Nadie escuchaba entonces, casi nadie escucha ahora

O lo que ya pasó en Cuba puede repetirse en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua...

Por Jorge A. Pomar, Colonia

"A los dolores invoco rogándoles ayuda:
son amigos y dan buenos consejos".
Johann Wolfgang von Goethe

Si es Usted, lector, ciudadano de alguno de esos infortunados países sudamericanos cuyas masas populares siguen de grado o mal grado el sendero luminoso del "socialismo del siglo XXI", haría bien en armarse de paciencia y ver hasta el final las tres partes de Nadie escuchaba (Nobody listened), un largometraje sobre la represión en nuestra Isla.

Y por aquello de que la verdad requiere más reforzamiento que las mentiras --que tienen ciertamente patas cortas pero son miriápocos-- persista, por favor, no desconecte hasta el The End: la reiteración de testimonios similares es intencional, un recurso nemotéctico en este crudo documental.

En Nadie escuchaba, Néstor Almendros y Jorge Ulla muestran la cara oculta del castrismo desde su supuesto "período romántico" en los años sesenta, con énfasis en el lapso inicial cuando, según contumaces ilusos del patio y el exilio, por desgracia los revolucionarios cubanos nos habríamos extraviado en nuestro desmesurado empeño por erigir "otro mundo mejor".

Escuche, pues, a víctimas criollas de todas las edades, sexos, razas, religiones y clases sociales y filiaciones ideológicas (comunistas incluidos). Contraste los sofismas en boca de verdugos mayores y menores con las eternamente renovadas e incumplidas promesas del régimen.

Víctimas y victimarios le traerán sin falta a la mente este último, surrealísimo rebrote castrista en América del Sur. Como espectador, experimentará al final la angustiosa sensación de asistir a la puesta en escena real de unos flautistas de Hammel cada vez más burdos y circenses que, no obstante, con sus anacrónicas letanías populistas hipnotizana nuevas generaciones de incautos. Es en el eterno círculo vicioso de la historia subcontinental.
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¿"Nadie escuchaba"?, como escribió el ex prisionero político Armando Valladares en Contra toda esperanza. O más bien, ¿"casi nadie escucha todavía"? La segunda frase parece más acertada. A juzgar, pongamos, por la nula solidaridad con los estudiantes venezolanos reprimidos por la policía chavista o con las regiones del llano boliviano en rebeldía contra las moralinas tercermundistas de ese otro indio con levita llamado Evo. Para no hablar ya del escandaloso mentís a la oposición anticastrista por parte de la Asamblea General de la ONU y la Cumbre Iberoamericana.

Con todo, en su momento el libro y el testimonio oral de Valladares y tantos otros compañeros de cautiverio suyos en París tuvieron la virtud de poner en evidencia por primera vez a las autoridades castristas ante la opinión pública mundial.

Como resultado, el régimen se vio forzado a reducir drásticamente el número de fusilamientos y --para decirlo con una imagen de carnaval habanero-- envolver en celofán las bayonetas con que sus custodios pinchaban los glúteos a los reclusos que testimonian en Nadie escuchaba.

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Cierto, a partir de la Primavera Negra del 2003 las sanciones han vuelto a acercarse a la media de los años 60, pero el cautiverio adopta formas menos sangrientas, más refinadas, sutiles, más a tenor con el dominio casi total que ejerce hoy el aparato policial sobre la martirizada población penal y extrapenal de la Isla.

Y puesto que el bestial experimento cubano se halla en vías de desarrollo en Sudamérica, la versión audiovisual de Contra toda esperanza cobra de nuevo una inusitada, amarga, violenta vigencia. Así, pues, es una suerte que Tutv, portal vídeos de Hispavista, lo haya puesto gratis a disposición de todos.

Ojalá que no, pero mucho me temo que dentro de poco algún que otro lector de los países de marras podrían descubrir su propia figura en este rudo espejo. Aunque sabido es de sobra que nadie escarmienta por cabeza ajena y pocos por cabeza propia, tal vez a algunos les sirva de algo reflexionar a priori sobre el sentido de las palabras del "príncipe de los poetas alemanes" (Goethe) en el exergo...

