Sunday 23 December 2007

Exorcizando la melancolía navideña en el exilio colonés

Donde el Abicú se contempla el ombligo y hace catarsis...

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Desde hacía un ventenio por lo menos antes de mi único vuelo a la Isla en 1999 en catorce inviernos exiliares (llegué a Colonia en 1993), cada vez que el año tocaba a su fin me abismaba de repente en un pozo sin fondo de pura melancolía. Hoy sé que aquel desánimo navideño de otrora era la fase depresiva de un revolucionario ante la opresiva certeza del fiasco de la Causa.

Por fortuna, aquellas como estas son crisis pasajeras, duran un par de horas. Ayer, sin previo aviso, entré en caída libre en uno de esos esotéricos ritos de paso a Fin de Año en el ostracismo. Ahora me despeñaba barranco abajo debido a una certidumbre igual o --por sobreponerse a la anterior-- aún mayor de cara al previsible fracaso de un movimiento anticastrista que al cabo de casi medio siglo no encuentra una brújula común. Discúlpenme esta descarga de egolatría a pulso fuera de fecha, pero también para estos menesteres catárticos ha de servirme la bitácora...


Anna y yo acabábamos de regresar en bicicleta del supermercado, a donde habíamos hecho las compras para la cena de Noche Buena (vienen Rey Alfonso, Kanako y Gladys la peruana; la chica de Kubalgie está de guardia en su clínica) cuando, al observar el tétrico atardecer a través de las ventanas de mi cuarto de trabajo, detecté las primeras señales del brusco cambio. Una nostalgia feroz por las calles de La Habana, por el calor de mis hijos, hermanos, amigos, colegas, se adueñó de mi alma de desterrado.

Y como de costumbre aquí en Colonia --que es una prórroga del cautiverio-- evoqué a mis dos deidades tutelares, a mis dos ángeles de la guardia: mi madre carnal Mercedes y mi madre erótico-conyugal Gipsia. Se me ocurrió que ambas mujeres amadas vivían aún en la Isla, en compañía del resto de la familia, todos ellos rebosantes de felicidad, tercamente a la espera de mi retorno.

De un modo preciso, palpable casi, volví a experimentar la vívida sensación de que, en realidad, el único ausente para siempre muerto era yo y que todos los míos estaban vivos allá lejos en la Isla, bajo el sol, a la brisa y el olor del mar omnipresente. La precisión sensorial de aquella intensa vivencia psíquica guarda relación con una antigua creencia popular afrocubana que atribuye a los ancestros una sobrevida consciente de ultratumba desde la que no sólo contemplan a los suyos acá abajo, sino que velan por su bienestar. ¿Y qué otra cosa hace por los suyos en la Isla un exiliado cubano desde su inmensa lejanía?

En ciertas noches borrascosas de plenilunio mi madre decía haber visto los rostros sonrientes de mis dos abuelos entre los fugaces celajes de las nubes. Y en casa de mi abuela materna en Cárdenas los finados entraban y salían a voluntad, alternaban con los vivos y, en ciertas fechas, se les ponía una opípara cena sobre una placa de cemento al fondo del patio. A cada rato se oía confesar a más de una parienta viuda, como si tal cosa, que el difunto le hacía regularmente el amor por las noches. ¿Acaso no se iban bebiendo poco a poco el agua de los vasos debajo de sus amarillentos retratos, como bien se apreciaba en las marcas descendentes sobre el cristal? (Foto: Mercedes, aprox. 1970)

Pero, entendámonos, el Abicú no es creyente ni ateo. Es más bien agnóstico, partidario de la relatividad de todo conocimiento humano; portador, sin embargo, de una metafísica compleja y una especie presciencia más estética que religiosa, hecha de supersticiones asimiladas durante una infancia mayormente dichosa. Desde un punto de vista estrictamente cultural, se adscribe parejamente a la cristiandad y a los cultos afrocubanos.

Administra sus dudas metafísicas por cuenta propia, sin dioses antropomórficos ni intermediarios sacerdotales, un poco a la usanza protestante, convenientemente purgada de todo género de puritanismos. Ilustraré lo dicho con algo que me sucedió años atrás en esta villa renana. Acometido por una de esas violentas saudades navideñas, me puse a escanear fotos de mis interiorizadas difuntas...

