¿Dejarse euforizar por la promesa de unas sobras imaginarias del banquete castrista?

O los concliábulos entre el cardenal y su general a la luz de Cuerpos divinos, la novela póstuma de Cabrera Infante

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Látigo, llevas razón (pinche AQUÍ para acceder al post y la encendida polémica entre lectores). So pena de excomunión fulminante, en las filas opositoras no se debe llamar "negro", "niche", "nichardo" o "pinta" al "afrocubano" o "afrodescendiente", entre otras, por la misma razón que proscribe también entre la disidencia llamarle "al pan pan y al vino vino".

A saber, (1) porque el tal movimiento de los derechos humanos nació de la mano de James Earl Carter, campeón de los liberals o retroprogres gringos. Por ende, lleva el indeleble cuño seco de la political correctness. (2) Porque, hagan lo que hagan, por principio casi --para no ser absoluto-- todos los líderes y/o comunicadores de la oposición se consideran a sí mismos dignos patriotas epónimos herederos del mambisado desde su debut. Por tanto, a cubierto de todo tipo de críticas internas, que según ellos sólo pueden provenir de la policía secreta.

En realidad, lo contrario es lo cierto: a día de hoy la oposición ha acabado monopolizada por agentes provocadores y enganchada a la carroza del antitética del socialismo democrático precisamente a causa de ese hermetismo, de ese afán de no lavar los trapos sucios ni siquiera en casa. Cualquiera que ose hacerlo es tildado ipso facto de castrista o cagador de nido.

No en balde ya está a punto de caer bajo el mando unipersonal del Beato de La Chirusa (a fin de irnos preparando para el destape fotográfico, se nos anticipa que ha bajado unos dos kilos y medio de peso corporal en tres meses de inanición oral pero no verbal), un engendro histriónico de la peor cantera política de las Tropas Especiales burdamente ungido al alimón como gurú de la oposición interna por el arzobispo y el presidente. En ese sentido, la urticaria a la crítica de la Santa de las Muletas no es una excepción sino la norma disidencial.

Así las cosas, bajo la carpa elástica del cantinfleo valetodista y toermundoegüenista se amparan la evidente rebatiña por el mando y los fulas entre las Damas de Blanco, los tres meses de huelga esfinteral con balanceada jamazón parenteral y récord mundial del género en entrevistas audiovisuales, los hilatantes performances de la titular de la Academia Blogger, la ruidosa implosión silente de Cubaencuentro, el cursillo relámpago (menos de dos semanas) en experticia carcelaria aprobado en Manto Negro por la Virgen (Dania) Malamadre de Arroyo Naranjo, los grotescos culipandeos reciprocos entre el general y su cardenal...



En eso, creo, estamos de acuerdo. Lo que sí me parece impropio e inconsecuente de tu parte es ese acerto de que antes del 59 "ni en sueños" los negros se hubiesen podido graduar de médicos. En primer lugar, aunque menos que sus colegas blancos, ya los había desde los tiempos de colonia en cantidades crecientes. Y no sólo eran frutos de las becas y subsidios del gobierno --que igual existían-- sino también de la solvencia de una clase media negra en continuo ascenso desde la Revolución del 33-40.

Cuyo pecado capital consistió, a criterio de auténticos y ortodoxos (ambos partidos se jactaban de ser, y de facto eran, la encarnación suprema del legado martiano al que aluden sus nombres), en haber resquebrajado por primera vez la hegemonía de las élites celtíberas en la Isla al propiciar el surgimiento de una clase media profesional, militar y estatal de orígenes y colores extraños. Amén de intensificar ese --para ellos y sus actuales epígonos en ambas orillas (corruptas y eurocéntricas) de la cultura cubana-- aquel indeseable mestizaje en que al pasar del tiempo debía diluirse la llamada "cuestión racial".

El mérito más visible del castrismo: reblanquear la Alta Nomenclatura y reasentar a la Cubanidad sobre sus antiguas bases dinásticas y superestructuras coloniales. Cambiando lo menos que haya que cambiar, desde luego. He ahí, al herético entender de mi suspicaz Alter Ego, el cometido principal de esas negociaciones secretas entre el cardenal y su general, donde la Iglesia da el espaldalrazo legitimador al primer príncipe herededoro de la dinastía biránica a cambio de su propio relanzamiento. Un contexto performático en el que el nauseabundo, esperpéntico Fariñas, investido como portavoz laico de los intermediarios clericales, actúa de señuelo racial. De ahí también la ociosidad de ponerse a especular cuántos galenos negros más se habrían graduado a lo largo de más de medio siglo sin la devastadora irrupción del Castrato.

