SEGUNDA PARTE
“Después de mí, el diluvio”
En cuanto a Cuba, por el momento las manecillas del reloj histórico siguen estirando el chicle de media centuria fidelista: todo sigue igual. De paso, acortan la piel de zapa del interludio a cargo del triunvirato Raul-Ramiro-Almeida. Con perspectivas crecientes de que, a falta de voluntad del timonel de relevo, jamás empecemos a transitar por esa vía china que, según algunos cubanólogos, tanto seduce al Hermanísimo.
Espíritu de contradicción al fin, el Abicú confiesa su loca predilección por un desenlace inesperado con inversión de secuencia mortuoria, óbitos simultáneos o en cadena en la cúspide de la pirámide de mando, único desenlace biológico capaz de sacarnos de un tirón, con forcets castrenses y los correspondientes dolores del parto, del laboratorio experimental de las neoprogresías occidentales de todos los pelajes: sueñan despiertos con seguir utilizando a los cubanos como conejillos de India de su irrenunciable utopía social.
Nada personal contra ninguno de los líderes mencionados. Incluso el Abicú aprecia ciertas virtudes de Raúl, y cree que bajo otras circunstancias Almeida, quizás el más humano y modesto de todos ellos, pudo haber dado más de sí. En cambio, Ramiro es un tipo represivo, tal vez corajudo, sin duda arrestado, pero cuyo único móvil es el poder vicario a la sombra del caudillo. De Fidel, que desprecia a los cubanos con furores de colono español resentido, ya he dicho que lo prefiero a José Luis Zapatero. Tranquilos... Sólo quise decir que, puesto a escoger entre maldad y cretinismo, escojo la maldad.
Todos somos futuros difuntos. Ahora bien, si en vez de propiciar los cambios se empeñan en obstaculizarlos, ¿cómo puede este Liborio exiliado ser tan egoísta como para rehusar compartir la recóndita, secreta alegría por el mal ajeno de los cubanos de a pie que, como esos indigentes habaneros, para decirlo en buen criollo, “se están halando un cable” interminable allá en su querida Isla?
Hasta ahí las especulaciones; volvamos a poner los pies en la tierra. Vista, estimados lectores, hace buena o mala fe, según el cristal que se mire. Por un lado, está el renovado ajetreo a la luz pública de amanuenses aferrados por instinto de conservación al lecho del Máximo Líder: Ricardo Alarcón, Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y comparsa. Por el otro, Ramiro Valdés desfilando en un jeep decapotable con un Hugo Chávez exultante en Santa Clara y Raúl Castro levantándole el brazo --con la nariz secretamente tapada o no-- en señal de reconocimiento.
No es para menos. Catorce proyectos, todos ellos con petrodólares bolivarianos contantes y sonantes y displicente mano de obra martiana, ha firmado en esta apoteótica ocasión (homenaje al Che en el XL aniversario de su muerte en hedor de fracaso) el rey del despilfarro planetario. A no dudarlo, el generalato tecnócrata de las FAR, con su jefe a la cabeza, detesta al atorrante huésped, por mestizo y por histrión. Pero los dólares no huelen, y tendrían que tendrían que estar locos de remate para prescindir de tan estulta generosidad.
De ahí que, de cara a la galería o cansado de esperar su turno, Raúl se haya lanzado por la calle del medio. Engavetando tirria racial y desaires a una piel y una clase que no son de su agrado hasta que soplen vientos más favorables a la franqueza interestatal, coquetee en público con la descabellada idea de crear una hipotética federación cubano-venezolana de base “socialista democrática”.
Un insulto, una flagrante apostasía para un hombre como él, estalinista de joven, castrista por fraternidad después y últimamente, dicen, hincha de los pragmáticos pupilos de Deng Xiaoping. Lo cual, dicho sea de paso, el Abicú no le tiene del todo a mal al hermanísimo por ser una vía de escape mil veces preferible al llamado socialismo del siglo XXI.
Sin embargo, por un lado, en Cuba brilla por su ausencia una pléyade de tecnócratas colegiados, muchos de ellos corruptos y despóticos tal vez pero sin rastro de complejo de inferioridad tercermundista y en perfecta sintonía con la era de la globalización, como la que ahora mismo acaba de celebrar en tiempo y forma el XVII Congreso del PCCh; por el otro lado, Raúl, hombre sentimental, tierno detrás de la coraza de acero que exhibe en público, ha demostrado ya carecer de la tenacidad, originalidad y luz larga de un Deng Xiaoping.