Antes debo aclarar que, en verdad, forman una triada tutelar. Pues justo es incluir a mi primera compañera de vida en Colonia, la hispanista Monika López (Bauer, de soltera) --quien fue profesora de la Escuela de Letras, amiga entrañable del pintor Nicolás Guillén Landrián (fallecido), con quien solía compartir de vez en cuando un porro en su (el de él) apartamento habanero--, y del escritor Bernardo Marqués Ravelo, exiliado en Miami. (Foto de al lado: Monika en casa con su nieto en 1995.)

De hecho, como con Gipsia, mi primer encuentro con Monika tuvo lugar en circunstancias que despertaron en mi conciencia una vieja superstición según la cual cada vez que me veo abrumado por una situación existencial extrema mi madre envía en mi rescate a una Ochún o una Venus que me saca del mal paso por la senda del amor. No se burlen, por favor. Lo digo en serio, y sobran testigos presenciales aquí en Colonia para sacarles de duda.

A los tres meses de salir del "tanque" y dejar atrás--gracias al provindencial telefonazo a Villa Marista del embajador de Alemania-- el ineludible juego al gato y el ratón de la Seguridad del Estado con los opositores excarcelados, las autoridades de emigración me dieron por fin la ansiada tarjeta blanca y pude abordar el jet de LTU que la gélida mañana del 21 de noviembre de 1993 me eyectó con una mano alante y la otra atrás en el aeropuerto de Düsseldorf.

Durante el vuelo y ya en cola para los trámites de aduana no dejaba de preguntarme, angustiado después de haber quemado las naves, qué pasaría, a dónde dirigirme, si a la salida del aeropuerto no me aguardaban mis desconocidos anfitriones del
Deutscher Übersetserverein (Unión de Traductores Alemanes). Por fortuna, tan pronto salí al exterior mal enfundado en mi tropical terno de gabardina china bajo una temperatura polar, surgieron cual diosas de la máquina la secretaria del Verein y Monika en rol de calesera motorizada.

Durante el trayecto la funcionaria, siempre cortés pero inquisitiva, me iba comiendo a preguntas burocráticas y profesionales. Inesperadamente, el auto se detuvo frente al STOP de un paso a nivel y Monika, que apenas había abierto la boca durante el viaje, me envolvió en una de esas miradas entre lánguidas, brujas y picarescas que son un cheque en blanco al portador en ojos de mujeres experimentadas.

Le sostuve la mirada, recayendo súbitamente en mi romántica superstición: ¿una amorosa socorrista enviada de urgencia por mi madre desde su atalaya en el Más Allá? Verdad o mentira, lo cierto es que menos de un mes después le decía adiós a mi morada provisional en el Colegio de Traductores de Straelen, opulenta pero soporífera aldea pegada a la frontera con Holanda, y me mudaba al humilde pero cálido apartamento sotanero de aquella hermosa desconocida en esta ciudad. (Foto de al lado: Mónika con el pequeño David en 1994; para su amigo Marqués Ravelo, que nunca la ha olvidado allá en Miami.)

Aparte de mi abeja reina particular, Monika fue mi cicerone a orillas del Rhin: no sólo me aportó algo tan esencial para cualquier exiliado como un primer círculo de amistades y contactos locales sino que, por mediación de ella, conseguí el lucrativo empleo en la
Deutsche Welle, la famosa Voz de Alemania, que me permitiría subvencionar con largueza a los míos en la Isla hasta el 2002. (Lo sigo haciendo hasta hoy, aunque en una escala menor.)

La relación con Monika, fémina con el demonio en el cuerpo y el alma, recelosa como el cáliz de una planta carnívora y a la vez voluble como la
donna tornadiza de la célebre ópera de Verdi, era para ambos una mezcla de fervor amoroso y sadomasoquismo casi hebdomadario en el trato. No fue ella amante incondicional como Gipsia. No obstante, entre desencuentros amargos diz-que definitivos y dulces, trepidantes reconciliaciones, tenía la virtud de absorberme, de hacerme olvidar mi drama exiliar...

Y hete aquí que... "de nuevo la muerte, su paso breve", interponiéndose ahora en el destierro. En julio de 1996 Monika, entre inenarrables sufrimientos, murió de cáncer uterino al cabo de año y medio sometiéndose en balde a todos los tratamientos posibles, desde la termoterapia, pasando por la quimioterapia y el opio para mitigar cólicos y dolores, hasta los más nauseabundos engendros de la medicina alternativa. Baste decir que tuve que pelarla al rape en tres ocasiones.

Y una coincidencia de ella con Gipsia: sus voces rotas preguntando en plena madrugada: "¿Por qué yo, Gran Poder?" Warum ich? ("¿Por qué yo?"). Una vuelta brutal en Colonia a las angustias de aquella otra neoplasia de mamas que se había llevado a Gipsia estando yo todavía tras las rejas del penal de Ariza.

