Friday 21 September 2007

La heroína Olga Benario y mi Brasil brasilero

Recuento de una conspiración que termina en cárcel y deportación

Por Paloma Pardo, Madrid


[Paloma Pardo (nac. 1942, La Habana).
Cardióloga en retiro.
Reside actualmente
en Guadalix de la Sierra, Comunidad de
Madrid, España.]


La primera vez que aterricé en Brasil me acordé de aquella famosa exclamación atribuida a Arnold J. Toynbee: “¡Al fin un país sin héroes!” El gigante sudamericano no había sufrido las guerras de independencia del resto de América Latina, ni sus secuelas separatistas. Y quizás, por eso, logró el milagro de mantener la unidad de su enorme territorio. Se libró igualmente, para bien y para mal, de la fanfarria heroica con que se inauguraron las repúblicas hispanoamericanas.

Brasil era, graciosamente, un país sin héroes. O eso me creía yo por (des)información libresca. “Desgraciado el país que necesita héroes”, replicaba a su discípulo el Galileo brechtiano. Lo cual, dicho a la inversa, colocaría al “país del carnaval” por antonomasia (o por estereotipia) en el rango de tierra bendita y en permanente estado de gracia -- con toda la redundancia sensual de "meu Brasil brasileiro", según la Aquarela do Brasil, el verdadero himno brasileño.


Muy pronto descubriría hasta dónde las verdades son realmente verdaderas. La izquierda brasileña idolatraba a una heroína que no era la garota de Ipanema, y yo me desayunaba con su increíble y triste historia. Olha que coisa mais linda. Se llamaba Olga Benario y era una mujer bella, inteligente, hábil, audaz, políglota y polimorfa, que no era brasileña ni había vivido en Brasil más que una temporada. Ni falta que le hizo para dejar allí su inmortal impronta de “revolucionaria internacionalista”.

Olga Gutmann Benario era el nombre completo de aquella judía alemana de clase media que quedó deslumbrada desde muy joven por los fuegos artificiales del experimento soviético. A los quince años ingresa en la Juventud Comunista. Y a los veinte, protagoniza y dirige un asalto a mano armada, en 1928, que la convierte en noticia de primera plana y la eleva al estrellato revolucionario. Junto a otros compañeros de militancia, irrumpe a punta de pistola en la cárcel de Moabit, un céntrico distrito berlinés, y rescata de la “justicia burguesa” a su novio y camarada, el dirigente comunista Otto Braun. Todo un derroche de intrepidez que se vio coronado por la fuga espectacular de ambos a la Unión Soviética. Sus fotos fueron circuladas por toda Alemania, se ofrecieron recompensas por pistas sobre su paradero, los persiguieron como a Bonny & Clyde, pero los dos pudieron llegar juntos y felices a la tierra prometida.

El dúo de Olga y Otto, sin embargo, no resultó muy armónico. Duró lo que un merengue moscovita. Ella era una mujer de acción y en muy poco tiempo se aburrió del escritor circunspecto. Olga buscaba emociones más fuertes y, con sus antecedentes de asaltante temeraria, no halló dificultades para llegar a ser oficial del Ejército Rojo y apparatchik destacada de la Internacional Comunista, más conocida por el acrónimo pasteurizado de Komintern.

Fue en el contexto de agit-prop e intriga internacional de esa organización, en el Moscú tenebroso de 1931, cómo se cruzan las cartas astrales de la audaz militante Olga Benario y el osado capitán Luis Carlos Prestes, bautizado por el novelista Jorge Amado con un nombre más literario que de guerra: El Caballero de la Esperanza.

Prestes había asombrado al mundo recorriendo de 1924 a 1926, con su columna de 1500 hombres, más de 25 000 kilómetros de la vasta geografía del Brasil. En ese gigantesco país —que no tendrá héroes homéricos, pero nunca le faltaron aventureros intrépidos, cangaceiros y zumbís de los palmares— el caballero andante brasileño consiguió poner en jaque al gobierno de Artur da Silva Bernardes durante más de dos años, hasta que la realidad del desgaste militar le aconsejó detener las andanzas de su aguerrida columna. Ordenó entonces el repliegue y cruzó con sus hombres la frontera con Bolivia.

