O las virtudes del sano cinismo
Por Jorge A. Pomar (Introducción), Colonia
[Yoani Sánchez (1975)
Licenciada en Filología. Reside en La Habana
y combina su pasión por la informática
con su trabajo en la Revista Digital Consenso.
E-Mail: yoanisanchez@desdecuba.com]
Introducción
Decididamente, esta chica cae bien, convence al lector. Y es que Yoani Sánchez aúna en sus breves textos delicadeza, perspicacia, sentido común y del humor, ironía y un coraje cívico en escaso entre las tan homenajeadas generaciones intelectuales precedentes, en especial, la de los años 50, corresponsable, salvo honrosas excepciones que por una razón u otra jamás comulgaron con el nuevo régimen o rompieron con él de manera inequívoca en algún momento posterior.
En la presentación de su blog Generación Y, que con mil y una vicisitudes mantiene al día desde La Habana, define en estos términos a la generación de los hijos de quienes, en los umbrales de la adolescencia en 1959, frisamos hoy la sesentena:
Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen una “y griega”. Nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito espacialmente a Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que arrastran sus "y griegas" a que me lean y me escriban.
Bello. Hay una cierta nota irónica, un desafío discernible en la descripción de su generación, que identifico, desde el punto de vista culinario, como “generación de la pizza, el espagueti , el arroz de fideo, las hamburguesas McCastro, el preuniversitario en el campo, etc.”. La misma que, atendiendo al retrato colectivo, ha sido acertadamente definida en clave epocal como la del “generación del cinismo".
Desde luego, cualquier clasificación generacional en bloque tiene más de errática abstracción que de realidad palpable. Lo que no se puede negar es el hecho de que, a más tardar a partir del fiasco de la “Zafra de los Diez Millones” en 1970, y con absoluta seguridad a raíz del éxodo del Mariel en 1980, termina la fase “romántica” del castrismo, la revolución misma junto con todas sus expectativas populares
En todo caso, al cerrar en negativo al final del decenio 1970-1980 el ciclo “revolucionario” --las comillas cuestionan adjetivos-- abierto en enero de 1959, en lo adelante sólo les quedaron a los insulares unas seis actitudes posibles: fanatismo, oportunismo, obsecuencia, seudoapoliticismo, cinismo y disidencia.
Con independencia de la imagen que puedan tener de sí mismos en su fuero interno, por su conducta la inmensa mayoría de los insulares, y aun de los emigrados, entra de lleno en las cuatros categorías situadas entre los polos contrapuestos fanatismo-disidencia, claramente minoritarios. El régimen sobrevive, pues, más bien por inercia.
Histórica e intelectualmente, la “Generación Y” tuvo su bautizo de fuego en la década de los 80 cuando, reflejo del desencanto masivo de la población y de la juventud en particular, eclosiona en literatura y artes plásticas un vasto movimiento crítico que cuestiona el imaginario paterno asumiendo casi siempre ese talante cínico que Yoani resume aquí en la concluyente, granítica pregunta: “¿Tanto sacrificio para esto?”
Con el tiempo, muchos de aquellos jóvenes creadores contestatarios sucumbirían a la fatal secuencia protesta-asimilación inaugurada por los cantautores rebeldes de con Silvio y Pablo como personajes galeones, trocando su bien ganado prestigio por prebendas de la “nueva política cultural”, enrocándose definitivamente en el esquema del cinismo acomodaticio, arribista.
No así Yoani quien, además de haberse ido y vuelto sin descafeinarse, cultiva la variante sana, afirmativa, del cinismo. Ni siquiera hay amargura en sus textos, a pesar de la odisea que tiene tras si, del órdago diario que presupone existir a corazón abierto en el “universo concentracionario castrista” (Cabrera Infante). Lo dicho: son las virtudes, el rendimiento intelectual superior del cinismo sano, bien entendido. Otros de su generación han perdido impulso, cuando no se les ha secado del todo esa ambigua, peligrosa fuente de inspiración.