Cualquier enfoque que deje esos cabos sueltos conlleva fatales concesiones de principio a las supuestas "conquistas de la Revolución Socialista", que dio al traste en rápida sucesión con las aspiraciones de todas las clases y etnias criollas. A lo sumo, de lo único que podemos estar absolutamente seguros es de que en su inmensa mayoría ganarían lo suficiente en pesos convertibles como para no verse --como hoy sus colegas de todos los colores-- en la imperiosa necesidad de ir a jugarse la vida por un puñado de dólares en las favelas de Caracas o los quimbos del África subsahariana.

A propósito, Martí no era tan santo como nos lo quieren pintar a porfía el gobierno y la oposición. Prueba de ello es este venenazo contra Maceo en su Diario de campaña: "Por ahí viene el general Antonio. Ya lleva oro y plata en la montura...". O sea, un mulato merodeador (ladrón), insensible a la indigencia de la tropa por su ostentoso afán de lujo y representación. Para percatarse de la magnitud del reproche, escrito para posteridad, basta con recordar el papel de pivote atribuido a los metales preciosos en la prosa y el verso martianos.

Pasando el tiempo y "un águila por el mar", el eco de aquellas frases rebotaría como un estribillo en las arengas incendiarias de los incansables, furibundos tribunos republicanos. El suicida mediático Chibás a la cabeza de todos ellos. Además, por algún motivo hagiográfico el secretario del "mártir de Dos Ríos", el general Gómez o ambos tuvieron a bien arrancar las páginas correspondientes al desencuentro de La Mejorana con los hermanos Maceo y Grajales. Por contra, sobra constancia documental de que, a su vez, el Titán de Bronce tampoco estimaba al futuro "Apóstol", que nunca fue visto como tal por sus compañeros de lucha antes del 98. A los ojos de Antonio, el "doctor" --título peyorativo en la manigua-- era un "enredador" de cuya labia recomendaba por escrito cuidarse a sus emisarios.



La malquerencia entre el héroe del machete y el mártir de la pluma no es más que un ejemplo: apenas derrotada España con la ayuda decisiva del Imperio, quedó al descubierto el fraude hagiográfico del retrato mambí : el general Máximo Gómez apedreado y a punto de ser ahorcado por sus subordinados en El Cerro a resultas de una disputa acerca de la cuantía de los créditos para licenciar a los militares insurrectos. A renglón seguido, se proclama la Primera República de “generales y doctores”, cuya mayor hazaña bélica fue la masacre de los Independientes de Color.

No obstante, seguimos disputándole acríticamente a los historiadores castristas el panteón mambí, íntegro y sin revisión bajo la lupa del sentido común y del humor. Por una serie de analogías elementales: así como los jefes mambises no eran mejores seres humanos ni más demócratas sus homólogos peninsulares, la oposición anticastrista tampoco da muestras de superar a la Alta Nomenclatura en el balance de virtudes y vicios cívicos ni en visión desprejuiciada de nuestra historia.

De ahí el estrepitoso fracaso de todos sus intentos de coaligarse y su vulnerabilidad a la penetración policial. Su problema es el mismo que el de los barbudos: en el fondo distan largo trecho de ser "contrarrevolucionarios". Y de "demócratas", le consta a mi reciclado Alter Ego por experiencia propia, tienen menos que los nucleos de base del PCC. Lo cual no es poco no tener.

Ahora bien, si fuimos lo bastante pelmas para morder la carnada de Elián González, tragarnos sin rechistar ahora mismo los cuentos de hadas del Beato de La Chirusa, la Santa de las Muletas y las procesiones de las Damas de Blanco, ¿cómo dudar de la metamorfosis y la erudición presidiaria exprés de la semianafabeta Virgen Marginal de Arroyo Naranjo en este otro vídeoclip ad hoc de BBC Mundo insertado en su flamante blog?

Descifren, por favor, el mensaje nada subliminal del fajo de billetes al lado de su foto con socarrona sonrisa de Gioconda y guaricandillesca cara de yo no fui. He ahí algunos de los porqués de este extravagante final de carnestolendas. No por gusto los desconfiados balseros persisten en emprender su temeraria y se alarga cada vez más la cola de purasangres isabelinos frente a la Embajada de España. Salvo por vejez o impotencia, nadie de a pie y cartilla de abastecimiento parece dispuesto a esperar sentado en el quicio la dizque inminente llegada del Godot raulista en nuestro estaliniano parque temático de la penuria y la represión cotidianas. Éstas sí en pesos corrientes y sin guantes de seda ni cámaras de agencias...