De todas las dotes de Deng sólo tiene la de organizador obsesivo y la virtud de rodearse de gente de talento. No es poco pero no basta. Daría un magnífico Bush criollo bajo una democracia, si llegara al poder frente a la competencia, cosa que dudo.
Grima da verlo en ciertas fotos, viejo y achacoso --dipsómano además, según su ex cortesano literario Norberto Fuentes--, con los brazos cruzados para tensar la ya fláccida musculatura. En contraste con Fidel, el malo que quiere pasar por noble, Raúl tiene mucho de niño bueno que quiere ser malo, afán comprensible, habiendo nacido en pleno apogeo del gansterismo político y estudiantil en Cuba, cuando ser bueno equivalía a ser bobo.
“El vivo vive del bobo y el bobo de su trabajo”, reza un refrán republicano hoy más vigente que nunca.) Plagado por un fuerte complejo de inferioridad desde la infancia en un país de machos, formado desde la adolescencia en la ideología filanprópico-victimista del antiguo Partido Socialista Popular (PSP, comunistas), con un hermano inmenso, para más inri, es propenso a la histeria y a los estados depresivos.
Cada día que pasa con Fidel vivo, Raúl debe de angustiarse cual prínce Charles con queen Elisabeth entre el ansia natural de acceder al trono, el amor filial y el pánico a verse solo ante en una coyuntura antimonárquica, a no dar la talla en su probable propósito de saltar por encima de la enorme sombra del hermano.
En su fuero interno, coquetea hoy con la muerte como en otro tiempo, ¿recuerdan?, con un idílico retiro a un bucólico oasis en la campiña oriental. Detalle morboso: su nombre está ya cincelado en letras de bronce junto al de su difunta esposa Vilma Espín en el mausoleo familiar de Oriente.
Como hemos visto, se mostraba más bien propenso a dejar alzarse en el horizonte, en una variante u otra, la sombra herética pero todavía marxista del socialismo del siglo XXI, en vez de la vía china con su galopante deriva neoliberal y riesgos mayúsculos en una Isla de poco más de once millones de habitantes situada a 90 millas de Estados Unidos.
Por fortuna, de propinarle el tiro de gracia en la fase espectral también a cualquier variante del oxímoron praguense del “socialismo con rostro humano” se encargó el propio Comandante en Jefe. El pasado 3 de septiembre en “Los superrevolucionarios”, sin duda una de sus más lúcidas y --para “gusanos” recalcitrantes como el Abicú-- útiles “reflexiones” desde su lecho de enfermo, “llegó y mandó a parar” en seco otra vez. ¡Enhorabuena! ¡Qué alivio! Menos mal... ¡Gracias, Fidel! Le ha quitado un canto del pecho al Abicú para reventárselo en sus cerebros huecos a Heinz Dieterich, James Petras y demás demadogogos occidentales.
Con un ojo lagrimeando y el otro riendo, le deseo de todo corazón, por su bien y el de sus súbditos de a pie (el que espera lo mucho, espera lo poco), que continúe batallando contra la Parca. Uno o dos años más, por lo menos hasta completar el medio siglo en enero de 2009, siempre con sus flamantes tenis Adidas sobre tanta sumisa testa urgida de apurar el cáliz hasta las heces.
Porque, si bien es cierto que, como proclama hasta un George W. Bush en la Casa Blanca, “el destino de Cuba depende de los cubanos de la Isla”, no lo es menos que nada más existen dos circunstancias capaces de propiciar esa decisión popular pendiente: una revolución desde arriba o la implosión del régimen. Sin la una o la otra, no habrá proceso constituyente ni elecciones pluripartidistas, que son la única manera en el que la voluntad popular puede expresarse libremente.
El cambio de régimen desde arriba no se ve venir por ningún lado. La rebelión cívico-militar es una incógnita, pero de nuevo el propio Comandante en Jefe, con habitual genialidad maquiavélica de nuevo se encarga de despejarla. Si alguien lo duda, ahí está su antepenúltima reflexión para sacarle del error.
