Tuesday 11 September 2007

¿Cae otro icono de la izquierda?

Revelaciones sobre el pasado fascista de Salvador Allende

Por Jorge A. Pomar, Colonia

[Publicado originalmente en Encuentro en la Red (18-05-2005), este artículo he creído conveniente para los no enterados remozarlo en El Abicú Liberal con motivo del aniversario del cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. Aportar un punto de vista discordante en medio de la actual apoteosis hagiográfica de Salvador Allende en los medios por estos días. Las verdades requieren reforzamiento, especialmente las que rebelan el parentezco ideológico entre fascismo y socialismo revolucionario o marxismo. En este caso, juzgue el lector por sí mismo acerca de la distancia real entre el verdugo y su víctima, entre Allende y Pinochet.]


El mañana será del pueblo, será de los

trabajadores. La humanidad avanza

hacia la conquista de un mundo mejor.

Salvador Allende

Los lectores del respetable semanario alemán Der Spiegel saben que cada lunes en alguna de sus cerca de 180 páginas les espera una revelación capaz de poner patas arriba, para bien o para mal, sus más sacrosantas convicciones en cualquier campo del quehacer humano.

En efecto, desde la filosofía, la ciencia, la cultura y el arte hasta la política, la historia, la religión o el deporte, Der Spiegel no suele dorarles la píldora a los prominentes de este mundo, muertos o vivos, ensañándose en particular con intelectuales, ideólogos y políticos del patio y de fuera.

La víctima del penúltimo de estos auténticos desmontajes humanos fue el verde Joschka Fischer, hoy profesor en la Universidad de Princeton, Estados Unidos. Desde que el semanario alemán encendiera la mecha del “escándalo de las visas”, el hasta entonces estelar ministro del Exterior e icono de la generación del 68 (especialidad: lanzamiento de adoquines contra la gendarmería teutona) empezó a pisar el asfalto como un político más. Tras la derrota de los rojiverdes en 2005 colgó definitivamente los hábitos para acabar vistiendo el virrete académico en suelo "imperialista" como profesor invitado de la Universidad de Princeton.

Lo de Fischer no ha sido más que un aparatoso resbalón. Por lo demás, el ex canciller federal Gerhard Schröder lo dejó chiquito en cuanto a capacidad de metamorfosis: para disgusto de sus compatriotas es hoy la mano derecha de Putin en el consorcio estatal ruso Gasprom. La política te da sorpresas, sorpresas...

En cambio, lo que se lee en la página 101 de la última edición del semanario (lunes, 14 de mayo de 2005) debajo del título de la reseña bibliográfica Vergilbt und zerfleddert ("Amarillento y desflecado") no deja de guardar cierta relación lejana con la RFA pero concierne específicamente a Sudamérica y no es menos escadaloso sino más. Es noticia que acaparará titulares de prensa, sofocará a los historiadores, servirá de tema a dramaturgos y novelistas por larga data, y sobre todo desquiciará aún más los ya resquebrajados cimientos de la izquierda mundial. Dice así: “Un libro sobre Salvador Allende causa revuelo: ¿era el icono de la izquierda un antisemita y racista?”

Presa de estupor, lo primero que viene a la mente del lector es que se trata de la obra de algún truculento conspirólogo. Si es persona culta y no dobla enseguida la página, descubre a su pesar que se trata de una reseña de Salvador Allende: contra los judíos, los homosexuales y otros degenerados, un libro recién editado [2005] en Chile y Barcelona que lleva la firma de nadie menos que el filósofo chileno Víctor Farías, discípulo de Martin Heidegger, profesor del Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín.


Farías es autor de otros tres memorables ensayos con los que se ha hecho la vida más difícil a él mismo y a muchos más: Heidegger y el nazismo, La izquierda chilena y La estética de la agresión (sobre el controvertido escritor alemán Ernst Jünger, oficial de la Wehrmacht destacado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial). Los firmantes de la reseña, Jens Glüsing y Christian Habbe −dos para tocar a menos en caso de quemadura con tan candente tema− se encargan de refrescarle la memoria al patidifuso lector.

En el primero de estos tres textos Farías demuestra que Heidegger fue más hitlerista que Hitler, a quien envió “telegramas retándolo, porque era poco radical”, y que ni siquiera en la posguerra se despojó del todo −como pretendía y logró hacer creer a admiradores y detractores− de la ideología nazi.

