Elementos formadores de la conciencia religiosa del cubano
Por Jorge A. Pomar, Colonia
[Este ensayo fue escrito para el seminario "Santiago de Cuba entre la tradición y el turismo", celebrado en Colonia en el año 1997 bajo los auspicios de la Kulturhaus Lateinamerika, dirigida por Gritta Rösing. Publicado en alemán y español en las memorias del evento, Jesús Díaz lo reprodujo en la Revista Encuentro. Pese a los retoques, conserva ligeros anacronismos que no alteran su esencia. Su finalidad era, sin ínfulas académicas, divulgar el tema para un público extranjero desde el punto de vista de los estudios laicos independientes sobre cultos afrocubanos, una tradición trunca en la Isla desde el triunfo castrista en el 59.]PRIMERA PARTE
La conciencia religiosa del cubano de nuestros días es el resultado del choque entre las distintas etnias y culturas que han ido poblando la isla desde el inicio de la colonización. El primer choque, que es el que se da entre indígenas amerindios y colonizadores españoles, se salda con el aniquilamiento de los tres grupos aborígenes que habitaban el archipiélago cubano a la llegada de Colón.
En poco más de una centuria guanajatabeyes, siboneyes y taínos emigran o sucumben en masa a la ruda explotación colonial, dejando apenas reminiscencias en la arquitectura rural bohío, el léxico (en “Lucha tu yuca, taíno”, ocurrente sátira sobre las vicisitudes del cubano de a pie, el cantauror Raymundo Fernández Moya casi agota el vocabulario indígena) y el mestizaje con blancos y negros (notable en algunas zonas de Oriente), amén de su imagen como icono en santería y hábitos como el de comer casabe (pan de yuca o mandioca rayada) y fumar tábaco, usado también en las ceremonias afrocubanas para sahumar a los orishas (dioses africanos),que en Cuba son fumadores. Con los indios sucumbieron también sus dioses.
Lucha tu yuca, taíno
El segundo choque enfrenta a los colonizadores y a los esclavos africanos arrastrados al Nuevo Mundo en el fondo de los buques negreros hasta más allá de mediados del XIX, y será factor determinante en la formación de la nacionalidad cubana y de su peculiar visión mágico-religiosa del mundo.
Como cultura dominada, en el largo proceso de su asimilación, el negro bozal (recién llegado de África) y el negro criollo no sólo hicieron de sus creencias originales el baluarte de su identidad marginada, sino que, además, a partir de los años veinte lograron imponerla como visión metafísica del cubano en general, llenando de un contenido africano a los dioses cristianos impuestos por sus superiores blancos y relegando al dogma católico a un papel formal.
Fenómeno que alcanza su apogeo en los años 20 del siglo pasado. Por primera vez, tras la vergonzosa masacre de veteranos mambises “de color” que puso fin en Oriente al alzamiento de los Independientes de Color en 1912 –un súbito retroceso en el proceso de integración racial iniciado por la primera Guerra de Independencia (1968-1978) y leyes abolicionistas (1880 y 1886)--, las clases dominantes hispanocubanas empiezan a aceptar sin remilgos el componente afro de la cubanidad. Juegan aquí un papel decisivo los esfuerzos en ese sentido de Lidia Cabrera, Alejandro García Caturla, Amadeo Roldán, Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Ernesto Lecuona y otros artistas e intelectuales de renombre.
La masiva emigración haitiana desatada por la Revolución de Toussaint Louverture a fines del XVIII —emigración que por razones laborales se prolongará hasta más allá de la segunda mitad del XX— había traído a la Isla el vudú, un culto que a la postre, dadas las dificultades lingüísticas y la férrea segregación de los haitianos, quedaría confinado a la comunidad haitiana en Oriente como un matiz folclórico regional. En materia de fe, más que asimilar, los haitianos serán asimilados. Por lo demás, este tercer choque interreligioso entra de lleno en el segundo, fortaleciendo la Regla de Palo o Palo Mayombe, la magia negra de los cultos afrocubanos.
Algo similar ocurre con la cuarta ola de emigrantes: los chinos, que a partir de la segunda mitad del XIX arribaron a Cuba en una cifra que se calcula en más de cien mil (casi un décimo de la población cubana de entonces) y cuyos descendientes han sufrido una lenta pero perfecta asimilación a la cultura cubana, sin dejar huellas significativas en el campo religioso. A la postre, el castrismo, sobre todo al liquidar los últimos vestigios del otrora pujante comercio minorista independiente por medio de la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968, condenó también a muerte a corto plazo a las hacendosas comunidades chinas, incluido el otrora famoso Barrio Chino de Centro Habana.
