"Soy liberal y un fanático del capitalismo"
Por Jorge A. Pomar, Colonia
[Carlos Semprún Maura (Madrid 1926-París 2009).- Político y escritor bilingüe. Renegado del marxismo y autor de medio centenar de obras de teatro entre las que alcanzaron fama internacional El hombre acostado (1971) y El azul del aguardiente (1982). Brilla también como historiador y narrador memorialista en El día en que me mataron (1976), Franco murió en la cama (1980), Las barricadas solitarias (1985), Por los caminos rojos (1987), Vida y mentira de Jean Paul Sartre (1996), Polvo de líneas y otros cuentos (1997), El exilio fue una fiesta (1998), Las aventuras prodigiosas (2004) y A orillas del Sena, un español (2006). Su columna de los lunes "Carta de París" en Libertad Digital era un referente indispensable para la interpretación del acontecer contemporáneo en clave liberal.]
Carlos Semprún Maura falleció ayer en París a los 83 años de edad. La noticia de su muerte me sorprendió esta mañana justo cuando me disponía a terminar un post a propósito de un comentario suyo en Libertad Digital, donde demuele la fábula de la "enérgica reacción" de la intelectualidad de izquierda ante el arbitrario arresto del poeta Heberto Padilla en 1971.
De ahí la necesidad de reformular el borrador de ayer a fin de pergeñar a la carrera esta hirsuta semblanza de su fascinante personalidad de tal modo que se compadeciera con la --presumiblemente baldía-- intención de extraer moralejas útiles a ciertos tránsfugas intelectuales del castrismo que rompen sus ataduras con el marxismo oficial sólo para, una vez en este "aperreado exilio" (Belkis Cuza Malé), arroparse en celofanes utópicos afines igual de anacrónicos.
Carlos Semprún es uno de los contados escritores extranjeros que, a raíz del arresto de Heberto Padilla --no por falta de solidaridad con el poeta caído en desgracia en La Habana sino más bien por una cabal comprensión de los versos que lo habían llevado a los calabozos de Villa Marista-- rehusaron estampar su firma al pie de la famosa carta abierta que, supuestamente marcó el inicio del fin provisional del romance intelectual con el castrismo.
En realidad, el mensaje al Comandante contenía una regañina leal transida del mismo deseo entre ingenuo y perverso que inspira hoy en día a los incorregibles partidarios del continuismo raulista. Lo cual se aprecia en el tono general del primer petitorio (fueron dos). A los efectos de despejar dudas sobre la buena voluntad de los firmantes, se recalca al final de la segunda misiva ("de los intelectuales europeos y latinoamericanos") a Fidel Castro. Releámosla:
París, mayo 20, 1971
Comandante Fidel Castro
Primer Ministro del Gobierno Cubano
Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC, en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época stalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas.
Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el stalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba.
El desprecio a la dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino porque cualquier compañero cubano -- campesino, obrero, técnico o intelectual -- pueda ser también víctima de una violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución Cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo.
En su furibunda respuesta a la primera epístola, el soberbio destinatario, pensando en voz alta, aireó urbe y orbe la opinión que desde que tuvo uso de razón política en el colegio de los jesuitas santiagueros siempre le han merecido los intelectuales "...porque echar a pelear revolucionarios no es lo mismo que echar a pelear literatos, que en este país no han hecho nunca nada por el pueblo, ni en el siglo pasado, ni en este; que están trepados siempre al carro de la Historia".
