ilusión. Pese a que los acontecimientos históricos son siempre complejos y contradictorios, y difícilmente autorizan juicios categóricos, pienso que el dogma según el cual no hay Revolución sin Terror, montado en torno a la Revolución Francesa, ha servido para justificar teóricamente el Terror de los totalitarismos comunistas. Además, como ya he escrito y repito, los comunistas no lo eran pese al Terror, sino a causa del Terror.

No fue lo mismo con el totalitarismo nazi y su Terror: habiendo decidido la leyenda que el nazismo era de extrema derecha, nuestros clérigos decidieron que era monstruoso. El Terror es bueno sólo cuando es de izquierdas, y es así como nos encontramos con infinidad de sabios, catedráticos, viudas de guerra y columnistas que consideran que Pinochet, o Franco, pongamos, es infinitamente peor que Lenin.

Pero a medida que la URSS caía en decadencia, que las ilusiones maoístas se convertían en desilusiones, los partidos revolucionarios occidentales comenzaron, paralelamente, a realizar un curioso pero integral striptease ideológico y político, abandonado uno tras otro sus bragas y ligueros dogmáticos: la necesidad absoluta de la dictadura del proletariado, eufemismo para designar el Terror, la necesidad absoluta del partido único, la supresión absoluta de las libertades burguesas. [...]

Pero las ilusiones revolucionarias perduran; minoritariamente, pero perduran. Si el PCF y el PC italiano, pero tengo menos datos sobre este partido, mantuvieron de 1944 a 1965, más o menos, el mito de la revolución armada, con sus consiguientes depósitos de armas y organizaciones militares clandestinas, todo ello se fue abandonando al compás del abandono de los dogmas marxistas-leninistas, y el izquierdismo revolucionario, siempre muy minoritario, se manifestó esencialmente de dos maneras.

Jack Lang con Raúl Castro en La Habana



Una era de tipo sentimental, de apoyo simbólico a las guerrillas latinoamericanas, a la "heroica lucha del pueblo vietnamita" y a los terroristas palestinos. Pero, por otro lado, algunos decidieron pasar ellos mismos al terrorismo. Fueron los "años de plomo", con las Brigadas Rojas y sus grupos satélites en Italia, la RAF, o "banda de Baader", en Alemania, el Grapo en España y Action Directe en Francia, por ejemplo. Si no cito a ETA, aún más criminal y que sigue matando, es porque no la sitúo en la tradición leninista de la lucha armada.

Antes de convertirse al capitalismo, la URSS y China se convirtieron, para nuestros jóvenes revolucionarios europeos, en países reformistas, lo peor de lo peor. Los mitos sobre la conquista del poder por las armas y la dictadura del proletariado fueron abandonados por el movimiento obrero organizado, y los integristas, los nostálgicos del Terror, se pusieron a matar a diestro y siniestro, pero sin destruir el capitalismo ni cambiar nada esencial en las democracias parlamentarias que combatían.

Hoy se da un fenómeno nuevo. Todos los integristas, los partidarios de la violencia revolucionaria y del Terror, desilusionados con los partidos de izquierda y de extrema izquierda, y más aún con los países ex socialistas, se han volcado en el apoyo al islam radical. [...] No les parecía en absoluto monstruoso vivir en sociedades comunistas, al revés, pero ninguno de nuestros jóvenes –con algún viejo– que apoyan hoy el terrorismo islámico aceptaría vivir en un régimen talibán, ni siquiera bajo las rígidas normas de Arabia Saudí, pongamos. No mutilan el clítoris de sus hijas, cuando tienen, no consideran a las mujeres como seres inferiores, ni siquiera creen en el Corán.

Su universo intelectual y cotidiano, su forma de vivir, sus anhelos personales y colectivos están en perfecta contradicción con la ideología y la práctica coránicas de los regímenes y organizaciones islamistas, y sin embargo las defienden, y las defienden por un sencillo motivo: porque matan. Por lo tanto, son revolucionarias. Es de imbéciles, pero no más que esa señora, madre de familia, bondadosa y generosa, que me dijo que el ver en la pantalla de su tele los aviones suicidas estrellándose contra las Torres Gemelas de Nueva York le procuró la alegría más fuerte de su vida.

2 comments:

Zoé Valdés said...

Un texto muy necesario, cada vez más.

Anonymous said...

Vaya, y ahora la cojiste con otra vaca sagrada olvidada... Franz Fanon..

;)