“Vine y me quedé" conmueve sin mover a una compasión que la autora está lejos de pedirle a nadie. La lapidaria frase, emparentada de algún modo con el cesáreo vini vidi vici ("Vine, vi y vencí") denota orgullo, terquedad, el desafío impávido del que regresó sobre el escudo, a sabiendas de que nada había cambiado. Pero, con la loca esperanza y el empeño personal en el cambio como horizonte, nunca da su brazo a torcer.
Con constancia y coherencia, sin incurrir en la malhadada manía criolla del faroleo. Pues, además de no cojear de esa pata, saben por frecuente experiencia ajena que, si algo de realmente admirable tiene el castrismo, es la inexorabilidad con que les apaga el farol a los farsantes del patio.
"Los lemas de la inacción" es un título que no requiere comentarios. Yoani constata aquí una verdad perogrullesca: disentir en la Isla conlleva asumir de antemano el Ego vox clamantis in deserto, la certeza de estar predicando en el desierto. Para seguir con los símiles arcaicos, se me antoja que, con "Metáfora de estos tiempos", Yoani le aplica a la era castrista el criterio ultimativo, inapelable, de la arqueología.
En efecto, si dejamos volar la fantasía e imaginamos --pongo los dedos en cruz-- que ahora mismo un terrible terremoto arrasa La Habana y dentro de, pongamos 300 años, un equipo de arqueólogos estudiase las ruinas, llegaría forzosamente a la conclusión de que su último medio siglo fue un período muerto para el arte arquitectónico que apenas aportó a la otrora hermosa "ciudad de las columnas" otra cosa que precarios edificios prefabricados de pésimo gusto y peor hechura.
Por último, "Pocas canas, muchos sueños" nos da la clave principal del origen de la fuerza de voluntad que, bajo semejantes condiciones de acoso y aislamiento, mantiene en pie de lucha a esta singular pareja de disidentes: un amor que ha resistido la prueba del tiempo y el ostracismo social. Conditio sine qua non para enfrentarse al castrismo por tiempo indefinido dentro de la Isla.
Dada la jocosidad subyacente en estos cuatro textos recientes salidos de su teclado, no desentonan para nada en esta serie chistográfica del Abicú ideada para ayudar a los cubanos a no comerse las uñas apelando al sentido del humor durante esta magna espera que tanto a tantos desespera. Sin más, los dejo a solas con Yoani.
El Abicú
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Vine y me quedé
Por estos días hace tres años que hice mis maletas en Zürich y junto a mi hijo --por aquel entonces de 8 años-- decidí regresar a quedarme en mi país. Hasta ahí puede parecer una simple historia del regreso de un emigrante a su terruño, sino fuera por el detalle de que ambos teníamos salida definitiva. No voy a explicar lo que encierra ese retorcido concepto que empieza a cumplirse una vez pasados los 11 meses de estancia en el exterior, pues todos --los de adentro y los de afuera-- lo conocemos muy bien.
Una vez tomada la decisión de virar pá la isla, compramos boletos de ida y vuelta, enviamos nuestros pasaportes al consulado en Berna, para que nos colocaran el recién estrenado sellito de la habilitación del pasaporte, y tomamos el avión con escala en París.
En el aeropuerto cubano las consabidas preguntas del motivo del viaje, a las que mi hijo y yo contestamos con el aprendido guión de “venimos por dos semanas a visitar a la familia”. En los escasos 20 kilos de cada equipaje venían todas nuestras pertenencias personales, cuidando que ninguna delatara que se trataba de un viaje sin retorno.
Pasaron las dos semanas incluidas en el boleto y de seguro nuestros nombres resonaron en los altavoces del aeropuerto José Martí, sin que llegáramos a ocupar nunca los asientos comprados. Comenzó entonces la búsqueda de información, para conocer los riesgos y posibles resultados del “arrebato de quedarnos”.
A todo el que le preguntaba si sabía de algún otro caso que me pudiera servir de guía para actuar, abría los ojos y me decía “tú estás loca”. Pues sí, de una locura inusual, poco vista, raramente documentada… pero delirio al fin.