Estrépito de iconos tutelares trizados uno tras contra mis sienes en dos años escasos. Rumiaba, convulso e impotente, un doble infortunio que aún podía triplicarse. ¿Acaso una maldición? Ahí, del golpe, colgué en mi oficina doméstica el cuadro alusivo de al lado. Presagio doloroso, premonición fatal: aquellas damas de fantasía a las órdenes de Mercedes eran frágiles, efímeras como rosas, como todas las amantes de leyendas oníricas.

De aquellos dos traumas sucesivos, de aquellos dos amores inmensos con finales luctuosos, extraje la falsa resolución preventiva de que en lo sucesivo evitaría a toda costa enamorarme al extremo de permitir que alguna otra mujer se me adentrase de esa manera hasta el fondo del alma. (Foto de al lado: "El amor y la muerte", afiche premiado en el Concurso de Fotografía de Garstig-Múnich, 18-10-97.)

No, no frunzan así ceño: no me dio por meterme a
softy, ni a misógino ni mucho menos a gay. Por más que nada tenga en contra de esa última mutación genérica tan en boga por estos lares teutones, donde más bien hay que dar explicaciones por ser macho moderno, liberal y tolerante como el Abicú ( lo que no es obice para que haya un permanente déficit de heteros masculinos en el mercado erótico local). Transcurrieron varios años durante los cuales el Abicú pretendió resignarse a un destino de picaflor.

Se achantó un poco durante un tiempo con una trigueña curda (del Kurdistán no borracha) de pasarelas a la que le doblaba la edad y sobraban otoños, pero a la que no lo unía otro pegamento que la solvencia de él y la frescura de carne de aquella beldad sarracena renegada del Islam, cuya foto no inserto por respeto a Anna. Así que, fuera de casa y alcoba, ella por su lado y el Abicú por el suyo: solían compartir mesa pero no platos, ya que su paladar turco era demasiado exótico para él y, viceversa, el congrí y la carne de cerdo para ella.

Sólo una vez vacacionamos juntos, en las Palmas de Gran Canaria, donde el poeta Manuel Díaz Martínez puede dar fe de aquel disparatado enlace bicultural. Otra dama teutona, cuyo nombre me reservo, suplía mis carencias espirituales, aplacaba mis ardores y me acompañaba durante las vacaciones. Con todo, el hábito de convivir sin discordia, plus una creciente dosis de ternura paterno-filial, conspiraba contra el divorcio de aquella pareja dispareja sin papeles. A saber, la Sh... (no revelaré su nombre por prudencia, ya que pertenece a una cultura intransigente con las hembras) se había criado sin padre y yo, por mi parte, echaba de menos a mis hijos. (Foto de al lado: con Anna en Venecia, 1999)

En esos malabares conyugales andábamos cuando irrumpió como una saeta teledirigida entre ambos doña Anna Klümper, mi esposa actual. La valquiria se encargó de romper la inercia, librándome con prusiana impetuosidad de aquel amorío pegajoso pero sin perspectivas, ahuyentando de paso a su segunda rival incógnita aquí. Doble desgarramiento bueno para romper una dualidad afectiva que había sido una constante en mi historial amatorio.

Para mi tranquilidad --y la vuestra, si han puesto asunto a la trama de este relato obsesivo-compulsivo de todos mis cierres de año en este ambivalente exilio colonés--: ni al principio ni durante los dies años que llevamos juntos jamás tuve la aciaga sensación de que Anita fuese una emisaria de mi madre, sobre todo porque en modo alguno se podía afirmar que había venido a sacarme de otro difícil trance existencial.

Más por suerte que por desgracia, mi nueva media naranja ni siquiera ha intentado obrar el prodigio de salvarme del cáncer espiritual que me va a matar sin remedio: el amor a la Verdad desnuda, esa medusa insaciable, rutinaria y absorbente, desprovista de humor y fantasía, desmañadamente tendida sobre lecho de crótalos, cuya mirada de basilisco no se harta de convidarme a sus cópulas letales.

Señal inequívoca de que Anna Klümper no había sido enviada por mi flemática progenitora, sabedora de que nadie que se case a perpetuidad con esa fea, horrenda, ingrata efigie, tiene
redención posible en un mundo tan desaforadamente aferrado a espejismos, ficciones, ilusiones, utopías... Conste que al Abicú también le agradan los múltiples disfraces seductores de doña Mentira, pero sólo en arte y literatura.