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"Guerra avisada no mata soldados", dice un refrán, por lo visto erróneo. Por tanto, aconsejamos en especial a nuestros lectores venezolanos, bolivianos, nicaragüenses y bolivianos - hacer un alto para curtirse frente a lo que se les viene encima o, coraje civil mediante, curarse en salud gracias al impactante largometraje de Almendros y Ulla.

A los cubanos ya nos sirven de poco o nada los recuerdos de los personajes entrevistados y las sabias palabras de Goethe. De vuelta del dantesco "Abandonad toda esperanza" a la puerta del infierno castrista, ya vamos entrando en la recta final, ya se vislumbran los primeros destellos de luz alfinal del oscuro túnel castrista. Con todo, tratándose de un excelente filme documental sobre nuestra historia reciente, nunca es tiempo perdido para quienes no hayan visto la cinta.

En cambio, urge que los "sudacas" aludidos abran los ojos. Y si no están dispuestos a dar la pelea lo más sensato es seguir, cambiando los toponímicos, a los franceses en eso de tener el corazón en el país y el dinero a buen recaudo en el extranjero.

Porque a buen seguro los conmovedores relatos que escucharán en este documental podrían cobrar, el día menos pensado, valor de premoniciones desoídas sobre su propia, cruel, inacable cotidianidad entre rejas o en el destierro, "con una mano alante y la otra atrás", por tiempo indefinido, como viene sucediendo desde hace casi medio siglo a tantos cubanos.

La moraleja de la más reciente reelaboración de la fábula orwelliana de los cerdos, en la versión probablemente venezolana que me envió vía Internet desde Suiza mi compatriota Tania Quintero, ilustra a la perfección cómo y por qué funciona todavía a pesar de todo en Sudamérica la vieja ratonera descrita por George Orwell en Animal's Farm:

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Fábula de los cerdos

Había un profesor de química en una gran escuela con alumnos de intercambio con un venezolano en su clase. Un día, mientras los estudiantes estaban en el laboratorio, el profesor observó a un joven que de forma constante se rascaba la espalda y se estiraba como si le doliese.

El profesor le pregunto cuál era su problema. El alumno respondió que tenía una bala metida en la espalda debido a que recibió un disparo mientras luchaba en contra de los comunistas en su país de origen los cuales estaban tratando de derrumbar su gobierno e instaurar un nuevo régimen, un "otro mundo posible".

A la mitad de la historia el alumno miró al profesor y le hizo una pregunta:

--¿Usted sabe cómo se capturan puercos salvajes?

El profesor creyó que era un chiste y esperaba una respuesta divertida. El joven respondió que no era un chiste:

--Usted captura puercos salvajes encontrando un sitio adecuado en la floresta y tirando un poco de maíz en el piso. Los puercos vienen diariamente a comer el maíz de gratis. Cuando se acostumbran a venir diariamente, usted construye una cerca de un costado del sitio en donde ellos se acostumbraron a venir. Cuando se acostumbran a la cerca, ellos regresan a comer el maíz y usted construye otro lado de la cerca. Ellos vuelven a acostumbrarse y regresan a comer.

--Usted va poco a poco hasta instalar los cuatro costados del cercado alrededor de los puercos, al final instala una puerta en el último lado. Los puercos ya estarán acostumbrados al maíz fácil y a las cercas, comienzan a venir solos por la entrada. Es ahí cuando usted cierra el portón y captura a todo el grupo'.

--Así de simple, en un segundo, los puercos pierden su libertad.
Ellos empiezan a correr en círculos dentro de la cerca, pero ya están sometidos. Luego, empiezan a comer el maíz fácil y gratis. Se quedan tan acostumbrados a eso que se olvidan como cazar por sí mismos, y por eso aceptan la esclavitud.

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Aleccionadora parábola, pero le falta un detalle morboso que los criollos hemos sufrido en carne propia: el maiz, símbolo ahí de nuestros "frijoles" y de todos los placeres del cuerpo y el alma, se irá poniendo cada vez más inasequible y difícil de conseguir.

Hasta que un buen día, de golpe y porrazo, resulta que sólo se pueden adquirir por una casilla de la libreta de abastecimiento en un comercio obligatorio tan bien surtido ahora mismo como la bodega capitalina de la foto de abajo. Como ya sucede en Venezuela con las "caraotas" y demás víveres. Y para entonces será demasiado tarde y peligroso ejercer el derecho al pataleo. Vivir para ver, hermanitos sudamericanos...