Tuesday 24 July 2007

La detención




Por Belkis Cuza Male

(Apuntes del 30 de abril de 1971)

[Lo que Belkis cuenta aquí es apenas el inicio de su vía crucis. Hubo más, mucho más doloroso y humillante. La suya no es locura sino neurosis crónica de disidente exiliado bajo acoso perpetuo por los cuatro puntos cardinales. Contra lo que alegan quienes lo han tenido fácil, su situación es aún más kafkiana en el exilio, donde no da su brazo a torcer y mantiene la moral alta. Intentar descalificarla tildándola de "loca", cuando no hace más que hundir el índice en la llaga aséptica de la "diáspora" intelectual, es una estratagema de baja estopa. En todo caso, su delito consistiría en su insobornable lucidez. Respuestas pertinentes, por favor. Y honor a quien honor merece. El Abicú]


Hace casi dos meses que no escribo una línea en este diario. No es extraño que me cueste tanto trabajo localizar un punto cualquiera en la memoria, no es extraño cuando se ha vivido en tan poco tiempo un cúmulo de situaciones dolorosas y absurdas.

Si quisiera reconstruir todo lo sucedido en estos últimos días tendría que comenzar la víspera de los acontecimientos, la noche en que Heberto me pidió que lo llamara alrededor de las nueve a la habitación de Saverio Tutino, en el Hotel Riviera, donde se reuniría con Jorge Edwards y Norberto Fuentes, para comprobar si había llegado. No queriendo utilizar nuestro teléfono bajé a la calle y llamé desde uno público. Tarde en la noche, ya Heberto en casa, alguien repitió el juego a la inversa, llamando a nuestra casa para preguntar con voz ingenua si “Luis” estaba ahí. Entonces no me percaté de que trataban de localizar a Heberto.

A la mañana siguiente --sábado 20 de marzo--, me desperté sin sospechar que en breve se iban a desarrollar ante mis ojos los acontecimientos que cambiarían el curso de nuestras vidas. ¡Qué claro lo veo todo ahora! Yo, de un sitio a otro con el manuscrito de la novela de Heberto, temerosa de que al menor descuido lo robaran, con una tensión alimentada por las visitas constantes de ese ser sin escrúpulos que se hacía pasar por amigo, de quien yo sospechaba --y con razón-- que espiaba para la policía; acosados a toda hora por una situación cada más incierta, que conllevaba un marginamiento absoluto.

Hacía rato que no le oía decir a Heberto con la seguridad de antes, que de lo único que podrían acusarlo sería de cometer “un delito de opinión”, y hacía dos días que Norberto Fuentes no salía de nuestro apartamento, que charlaba durante horas con Heberto, y yo no podía evitar el recelo que me producía su visita. Lo conocía bien, no era nuestro amigo, y desentonaba en medio de este pequeño mundo casi simétrico que no admite de por sí nuevas “adquisiciones”. No, no encajaba aquí, entre los libros y la intimidad del estudio, de eso estoy segura. Su mundo era otro.

Y hacía rato que sentíamos sobre nosotros las miradas sagaces de unos ojos vigilantes, sin rostros. Estábamos siendo observados, cuidadosamente seguidos, y aquella mañana, sin duda, lograron sorprendernos.

Adormilada todavía fui y me asomé a la mirilla, estaban tocando a la puerta. Eran alrededor de las siete. No se veía nada, porque el pasillo está siempre a oscuras y es difícil distinguir un rostro en la penumbra.

Sin saber bien por qué pregunté con miedo, casi aterrorizada, quién era. Del otro lado me contestó la voz impresionante del hombre de los telegramas. Entonces pude verlo por el pequeño agujero de la mirilla: tenía una expresión terrible y un rostro muy negro. Cuando corrí a contárselo a Heberto, me dijo que no le abriera, que tirara el telegrama por debajo de la puerta.

--Lo siento, tiene que firmar.

Yo sabía que aquel hombre no traía ningún telegrama, yo casi estaba segura de que se trataba de la policía, pero Heberto seguía negándose a que yo abriera la puerta. ¡Qué tumben la puerta!, gritaba, como si con eso pudiéramos evitar algo.