A partir de principios del siglo XIX, con el creciente desplazamiento del comercio exterior insular hacia la costa oriental de Estados Unidos, y en particular después del cese del dominio español, hace su entrada en la isla un quinto credo religioso: el protestantismo, cuyas sectas ganan adeptos en las clases medias urbanas, incluidas las “de colores extraños”. A diferencia del catolicismo, aquellos credos puritanos eran y siguen siendo inompatibles con el paganismo afrocubano. No obstante, la idiosincrasia anglosajona inherente al protestantismo aparecerá a los ojos del cubano corriente como un elemento extranjerizante sin posible encaje en su mentalidad sincrética.
Confesiones I
En las últimas décadas del XIX hace su entrada en la isla el espiritismo kardeciano, cuya variante popular, correrá mejor suerte que el protestantismo, amalgamándose con las religiones afrocubanas, en las cuales el culto a los antepasados se equipara con el culto a los orishas. La “misa espiritual” llegará a ser tan popular en Cuba que a fines de los años 50 ocupaba uno de los programas radiales de más audiencia en el país.
Descontando el ineludible ejercicio simulatorio de los entrevistados (en todo caso, Isabel la Católica no responde a la invocación del centro espiritual cubano por temor al comunismo), los dos fragmentos del documental Confesiones, de Luis Felipe Bernaza, tienen la virtud de poner de manifiesto la estrecha conexión entre espiritismo, cultos afrocubanos, cantos y bailes e idiosincracia.
Poniendo asunto a las sandeces dichas en serio por los personajes (el escritor Reynaldo González, por ejemplo, acusando a los conquistadores de haber "enmierdado" América y abierto los primeros huecos en la capa de ozono) y a ciertos pasajes de voluptuosidad espírita en el docufilm, salta a la vista la notable afinidad entre la nentalidad "vaciladora", sibarita, hedonista del cubano típico y la lujuriosidad inmanente a la praxis lúdica de la reencarnación de las almas, siempre al borde del "relajo" criollo. Nuestra tradicional tendencia al delirio --notoria en José Martí y Fidel Castro pero no sólo en ellos-- sería otra coincidencia importante con el espiritismo.
Sin duda, las distintas corrientes espiritistas (de mucho más añeja data en la religiosidad popular peninsular) eran más afines a los cultos sincréticos afrohispanos de la Isla. Afinidad que se explica por la índole esotérica y voluptuosa de la liturgia espiritual. Gestualidad sensual, íntimos contactos físicos entre hombres y mujeres, convulsos estados de trance, exorcimos, danzas y canciones, entroncan en directo tanto con el satanismo y la zarabanda peninsulares como con la sugestiva procacidad escénica de los cultos yorubas. Un tercer factor compatibilizante venía dado por la circunstancia común de haber sido durante largo tiempo actividades populares más bien secretas, transgresivas, casi siempre prohibidas o al menos mal vistas. De hecho, los bailes tradicionales cubanos revelan esa doble influencia.
El sexto credo es, paradójicamente, un fenómeno de orden socio-político: la Revolución de 1959, que bajó triunfante de las montañas bajo el manto de los iconos que adornaban los grandes pañuelos de los „barbudos“ de Fidel Castro: imágenes de Santa Bárbara (Changó), San Lázaro (Babalú Ayé), la Virgen de la Caridad (Ochún), la Virgen de Regla (Yemayá) , El Niño de Atocha (Elegua)... Aquellos pañuelos no eran sino la parte visible del iceberg de protección religiosa que acompañó a los rebeldes, que llevaban en el cuello, en los bolsillos o atados a los calzones un sinfín de amuletos y resguardos afrocubanos, junto a conjuros y oraciones cristianas.
Aparte de considerarse amparados por ebós (sacrificios), promesas y rezos propios o de sus familiares. Lo cierto es que en los días siguientes al triunfo revolucionario, iglesias, santuarios como los de El Cobre, en Oriente, y San Lázaro, en La Habana, e innumerables altares afrocubanos (Regla de Ocha y Palo Mayombe) se vieron atiborrados de exvotos de sentida gratitud. En la imaginación popular, los dioses africanos, ante cuyos otanes (piedras sagradas) habían „movido los caracoles“ ambas partes en conflicto —batistianos y castristas— se habían dedidido claramente a favor de los segundos.
De este modo —interpretaba el creyente— en la enconada pugna entre tirios y troyanos cubanos, los dioses del Olimpo afrocubano habían acabado por favorecer a las huestes castristas. Más aún, el propio Fidel Castro era y es visto hasta hoy, según la tipología yoruba, como una encarnación de Changó, el más popular de los orishas, prepotente y guerrero, pendenciero y ventajista, dios de la centella, el relámpago y el trueno, como el Ares de los griegos o el Wotan (Odín) germánico.