Semprún, última entrevista (si le interesan
tema y personaje no se pierda este vídeo)
Exageró el Magno Paciente en ese fuetazo. Empero, unos párrafos más adelante atinó a dar una respuesta digna de figurar como exergo del capítulo sobre "ratas intelectuales" (Fidel) en el vademécum de cualquier opositor liberal que se respete. Al menos, el Abicú y su Alter Ego no vacilarían en estampar al pie de estos bocadillos su archirreaccionaria rúbrica junto a la del homenajeado, calzada con una sincera felicitación:
...seudoizquierdistas descarados que quieren ganar laureles viviendo en París, en Londres, en Roma. Algunos de ellos son latinoamericanos descarados, que [...] viven en los salones burgueses, a 10 000 millas de los problemas, usufructuando un poquito de la fama que ganaron cuando en una primera fase fueron capaces de expresar algo de los problemas latinoamericanos. [...] Cuando nos vayan a defender les vamos a decir:¡No nos defiendan, compadres, por favor, no nos defiendan!
Cada vez que esa clase de hijos pródigos culteranos, crónicamente equidistantes entre "socialismo realmente existente" y "capitalismo salvaje", aborda la encallada nave de los locos del castrismo lo hacen con el expreso fin de reflotarla para seguir ensayando con los cobayas nativos algún remiendo de la fracasada utopía checa del "socialismo con rostro humano".
El inefable novelista lusitano José Saramago, a quien por cierto el Abicú introdujo en la Isla con la amena, erudita y deslumbrante (obra no es autor, y lo cortés no quita lo valiente) novela histórica Memorial do Convento, aportó hace unos años otro ejemplo de pasarela de estos conspicuos vaivenes intelectuales cuando tardó menos en retractarse de su tajante "¡Hasta aquí he llegado!" que sus admiradores retroprogres en reponerse del sobresalto.
Ahora bien, tanto en lo tocante a veleidades de autonomía autoral como al usufructo de la fama ganada de balde a costa de la épica guerrillera (Fidel), el palmarés se lo llevan sin discusión las inconsolables víctimas indígenas del elástico Quinquenio Gris. Su efímero disenso con el despotismo castrista, al igual que el de sus síndicos extranjeros, no guardaba relación alguna con la denuncia literaria o civil del sangrero anterior y del incesante (infortunio material y espiritual) de "nuestro pueblo" sino, como hasta la "guerrita de los emails", a título exclusivo con el culto a la pacotilla y a las prebendas de esa casta de rastacueros empedernidos.
[...servidores que se creían de una "causa", utilizaban a Sartre con fines propagandísticos, apreciando más o menos su obra. Y, a menudo, menos que más. Vienen a decir, o han dicho, algo así: "La prueba de que nuestra causa es justa es que incluso Sartre debe reconocerlo". Sartre podía ser un intelectual burgués, un filósofo, un existencialista decadente, pero se vio obligado a reconocer que la causa de la URSS, de las luchas tercermundistas, de las guerrillas latinoamericanas o de la Gran Revolución Cultural china eran justas. Semprún, Vida y mentira de Jean Paul Sartre]
Pero alguna lección han sacado del reproche de vivir de espaldas a las cuitas del vulgo: tras el paso de los devastadores vientos plataneros del año pasado, a beneficio de los damnificados la UNEAC organizó una colecta especial entre sus miembros, selectivamente dolarizados gracias a la desinteresada generosidad del MINCULT en aras del compromiso intelectual sartreano. "Ande yo caliente y el mundo que reviente", dice un refrán aplicable a estas insensibles "conciencias críticas" de la cubanidad castrista.
No en balde una de las tesis más indigeribles del aguafiestas de Aron --anatómicamente tan mal encabado como Sartre pero, a diferencia de su todavía preferido rival, "amigo de Platón pero más amigo de la verdad "-- en L'opium des intellectuels, un intento de extirpar con alicate a sus cariados colegas de la órbita soviética, explica el apego de los intelectuales al marxismo como consecuencia de su dependencia material del mecenazgo estatal.
Semprún hunde el bisturí abicueril en un aspecto soterrado de sumo interés para los todavía deslumbrados secuaces criollos del profeta francés de la seductora antítesis del existencialismo cristiano maoguevarista: antes de treparse en el último minuto al carro victorioso de la Résistance (revancha de los genuflexos de la víspera a base de picotas y linchamientos al estilo del terror jacobino), Jean Paul Sartre y su no menos demagógica consorte Simone de Beauvoir, dos fetiches de nuestros literatos oficialistas del "período romántico", fueron obedientes apparatchiks culturales de la República de Vichy, satélite del nacionalsocialismo alemán.