Pero fui y abrí porque tenía miedo de que mi negativa tuviera mayores consecuencias y no quería prolongar mi angustia.

Todo se produjo a un tiempo: el empujón contra la puerta, aquel "¡Seguridad del Estado!" voceado por el gigantesco negro, su carnet de la policía secreta casi incrustado sobre mis ojos, y aquellos doce o trece hombres que se abalanzaron pistola en mano dentro del apartamento.

No fue preciso que reaccionara, porque uno de ellos se ocupó de gritarme que me sentara en una silla próxima. Y al poco rato vi aparecer a Heberto, vestido con aquel pantalón pitusa [jeans] que le había regalado Efraín Huerta, de color crema, y la camisa de checa de mangas largas, a cuadros amarillos y azules, seguido de un grupo de policías que aún no habían guardado sus armas, como si se tratase de impedir la fuga de algún peligroso criminal.

Lloraba dominada por los nervios: frente a mí se estaba produciendo una escena extrañìsima, difícil entonces y ahora de ubicar. Las pesadillas se sucedían. Un enano moreno comenzó a tomar fotografías del apartamento, de mí, y de cuanto le llamaba la atención. No se salvó la ilustración de la revista americana donde anunciaban aquel whisky matizado de ideología: "Sólo hay tres países donde no se vende: Viet Nam, Corea del Norte y Cuba", decía el anuncio que yo había enmarcado y puesto en la pared.

Yo, que coleccionaba anuncios, iba a ser juzgada ahora por mi ingenuidad. El dolor y el miedo pueden engendrar su propia rabia, porque no sé cómo, saqué valor y le grité al hombre con cara de fotógrafo, que retratase también ese otro cuadro gigantesco donde asomaba mi poema junto a un dibujo casi litúrgico del Ché. Ocupa casi toda la pared principal de esta sala-comedor hasta rozar el techo, y es imposible no verlo. Fue un regalo de Alberto Mora, al finalizar la exposición del Departamento de Cultura de la Universidad. Pero el hombre no se dio por enterado, su misión consistía en que no se le escapase ninguna huella de delito que pudiera servirles para acusarnos de disidencia política. Aquel Ché le debió parecer obvio, para disimular, así que continuó implacable en su búsqueda.

Sin dejar de llorar, invoqué el nombre de Dios, oré en silencio, tratando de encontrar una respuesta. Repetía una y otra vez el Padre Nuestro y el Ave María. De pronto, el ruido de algo que chisporroteaba en el fuego llamó mi atención. Era una vieja lata de melocotón, ahora vacía, que yo había puesto al fuego con agua, momentos antes de que tocaran a la puerta. Estaba preparando el café y me había vuelto a la cama en espera de que hirviera. Consumida el agua, ahora chisporroteaba. Finalmente, el policía fue y cerró la llave del gas.

Al mismo tiempo, me invadió una paz enorme, una tranquilidad nunca imaginada, y desde algún sitio de mi universo sentí una voz que me decía: "No te preocupes, nada les pasará. Todo se ha acabado". A pesar de mi estado de "beatitud", traté de ser realista, y quise contradecirme, alejar las falsas esperanzas, porque mi "corazonada" me parecía demasiado ilógica. ¿Qué podíamos esperar; cómo no temer a los años desperdiciados en una cárcel, cómo no sentir miedo ante la pérdida de la libertad? ¿Es que acaso no habían dado ya el primer paso? ¿No se habían llevado a Heberto a los cuarteles de la Seguridad del Estado?

Una voz me hizo volver a la realidad. Los policías que se habían hecho cargo del registro comenzaron su labor implacable de destrucción. Eran brutales. En un segundo crearon un caos absoluto, sobre todo porque el nuestro era un pequeño apartamento. Aquí no había más que libros y algunos cuadros en las paredes: un lugar de trabajo para un par de escritores, eso es todo.

Todavía me acompaña la sensación de náuseas. Pedí que me dejaran ir al baño (a mi propio baño) y tuve que volver tres veces. Yo no soñaba, sabía que aquella voz que quería parecer amable, la del jefe del grupo, un hombre de estatura baja y regordete, me preguntaba ahora dónde habíamos escondido la novela.