Dicho lo dicho en son constructivo, aquí te va, a título colegial, un reconocimiento abicueril nada despreciable en estos tiempos de euforia lírico-religiosa (lenguaje común de rimadores y timadores a sueldo) y pajuatería sacrificial: una de las virtudes que adornan los restallidos de tu implacable látigo es la ausencia de prosopeya patriotera. Los virulentos ataques por ese flanco, tangencialmente perpetrados desde diversos ángulos "progresistas" en defensa de la disidencia ultramoderada y el "mundo civilizado", forman parte de una probada estrategia inmunológica (matar a la disidencia liberal inoculando fuertes dosis de elementos mórbidos de la cepa retroprogre en el movimiento de los derechos humanos) de la Contrainteligencia para, por un primer lado, inmunizar a sus agentes provocadores.

Por un segundo lado, desmoralizar y desacreditar de cara a una opinión pública internacional confundida por nosotros mismos y/o de suyo parejamente sesgada a la izquierda, a lo poco que resta de oposición militante a fuerza de eslóganes buenistas. Y último pero no menos importante, privarlos de fondos y foros extranjeros. Sin dinero contante y sonante para la militancia no hay resistencia que valga. Por contra, la cornucopia de los dólares tiende a corromper tanto a la sicofancia como a dividir a su menguante entorno aún más o menos vital.

Por lo que atañe al espacio foral, las autoridades culturales y sus enclaves occidentales aplican una táctica similar a la utilizada para estragar a la oposición interna. Estrenada a raíz de la entrada en vigor de la "nueva política cultural" a fines de los años 80, consiste en socavar las defensas del anticastrismo exiliar promoviendo a tránsfugas literarios, académicos y faranduleros con menos talento que escrúpulos, impagables deudas de gratitud con el estado y/o expedientes comprometedores en los archivos de Villa Marista. El resto corre a cargo de la natural egolatría, lunatismo y necesidad de mecenazgo del tornadizo gremio.

De ahí, la notoria sintonía entre los aleluyas al inicio del diálogo con el arzobispo en el Palacio de la Revolución y la clamorosa ofensiva cultural fuera de la Isla. Habiendo sido los Human Rights del iluso manicero zurdo de Georgia el pregón inspirador de nuestra arrancada en falso a fines de la década de los 70, nada tiene de rara la actual apoteosis de toda esa infame, carnavalesca disidencia leal que cierra filas con la Seguridad del Estado.

Tanto teatro entra el general y su cardenal para, en el mejor de los casos, suponiendo que todo les salga a ambos a pedir de boca, reflotar al castrismo terminal como una pésima, irreconocible copia al carbón de la demonizada del antiguo régimen. Pero la verdad es que, desde cualquier punto de vista que se mire al pasado, bajo el Batistato se vivía como describe Cabrera Infante en Cuerpos divinos, un relato biográfico que, sobre ser un retrato fiel de la bonanza de la época, clasifica sin la menor duda como una obra póstuma que en nada desmerece comparada con Tres tristes tigres (1968) o La Habana para un infante difunto (1979).

Al contrario. Por una de esas cabriolas del azar concurrente, a despecho de esa fobia antibatistiana que el autor rezuma aún, creo que esa extraña, deliciosa picaresca habanera --inextricable amalgama de arte y literatura, farándula y periodismo, bares y cantinas, hoteles y posadas, cócteles y petardos, comandos y masacres, represión y subversión, apoteosis triunfalista revertida como por ensalmo en humillante derrota y oscura conciencia de culpa-- tardará poco en ser reconocida urbe y orbe como lo que de hecho es: aquella "novela de la Revolución Cubana" ansiada por tantos críticos orgánicos del régimen.

Azar irónico más lógico que paradójico, cuenta habida de que semejante chasco sólo podía ser descrito, talento mediante, desde el inmenso acerbo testimonial y vivencial del más recalcitrante, amargado, inconsolable y nostálgico de nuestros narradores exiliados. O sea, por un Cabrera Infante --sabía desde abajo mejor que el que más desde arriba cuánto se perdió en enero del 59 y cuán difícil iba a sernos romper la inercia-- que había logrado romper todos sus cordones umbilicales con el castrismo excepto, significativamente, el que lo ataba a sus obsesiones antibatistianas.

Tan difícil nos resulta llevar el análisis del pasado hasta sus últimas consecuencias personales, renunciar a la pleonástica utopía martiana de la "república con todos y para el bien de todos" (una redundancia de léxico y sentido, porque ¿cuál res publica moderna no pretende serlo?) y admitir que en asuntos de la polis siempre hay que escoger el mal menor a tono con la idiosincrasia hedonista y el potencial real de progreso de los criollos.

A la sazón, qué duda cabría aún a la vista del actual desastre arqueológico (en la Isla) y humano (tanto allá como en la Diáspora), "Nuestro Pueblo" había alcanzado entonces su tope civilizatorio. "Política cómica" u "hombre fuerte", la Segunda República, tomada en su conjunto desde 1902, había sido un éxito rotundo y creciente. Pero, salvo ligeras reformas estatales y sociales, ya el criollaje no daba más de sí. En cambio, a día de hoy, habiendo tocado fondo, no se ve ni atrás ni alante por qué diantres el cubano de a pie deba dejarse contagiar ese entusiasmo ficticio que cunde en los salones disidentes por la mera promesa de unas sobras imaginarias del banquete castrista.