Después del exilio boliviano, pasó unos años en Argentina, donde fue cortejado y cooptado por la élite de la Komintern, radicada en su sede regional de Buenos Aires. Y ya provisto de esas nuevas credenciales, hizo luego la ritual peregrinación a la meca del proletariado mundial. Lo recibieron en Moscú como a un héroe legendario y como a un líder vip del movimiento revolucionario latinoamericano que, por más señas, se mostraba incondicional servidor del Kremlin.

Y allí se quedó viviendo tan campante, con la madre y varias hermanas, en la Rusia irrespirablemente represiva de los años 30. Moscú no creía en lágrimas, pero no hay mejor militante que el que no quiere ver. Prestes miraba para el otro lado y no captó nada anormal en el país de los sóviets. Fueron sus años más plenos y felices, según el relato hagiográfico de Fernando Morais sobre la vida y milagros de Olga Benario, llevado al cine en años recientes también con el título de Olga [pinchar para ver secuencia moscovita en portugués del filme de Jayme Monjardim].

Se trata de una biografía novelada, escrita en portugués básico y con las inmensas lagunas propias de la literatura progre anterior al derrumbe del Muro de Berlín. Se detiene en los detalles más triviales, pero le escamotea al lector los hechos relevantes del período de ascenso del estalinismo. Su argumento se puede resumir en dos brochazos: Moscú bien vale una moza y Olga la camarada conspira que se pasó. A Olga le asignaron la tarea de “atender” a Prestes durante su estancia soviética en calidad de consejera, amante ad hoc y enlace con la Komintern. Y con él se fue en 1934 a Río de Janeiro, en aquel entonces una ciudad con rostro amable y dimensiones más humanas. Los dos se instalaron por todo lo alto en Copacabana, con la falsa identidad de un acomodado matrimonio portugués en viaje de boda.

Y aunque la luna de miel se eternizaba, paseando por el vecindario y por las playas cariocas parecían una pareja muy feliz y despreocupada. Nadie llegó a sospechar que, junto con un nutrido equipo multinacional de conspiradores, fraguaban un complot con el fin de provocar el levantamiento de las fuerzas armadas en todo el país. Nunca más a propósito la equívoca denominación de “contrainteligencia” para referirse al desprevenido contraespionaje brasileño de aquellos tiempos.

¿Stalin se volvía loco, más de lo que estaba, adoptando la línea trotskista de exportar la revolución permanente, aunque fuera mediante el paripé de una sublevación endógena de los militares brasileños? ¿Cómo se le iba a ocurrir tomar el cielo por asalto en el hemisferio austral, donde las constelaciones adoptan configuraciones tan distintas? ¿Ignoraba acaso que el entonces presidente Getulio Vargas era un dictador nacional-populista que contaba con firmes lealtades entre los uniformados, además del apoyo de amplios sectores de la población?

Aparentemente, la política de buena vecindad del presidente Roosevelt les había enviado una señal errónea a los analistas del Kremlin. O quién sabe si los estrategas del Buró Latinoamericano de la Komintern habían sucumbido al wishful thinking, al pensamiento desiderativo de que ya estaban dadas las condiciones subjetivas y objetivas para sonar en América del Sur el trompetazo de la “lucha final”.

Confieso que la cuestión a mí nunca me ha quedado muy clara, excepto la convicción de que todo fue una barrabasada como operación de inteligencia y como misión especial de insurgencia concebida para un país de extensión continental. Pero sea como fuere, el caso es que la llamada intentona comunista de 1934 tuvo su día D y su hora H, aunque le faltó su plan B.