--¿Por qué no nos evita la búsqueda y nos dice dónde está?
Entre sollozos, le contesté como pude, tratando de no delatarme con algún movimiento involuntario de mis ojos.

Me dejó por imposible. Lo vi entonces dar media vuelta e internarse en nuestra habitación. Pero enseguida, una voz alarmada, que llegaba desde el cuarto de mi hija, puso a todos sobre aviso: "Miren esto! ¡Aquí está! ¡Aquí está!"

Había aparecido la primera copia de la novela. Con el movimiento de los libros del pequeño estante que hay en la habitación, un cuadro se deslizó de la pared y una de las copias cayó al suelo, dejando al descubierto el escondrijo: la parte posterior del marco formaba una cajuela perfecta para albergar la copia.

Enseguida comenzaron a desmontar todos los otros cuadros que colgaban de las paredes: implacables cuchillas rompían los enmarques, en una búsqueda inútil porque no volvieron a encontrar copia alguna detrás de estos, pero aparecieron en otros sitios, como si de pronto, todas hubieran estado a la vista.

Oí entonces el comentario sarcástico del jefe: "¿Así que no sabía dónde estaba!, eh?".
Tenían ya en su poder las cinco copias que Heberto le había mandado hacer al mecanógrafo, aquel señor asustadizo del que no he vuelto a tener noticias, que entonces parecía aterrarse más y más en la medida en que avanzaba con su trabajo.

Me abandoné a los malos pensamientos. Se habían llevado a Heberto, habían encontrado las copias del manuscrito de la novela, y era imposible, pensaba, que aquello tuviese un final feliz, o por lo menos entonces me parecía muy lejano. Sumida en estos amargos pensamientos, sin dejar de llorar, comprendí de pronto que mi última esperanza estaba a punto de desvanecerse si no ocurría un milagro.

Uno de los policías, un joven largo y flaco, se acercaba lentamente al cesto de mimbre que había en la sala-comedor, y donde estaban depositados algunos juguetes de mi hija. Iba a comenzar a registrar allí, cuando de súbito el jefe lo interrumpió con voz de mando: "No, déjalo". Y a mí me pareció milagroso.

Su orden evitó a tiempo que se llevaran el original de la novela. Yo misma la había ocultado ingenuamente en ese sitio: se trataba de una copia llena de tachaduras, resguardada entre dos tapas azules de cartón y envuelta en un "nylon". Me he prometido a mí misma que no se lo diré a nadie, que dejaré en manos del destino su salvación.

Entonces apareció el jefe de la "operación" de detención y registro, y comenzó a cerrar las ventanas del apartamento y a decir que tenía que acompañarlos a la Seguridad del Estado para firmar algunos papeles relacionados con la detención de Heberto. Me negué una y otra vez, sabía que aquél no era el procedimiento habitual, estaba segura que pretendían engañarme. Pero de nada me valió negarme. A mi alrededor el desorden era impresionante, había libros tirados por el suelo, cuadros destrozados, así que supe que mi única opción era acompañarlos.

En unos minutos el apartamento quedó cerrado y el responsable del grupo dio una orden que yo no logré entender. Fue entonces que le rogué ingenuamente que me permitiera ir a informarle al vecino, que a su vez era presidente del Comité de Defensa, y que vivía en el edificio, lo que había ocurrido en mi casa. ¡Qué absurdo de mi parte! Como si valiera la pena que ese señor de voz agudísima y espejuelos negros a perpetuidad, un velado enemigo de todo el que no pensara como él, se enterase de nuestra situación.

Por supuesto, me respondieron que no era necesario, que tenían prisa, y comprobé que uno de ellos se iba quedando rezagado a propósito, mientras me alejaba escoltada por la policía, por aquel pasillo casi en penumbras. Sin duda, trataban de evitar que yo llamase la atención de los vecinos. Pero yo no cesaba de llorar.

12 comments:

Anonymous said...

Hay que darle las gracias a Belkis por su valentía.

.. y a tí también, Jorge y Abicú...

Adriano

Anonymous said...

Gracias Jorge, por su memoria y su brújula.

Diana

Duanel Díaz Infante said...