De donde se desprende que --en el fondo y, a poco que se hurgue en las andanzas de esta abominable pareja durante la posguerra-- el mantra del engagement no es más que un refrito francés del agit-prop culto asignado a las bellas artes bajo el régimen fascista del Mariscal Pétain, a la sazón ídolo de las multitudes galas, como se puede apreciar en las abundantes y elocuentes imágenes de archivo del documental de Claude Chabrol L'Oeil de Vichy (El ojo de Vichy).
["Cuando Castro, por ejemplo, declara que la Revolución cubana es socialista y, por lo tanto, justa y necesaria, eso no puede convencer más que a los castristas convencidos. Pero si Sartre, con su prestigio, dice lo mismo, eso convence a muchos más. Se trate de Castro, de Stalin o de Mao, de las diversas pero semejantes experiencias totalitarias del siglo XX, los escritos políticos de Sartre han desempeñado un peculiar papel. En este sentido ha sido más útil al comunismo que los intelectuales comunistas, grises funcionarios". Semprún, Vida y mentira de Jean Paul Sartre]
Así las cosas, no por azar el tal "compromiso intelectual" es un calco al carbón del rol asignado por el Máximo Líder en la Biblioteca Nacional a nuestros sobrecogidos y/o agradecidos escritores y escribidores durante aquel siniestro maratón retórico clausurado con el lema totalitario "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". El anestesiante eslogan data de junio del 61, diez años antes del inicio del programa de reeducación para intelectuales descarriados conocido por "Quinquenio Gris".
Para que el lector no informado se haga una idea aproximada de la influencia real de Sartre en el mundillo intelectual de la Isla, basta decir que en 1960 Carlos Franqui, el prestigoso ex director de Radio Rebelde, cursa a la pareja de existencialistas vergonzantes una invitación oficial para que el pope de la izquierda no ortodoxa bendijera el incipiente humanismo revolucionario.
Obnubilado por Fidel y el Che, el bizco más influyente del mundo hace algo más que aceptar el convite: unos meses después ve la luz su flamante ensayo tercermundista Huracán sobre el azúcar. Diez años más tarde, al estallar el affaire Padilla, las firmas de Sartre y Beauvoir encabezarín las lacrimosas epístolas de protesta, alegando el varón engaño por parte de un Franqui ya escamado en su exilio italiano.
La clave para entender el temprano repeluco anticastrista del menor (y el más honesto y consecuente) de los hermanos Semprún, está en el dato de que a la sazón figuraba entre los contados autores adictos a los contagiosos efluvios del Sena que no "preferían equivocarse con Sartre a tener razón con Aron" [foto a la derecha), cuyo herético ensayo El opio de los intelectuales (1955) habría sido el purgante expeditivo contra el empacho izquierdista de nuestra intelectualidad republicana, si sus francófilos integrantes hubiesen sido a la sazón más amigos de la verdad que de Sartre.
Prefirieron dejarse engatusar por los enfoques miopes del iridiscente estrabismo seudofilosófico sartreano. Demasiado sobrio y soso el jarabe de objetividad de Aron, quien para colmo de males era judío. He ahí por qué tantos de ellos siguen padeciendo el síndrome de inmunodeficiencia precoz diagnosticado por Lenin: izquierdismo tardío, enfermedad senil del comunismo terminal que suele hacer estragos entre los profesionales de la cultura por móviles de casta y oficio (bajo democracias liberales, enemigos jurados de la burguesía y el estado; bajo dictaduras totalitarias, incondicionales de la alta nomenclatura).