Pero no sólo el cubano de la calle pensaba así: en los primeros meses de la Revolución, Bohemia, el semanario de mayor circulación en el país, publicaba en portada imágenes de los tres principales líderes revolucionarios con un halo luminoso alrededor de la cabeza. Sin embargo, pocos años después, la Revolución se proclamó socialista, entrando en una guerra más o menos declarada contra todas las religiones. Por su carácter totalitario, que incluye una fuerte ideología materialista, excluía toda competencia metafísica, convirtiéndose de facto ella misma en sucedáneo religioso.
El resultado fue que las iglesias se vaciaron y aún los raigales cultos afrocubanos vieron mermar su feligresía. Si se era o aspiraba a ser militante comunista o a disfrutar de todos los beneficios del sistema —salvo excepciones notables—, no se podía ser creyente. En consecuencia, disminuyeron las manifestaciones externas del culto.
Curiosamente, si excluimos al catolicismo —religión oficial y por tanto archiconservadora en tiempos coloniales y republicanos— y al protestantismo —ahora más lastrado que nunca por su origen anglosajón, o sea, como portador de la idiosincracia del gran enemigo del Norte—, los cultos afrocubanos pasaron entonces a un status similar al que tenían antes, o sea, a la marginalidad, como una de las tantas manifestaciones de ignorancia y superstición condenadas a desaparecer bajo las luces de la ilustración revolucionaria.
La actitud popular ante la nueva coyuntura se puede resumir en la siguiente frase: puesto ante la disyuntiva de elegir entre la fe revolucionaria, en la que creía y le convenía creer, y la fe religiosa, que no podía abandonar, el cubano corriente acabó por „guardar“ a sus dioses, negándolos en público y haciéndose perdonar la falta con el culto privado. De pronto, en muchos hogares humildes hasta el travieso Eleguá (foto de al lado), "el que abre todos los caminos", perdió su sitial detrás de la puerta de calle.
En cuanto a los ritos y sacramentos cristianos, como el bautizo, la comunión, la eucaristía, las misas de difunto o las bodas por la iglesia, prescindió casi completamente de ellos. Sin remordimientos, porque en el fondo nunca habían sido otra cosa que respetables formalidades sociales, más cuestión de prestigio que de fe en un país donde, dado el fortísimo influjo religioso de los negros —mayoritarios hasta mediados del siglo XIX—, el catolicismo jamás alcanzó el grado de adhesión característico de las colonias españolas en América del Sur.
Crisis revolucionaria y destape religioso
A partir de la década del 80, empezó a operarse un vuelco radical en la actitud religiosa de los cubanos. Desde entonces las iglesias católicas han visto aumentar sostenidamente la asistencia a sus templos; están de moda el bautizo y la comunión, otrora los sacramentos más populares, e incluso el matrimonio por la iglesia, un tabú absoluto hasta hace poco tiempo.
Las homilías de los obispos han ganado en audiencia, al extremo de que en 1991 la pastoral de los obispos cubanos El amor todo lo puede, una especie de crítica reformista del estado de la nación, agudizó el conflicto entre la Iglesia católica y el Estado. Las sectas protestantes no se quedan detrás: ganan adeptos en todos los estratos sociales.
El cambio más espectacular se registra en los cultos afrocubanos. En virtud del efecto nivelador (a la baja) de la propia Revolución, amplios sectores de la población caucasiana se han sumado a los distintos cultos afrocubanos. (Foto de al lado: devoto de San Lázaro o Balalu Ayé pagando promesa durante la pereginación del 17 de diciembreal santuario habanero de Rincón.)
En parte, porque la santería se ha convertido en un lucrativo negocio; en parte, porque aumenta en flecha el número de "blancos pintados de negro que comen santo". De repente, la gente no oculta sus elekes o collares religiosos, calles y caminos se han llenado de hombres y mujeres vestidos de blanco de pies a cabeza: son los babalaos e ibalochas (sacerdotes de las Reglas de Ocha y Palo Mayombe) y los iyabós (neófitos o iniciados).
Están en boga los „registros“ o consultas, los exorcismos y despojos. Y el repiquetear de los tambores en los bembés o fiestas en honor a los orishas se deja escuchar con más frecuencia. Los niños de pecho vuelven a llevar el infalible lacito rojo con el azabache contra el „mal de ojos“ (iettatura).