Es valiosísimo este testimonio de Belkis. Tengo que decir, sin embargo, que las críticas que ella ha recibido debido a su reacción al artículo de Pablo de Cuba no son, Jorge, ninguna "estratagema" en contra del exilio histórico ni nada por el estilo. Es evidente que el artículo de Pablo, con el que no estoy de acuerdo, no responde para nada a los designios del régimen. Ver castrismo por todas partes no contribuye a aclarar las cosas.

Anonymous said...

El calvario que esa pareja vivió en La Habana en aquellos terribles días del Caso Padilla, es algo bien conocido por mucha gente, que directa o indirectamente estuvieron cerca de la escena. Cualquiera que haya tenido su experiencia personal con DSE en Cuba, sabe de qué va la historia.

En mi opinión, la reacción de Belkis al mediocre artículo de Cuba Soria fue desproporcionada y demasiado resentida, aunque comprensible y no le falta razón en algunas cosas que allí plantea.

Por otro lado, alegro que Pomar haya publicado este testimonio, para que algunos se enteren (finalmente), que hay quienes han hecho literatura en otros tiempos y en circunstancias difíciles y tristes y no desde un Starbucks Coffee Shop en Barcelona o Miami. Es mejor callarse por pudor.

Belkis Cuza-Malé said...

Muchas gracias, amigo Jorge --a quien solo tengo el gusto de conocer a traves de tus escritos--, por tus generosas palabras y tu amor por la verdad.
Y gracias por publicar ese capitulo de mi libro de memorias, aun inedito, sobre el caso Padilla.
Muchas bendiciones,
Belkis

BelkisBell@Aol.com
www.belkiscubanparadiseart.blogspot.com
www.lacasaazulcubana.blogspot.com
www.lacasaazul.org (donde pueden leer Linden Lane Magazine)

Anonymous said...

Gracias a los que dieron la cara al regimen! A los que me y nos han ensenhado a vivir con dignidad. A nosotros y a muchos que no hemos tenido el valor de hacer lo que nos tocaba hacer. Gracias a Pomar por ser siempre tan abicú y, sobre todo, gracias a Belkis! Es desgarradora la experiencia!!! Pero impresindible para un futuro con dignidad. Gracias!
Severo Müller,Alemania

Ernesto said...
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Ernesto said...

Estimado Jorge,
Con algo de retraso veo tu post y tu link a Penúltimos días. Como has enlazado al blog en general, tal parece que soy yo o alguno de los colaboradores de PD los que llamamos "loca" a la Sra. Cuza Malé a la que no tengo el gusto de conocer más que por letra impresa. Mi comentario sobre su (a mi juicio desafortunada) opinión acerca del artículo de Pablo de Cuba fue el siguiente:
"Las tonterías de Belkis Cuza Malé ya no tienen nombre. El domingo acusó en su blog a Pablo de Cuba Soria de ser el nuevo Leopoldo Ávila. Y toda esa gangarria de calificativos truculentos ("mediocre", "oportunista", "cara de piedra", "corazón de lodo", "atrevido", "cachorro del castrismo", etcétera) se la ganó el crítico por haber publicado un artículo en El Nuevo Herald donde se atrevía a decir que Heberto Padilla no es un poeta tan grande como cree, por ejemplo, Belkis Cuza."
Como podrás ver, en ningún momento la llamo "loca". Ni siquiera "tonta" (es decir, no aventuro que Belkis esté por completo desprovista de entendimiento o razón). Simplemente me referí a sus tonterías, y sobre todo, a ese cansino repiqueteo de viuda agraviada con el que castigaba a alguien que se atrevió a opinar sobre un escritor que también fue su esposo.
En cuanto al fragmento que traes a colación, no me parece que tenga mucho que ver ni con mi comentario ni con el de Pablo de Cuba. Ningún via crucis vale más que otro. Es más, quienes han pasado por algo así no deberían soltar insultos con tanta facilidad. La Sra. Cuza Malé puede meter su índice donde le venga en gana, pero esta vez lo ha usado para acusar y descalificar a una persona a la que confunde con un artículo. Parece mentira, Pomar, que hables de "estratagema" y le regales toda la lucidez en exclusiva a la "agraviada", como si PD fuera parte de alguna conspiración. No hay en mi blog ninguna conspiración ni estratagema, sino libre debate y polémica abierta, cosas de las que tú mismo tienes sobradas pruebas. En fin, tu nota me parece una sarta de lugares comunes. (Y por cierto, "baja estopa" es "baja estofa").