Mis amigos creyeron que les hacía un chiste, mi mamá se negó a aceptar que ya su hija no vivía en la Suiza de la leche y el chocolate, y mis vecinos creyeron que regresaba de Mata Hari desde Europa. La clave me la dio alguien con quien me topé: “Lo único que tienes que hacer es romper tu pasaporte, sin pasaporte no pueden montarte obligada en el avión”. Con ese acto pude experimentar por unos meses lo que es estar indocumentado en el propio país.
Justo el 12 de agosto de 2004 me presenté en inmigración provincial para anunciar “Soy yo, aunque no tengo documentos que lo prueben y he venido a quedarme”. Tremenda sorpresa cuando me dijeron, pide el último en la cola de los “que regresan” y dile a la teniente Sarahí que te de el modelo para solicitar el carné de identidad. Así que encontré, de pronto, otros “locos” como yo, cada uno con su truculenta historia de retorno.
Un señor que regresaba de España con su esposa e hija, después de cinco años de vivir allá, me dijo: “No te preocupes, van a tratar de forzarte a irte pero tienes que negarte. Lo más grave es que tengas que estar dos semanas detenida, pero la cárcel es aquí mismo y los colchones están de lo más buenos.
Respiré aliviada… al menos lo de dormir estaba garantizado. Me hicieron un expediente de “quedada”, me advirtieron que “nunca más volvería a salir del país” y me aclararon que iban a ser condescendientes porque había un niño de por medio. No llegué a probar los famosos colchones, pues no podían incluir al menor de edad junto conmigo y tampoco dejarlo en la calle.
La clave, para que todo “caminara” más rápido la daba el hecho de que nunca había tenido propiedades --que hubieran sido confiscadas con mi salida-- (¿quién de la “Generación Y” tiene alguna propiedad en Cuba?) y que además contaba con la posibilidad de ser nuevamente acogida en el núcleo familiar de donde me había ido.
Cada semana debía presentarme en Inmigración para un control de rutina, así hasta que en octubre del mismo 2004, nos expidieron otra vez nuevos documentos de identidad. La cuota del racionamiento la tuvimos de vuelta a mediados de diciembre… ya todo estaba otra vez como antes.
No quiero con esta historia explicar lo que muchos todavía siguen calificando como un acto insensato, sino decirle a aquellos que alguna vez lo han pensado hacer, que es posible. No es tan irrealizable ni tan inusual como los enmarañados decretos y leyes migratorios quieren hacernos creer. Durante meses --desde Zürich-- navegué en Internet a la búsqueda de un testimonio que me dijera: “se puede”, sólo encontré palabras de extrañeza, suspicacia y negativa. Así que pensando en otros dementes como yo que están barajando la idea de arremeter y quedarse he escrito esta “crónica de un regreso.
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Los lemas de la inacción
Cada vez se escucha con más frecuencia aquello de “no cojas lucha” dicho a todo el que quiera plantar cara a lo que no le gusta. Las expresiones de “te va a dar un infarto”, “no le hagas caso” o “con eso no vas a lograr nada” parecen llevarse los primeros lugares en la fraseología popular. Un extendido llamado a la inacción, en nombre de una supuesta higiene mental --que no es tal-- se sigue adueñando del accionar de los cubanos.
Como un “bicho raro” parece el que se queja o demanda sus derechos, mientras detrás del silencio se esconde el temor a meterse en problemas. Escasea la solidaridad con el que protesta en una cola, pues el resto de los usuarios teme perder la posibilidad de comprar o adquirir el servicio que tanto tiempo les ha tomado.
Lo más irónico es que frecuentemente el mismo que te impide hacer algo, busca tu complicidad y tu silencio. Eso me pasó hace poco cuando intenté acceder a Internet desde un punto telefónico de ETECSA ubicado en la Calle Obispo y el custodio me dijo “Mami, tú sabes muy bien que no te puedo dejar. No te me pongas bravita pero esto es pá turistas”. La oportuna voz del conformismo apareció esta vez en boca de una señora que esperaba para pagar su factura telefónica: “Ay mi’ja no te metas en problemas que al final no vas a cambiar nada”.