Regla de Palo o Palo Mayombe
En algunos pueblos de campo son cada vez más los creyentes que, antes de salir por la mañana zumban el jarro o el balde de agua purificador frente a la puerta de la calle para „alejar las malas influencias“. El ojo con el puñal hundido en el iris sangrante vuelve a desarmar la mirada del malintencionado en las salas de muchas casas.
Se multiplican los kariochas, como se denomina en yoruba a los costosos ritos iniciáticos. Se soborna a los empleados de los juzgados para que permitan regar afochés (polvos mágicos) en la sala del tribunal. Muchos estudiantes van „cargados“ (con resguardos o amuletos) o hacen algún ebó propiciatorio antes de presentarse a exámenes. Y aún en los espectáculos deportivos se escuchan voces burlonas que gritan a los jugadores en mala racha: „Oye, no funcionó eso que regaste en la cancha“ o „Ese polvo no era bueno“. ¿Qué habrá implorado con tanto fervor a Changó la devota de la foto este 4 de diciembre de 2007?
Aparecen cada vez más brujerías (cocos, maíz tostado, gallinas prietas y animales muertos, huevos rotos, racimos de plátanos con cintas coloradas, merengues, caramelos, monedas de cobre, etc.) al pie de árboles sagrados como ceibas, jagueyes y palmas o en las encrucijadas de los caminos y los cementerios... Han reaparecido los pagadores de promesas con su vestimenta de saco de yute o de los colores del santo correspondiente, pidiendo limosnas por las calles para pagar sus deudas con los orishas.
El 7 de septiembre los habaneros celebran con gran entusiasmo el día de la Virgen de Regla (Yemayá) en la localidad ultramarina de Regla. Un día después, el 8 de septiembre, los orientales acuden masivamente a la Basílica de El Cobre para asistir al homenaje a La Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, sincretizada con Ochún, la Afrodita yoruba.
La víspera del 4 de diciembre, día de Santa Bárbara o Changó, es otra vez noche de velada masiva en todo el país. El 17 de diciembre, día de San Lázaro o Babaluayé, el milagroso santo leproso de los perros y las muletas, la procesión a su santuario en la localidad habanera de Rincón vuelve a ser una de las más multitudinarias e impresionantes de América.
Un dato inconfeso: los barcos cubanos que desde mediados de los 70 transportaban armas y combatientes a países africanos como el Congo, Angola, Mozambique o Guinea Bissau, traían clandestinamente de regreso, por encargo de ibalochas, babalaos, paleros y abakuás, tierra y piedras sagradas de África.
De la misma forma, los aviones que regresan de La Habana a La Florida con los emigrados visitantes cargan también extraños envoltorios llenos de tierra y piedras del suelo „sagrado“ de la isla, e incluso algún que otro hueso humano hurtado de los cementerios para las ngangas o calderos sacramentales de los mayomberos, que „trabajan con muerto“. Y es que a 90 millas de las costas de la isla, el fervor yoruba de los cubanos del exilio, con su casi atávico culto al pasado, supera con creces al de sus compatriotas insulares.
Santero arrestado en Miami por sacrificio ilegal
Entre los años 1989 y 1993 —los más graves de la actual crisis—, todos los devotos a la santería en la Isla escuchaban con expectación el inquietante odu o Letra del Año (oráculo) para el año entrante emitido por los babalaos de mayor reputación. Aunque desde el principio tales vaticinios no pasaban del clasico embaraje o dorado de píldora, tras algunas vacilaciones y confrontaciones (sobre todo con el clero católico), la reacción del Estado frente a este escandaloso revival religioso se ha ido perfilando poco a poco como una estrategia conciliatoria en busca del reconocimiento de las respectivas competencias de las partes en conflicto.
Un primer paso consistió en abrirles las puertas del Partido a los creyentes que se considerasen revolucionarios, o sea, a quienes, descontando sus discrepancias metafísicas con el marxismo, apoyaran en todo lo demás la línea ideológica de la Revolución. Pero esto presupone un verdadero acto de acrobacia por ambas partes, pues la ideología marxista oficial excluye en principio el sentimiento religioso de la vida.
Para aquellos militantes que durante décadas habían tenido que ocultar sus creencias religiosas, significaba reconocer una vieja impostura. Para muchísimos revolucionarios que durante tanto tiempo habían sido discriminados por motivos religiosos, la reivindicación llegaba demasiado tarde. Por lo demás, en unos y otros el fervor revolucionario distaba ya mucho de ser el de los años románticos de la Revolución.