Como era de esperar, falló estrepitosamente la singular trama urdida en la ciudad de la samba y el Cristo del Corcovado. Para confirmar el viejo adagio de que nunca segundas partes fueron buenas, la improvisada revolución, menos proletaria que cuartelera, se quedó apenas en el intento golpista. De ahí que se le conozca por el nombre de intentona.

Donde único llegó a prender la rebelión fue en la guarnición de Natal (Río Grande del Norte), una ciudad nordestina a la sazón muy pequeña, pero de playas idílicas y ñángaras testarudos. En poco tiempo, sin embargo, fue sofocado ese último reducto. Y el quijotesco Caballero de la Esperanza fue guardado a la sombra, con tiempo de sobra para rumiar su derrota y reflexionar sobre la diferencia entre gigantes y molinos.

Fueron nueve años de prisión no tan fecunda, pero suficientes para que Prestes terminara de catequizarse con el nuevo manual recomendado por el Partido, una vez que el ABC del “renegado” Bujarin fuera prohibido por “obsoleto”. Prestes pudo por fin aprenderse las tres leyes de la dialéctica, el misterio de la plusvalía y otros dogmas de la fe marxista. Al ser liberado, aparentaba el aplomo de un cuadro rebosante de sabiduría y madurez, pero todo era barniz de catecismo y pompa doctrinaria.

Salió de la cárcel más bruto que cuando entró. Nunca había poseído lo que se dice una cabeza bien amueblada, pero en su defecto ahora la llevaba adornada con la aureola roja del secretario general fogueado en el combate y la prisión. Si Prestes no alcanzó la estatura del héroe epónimo, fue porque le faltó la dimensión del mito. La vida le jugó una mala pasada. No tuvo la suerte histórica de morir joven y estuvo dando la lata hasta los 92 años. La mitología revolucionaria suele ser cruel con la vejez. No perdona las arrugas ni las canas, ni tampoco los divertículos o las colostomías. Mucho menos, las chocheras.

Para mayor inri, al Cavaleiro da esperança le dio por explayarse con la prensa. Se soltó de la lengua el muy machista y contó que había hallado al fin la esposa ideal. Su misión era el hogar, mientras que la suya era el Partido. Un enfoque más que troglodita para interpretar la división de roles según el sexo, que me recuerda el viejo dicho de las feministas primitivas: “Encima de puta, quiere que le ponga la palangana.”

Habría que ver, no obstante, si podía tirarse esos faroles con Olga Benario, una chica precozmente emancipada y acostumbrada a impartir instrucciones en el tono jerárquico del ordeno y mando. No se hubiera atrevido, ni en jarana, ante la superioridad intelectual de la mujer encargada de sacarlo del país en caso de fracasar su improvisada “revolución”.

El plan de retirada, sin embargo, no funcionó esta segunda vez. Y la germana suficiente no pudo repetir su fuga espectacular de Berlín a Moscú. Fue detenida y encarcelada igual que Prestes. Su papel como agente de una potencia extranjera y cerebro co-organizador de la intentona comunista de 1934, negado tercamente por la fanaticada izquierdosa, quedó plenamente confirmado al abrirse los archivos secretos del KGB luego del desplome de la Unión Soviética. Lo cual, desde luego, no ha impedido que los nostálgicos la sigan adorando como la heroica camarada que arriesgó su vida por “liberar” al Brasil.

No es tarea fácil desmitificar la leyenda de Olga Benario mientras los mitómanos sigan aferrados al mito de la sin par dulcinea roja del hidalgo brasileño. Con decir que hasta el propio Lula ha recomendado la película Olga, estrenada en 2004, como muy “importante en momentos en que se invierte en la educación política y la autoestima de los brasileños”. ¿Querrá el compañero presidente parecerse a los argentinos al invertir en la autoestima con el capital ideológico de una Evita alemana?

Tan bien que les va a los brasileños tal como son, radicalmente distintos a los vecinos del sur, y ahora resulta que los quieren modificar. ¿No estarán pisando terreno minado al estimular el orgullo nacional con base en una falsa heroína de importación? ¿No será más desdichado un país que se siente obligado a inventarse héroes?