Entre tantos llamados a “no alterarse”, los cubanos hemos llegado a pensar que la salud cardiaca y la exigencia de los derechos deben estar reñidas o que las isquemias cerebrales son el desenlace inevitable cuando uno demanda un buen servicio. Imagino unas enormes vallas advirtiendo en la carretera: “Criticar, exigir y demandar dañan su salud”.
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Metáfora de estos tiempos
Esta es la historia de un edificio --modelo yugoslavo- que fue construido en los años 80 por ilusionados microbrigadistas. Estrenaron sus casas y con ellas un montón de nuevas experiencias que le cuelgan al hecho de tener un techo propio (muy pocos de la “Generación Y” hemos experimentado tal sensación). Aquellos constructores improvisados tuvieron que trabajar entre cuatro y siete años para tener su apartamento y posteriormente pagar una cuota, que al cabo de veinte años, les dio la posibilidad de un título de propiedad.
En este edificio que les cuento ya todos los jefes de núcleo son dueños de sus casas. Pasaron de los sueños del constructor --deseoso de habitar un espacio-- a las frustraciones del limitado dueño de una propiedad a medias. Lo que alguna vez fue un ejemplo del auge constructivo que se nos prometió, resulta ahora una ruina moderna; metáfora de la inmovilidad y declive de estos tiempos.
Desde hace cuatro años nadie ocupa la plaza de “encargado” ni de “limpia-pisos”, pues el salario no resulta estimulante y los catorce pisos, con largos pasillos y escaleras, demandan demasiado trabajo para tan poco dinero. El ascensor sobrevive gracias a los conocimientos de algunos vecinos que en estos años se han visto en la disyuntiva de aprender algo de mecánica o subir por las escaleras. La bomba de agua, por su parte, también tiene su equipo de “bombólogos” que la reparan cada vez que falla. La autogestión logra que no se desmorone el edificio, pero no puede mantenerlo estable.
La cercanía a la Plaza de la Revolución la Revolución hace que este bloque de catorce pisos esté en “zona congelada”, de ahí que los apartamentos que se vacían van a parar a manos de miembros de las FAR o del gobierno. Las rejas proliferan y algunos vecinos se turnan para limpiar los pasillos de sus pisos o los escasos metros frente a la puerta de sus casas. Las áreas sociales sufren de la indeferencia motivada por una forma de propiedad que no deja claro a quién pertenece. En teoría se trata de zonas comunes en manos de todos, pero en la realidad esta comunidad de 144 apartamentos no puede decidir qué hacer con ellas.
No se puede --por ejemplo-- abrir una necesaria cafetería para recaudar fondos que se inviertan en el propio edificio. También está vedada la posibilidad de acceder a un comercio mayorista donde adquirir los cientos de metros de tubería que son necesarios para paliar los abundantes salideros. Los vecinos deben esperar que el Instituto de la Vivienda destine fondos para su necesaria reparación.
Entrampados en un mecanismo vertical y burocrático los ilusos microbrigadistas de ayer ven que a su sueño se le cae el repello, se le oxidan las cabillas y se le destiñe la pintura. Sus hijos no arrastran la epopeya de la construcción y el montaje de las piezas prefabricadas, así que les resulta distante la “preocupación de los viejos”. Los más jóvenes se burlan cuando sus padres les cuentan las historias de la grúa o el andamio y concluyen, con el pragmatismo de esa edad: “¿Tanto sacrificio para esto?”
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Pocas canas, muchos sueños
Quiero hacerle un homenaje en este Blog al periodista Reinaldo Escobar, que recién ha estrenado sus 60 años. Unas envidiables seis décadas que en una vida normal darían material para cerca de doscientos años.
Trabajó como periodista, en los medios oficiales, hasta que en el año 1988 lo expulsaron de la profesión porque sus artículos “no se ajustaban con la línea editorial del periódico Juventud Rebelde. De ahí --y dando tumbos-- terminó como mecánico de ascensores para sobrevivir. Los tropiezos los tomó con la misma sabiduría que lo ha hecho consejero de muchos y padre adoptivo de cientos. Con su máxima de “esto nos pasa porque estamos vivos” ha esquivado el ostracismo, la calumnia, las frecuentes visitas y presiones de “los muchachos del aparato” y las sospechas de no pocos.