Pues el afamado filósofo existencialista alemán “decía, por ejemplo, que para pensar en serio había que hacerlo en alemán. […] algo que no se podía hacer en castellano”. En el segundo texto, desvelaba con lujo de detalles la popularidad del fascismo en su país natal y las simpatías con los refugiados nazis.

Y en el tercero un Farías que ya ha ajustado cuentas con su propio pasado inaugura una corriente crítica enfilada contra los antiguos partidos de la Unidad Popular. A más tardar con este libro, el chileno inscribe su nombre en la lista de renegados de la revolución latinoamericana que integran Octavio Paz, Jorge Edwards, Alfredo Bryce Echenique, Sergio Ramírez, Roberto Ampuero, Jorge Volpi y un largo etcétera en cuarto creciente.

Los tres ensayos merecieron el elogio, no así el imprimatur de las editoriales: “Un libro estupendo pero impublicable”. El de Heidegger le atrajo el acoso de parte del mundillo académico alemán. El segundo, elogiado en su momento por varios editores importantes, permaneció engavetado durante 25 años. Y el tercero rompe un tabú que podría traerle a su autor algo más que disgustos y malentendidos. Finalmente, la calidad y seriedad de los libros del chileno se han impuesto en el mercado libresco, rompiendo la censura izquierdista.

A esta altura el lector ya lo tiene claro: Farías no sólo es un investigador de fuste con una línea temática coherente sino que en buena medida habla de asuntos que conoce por experiencia propia. Por otra parte, viene avalado por su condición de ex simpatizante de la Unidad Popular y exiliado político chileno en Alemania.

Con todo, nuestro azorado lector no acaba de pasar de la incredulidad a la resignación de quien se dispone a oír lo peor hasta que comprueba que las conclusiones de Farías no se basan en la libre especulación sobre rumores, calumnias o medias verdades sino en dos escritos de puño y letra de Salvador Allende, a saber: Higiene mental y delincuencia, la tesis con que se doctoró en Cirugía en 1933, y un Proyecto de Ley de Esterilización que presentó cuando fungía como ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social del Gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1939-1941).

No son los únicos documentos comprometedores: ya han salido a la luz otros y es de suponer que pronto los haya para llenar cartapacios. Pues, para más inri, al menos hasta mediados de la década de los 40, y señaladamente en su época de ministro de Salubridad, Allende no se cuidaba en exponer sus dudosos criterios pseudocientíficos en entrevistas y artículos.

Por poner un ejemplo, en “La realidad Médico-Social Chilena”, texto publicado en 1939 en el prestigioso diario La Nación, el joven ministro escribe: “La herencia alcohólica determinada por la influencia del tóxico en las células sexuales de ambos padres, o uno de ellos, se distingue, desde el punto de vista de los caracteres físicos, por diversos tipos de distrofias y aún monstruosidades. Como caracteres mentales de ella hay que anotar: el retardo mental, la idiotez, debilidad moral, propensión a la neurosis (histeria, epilepsia, dipsomanía, etc.)”. Y propone la siguiente panacea: “esterilización de los alienados”.

Describe su proyecto como “un trípode legislativo en defensa de la raza” consistente en: tratamiento obligatorio de las toxicomanías, de las enfermedades venéreas y esterilización de los alienados mentales. A tal efecto proponía la creación de un “Tribunal de Esterilización” cuyos fallos debían ser inapelables:“se llevarán a efecto, en caso de resistencia, con el auxilio de la fuerza pública”.

En Higiene mental y delincuencia afirma:

Los hebreos se caracterizan por determinadas formas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, la usura. [...] Estos datos hacen sospechar que la raza influye en la delincuencia”. Tilda a “las más de las tribus árabes [de] aventureras, imprevisoras, ociosas y con tendencias al hurto”. Los gitanos tampoco se salvan: sus rasgos innatos serían “...la pereza, la ira y la vanidad.

