Monday, 17 December 2007

¿Quién ha dicho eso?

Nikita Jruchov explica mutismo cubano

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Cuentan que en febrero de 1956, mientras Nikita Jruchov pronunciaba en el Kremlin su famoso discurso secreto sobre los errores y horrores de Stalin, reinaba entre la selecta concurrencia un silencio sepulcral. Interrumpiéndolo de repente, uno de los altos funcionarios del PCUS, que no era santo de la devoción del orador, se atrevió a levantar la mano y…

Pero dejemos la anécdota para el final a fin de escuchar previamente de qué iba el discurso del nuevo secretario general:

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¡Camaradas! […] El objeto del presente informe no es una valoración exhaustiva de la vida y la actividad de Stalin. (...) Ahora nos encontramos frente a una cuestión de inmensa importancia para el Partido en el presente y en el futuro [...] se trata de cómo el culto de la persona de Stalin fue creciendo gradualmente; ese culto que en determinado momento se convirtió en la fuente de toda una serie de perversiones unánimemente graves y serias de los principios del Partido, de la democracia del Partido, de la legalidad revolucionaria [...]

Stalin no actuó mediante la persuasión, la explicación y la cooperación paciente con las personas, sino imponiendo sus conceptos y exigiendo obediencia absoluta a su opinión. Quien se oponía a ello, o procuraba probar su punto de vista y la exactitud de su posición, quedaba sentenciado a la exclusión del mando colectivo y a la correspondiente aniquilación moral y física. [...] (Foto de al lado: Stalin retratado a su muerte en el 56 por Pablo Picasso)

Stalin inventó el concepto “enemigo del pueblo”. Este término hizo automáticamente innecesario que se probaran los errores ideológicos de un hombre u hombres dispuestos a la discusión; este término hizo posible el uso de la más cruel represión, la violación. todas las normas de la legalidad revolucionaria contra cualquiera que, en una u otra forma, estuviera en desacuerdo con Stalin; contra todo sospechoso de intención hostil; contra cualquier hombre de mala reputación.

Este concepto “enemigo del pueblo” eliminó radicalmente la posibilidad de cualquier clase de lucha ideológica, y la posibilidad de dar a conocer opiniones personales sobre tal o cual punto, aún sobre cuestiones de carácter práctico. En verdad, la única prueba de culpabilidad empleada (contra todas las normas de ciencia legal) fue la «confesión» del propio acusado; y como lo demostró la investigación ulterior, se obtuvieron «confesiones» por medio de torturas físicas contra el acusado [...]

Ese enfermizo recelo creaba en él una desconfianza general, aun con respeto a eminentes trabajadores del Partido a quienes habíamos conocido durante años enteros. Por doquier veía «enemigos», «espías» y «traidores». Dueño de un poder ilimitado, su despotismo no conoció límites y fue capaz de aniquilar a los hombres moral y físicamente [...] Así Stalin sancionaba en nombre del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (Bolchevique) la más brutal violación de la legalidad socialista, la tortura y la opresión…

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La anécdota en síntesis:

Como es sabido, además de acusar a su predecesor de haber practicado un morboso, sanguinario “culto a la personalidad”, Jruchov prometió que en lo sucesivo se iniciaría bajo su mandato una fase de rectificación basada en el liderazgo colegiado.

El aguafiestas de marras --cuyo nombre no se consigna pero que por alguna razón le caía fatal al nuevo mandamás de la URSS y del comunismo internacional-- tuvo la hasta entonces inaudita osadía de lanzar, en voz alta, sin previo aviso y en tono de reproche, una pregunta que cuestionaba nada menos que la conducta anterior del nuevo secretario general:

“Camarada Nikita Sergeiévich --le espetó el funcionario al atónito orador para admiración de la sala--, Usted era uno de los dirigentes más cercanos a Stalin. ¿Se puede saber por qué, sabiendo todo lo que sabía de él, no lo criticó o arrestó en vida por todas esas atrocidades que acaba de describirnos?"