Anonymous said...

Ernesto, si alguien califica de tonterías lo que otro habla, o bien lo considera tonto, deja la duda que lo es, o intenta ridiculizarlo. Para todos es evidente tu poca simpatía por Belkis y Heberto, un derecho propio como individuo en un país libre. Ahora bien, es evidente "que compraste cabeza y le cogiste miedo a los ojos", como dice el refrán.

Además, no sé de dónde te viene esa constante pedantería de corregir los gazapos de los demás, para a manera de burla revelar tu impotencia en la discusión (ya lo hiciste una vez con Díaz de Villegas a propósito de un título mal citado de un libro de Heberto). ¿Es eso lo que se aprende en Tula?

Jorge A. Pomar said...

Gracias a todos / Hola, Duanel, Ernesto:

Duanel yo nunca he visto "castrismo por todas partes". Como sabrás, a mí mismo me acaban de acusar de agente castrista desde el tiempo de la bomba.

Ahora bien, existe una poderosa quinta columna del régimen aquí en Europa que cuenta con sus agentes formales e informales. Son la minoría.

Yo no veo fantasmas: a mí me persiguen, rehuyen y boicotean, realmente. No sólo los castristas. Soy un apestado en cuarentena. Somos iguales, pero no estamos en la misma situación exiliar respecto al régimen.

Eras un adolescente entonces pero, si preguntas, te dirán que incluso cuando tenía la policía detrás en La Habana no vivía paranoias.

Aun cuando amigos decían sentirse vigilados por visitarme. Conste, por si te asaltan dudas, no es el caso de tu padre, que tuvo la gentileza de visitarme en el parque Trillo.

La inmensa mayoría de esa quinta columna castrista está compuesta por compañeros de viaje y simpatizantes locales. Además de gente del exilio "de terciopelo", que paga favores recibidos; del exilio "económico", que no se busca problemas; y aves de paso de la Isla, que posan de reformistas.

Estimado Ernesto:

Has dicho bien: "tal parece". Lo cierto es que puse dos enlaces precisamente para que el lector pueda hacerse una idea personal del debate, leer lo que ha dicho cada cual. Por eso me tomé la molestia de aprender a linkear.

Si has leído mis artículos, habrás notado que yo colimo bien el blanco. No soy un francotirador que se divierte matando canallas sin son ni ton.

Estoy escribiendo un texto sobre Padilla-Belkis y el debate. Es obvio que no concordamos en este detalle, que considero baladí, insustancial. Pero ese no es el problema. Si te sentiste aludido, lo siento. En ningún momento me referí en ese párrafo a tu persona ni a algo que hubieras dicho. ¿Vale?

La observación lexical: en Cuba se dice "de baja estopa", a no ser que se sea purista. Así lo escuché y leí casi siempre.

Estofa es tela de seda, mientras que la estopa está hecha de residuos de tela basta. La usan los mecánicos para limpiar el graserío. Así que voy a seguir diciendo "de baja estopa", que es un excelente pleonasmo criollo.

A propósito de lo de los cinco idiomas. Domino y traduzco cinco desde hace décadas. Plus el latín, que machuco lo bastante para leer "La guerra de las Galias" sin diccionario. Lo estudié en la beca de Ariza.

Un abrazo a ambos

Duanel Díaz Infante said...

Jorge, cuando dije lo de "ver castrismo por todas partes" me estaba refiriendo, obviamente, a la respuesta de Belkis a Pablo de Cuba. Insisto: no estoy de acuerdo con el artículo de Pablo, pero "ver castrismo por todas partes", que es lo que hace ella, acusando a Pablo de ser un nuevo Leopoldo Ávila, es un error grosero, que lejos a de contribuir a fortalecer la posición y las reivindicaciones de Belkis la vuelve suammente vulnerable. Te puedo asegurar que el artículo de Pablo no responde a ningún interés castrista, ni es parte de ningún programa de los exiliados de la última generación por dinamitar las bases del exilio histórico.

Anonymous said...

Ernesto es buena gente, es inteligente pero a veces se pasa de tonto

Martha Q.