Pero la perla de las etiquetas la reserva el joven cofundador del Partido Socialista chileno, de orientación marxista (pulse aquí para escuchar al propio Allende al respecto en diálogo con Fidel) nada menos que para, agárrense bien, la revolución y los revolucionarios. Sobre ellos dice textualmente:

Psicópatas peligrosos, tanto más, cuanto los movimientos masivos y violentos que él [sic.] genera provocan locuras colectivas peligrosamente contagiosas [...] se ha observado que estos fenómenos colectivos tienen caracteres epidemiológicos […] La influencia perniciosa que sobre las masas pueda ejercer un individuo en apariencia normal y que, en realidad, al estudiarlo nos demostraría pertenecer a un grupo determinado de trastornos mentales (...) este tipo de trastornos colectivos tienen a veces caracteres epidemiológicos, y es por eso que cuando estallan movimientos revolucionarios en ciertos países, éstos se propagan con increíble rapidez a los estados vecinos.

Obviamente, no le faltaba razón, aunque después haya posado junto con el Che y ayudado a rescatar a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana. Solución del joven Allende contra la pandemia social: encerrar a cal y canto a los portadores del virus revolucionario en clínicas de psiquiatría. Para redondear el cuadro, según los reseñadores de Der Spiegel, que siempre verifica sus fuentes de información, Allende “diagnosticó la homosexualidad como una enfermedad curable mediante la implantación de tejido testicular humano en la cavidad abdominal”.

Higiene mental y delincuencia era una tesis tan reaccionaria que ya en 1933 escandalizó (ligeramente, por supuesto) a sus tutores, que por precaución le dieron una calificación modesta. En cuanto al proyecto de esterilización −un calco de la Ley para Precaver una Descendencia con Taras Hereditarias, dictada ese mismo año por el Tercer Reich−, fue rechazado (sin aspavientos) por no encajar en un gobierno frentista. Lo cual demuestra además el despiste ideológico del joven Allende, su total incapacidad para distinguir los tenues matices que separan el totalitarismo de izquierda del de derecha.

Su opción por los postulados raciales y psicopatológicos nazis, por la ingeniería genética y social masiva, ciertamente no era, no podía ser aceptada oficialmente por la mayoría de sus correligionarios. Ni modo, siendo como era el Frente Popular una coalición de partidos de izquierda resultante de la política del Komintern para América Latina en aquellos tiempos.

Al menos tres elementos de juicio obran en descargo de la ofuscación juvenil de Allende. Al primero ya hemos aludido: la escasa diferencia estructural entre estalinismo y nacionalsocialismo, diferencia que en el plano formal es casi nula, y en el del contenido apenas afecta la base material del sistema: en uno el corporativismo y los monopolios privados; en el otro, el colectivismo y el monopolio estatal. Como correlatos, la pureza clasista de un lado y la racial-xenófoba del otro.

Lo demás es patrimonio común: predilección por las tribunas y los rituales de masas, aversión al binomio democracia-liberalismo con “encarne” especial en Estados Unidos −rastreable como un hilo conductor en la retórica de Lenin, Mussolini, Stalin, Hitler, Mao y Castro− y el resto de la parafernalia totalitaria. (Pinche aquí para escuchar en la misma fuente las opiniones de Allende sobre libertad de prensa, institucionalidad burguesa, violencia revolucionaria y propiedad estatal en el Chile de la Unidad Popular.)

Farías describe así la confusión del joven Allende: “Existen en él desfases fundamentales, porque afirma que es uno de los fundadores del PS [...], sobre la base del marxismo-leninismo, al mismo tiempo que escribe textos absolutamente antisemitas y señala a los revolucionarios como sicópatas [...] En la vida de Allende hay casi sólo incoherencias”.

Segundo elemento de juicio: la instantánea fermentación de la propaganda del Fascio (fasces o hacha dentro de un haz de varillas, símbolo del poder de los antiguos cónsules romanos y organización básica del fascismo en Italia) italiano y del NSDAP, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (repárese en los componentes de la sigla NAZI, todos ellos reales a su manera, igual que en la llamada Repubblica Sociale de Mussolini), en el excelente caldo de cultivo del nacionalismo caudillista, la anglofobia, el antisemitismo, el racismo, la machocracia y el culto a la violencia, todos ellos fenómenos endémicos en Sudamérica.


En el caso cubano, por ejemplo, salta a la vista que en fecha tan tardía como el año 1953 Fidel Castro −de quien consta que a los 26 años de edad poseía ya una considerable cultura política y era aficionado al género biográfico− haya titulado su alegato en el juicio por el asalto al cuartel Moncada La historia me absolverá, traducción literal de Die Geschichte wird mich freisprechen, nombre del plaidoyer de Adolf Hitler ante el tribunal que lo juzgó por el igualmente fallido putsch de Munich veinte años antes.

