Saturday 21 March 2009

Estampa Habanera (XX), plus Memorias del subdesarrollo socialista

Las encarnaciones de Sears

Por Teresa Dovalpage, New Mexico

[Teresa Dovalpage.- Nac. 1966, La Habana. Licenciada en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de La Habana, escribe en español e inglés y ha publicado las novelas A Girl Like Che Guevara (Soho Press 2004), Posesas de La Habana (Pureplay Press, 2004) y Muerte de un murciano en La Habana (finalista del premio Herralde, Anagrama 2006). Próximo libro: Por culpa de Candela y otros cuentos. Pinche aquí para entrar en la bitácora homónima de esta bella tránsfuga habanera. El post de abajo, obviamente ilustrativo de su estilo y poética de la nostalgia crítica, ha sido tomado del blog Belascoaín y Neptuno, donde se puede leer un fragmento de Posesas de La Habana y el Abicú, inspirado por Estampa Habanera (XX) insertó el comentario ampliado abajo.]

Tras su nacionalización, a la que siguió una década de hibernación, la antigua Sears se abrió exclusivamente para los “viajeros de la comunidad”, o, como les decía la gente, los gusanos que retornaban convertidos en polícromas mariposas. En ese sentido fue un antecedente directo de las diplotiendas de los 90. La venerable abuela de las shoppings, vaya. Como en mi familia no teníamos parientes comunitarios, no llegué a conocerla. Fatalidad.

Después cerraron el local de nuevo y pasaron tres o cuatro años más para que reencarnara como el Supermercado Centro, durante los ochenta. Allí se vendían ¡por la libre! pollos, cakes, quesitos de lujo y me parece que bebidas también. Digo “me parece” porque tampoco logré visitarlo. Dado que las colas eran más largas que la del cometa Halley, mi padre marcaba a las tres de la mañana, lo relevaba mi abuela a eso de las siete y cuando llegaba la hora de entrar, allá iba la comandanta, esto es, mi madre, que era quien decidía lo que se podía comprar y lo que no. Un día hablaré más del tema, pero les aseguro que mi familia era un matriarcado. El caso es que, por más que le pedí a la mandamás que me dejara acompañarlos, me azoró siempre. “¿Qué tienes tú que hacer ahí, chica, en medio de una cola donde te van a estar dando empujones? Ponte a estudiar o entretente con un palito y mierda, anda”.

Unos diez años más tarde, cuando el difunto Centro había vuelto a dar otra vuelta kármica, ahora transformado en un Joven Club de computación, me dirigí a sus puertas a fin de ver de cerca una computadora. Aunque a consecuencia de mi apresurado paso por la facultad de cibernética me hacía poca gracia todo lo relacionado con esta ciencia arcana, pudo más la curiosidad y allá me fui.

A la entrada del Joven Club me detuvo una guardiana envuelta en uniforme verdealgo y creo que hasta con pistolón a la cintura.

—¿Adónde tú vas?
—Yo… esto… yo soy profesora de la universidad y vengo a ver si puedo usar una computadora —tartamudeé.
—No, mija, no, ¿qué tú te piensas? Tienes que traer una autorización de tu departamento que explique para qué necesitas saber computación. Además, hay que pasar un curso primero, no es cosa de llegar y de sentarse delante de uno de esos aparatos así de a Pepe. Y luego tienes que hacerte socia del club y traer tus documentos y pedir tiempo de máquina y…

Pero en mi departamento me comunicaron que no había motivo alguno para que una simple profesora de inglés perteneciera a un Joven Club, que mejor me pusiera a traducir un artículo de Alfredo Guevara a la lengua de Shakespeare —lo que constituía el equivalente a mandarme a jugar con un palito y mierda, supongo.

No sé qué será del local ahora. ¿Es todavía un Joven Club, es una shopping, se ha convertido en patrimonio de la humanidad? Quizás, si un día regreso a Cuba, tendré más suerte y podré trasponer sus umbrales. Quizás, quizás, quizás...


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Memorias del subdesarrollo socialista

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Buena memoria la de Tere. Así mismo recuerdo también la época. Por entonces trabaja como traductor de alemán e inglés en el Departamento de Documentación del MINBAS (más conocido por "El Convento" debido a la mojigatería castrista), sito en la planta baja del edificio de la antigua Compañía de Electricidad en la avenida Carlos III.