Con esto, retomamos el tema de las reminiscencias ancestrales. Operando a nivel del subconsciente, a ratos esos rezagos del pasado remoto lo impulsan a uno a actuar tal como a menudo veía hacerlo durante la infancia a sus antepasados. Uno de esos fines de año, no recuerdo cuál, mientras atravesaba por una de estas crisis de salvaje melancolía navideña, me dio por escanear fotos de Mercedes, Gipsia y Monika para armar un collage, ponerle un marco y colgarlo en la pared al lado de mi escritorio.

Días despúes, sin asociar un acto al otro, compré en una tienda de segunda mano un grabado en cobre con una flor y lo coloqué debajo del cuadro. Pasaron meses hasta que un buen día, al volver la vista de pronto en mitad del trabajo, observé lo que había hecho y me dije: "¡Coño, negro, pero si has montado un altar!" Juzguen ustedes...

Esta rutina mental, este machaque de testículos a Fin de Año, se repite siempre con un sinfín de detalles más que me llevan, compulsivamente, de ida y vuelta del presente en Colonia al pasado remoto en Cárdenas, mi ciudad natal, pasando por La Habana, cuyas calles y avenidas (Obispo, Prado, Águila, Neptuno, San Rafael, Corrales, Galiano, Dragones, Monte, Reina, Diez de Ocubre, Malecón, La Rampa, Línea, Paseo...) recorro como un zombi trashumante de arriba abajo con la misma ansiedad de la última vez que visitara la ciudad hará unos diez años.

Para aquel ansiado viaje me habían concedido en el consulado de Bonn un permiso de 21 días, prorrogables a 28. A los quince días, temeroso de meterme en problemas, pagué cien dólares a los representantes de Iberia en La Rampa por regresar cuanto antes. La pesadilla kakiana empezó en el aeropuerto mismo, cuando un teniente de aduanas me demostró fehacientemente que mi pasaporte no existía. En efecto, en Bonn habían cometido un error al renovármelo automáticamente por dos años a partir de la fecha exacta de emisión del original, de donde resultaba que no entraría en vigor hasta agosto y yo había arribado a la Isla en mayo.

¿Azar o maldad? En fin, permanecí tres horas y pico retenido a la espera de que se esclareciera el equívoco, me devolvieran a Alemania con el próximo avión o quién sabía qué. Temiendo que mis familiares, al no haberme visto entre los viajeros después de despachado el vuelo, denunciaran el caso, hube de rogarle al amable (lo fue) oficial que, a fin de evitar malentendidos, ya que yo era un "connotado disidente", me dejase salir a saludarlos y explicarles el incidente.

Accedió de inmediato, sin poner reparos ni mala cara. No voy a agotarles la paciencia contándoles las peripecias de aquella fatídica estancia mía en La Habana. Me marché antes de vencer el plazo normal, porque ciertos percances indicaban a las claras que ya me estaba involucrando otra vez en demasía en los asuntos internos de mi triste país. Alguna vez contaré con lujo de detalles cuáles fueron esos desencuentros peligrosos.

Ya lo he hecho ya oralmente un montón de veces y --al menos en parte-- por escrito en una entrada reciente de
El Abicú Liberal. Recordarán que el artículo de marras termina con la administradora de una shoppy cortando en seco mi cadena de suposiciones con esta lapidaria frase: "¡Señor, en este país no se puede suponer nada!" Punto y aparte. Era el colofón de una serie de disgustos y encuentros de mal agüero.

Pero, como todos los fines de año, he vuelto a volar a La Habana. Por encanto, he podido andarla y desandarla a mis anchas, no en mente, sino en forma audiovisual animada. Debo el milagro a "Yoyi", el titular del formidable blog Ventana a Cuba, que vio y filmó la villa de San Cristobal con sus ojos y los míos. Esto es, sin tremendismos críticos ni edulcoraciones turísticas. Muy bien elegidas
, por cierto, esas trovas de fondo, que hacen las veces de moderador paródico. No hace falta más. El resto lo suple el espectador exiliar, que sabe de qué va el asunto. ¡Genial!

Su serie de vídeos titulada
Ventana Habanera (en seis partes) ha obrado el milagro de extraerme de golpe y porrazo del fondo del pozo de melancolía navideña, después de haberme lacerado la yemas del dedo índice marcando en vano los números telefónicos de mi hijo y hermana menores en la Isla carcelaria del Magno Paciente y su Hermanísimo.