Sobre la persistencia del ideario fascista en Sudamérica comenta Farías, autor de una monografía titulada Los nazis en Chile (Seix Barral, 2000), una entrevista: “Las organizaciones nazis en Latinoamérica mantienen más de doscientas cincuentas grandes empresas”. De paso, no está de más recordar aquí que la “limpieza de sangre” es una vieja herencia española aún viva en el subcontinente en forma de “blanqueo de raza”, que la eugenesia fue una práctica corriente entre las clases medias y altas latinoamericanas difundida (también en Cuba) desde Estados Unidos y que, añadiendo todos los ismos autóctonos enumerados en este párrafo, sin desdeñar la influencia nazi se llega a la conclusión de que América Latina tiene su propia tradición fascista.

Tercer elemento de juicio: Gonzalo Vial Correa alega, no sin razón, que “Allende publicó su tesis médica a los 25 años y planteó su proyecto a los 29. Nunca jamás (que yo sepa), en su dilatada vida pública, manifestó de nuevo esas aberraciones juveniles, ni menos −y esto sí es objetivo− las tradujo en actos concretos. Y debemos recordar que fue congresista muy destacado durante cuarenta años [alrededor de treinta más bien], cuatro veces candidato presidencial y finalmente Supremo Mandatario. Aquellas ideas, entonces, fueron pecados de juventud, y pecados verbales”.

Sobre el Allende adulto pesa el hecho incontrovertible de que jamás se retractó de esos “pecados de juventud”, los cuales, si en efecto quedaron en “verbales”, fue sólo porque tanto su tesis de doctorado como su proyecto de esterilización no encontraron eco en la sociedad chilena. Es muy posible que ese silencio culpable se debiera a que, dada la extrema gravedad de la falta, cualquier confesión habría hallado quizás la comprensión, incluso el perdón de sus compatriotas, pero con toda seguridad igual habría dado al traste con su prometedora carrera política.

Desde luego, el cese de sus devaneos fascistoides más o menos a mediados de la década de los 40 puede y debe ser visto como un resultado del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, del colapso del nacionalsocialismo y de apogeo soviético. Es la misma causa por la que un Fidel Castro eligiera en su momento el comunismo y no el fascismo. (Pinche aquí para ver vídeo de la visita de Fidel a Chile en 1971.)



El pasado le pasaría una engorrosa cuenta al presidente de Chile: cuando en 1972 el célebre cazador de nazis Simon Wiesenthal le pide que ordene el arresto y enjuiciamiento del prófugo nazi Walter Rauff, residente en Chile, Allende se niega, escudándose fríamente en una supuesta prescripción del delito dictada por el Tribunal Supremo tras haber transcurrido más de 30 años de los hechos, a sabiendas de que, según el derecho internacional, el genocicio no prescribe nunca. Más adelante Wiesenthal insiste, y recibe idéntica respuesta.

Rauff no era, explica Farías −quien tras afanosa búsqueda encuentra las cartas de Wiesenthal a Allende (una en Austria y la otra en Italia) y las publica en Los nazis en Chile un hitleriano del montón sino nada menos que “el inventor del sistema de exterminio con camiones de gas y, por tanto, el responsable de la muerte de medio millón de personas en Auschwitz, un criminal despiadado que asesinó prácticamente con sus propias manos”.

Pero eso no era todo: el marxista Allende tampoco ordenó una investigación judicial contra la llamada “Colonia Dignidad”, acusada persistentemente de servir de guarida a criminales de guerra y agitar contra los comunistas. Sobre Paul Schaefer, ex suboficial de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas del Tercer Reich) y fundador del misterioso enclave alemán, pesaba además desde 1960 una orden de arresto de la justicia federal alemana por un delito continuado de pedofilia.


La detención de Schaeffer en Argentina es una bomba de tiempo en la solera de todo el estamento político chileno, incluidos los partidos de la extinta Unidad Popular: “Para mí es claro –declaró Farías− que si el Gobierno de Allende hubiese sido consecuente con su ideología, la Colonia Dignidad no hubiese existido […] Y en Chile se da la paradoja que los últimos siete presidentes no han hecho prácticamente nada contra Colonia Dignidad. El MIR ni siquiera arriesgó una toma de terreno”.