Citando a Alarcón sobre supuestos planes de invasión de Estados Unidos: “...detrás vendrían los pelotones de fusilamiento de la mafia cubanoamericana con permiso para matar a todo el que huela a militante consecuente del Partido, la Juventud y las organizaciones de masas”. Conoce mejor que nadie los múltiples, imborrables rencores letales que tan laboriosamente ha sembrado entre los cubanos desde que comenzó su carrera política en la Isla en las filas del gansterismo estudiantil.
En la cacareada invasión yanqui, desde luego, nadie en Cuba, ni él mismo cree. Detrás del grito de pastor histérico de “Ahí viene el lobo”, se oculta una intención perversa: pintarles el Apocalipsis en la pared a la cada vez más tambaleante clientela del régimen a fin de inhibirla de cualquier veleidad de cambio serio desde arriba. Y sobre todo, frente a la probabilidad real de guerra civil, única eventualidad en la que el US-Army, comprometido como está en dos frentes, volvería a desembarcar en la Isla. Lo cual haría, en última instancia, para detener un baño de sangre ya en curso. Remember Yakarta!, les ha advertido el Comandante en Jefe a los suyos. No por gusto sino para que se mantengan unidos al enterarse de su tránsito al Más Alla.
Sin ironía, hablo en aras de la gloria de Fidel, que es lo que más cuenta en este mundo para él. ¿Cómo quedaría su figura en las enciclopedias si, apenas inhumado su cadáver, “nuestro pueblo” notase una súbita mejoría dentro de su miseria, digamos, el fin de sus penurias cotidianas? Vía china o socialismo del siglo XXI, efectos del cese del embargo o de reformas de cualquier tipo, calado o signo político-ideológico, esa sonrisa condescendiente con que los chinos actuales observan la omnipresente imagen de Mao en póster y vallas sería una insoportable humillación póstuma para él.
Amén de que los cubanos no somos chinos. En un país de cambiacasacas innatos como el nuestro, a los torrentes de lágrimas sinceras y/o hipócritas durante las Magnas Exequias no tardaría en seguir, en vez de la benigna socarronería confuciana de los asiáticos, el más irreverente, trespatinesco choteo con pública trompetilla y lo demás escarnios tradicionales del populacho criollo. Lo que es peor: sus sucesores, Raúl o quienes sean, se anotarían con razón todos los méritos en exclusiva.
No faltaba más, como si él, nacido en una hacienda, no supiera lo fácil que es, “con embargo y sin embargo”, taparles la boca a once millones de tragones en una isla tropical con tres o cuatro cosechas anuales, orlada por cientos de kilómetros de playas tropicales y rodeada por un mar Caribe repleto de pescados y mariscos. ¿Acaso los discípulos de Mao no se la taparon en 20 años a 1.300 chinos?
Pero ¿dónde ha quedado el Gran Timonel en esta historia de éxito? Donde no quiere quedar él. Hecho comprobado durante la década de Jauja (muy relativa, sólo con respecto a los 60-70, claro está) de los 80: tan pronto la plebe se acomoda en una vivienda de 3-4 habitaciones con un mínimo de confort, mercados paralelo y campesino pasablemente surtidos, plus ciertas facilidades de esparcimiento y una discreta red de transporte público, cuesta Dios y ayuda hacer que se enrole en contingentes obreros y misiones militares o de cooperación en el extranjero.
Además de cogerle el gusto a Miami, como se vio con el éxodo masivo del Mariel, que lo pilló por sorpresa. A decir verdad, pocos calculaban entonces que en un par de semanas se largaran más de cien mil cubanos. Consecuencia aleccionadora de cualquier asomo de prosperidad individual o colectiva más allá del límite de subsistencia sabiamente fijado por el Máximo Líder: bancarrota proporcional del modelo internacionalista.
Por ese motivo, mantener limpio de polvo y paja su sitial en la historia universal, mientras viva y piense, será nuestro máximo garante de que, a su muerte, la Isla se librará de una vez por todas, presumiblemente por vía violenta, de cualquier ensayo utopista. El Abicú está de nuevo como un soldado al lado de Fidel en esa su tajante reafirmación a lo Luis XIV de Après moi le deluge (“Después de mí, el diluvio”). A menos que ocurra un verdadero prodigio, primando la cordura y el sentido común de una Gloria Cuenca entre sus mediocres herederos. No lo creo pero, en fin, tampoco pongo los dedos en cruz...
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