Aún no se han lavado les mains sales ("las manos sucias") del pasado jacobino. Apenas leído dentro y fuera de la Isla, el filósofo liberal francés Raymond Aron sigue siendo en los anaqueles de la Biblioteca Nacional y los anticuariados habaneros la bestia negra del autor de El ser y la nada, La náusea, Las palabras, El diablo y Dios, El existencialsmo es un humanismo y otros libros de cabecera de nuestros escritores (y emborronadores de cuartilla). La idealizada República Española, la Resistencia antifascista postfactual y los retozos juveniles de Mayo del 68 siguen siendo sus referentes mitológicos.
["Puedo decir tranquilamente que fui y soy antifranquista, lo que no quiere decir que los antifranquistas, los míos, fueran los buenos, ni siquiera que tuviésemos la razón... El exilio fue una fiesta. Hablaba de algunas cosas, pero me autocensuré... Forma parte de mi evolución, en la medida en que mi rechazo de lo que fui, comunista primero, luego, tras la salida del partido, militante de la extrema izquierda, para evolucionar luego hacia el liberalismo, fue un proceso nada repentino, sino que ha durado 50 años". Semprún, A orillas del Sena, un español]
Pero si al francés Aron le corresponde el mérito (hipotético, desde luego) de ser uno de los pioneros teóricos en esta batalla cultural de la disidencia criolla contra los demonios rosados de la utopía marxista, la lenta, traumática evolución biográfica de su más aventajado epígono peninsular hacia posiciones liberales sin etiquetado es el retablo autobiográfico más disuasorio por cercano a lo autoctono, el antídoto cuasi tropicalizado contra el sida ideológico de nuestros tránsfugas literarios.
Por tres razones principales (hay secundarias): primero, como escritor español "afrancesado", este hombre se había formado exactamente en el mismo ambiente histórico-cultural que sus colegas cubanos; segundo, ilustra biográficamente la inconsistencia de toda ruptura con el castrismo desde las heterodoxias marxista y socialdemócrata; tercero, en su doloroso reciclaje liberal Carlos Semprún tuvo coraje civil bastante como para --contrariando a la vez gremio, familia y amistades-- distanciarse de las falacias de su amado hermano mayor y mentor, el famoso Jorge Semprún (se inventó un pasado antifascista en Buchenwald; en realidad, fungía como Kapo, o sea, capataz comunista de las SS-Calavera).
No cabe duda de que el herético autor de las corrosivos cartas parisinas ha subido el listón del ajuste de cuentas con el pasado hasta alturas de vértigo. A buen seguro, el espinoso sayo de egolatría que teje abajo a los firmantes foráneos de ambas súplicas intelectualistas a favor de Padilla --idéntico, insisto, a la arriba citada diatriba del noble déspota de cuyas manos sucias pendía la suerte del autor de Fuera de Juego-- parece cortado a la medida también para las claques de la UNEAC y la AECC.
Mi Alter Ego ha aprendido un horror de trallazos de su fusta polémica como ese insolente "Soy liberal y un fanático del capitalismo". Por esas y otras herejías imperdonables, debió pagar el precio exorbitante que cobran sin falta las cofradías de izquierda a los apóstatas irreductibles. No en balde, el diario El País, decano de la prensa retroprogresista, ignora su deceso, que escasa resonancia está teniendo en Europa Occidental.
Aunque ayer nos hayamos quedado con las ganas de leerlo como cada lunes, por la ejemplaridad didáctica de sus relatos confesionales, para autores "geniales" y/o "mediocres" de la Isla y la Diáspora capaces soportar semejantes acrobacias catárticas sin temor al cruel rebote contra la monolítica insensibilidad del gremio, Carlos Semprún Maura sigue siendo el preceptor implacable que en vida supo ser en primer lugar con su propia obra y vida. Sobre todo en estos tiempos inciertos en que el vendaval utópico sopla desde la Casa Blanca...