El hecho de que Olga fuera una conspiradora soviética se ha visto opacado, de cara a la galería, por razones tanto ideológicas como sentimentales. La historia de la judía alemana distó mucho de terminar en un happy ending. Más aún, no pudo tener un final más trágico.

Olga se convirtió en víctima de la brutalidad antisemita al ser deportada [pinchar para ver secuencia de deportación en el filme] a su país de origen, la Alemania del III Reich. La internaron primero en el campo de concentración de Ravensbrück y, en 1942, terminó sus días en una cámara de gas en Bamberg. No logró sobrevivir a la caída del nazismo, pero en compensación se consagró como “heroína internacionalista”. Se volvió un mito.

Al gobierno de Getulio Vargas aún se le reprocha esa orden de deportación, ejecutada meses después del encarcelamiento de Olga. Indudablemente, distó de ser la mejor decisión. La convirtieron en mártir por obra de un error jurídico, que fue además un crimen político. A ningún régimen totalitario, sea del signo que sea, se le debe saciar el apetito con la entrega en bandeja de presas fáciles. Es simplemente criminal, aun cuando se tratara de una agente extranjera y pudiera alegarse además el relativo desconocimiento en Occidente, antes de 1945, acerca de los extremos de crueldad que alcanzó la vesania hitleriana.

Olga Benario no debió nunca ser deportada a la Alemania nazi, sino cumplir la condena en Brasil, que en definitiva fue el lugar donde cometió su grave delito. Como madre, tampoco puedo pasar por alto el hecho de que Olga se hallara embarazada. Lo que significa que estaban condenando al mismo tiempo a una criatura que nada tenía que ver con la actuación de sus progenitores. Afortunadamente, la niña nacida en cautiverio pudo ser rescatada mediante la campaña internacional promovida por la abuela paterna y respaldada por personalidades como Romain Rolland y André Malraux.

Al parecer, fue el embarazo de Olga lo que llevó al gobierno de Vargas a tomar la drástica decisión de expulsarla del país. La legislación de la época favorecía a las madres extranjeras de hijos con padres brasileños. De modo que quisieron impedir a toda costa que se volviera indeportable y adquiriera otros privilegios en razón de su maternidad. Sólo que las leyes están para ser cumplidas y no para evadirlas, máxime cuando puedan favorecer al reo, sea éste quien sea. Así, y no de otro modo, es cómo funciona la justicia en un estado de derecho.

Algo positivo resultó, sin embargo, del triste final de la alemana que se infiltró en Brasil nada menos que para implantar la “dictadura del proletariado”. Los brasileños sienten aversión por las deportaciones. Y sus gobernantes, si bien no se destacan por la generosidad en la concesión del asilo político, hasta ahora habían sido cuidadosos en el trato a los perseguidos de otros países.

La regla la ha roto el actual gobierno de Lula con la reciente deportación sumaria de dos boxeadores cubanos, absolutamente inocentes, que intentaron escapar de sus amos y ser tan libres como Ronaldinho para jugar en el equipo y el país de su elección.

La entrega exprés al régimen cubano de los pugilistas Lara y Rigondeaux—en respuesta a un exabrupto del Granma o, más probablemente, bajo formas veladas de chantaje— ha devuelto a la actualidad la vieja historia de Olga Benario. Si puede considerarse criminal la repatriación de una conspiradora que ingresó a Brasil para desatar una revolución comunista, mucho más dolorosa debe resultar la expulsión fulminante de dos inocentes boxeadores. No tiene por qué ser necesariamente desgraciado un país que no tenga héroes, pero sí empieza a serlo cuando tiene a un malandro de presidente.


13 comments:

Kubalgie said...

Paloma,
he disfrutado mucho tu artículo, espero que escribas más a menudo.
Saludos
K.

Jorge Ignacio said...