Macho, como lo llaman sus amigos, vio nacer en su propia casa a una generación de trovadores, en las ya míticas peñas de “Macho Rico” que se hacían los últimos viernes de cada mes en los años más duros del período especial. Sobre la mesa de la sala, un pomo con azúcar daba la bienvenida a todo el que --después de subir catorce pisos por las escaleras-- necesitara energías para cantar, leer o tocar su guitarra.
Con algo de Behique --que sus rasgos taínos confirman-- tiene la envidiable capacidad de poder explicar casi todo. Siempre presto a “meter la cuchareta” en cualquier proyecto, los jóvenes lo buscan para que les sugiera ideas más locas y atrevidas que las que ellos proponen. Reinaldo Escobar colecciona amigos, diccionarios y proyectos, nos recuerda a cada rato que lo importante “no es lo que te pasa, sino cómo lo tomas”.
Macho, con quien comparto mi vida y mis proyectos desde hace 14 años, es el ejemplo --doloroso para muchos-- de que se puede llegar con pocas canas y muchos sueños a los 60.
Tuesday, 28 August 2007
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9 comments:
Abicú, estas cosas se pueden leer en el blog de Yoani, por lo que no tiene sentido que las reproduzcas. ¿por qué mejor no vuelves a la carta contra Encuentro?
Pienso igual.
Patro
Estimados anónimos:
Sobre Encuentro ya he dicho cuanto tenía que decir. Por el momento. La bola sigue en el patio de la sede madrileña.
Pero también está en el patio de todos aquellos intelectuales cubanos que, como de costumbre, guardan silencio cada vez que el asunto les huele a quemado.
Por lo que me concierne, creo que ese largo mutismo --que extrañamente se extiende a la UNEAC, La Jiribilla y al resto del entramado cultural oficial-- no es tanto un silencio cómplice como una aprobación tácita de lo que llevo dicho.
De lo contrario, ya me habrían caído encima en pandilla tirios y troyanos. Háganse la cuenta de que el diferendo con la AECC funciona, digamos, como la Carta de los Diez de 1991: una convocatoria que provoca una reacción de pánico y abstención general.
Por lo demás, la cuestión dista mucho de ser un pasatiempo para mí ni para nadie. Si ustedes estiman que se me quedó algo en el tintero, o algo tienen en pro o en contra, mucho les agradecería que me lo señalaran, afin de publicarlo en El Abicú Liberal.
...Previa identificación confiable claro. Porque al efecto no vale el anonimato.
El Abicú
Pomar no seas ingenuo; la perreta tuya con Encuentro no tiene que ver nada con la Carta de los Diez. Y el silencio de la gente no indica ni complicidad con Encuentro ni aprobación a tus ataques. Sencillamente el asunto carece de importancia. Fue solo un acto circense que entretuvo a los ociosos por unos días. Nada más.
El anonimo de las 30/08/07 21:00 no se quiere dar cuenta de la seriedad y trascendencia de lo que significa ahora mismo EL Caso Asociación Encuentro. O una de dos (o las dos): Es un ignorante superficial o un mensajero in-oficial de la A. Encuentro
Rey Alfonso
A ver, explícame cual es la trascendencia del caso para que yo pueda entenderla. POrque por lo que veo se puede prescindir perfectamente de esa asociación.
La trascendencia histórica que tiene el como se maneje por todas las partes el llamado "Caso Asociación Encuentro" radica en que marcará una tipificación de en que nivel del camino hacia un perfeccionamiento de la utopía democrática se encuentran hoy los cubanos. Por lo que se vé, estamos bién atrasados e incluso los autonombrados paladines esenciales de la Democratización Encuentroril hechan mano a métodos bastante oscuros.
Avispado
Si tiene sentido que se publique, mientras más se publique mejor de hecho, la dirección del blog de Yoani ha sido bloqueada al parecer puesto que no me deja acceder a ella. Por Abicú he podido leer los primeros y únicos 4 artículos que he leído de ella después de conocer de su existencia. Si alguien conoce algún método para burlar el cerco que lo postee por favor.
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