Otra señal inequívoca en tal sentido fue la visita a Cuba del Oni de Ifé (Nigeria), reconocido como el sumo sacerdote de los yorubas y recibido en Cuba con todos los honores correspondientes a un jefe de Estado. Aunque Fidel Castro personalmente, en su oceánica oratoria, jamás había dicho en público una palabra sobre cultos afrocubanos, ni en bien ni en mal (en sus más de 300 páginas, el texto de su entrevista con el clérigo brasileño frei Betto, titulado Fidel y la religión no hay ni una sola referencia a los cultos afrocubanos), el gesto de invitar al Oni nigeriano encajaba perfectamente en su activa política africana.
De modo que, cuando éste, al despedirse, aconsejó encarecidamente a todos los yorubas cubanos que ante todo había que „querer y cuidar a Fidel“, hubo más comprensión que asombro. Toda vez que, a diferencia de lo ocurrido en Haití como reflejo de la Revolución Francesa, en puridad el conflicto entre el Estado cubano y los cultos afrocubanos jamás se ha planteado en términos políticos, ni siquiera en tiempos coloniales.
Ahora bien, la crisis del Período Especial retrotrajo a la Isla al mundo colonial de Cecilia Valdés (novela decimonónica de Cirilo Villaverde considerada a más representativa del país), llevando a las masas populares a niveles nigerianos, con ventaja incluso para la cuna de los cultos afrocubanos en cuanto a abundancia y sobre todo libertades. Si se tiene una idea de los niveles de miseria, atraso y represión a orillas del Níger
Entrevista con el Olúw Mayor de Oyó (Nigeria) I
Un viaje a Nigeria
No se puede decir que ocurra lo mismo con el catolicismo, pero de hecho la invitación al papa Juan Pablo II apunta en la misma dirección, con la particularidad de que en este caso el gobernante cubano puede legítimamente aludir a su educación jesuíta. Sin embargo, al decir de la vox populi criolla, Juan Pablo II es un papa „duro de pelar“, que „muerde“ (habla) bien el español y —polaco de nacimiento—, „se las sabe todas“ en materia de socialismo real y surreal.
Por otra parte, aunque menos del diez por ciento de la población cubana frecuenta los templos católicos, no es menos cierto que todos los creyentes afrocubanos, negros o blancos, se consideran a sí mismos católicos, apostólicos y romanos, cosa que hasta cierto punto son, al menos sincréticamente.
Sea como fuere, los cubanos, siempre dispuestos a contemplar una buena pelea de gallos finos, esperan expectantes el encuentro entre el aché (carisma) del pontífice de Roma y el del „Siete Rayos“ del patio, por más que ambos ya hayan visto pasar sus mejores tiempos. Itá yoruba: „La sangre no llegará al río.“
Los cultos afrocubanos
La Santería o Regla de Ocha es el principal culto afrocubano y fue introducida en Cuba por esclavos yorubas provenientes de Nigeria. Por su nivel de desarrollo teológico puede ser equiparada con la mitología grecorromana, con la salvedad de que el politeísmo yoruba incluye la existencia de un Dios-Padre preexistente, engendrador de los primeros orishas y, por intermedio de ellos, creador del cielo y de la tierra. Pero este Olodumare (Olofi) —que no es omnisciente ni omnipresente— es un dios „jubilado“ que ha dejado a cargo de los orishas la atención de los asuntos terrestres y, por tanto, no es objeto de culto.
La relación entre orishas y hombres es similar a la que se observa en la Ilíada y la Odisea: los orishas se inmiscuyen constantemente en los asuntos humanos, tomando partido a favor de los suyos (hijos) en los conflictos y percances de la vida cotidiana, o bien castigándolos cuando incurren en faltas.
A su vez, no es raro que aborishas (creyentes) e ibalochas y babalaos (sacerdotes) castiguen a sus dioses —por ejemplo, defenestrándolos, poniéndolos „a dieta“ o virándolos boca abajo— cuando, pese a todas las rogaciones y ebós, éstos no les cumplen alguno de sus más caros deseos. Junto a los mitos teo- cosmo- y antropogónicos, los patakies (leyendas divinas) narran las aventuras y desventuras de los orishas, tan veleidosos y vulnerables como cualquier ser humano. Roban (incluso al mismo Olodumare, el Dios-Padre), pecan y hasta cometen incesto.
Grosso modo, el clero yoruba se compone de iyabós (neófitos), ibalochas (sacerdotes consagrados) y babalaos (máxima jerarquía clerical). Estos dos últimos comparten los distintos cargos y funciones organizativo-administrativas (sacristanía) inherentes a los distintos oficios del culto. La Regla de Ocha carece de una estructura jerárquica centralizada.
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