Esta es una historia superinteresante y muy bien narrada, aunque bastante suelta en adjetivos. Muy bien actualizada con la deportación de los boxeadores cubanos. Es un excelente artículo que leí con gusto. Gracias.

Anonymous said...

gracias Paloma por tus letras.

Alberto

analista said...

Me voy a ir a Guadalix para que me trate del corazón :-) Qué bien escribe Paloma!

Anonymous said...

Yo también me desayuno con esa historia. Aparte de lo bien escrita, que se deja leer muy bien y te atrapa. Para mí lo más interesante es conocer esa historia y esas cosas de Brasil, Gracias a Paloma y Pomar.

Anonymous said...

Me gusto mucho saber lo quee en este blog se cuenta.
Ana2

nico said...

Paloma tu articulo me parecio miserable propio de un cobarde agente de la burguesia.
Olga benario lucho por que lo imposible fuera posible, por la revolucion socialista y el fin de la explotacion capitalista y por eso entrego su vida.
Claro vos comodo sentado en un sillon como buen pequeño burgues y cobarde que sos,no escatimas en ironizar todo el tiempo y tirar veneno burgues reaccionario hacia la historia.
Viva la revolucion!! abajo los exegetas de capitalismo como vos!

Anonymous said...

La lucha socialista en América Latina sigue. Las condiciones de miseria y desigualdad son la base de la gran riqueza de unos cuantos. Objetivamnte es posible la revoulción comunista en nuestros países su democracia pro-yanqui apesta y por ello el imperialismo no deja de seguir armándose en la región. La traición del actual gobierno colombiano a su Pueblo marca la pauta a seguir. En nuestra memoria se mantienen la generosidad de héroes como Olga Benario que pese a todo msierable esfuerzo por empañar su ejemplo jamás lo logarán. Muera el neofascismo vestido de liberalismo de nuevo cuño.

Anonymous said...

Hola Paloma
Disfruté mucho de tu artículo, salvo el apelativo de "malandro" al ex presidente Lula, tan querido por estos pagos. Te saluda Verónica desde Brasil

María Sabina said...

Tu artículo me parece interesante pero totalmente falto de objetividad, peor aún, de sensibilidad. Los protagonistas de la historia que narras pueden no simpatizarte (lo cual es obvio) y pudieron (esto es muy cuestionable) estar equivocados; pero no se puede negar que tenían convicciones y actuaron conforme a ellas, lucharon por causas en las que creyeron y sufrieron las consecuencias de sus actos. El trivializar los hechos me parece por lo menos injusto. Rematar llamando "malandro" a un hombre de la calidad de Lula, redondea un texto escrito con mala fé y, como alguien comentó antes, impregnado de veneno.

Eduardo Vásquez said...

Paloma, emcontre en el libro de Eric Hobsbawm, Años Interesantes, una referencia a Olga Benario y a Otto Braun, por eso me intereso ver la peícula sobre su vida y encontre tu blog buscando más información sobre Olga Benario,no comparto tu estilo poco solenme con esta luchadora comunista judio alemana en una Europa que vivia el ascenso del fascismo, como historiador comprendo que tu distanciamiento con Oga Benario se deba a tu oposició al gobierno cubano y es por ello que radicas en España, un país que atravezó también por coyunturas difíciles y soporto el régimen franquista y que el 14 de noviembre se ha expresado masivamente en las calles contra la miseria de la política neoliberal, sin embargo creo que tienes todo el
derecho a discrepar

Anonymous said...

para cambiar su imagen sobre Lula

http://www.youtube.com/watch?v=doOnpEUYZIg

Anonymous said...

Cubana sin patria...no sabes lo que dices..vives fuera de cuba.y ni siquiera fuiste deportada..tu no mereces un pais como el nuestro..deja a los demas vivir a su manera..tu elegiste tu camino...es de gente baja criticar a los gandes...los heroes..como Olga..merecen repeto..y de la historia del brazil...que se encarguen los brazileros