Bien, ya me he regodeado sin complejos en la contemplación de mi ombligo y vaciado el costal de las rabias nostálgicas, ya he hecho catarsis esta madrugada. Aligerado del lastre síquico acumulado durante este novelesco 2007, sin darme cuenta me he ido deslizando con mejor ánimo a otro 24 de diciembre en el exilio, tan lejos de los míos y de las ruinas de lo que fue nuestra Habana y ya nunca volveré a visitar, a no ser cuando vuelva a merecer el nombre del hotel de L y 23: Habana Libre.

Sólo me resta pedirles de nuevo disculpas a quienes hayan tenido la gentileza de seguirme hasta el final en este acto de exorcismo mental y desearles a todos, insulares y migrantes, de todo corazón...

¡FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO AÑO NUEVO
CON LECHÓN, CONCORDIA Y SOBRE TODO LIBERTAD!


Vamos al Malecón



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Galiano

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12 comments:

analista said...

Coño Pomar, el inicio del film me lanzó también al abismo nostálgico, ya que son las inmediaciones de la casa de mis padres, de los cuales solo queda el viejo en su soledad. Hasta se ve la casa un poquito, en la parte superior izquierda.

Feliz Navidad y próspero año nuevo!

Jorge A. Pomar said...

Pues sí, Analista, también yo ando siempre en busca de los barrios donde viví o solía frecuentar: Jesús María, Pueblo Nuevo, Alamar, Cayo Hueso...

Escudriño sobre todo la parada de ómnibus y ruteros frente al Capitolio, donde pueden estar haciendo cola parientes, amigos, colegas o vecinos.

Una vez descubrí sendas fotos, nitidísimas, del edificio de Aramburu esq. a San Rafael, donde nació y vivía Gipsia.

La puse como fondo de pantalla, pero tuve que quitarla enseguida, porque me daba la impresión de que en cualquier momento iba a descorrerse la cortina del centro del balcón en el segundo piso y aparecería ella, llamando a alguna vecina.

Lo propio para ti y los tuyos: ¡Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo!

El Abicú

Manuel Sosa said...

Felices Pascuas, y mucha suerte y felicidad. Siempre por Cuba.

Los Miquis de Miami said...

FELIZ NAVIDAD, POMAR, HAY MUCHOS QUE SEGUIMOS CAMINANDO POR LA HABANA, EN CUALQUIER LUGAR QUE NOS ENCONTREMOS.

UN ABRAZO

Isis said...

¡Felicidades!, Pomar.

Anonymous said...

¡Qué relato, Pomar! Cuántas similitudes Navideñas de sentimientos...¿Qué nos pasa? ¿Por qué somos cientos, miles que andamos por el mundo y padecemos de la misma nostalgia Tarkovskyana y ese recurrente traer (y sufrir por ello generalmente) al presente nuestros recuerdos habaneros, cubanos...? Siempre por estas fechas tenemos donde estemos a nuestras calles, nuestras mujeres, nuestros alcoholes, nuestros malecones...llevo dos Navidades menos que tú en Europa, llevo también esas mismas Navidades con mis situaciones "existenciales extremas", montándome altares y pensando constantemente ¿con quién estuviera ahora allá bajándome este buche efusivamente? Más que con quién, cómo estaría...nos ubicamos desafiando tiempo y espacio en lo que nos hizo feliz con muy poco y nos aferramos a ese recuerdo. ¿Será esto la morriña?Creo que no nos dio tiempo a prepararnos para prescindir de todo aquello, casi nada, es más, creo que nunca estaremos preparados para ello.
Feliz 2008 al Abicú, al que tanto visito, feliz año para todos sus lectores, y feliz año nuevo para ti.
Roberto. Las Palmas de G.C.

Anonymous said...

Gracias Pomar por el alma que muestras, Feliz Navidad y muchas cosas buenas para ti y para los tuyos. Un abrazo cubano,

Al Rodriguez

Anonymous said...

Negro: Apretaste con el post de hoy, te mató la nostalgia y me contagiaste, aunque "todavía" estoy en el caimán, pasé por algo parecido y los recuerdos me ponen en baja a cada rato.

MUCHAS FELICIDADES, y fuerzas, que necesitamos todos...

j. ferrer said...

Un abrazo apretado, tocayo, y lo mejor para ti, los tuyos y los de todos.
jf

Anonymous said...

Gracias Abiku y felices fechas
Roko

Anonymous said...

Ache pal abiku 2008

rori

Anonymous said...

tío feliz navidad y año nuevo para ti y familia en Alemania. Me gustó mucho lo que escribistes. Recuerda que tienes familia no solo en Cuba. tu sobrinita.it