Leyendo la crónica retrospectiva escrita por esta nostálgica cubanita exiliada en el edénico Taos Ski Valley, reviví la mañana en que un grupo de colegas, aguijoneados por la curiosidad, fuimos a cierta tienda de Galiano para admirar por primera vez en las vitrinas las calculadoras electrónicas de bolsillo en venta por asignación. [Foto: Calle Carlos III, años 50. Según creo, el edificio de la Compañía Cubana de Electricidad es el tercero de fachada oscura a la derecha.]


Y el mediodía en que nos arremolinamos todo alrededor del eufórico marido de una tocaya tuya para admirar los tres "faldos" con cinturón y los pulóveres que acababa de comprarse en el recién inaugurado mercado paralelo. Embullado, esa misma tarde me compré una muda, con la que me emperifollé para (joven y presumido como era a la sazón) darme vistilla en la oficina al día siguiente.

Un fiasco: apenas cruzada la puerta del departamento, para mi sorpresa y bochorno me saludó desde la escalera mecánica la chica más guapa del edificio con un estentóreo: ¡¡¡Fajao!!! Exclamación que enseguida se convirtió en coral fuga gregoriana hasta el último escritorio de "La Pecera", como se conocía a aquel área encristalada del edificio. Yo no tenía la menor idea del significado de esa palabra, pero enseguida me sacaron de la inopia: pantalón de rayas con camisa a cuadros...

Elemental. Viendo que el escarnio no tenía para cuando amainar, le pedí permiso a Alicia, la obesa, autoritaria y picúa (se gastaba el sobre entero en peluquería y maquillaje) jefa del negociado, para ir a cambiarme urgentemente de camisa o pantalón. (
Sorry, dear Teresa, there is not such possibility in my closet, so I can not hold the promise to insert my picture "fajao". The shock was so lasting that I have never made the same clothing mistake.)

Otrosí, en el supermercado especial Centro, sito en el antiguo edificio de Sears en la esquina de Reina y Amistad, los Pomar lo teníamos más fácil para comprar que los Dovalpage: siempre aflojándole uno o dos "Camilos" (billete 20 pesos) a un cierto colero incapturable del Parque de La Fraternidad.

El monto de los honorarios del colero profesional dependía del número de cepos metálicos en que uno quería marcar. Pues desde la acera del parque serpenteaban varias colas separadas por clases de víveres: "Pescados y Mariscos", "Bebidas y Licores", "Dulcería" y "Laterío", que era la más tumultuaria. Si mal no recuerdo, un ticket daba derecho a comprar en dos departamentos afines pero no en los demás. Sin contar el acoso policial al enjambre de especuladores. ¡Una jodienda meterse en aquella pelotera!

Pese a los inconvenientes existenciales del subdesarrollo socialista, el hoy --por tantos que pasan en las Isla las de Caín en este interminable "Período Especial en Tiempos de Paz" con final incierto-- extrañado interregno de relativa bonanza de los 80 fue el de los años felices de mi Alter Ego, que por primera vez desde que lo reclutara el S.M.O. en el 65 logró andar La Habana sin el gruñido de sus tripas y sin botas rusas modificadas por algún hábil zapatero remendón.

Cierto, un lapso signado por la picaresca cotidiana del buscón. Pero era el caso que, comparado con los rigores del período anterior, casi todo le iba saliendo bien en la vida antes de que su buena estrella empezara a eclipsarse indefectiblemente a fines de la década para apagarse de sopetón en las asépticas celdas de clausura de Villa Marista a fines del 91. Sólo volvería a brillar, bajo una gélida llovizna de aguanieve, la grisácea y ventosa mañana del 21 de noviembre del 93, cuando mi Alter Ego, sin sombrero y enfundado en un tenue terno rayado de gabardina china, se apeara del Boeing en el aeropuerto de Düsseldorf...

2 comments:

Anonymous said...

Vaya abi, un post de un colega desde Alemania visto bei dem Ichi
;)

http://ei.eichikawa.com/2009/03/showtime-especial-desde-colonia.html

Sean said...

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