Los rostros ensombrecidos de los concurrentes, iluminados por un súbito destello de alegría por el mal ajeno, se volvieron hacia la tribuna. Captando al vuelo la gravedad de la situación, Nikita salió de su momentáneo atortojamiento. Frunció el entrecejo amenazadoramente, alzó el brazo derecho con el puño engarrotado y, haciéndose el que ignoraba quién lo había interpelado, inquirió con voz de trueno:

“¿¿¿QUIÉN HA DICHO ESO???”

Nadie levantó la mano ni hizo el menor ademán de responder. De golpe y porrazo, todas las caras volvieron a petrificarse. Un silencio sepulcral se adueñó de la sala. Al cabo de unos interminables segundos de angustiosa tensión, un Jruchov relajado y paternal comentó:

“Bien… ahora ya todos saben por qué no critiqué o arresté al camarada Stalin”.

En efecto, el proceso de "desestalinización" había comenzado, pero sólo se podía hablar mal de Stalin y de asuntos de menor importancia. Jamás, bajo ningún concepto, del nuevo secretario general, el Comité Central, el PCUS o la ya no tan letal pero todavía tenebrosa y ubicua KGB. Dicho en jerga insular, se podía jugar con la cadena pero no con el mono.

Moraleja para cubanos de fuera y de dentro: nunca pregunte a un cubano de la Isla por qué no dice bajo Raúl lo que calló bajo Fidel. Tampoco a un tránsfuga actual por qué no dijo antes en la Isla lo que ahora en el exilio. Si una vez fuera desembucha espontáneamente, ya es mucho. Y hay que agradecérselo, visto que la mayoría no se atreve a hacerlo ni siquiera en La Florida.

En en el fondo, a menos que nos hagamos los suecos, siempre hemos sabido todos la inteligente respuesta insinuada por Nikita: por puro miedo, pánico del que atenaza los labios con barrotes, hace crujir los dientes, paraliza el cuerpo e induce a levantar el vuelo rumbo a lares más felices.

Un horror así ante lo desconocido imaginable del que da escalofríos en el espinazo, un horror como el que de pronto acometiera a aquel incauto crítico perteneciente a la alta nomenclatura soviética, explica por qué el pasado 10 de diciembre, Día Mundial de los Derechos Humanos, sólo concurrieron al céntrico parque del Vedado doce personas, Darsi Ferrer y esposa incluidos. Explica también que las Damas de Blanco sigan marchando solas por las calles capitalinas.

Amén de que la comparación con la muerte de Stalin cojea, pues Fidel Castro respira todavía e, incluso después de las Magnas Exequias, no se vislumbra allá en la Isla un proceso de descastrización similar en ningún sentido. Y habida cuenta de que lo del "largo brazo del castrismo" dista mucho de ser una fábula, los tránsfugas exiliares sin pelos en la lengua ni parachoques antigringos corremos múltiples riesgos incluso del lado libre del Muro de La Habana: mobbing, ninguneo, boicot mediático, espionaje a domicilio, agresiones verbales y hasta físicas de la infalible quinta columna castrista local, temor a o prohibición de volver en caso de urgencia...

Con todo, sin dejar de comprender a quienes enmudecen a nuestro alrededor, a la intimidatoria pregunta jruchoviana "¿Quién ha dicho eso?", contestamos "¡Yo, éste que está aquí!", dando cara, nombre y apellidos, y domicilio fijo. Como los corajudos opositores de la Isla, que a diario esperan la visita del verdugo, puerta de casa abierta de par en par y viático siempre listo, por lo que pueda suceder...

2 comments:

Anonymous said...

Sobrecogedoramente cierto, Pomar.

Anonymous said...

...pero nadie aprende por cabeza ajena y la historia se repite, se repite y se repite. estúpidos humanos