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Los últimos tangos
Por Carlos Semprún Maura, Libertad Digital (23-03-2009)
Tengo la impresión de que por aquellos años, los últimos del impero soviético, la pasión por Cuba, las polémicas a favor o en contra de Castro, de Guevara, de las guerrillas, todo aquello se había apaciguado y reinaba cierta indiferencia. Puede que vea estos días a Jacobo Machover y se indigne: ¿cómo no vas a recordar tal fechoría del régimen, y las campañas de protesta que organizamos? Recuerdo el bobo entusiasmo que despertó la revolución cubana, recuerdo la inquietud y la indignación ante el simulacro de desembarco en la Bahía de los Cochinos, recuerdo la que se armó con la muerte de Guevara en Bolivia, como recuerdo las desilusiones de cada vez más cubanos, que fueron goteando hasta constituir un inmenso lago en Florida, con sucursales en Madrid, París y otras capitales. Y también recuerdo, ¡no faltaba más!, el caso Padilla.
Siempre me ha parecido curioso que escritores latinoamericanos y españoles que se consideraban marxistas-leninistas revolucionarios, que aplaudieron frenéticamente los fusilamientos durante más de 10 años, el saqueo de la isla, la ruina de los campesinos y de toda la población, todo ello les parecía estupendo, la Revolución en marcha, de pronto, luego de que detuvieran al poeta Padilla, uno más, se emocionan, hacen gestiones, discretas o aparatosas: en una palabra, se movilizan. Como si opinaran: los campesinos, que se jodan, pero hay que salvar a Padilla.
La forma que tomó dicha movilización fue vergonzosa. Se trataba de un documento, firmado por famosos, que era nada menos que una súplica al tirano: tú, comandante de las barbas floridas, tan bueno, tan revolucionario, tan todo, no puedes encarcelar a Padilla, que es buen chico, buen poeta, y además es inocente. La respuesta del Comandante fue rotunda: sacó por unas horas de la cárcel a Padilla, para que declarara públicamente que esos amigos que pretendían hacer campaña a su favor eran tres veces más traidores, tres veces más gusanos y seis veces más enemigos de la Patria. Así se zanjó el asunto, al menos políticamente.
Ni Xavier Domingo, ni Antonio López Campillo ni yo firmamos esa repugnante súplica al tirano, y lo explicamos en una carta abierta en la que cantábamos las cuarenta a Castro y a su tiranía; carta que nunca fue publicada. Años después, y por casualidad, me enteré de que el cubano con apellido francés que se habían comprometido a llevarla al diario era un agente G2 cubano.
[Pinche aquí para leer el original completo.]
Tuesday, 24 March 2009
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6 comments:
Excelente homenaje.
exelente...
Muy completo, preciso, elocuente este homenaje.
mui bueno
Formidable, Abicú.
Algo que hay que recordarles a los progres novatos son los nada escasos ex-socialistas -todos inteligentes, sin excepción- que han evolucionado con la sabiduría de la vida hasta el liberalismo.
Al revés no se conoce ni un solo caso.
Por eso es tan importante la educación. Si te educaron liberal, ya estás a salvo usando apenas el sentido común. Si te educan socialista, tienes que ser muy inteligente y valiente para salvarte tú mismo en un, muchas veces, difícil proceso.
El maestro socialistoide (mamalón comunitario por definición social y económica) es el cura que sodomiza la mente infantil del párvulo europeo y americano.
Es triste predecirlo, pero Alá se los singará.
Buscando algunos datos sobre las exequias de D. Carlos Semprún Maura compruebo el cariño que le tenía el exilio cubano en París. Vivo en Madrid desde hace 34 años pero nací en Rosario,Argentina, la ciudad donde la madre del Che se le ocurrió parirlo.Hace algunos meses estuve en la Puerta del Sol gritando viva Cuba Libre y abajo Castro, en medio de la lluvia, el frío y la nieve.Somos pocos en España porque aquí se ve con gracia al comunismo cubano. Cosas de la progresía.Unsaludo, Marta
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