Tanto menos cuanto que es un secreto a voces que hace rato que el gobierno viene engoando con los dólares de la solidaridad anticastrista a un liderazgo opositor venal que, salvo honrosas excepciones, pertenece de lleno a esa nueva burguesía emergente y advenediza que no tiene empacho de restregarle en la cara a Liborios y Pánfilos hambrientos su relativa pero en la empobrecida Isla siempre humillante opulencia de nuevos ricos.

Estoy afirmando lisa y llanamente lo que sigue: dígase lo que se diga, mucho más que el desprendido amor a la patria y la libertad, el reparto leonino de los donativos es ya el principal acicate de la disidencia leal. No asombra, pues, esa cada vez menos discreta euforia a punto de estallar observable en estas nuevas jornadas de delirio opositor: contentos como niños en Día de Reyes ante el mero regateo --secreto y por interpósito clérigo no grato, además-- para que el gobierno suelte a 26, 15, 12, 10 reos de conciencia seleccionados a su arbitrio. Sin que nadie sepa a ciencia cierta cuántos de ellos han estado de veras todo el tiempo ("¡Qué me cuentas: tú también 'taba allí, chico?", preguntaría a su achinado juez el pícaro Tres Patines) tras las rejas desde la primavera del 2003. Pocas migajas más...

La increíble transfiguración (hiede a patraña policial, interesado corrector de estilo y contenido y portañuela alternativa con telarañas) de Dania Virgen de la marginalidad a la ejemplaridad mariana nos da la tónica de una coyuntura milenarista en la que, a guisa de panes y peces bíblicos, se multiplican los milagros de feria. Impunemente pues, como de costumbre en ellos, nuestros innominados representantes plenipotenciarios ante el "mundo civilizado" se hacen los de la vista gorda o, a lo sumo, dejan caer a granel en la prensa occidental consejos equidistantes que se hacen pagar a buen precio.

Habría que ser ciego y sordo para no haberse dado cuenta de que el caso de la Madona de Arroyo Naranjo es más bien la norma: la calidad humana de la intelectualidad exiliar, igual que la de sus colegas cautivos de la UNEAC (eso se llama "Ser cultos para ser libres") ha descendido por debajo del nivel de la chusma pacotillera del régimen. Emulan con ventaja a jineteras y pingueros. El festín de premios gordos, prebendas y agasajos a pie de escalerilla en Barajas sólo parece garantizado para la guara sicofante de los 75. De paso, el escenario quedaría listo para que Obama-Hilaria y Zapatero-Moratinos proclamen a los cuatro vientos que por fin La Habana ha empezado a "mover fichas" (Fariñas copiando ayer a Aznar) y, por tanto, sería un crimen horrendo no corresponder levantando el obsoleto y contraproducente embargo, etc., etc.

[Nota autobiográfica: Estuve preso de veras en Ariza, y sé lo que es querer salir del vórtice de ese "universo concentracionario" (Cabrera Infante). Pero jamás me pasó por la mente la peregrina idea de hipotecar el porvenir de la Isla a mis ansias de libertad. Mucho menos exponiendo a mi difunta esposa Gipsia Cáceres de La Guardia, que pasaba las de Caín para ir a verme, a represalias verídicas o de ficción. Habría sido tomar el efecto por la causa, generar un círculo vicioso sin salida. Dilema del que, sin embargo, todo reo de conciencia puede librarse a sí mismo, a su parentela y a toda la Isla mediante el simple expediente de no caer preso.]

A ese triste epílogo contestatario, pactado con alevosía y nocturnidad de espaldas a la obstinada y/o indiferente ciudadanía, asistiremos pronto, estimado colega, en calidad de convidados de piedra gracias a la funesta unanimidad prevaleciente en nuestras filas. La Habana reducida a ciudad benéfica... Menos mal que el difunto Cabrera Infante se libró del insulto mortal de presenciar en su vejez a orillas del Támesis el grandioso oficio de acción de gracias que acompañará el mes entrante la parusía habanera del mamerto pontificial Monseñor Mamberti (foto). O “Mamboletti”, como lo motejaría sin remedio el guasón de Mea Cuba si no estuviese enterrado.

Por fortuna, la cicatería del Hermanísimo es tan poco imaginativa como infinita la genuflexibilidad de la disidencia leal y fantástica la truculencia de nuestra gendarmería secreta, que esta vez podría haberse pasado de lista con esa roñosa trama negociadora. De modo que aún es demasiado temprano para descartar del todo la posibilidad del papelazo y la carcajada de alivio a mandíbula batiente…