La negativa a proceder contra Rauff habría de tener repercusiones hasta el presente, ya que con ella −alega Farías− “Salvador Allende asume la doctrina anterior a Nuremberg, por lo tanto, de facto, defiende la posición de un criminal de guerra terrible. [...] Se trata de un encubrimiento de uno de los peores criminales de guerra que conoce la humanidad. [...] Existiendo tal precedente, los abogados de Pinochet -quien ante el rollo del pasado fascista de su gran enemigo difunto, y por ende de otro modo invulnerable, corre más el riesgo de morir de alegría por el mal ajeno (acaba de darle una sirimba) que de viejo o en cautiverio- podrían esgrimir legítimamente el mismo argumento en defensa de su hasta la fecha acorralado mandante.

No sería especular demasiado sugerir que su debilidad de carácter se haya sumado a su inconsistencia ideológica y al temor a la revelación de sus pecados de juventud para hacer de él el mandatario vacilante que compensaba su inseguridad con frases y gestos belicosos, amén de con fuertes dosis de alcohol. Allende carecía manifiestamente de carisma y de ese otro rasgo ambivalente pero sine qua non de los líderes que llaman “voluntad de poder”. El bombardeo (pinche ahí para ver el vídeo) del palacio presidencial de La Moneda el 11 de septiembre de 1973 fue sencillamente demasiado para él.

Por otro lado, irónicamente su suicidio, seguido por los de su hermana Laura (salto al vacío desde el piso 16 de un edificio habanero) y su hija Beatriz (disparo en la sien) en La Habana, parecerían apuntar a algún trastorno hereditario, si no fuera por la conocida magnitud de la tragedia de la familia más famosa de Chile. Puede que detrás de su antisemitismo −y por asociación detrás de su entusiasmo primero a caballo entre el fascismo y el socialismo democrático, luego aparentando una falsa disposición al sacrificio y la violencia, y siempre populista− esté también un gran complejo personal: su presunta ascendencia hebrea: no se sabe si su segundo apellido, Gossens, es de origen belga o judío-belga.

Él mismo jamás lo aclaró. Sin embargo, en medio del escándalo, el veterano de la Guerra Civil española Víctor Pey (exiliado en Chile desde los años 30), amigo íntimo del difunto y defensor de su memoria por encargo expreso de la familia, acaba de confirmar por primera vez la sospecha: “Allende no era ningún racista ni ningún antisemita. Su madre era judía”.

Pero el argumento no es válido, puesto que no existe ninguna relación obligada de causa y efecto entre lo uno y lo otro. La historia aporta abundantes ejemplos que prueban que lo contrario también puede ser cierto, sobre todo tratándose de personas inseguras, influenciables y, por tanto, proclives al acomplejamiento como Salvador Allende.

¿No sería su tantas veces pregonado amor al pueblo, sus ínfulas humanistas, tan sólo una sublimación correctiva de los monstruosos pecados de juventud que nunca tuvo el coraje de reconocer? Su inmolación -a la que lo empujó la fatal conjunción de sus propias veleidades ideológicas, la innecesaria saña de su verdugo Pinochet, él también un personaje sumamente lábil aupado por una coyuntura favorable, y los continuos desatinos de sus incómodos compañeros de viaje y partido-, ¿habrá sido realmente un acto heroico, categoría que una muerte por mano propia raras veces alcanza? ¿O más bien, o al mismo tiempo, un inconsciente ajuste de cuentas pendientes consigo mismo?

Y es que en resumidas cuentas este chileno ingenuo, noble y populista, fue siempre un personaje trágico acosado por la obsesiva intuición de sus propias imperfecciones reales o imaginarias. ¿No estará ahí en última instancia el origen de los furores eugenésicos de su juventud, de aquella tirria suya a los minusválidos y las etnias y razas no caucasianas? En buena ley, él mismo no encajaba ni atrás ni alante en ningún biotipo ario. Su aspecto físico habla más bien de un añejo, promiscuo mestizaje. Pero dejemos a historiadores y psicólogos la tarea de contestar el sinfín de interrogantes que se derivan de los sorprendentes hallazgos de Farías.

Puede que las revelaciones de Salvador Allende: contra los judíos, los homosexuales y otros degenerados marquen el penoso final, la caída en picado de otro icono de la izquierda. En última instancia, debe dársele la razón a la diputada socialista Isabel Allende cuando, a raíz de la publicación de las dos cartas de Simon Wiesenthal, “muy alterada”, le grita a Farías por teléfono: “¡Mi papá no es nazi!” (Ni marxista, por cierto, sino un populista.)

Pero también hay que dársela al filósofo e historiador Farías (foto de al lado), un investigador concienzudo (no se inventa nada) cuya finalidad declarada es precisamente salir al rescate de la “verdad histórica” e inmunizar a la juventud contra los “falsos mitos”. A juzgar por este vídeo de You Tube sobre neonazis en Chile el consejo no puede ser más oportuno. Por su parte, la izquierda estudiantil, descontentos con el gabinete socialista de Michelle Bachelet, ex dirigente de la Juventud Socialista durante la presidencia de Allende e hija de un mártir de la Unidad Popular, tampoco le van a la zaga a los neonazis, como demuestra este otro vídeo de You Tube.

Por lo demás, lo dicho: el análisis de la vida y obra del mártir de La Moneda sofocará a generaciones de biógrafos. Eso sí, en lo adelante su atormentada figura se alzará sobre un pedestal más modesto, más a la medida de lo humano que el que con tanto fervor le erigen las izquierdas hagiográficas, sordas a lo que ahora se sabe gracias a la pregunta desencadenante de Simon Wiesenthal a Farías: “¿Quién era realmente Salvador Allende?”


7 comments:

Isis said...

Pomar, ya en su momento había leído tu artículo en Encuentro en la Red, pero es muy bienvenido que lo recuerdes de nuevo.

Alfredo Triff said...

Buen post, Pomar. Te confieso que sospecho un poco de la arqueologia del ser (creo que uno siempre puede negarse). Y por eso de que uno es inocente hasta que es hallado culpable te confieso que Heidegger es otra cosa: Partido Nazi, le hizo una mierda a Husserl, jodio a Jaspers y chivateo a Schoeder el profesor de fisica en Heidelberg. En cuanto a Allende, no estoy convencido del todo. Aunque el argumento de Farias tiene serias credenciales, ya los Allendistas han sacado a relucir que el pasado judio del propio Allende (su madre), que fue acusado de judio en su juventud, y el nombramiento de dos judios a cargos en su gobierno: Jacques Chonchol and David Silberman.

Jorge A. Pomar said...

Gracias, Isis y a.t.
La verdad es que he vuelto a publicar el artículo sobre Allende porque es uno de mis leitmotivs: vasos comunicantes entre marxismo-izquierda antisistema y fascismo.
Ayer volví a ver parte del material sobre Perón y Evita en You Tube.¡Cuántas coincidencias con el castrismo! (Evita agasajada por Franco en 1946, arrojándole billetes a la turba, etc.)
No en balde en la Argentina peronista las encuentas sitúan al Che como el "político argentino" más valorado.
Hay toda una conjura de silencio e indiferencia contra ese tipo de materiales desmitificadores de ídolos de izquierda.

Anonymous said...

Dios mio, recordandonos que escribias en EER. Cómo pudiste caer tan bajo Jorge? O es que no sabias desde antes todo los que nos has contado en exclsuiva sobre AECC?

Espero que tu ruptura con EER no sea una perreta, porque asi reaccionan los niños cuando no les dejan hacer lo que quieren.

Seppe De Vreesse Pieters. said...

Soy belga de nacionalidad y quisiera desmentir las tonteras antisemitas. El segundo apellido Gossens del presidente Allende es claramente un nombre flamenco ... (la región de habla holandesa o neerlandesa de Bélgica)...es tal vez uno de lo más comunes en la región. La escritura correcta debe ser Goossens con doble "o" y no tiene nada de judío....

Johnsonacdj said...

Dios mio, recordandonos que escribias en EER. Cómo pudiste caer tan bajo Jorge? O es que no sabias desde antes todo los que nos has contado en exclsuiva sobre AECC? Espero que tu ruptura con EER no sea una perreta, porque asi reaccionan los niños cuando no les dejan hacer lo que quieren.

Anonymous said...

Y los judios de chile que dicen?,se lo atribuyen como parte de la comunnidad?