
Por Jorge A. Pomar, Colonia
Con las emociones se desvanecen las memorias. Olvidé que había prometido seguir informando acerca de las gestiones para traer a Colonia Agrippinensis a mi entrañable hermana mayor. Como dice un refrán criollo, "Nunca es tarde si la dicha es buena": hacía nueve años que no nos veíamos pero ya la tengo aquí en casa junto a su hija menor, o sea, mi sobrina Suliz que llegó de Pavía, Italia, para tan memorable ocasión. (Foto: Compartiendo una salchicha de Cracovia con mostaza a orillas del Rin. Disculpen, el año consignado en la imagen es un error de configuración de la cámara.)
El 21 de mayo Felicia Pomar aterrizó (el avión de KLM, no mi hermana) en el aeropuerto de Düsseldorf a eso de las 4 y veinte de la tarde, con media hora de retraso. Aunque habíamos recibido un mensaje de La Habana anunciando su despegue (el del jet de MARTINAIR...) del aeropuerto de Varadero, la breve demora fue más que suficiente para que su hermano del alma se comiera mentalmente las uñas...
Empezaba yo a maliciar que, a lo mejor, una vez perdida de la vista de los parientes que la despidieron en Varadero, de pronto en algún recodo del pasillo rumbo al avión y la libertad provisional (regresará sin falta a la Isla penal), algún índice pivoteante en el extremo de una manga azul féretro-criollo-de-pinotea o verdeolivo le habría indicado sin derecho a réplica: "Por ahí no, doña Fela. Bájese de esa nube y vuelva aquí a la realidad. Sígame, por favor".

Poco antes del inicio del juicio en primera instancia contra la dirección del Grupo Opositor Criterio Alternativo en el juzgado de la Habana del Este, mi difunta esposa Gipsia Cáceres de la Guardia (amiga y colega de mi hermana en el Instituto de Gastroenterología a lo largo de toda su vida laboral), mi hermano Alexánder y ella se encontraron la sala repleta de extraños.
[Foto de arriba: der.: Tarjeta de salida / Izq. vert.: Certificado del ministro de Salud Pública autorizando el viaje. Nada contra ella en particular, visto que se lo exigieron igual al Abicú, que había sido públicamente expulsado del Instituto del Libro, el MINCULT, la UNEAC, el PCC..., y acababa de cumplir dos años de cárcel.]

Tras breve conciliábulo, uno de los oficiales ordenó levantarse a un par de aquellos convidados de relleno para que se sentara mi parentela. Yo estaba en primera fila, de espalda en el banquillo de los encartados. (Foto: paseando con Anna cerca del puerto fluvial.)
La cosa no quedó ahí. A la salida del juicio les bloqueó el paso una turba integrada, entre otros elementos patrióticos sin camisetas emblemáticas, por fornidos miembros de los Contingentes "Blas Roca" y "Che Guevara", medio ebrios en su mayoría. Llovieron empujones, insultos y consignas revolucionarias sobre los parientes del cuarteto de reos.

Sucedieron entonces dos incidentes imprevistos por los organizadores de aquel multitudinario mitin de repudio (nada de esto y de lo descrito en el párrafo anterior lo presencié yo, que a esa hora ya viajaba de vuelta a mi celda en Villa Maristas a bordo del patrullero de la DSE). De repente, empezaron a llover objetos --agua sucia y otras materias fétidas incluidas-- desde los balcones del edificio. Era una señal de protesta espontánea y a título anónimo ante aquel abuso organizado del poder.
El segundo incidente imprevisto involucró personalmente a mi hermana, a la sazón casada con un mayor de la Seguridad del Estado (padre de dos sobrinas mías) encargado de "atender" el área de la cultura popular. Para evitar males mayores, la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) intervino en rol de salvamento y trasladó al grupo de familiares hasta un local contiguo al juzgado. En calidad de arresto preventivo...
Al notar la presencia allí de un colega uniformado de su cónyuge, un tal Igor, Fela recabó su ayuda. Respuesta a voz en cuello: "¡Ah, yo no sé, este lío ustedes mismos se lo buscaron!" Ahí ella, flemática por naturaleza pero con tendencia al explote, acabó de perder su habitual compostura y gritó al tope de sus decibeles: "¡Mira, chico, déjate de cuentos que yo a ti te conozco de atrás! ¡Una partida de comelones es lo que son todos ustedes! ¡Mi hermano es mil veces más revolucionario...!"

Limpieza de una suciedad que sólo ellos veían, habida cuenta de que, conociendo el paño, el Abicú jamás le había pedido su opinión o apoyo para nada que no fuese organizar banquetes familiares. Pero, en fin, mi cuñado planteó el divorcio y, acto seguido, lió sus bártulos, hundiendo a mi hermana y sobrinas en un pozo de lágrimas y desconsuelo.
[Foto de arriba: con Tita, mis sobrinas Sandra y Suliz , y Gipsia en la azotea de Aramburu 451 esq. a San Rafael durante un pase que le dieron al Abicú cuando estaba recluido en el correccional cienfueguero de Lagunillas. Fíjense en mi flaquencia, a pesar de que en la granja se comía mejor que en Ariza.]
Había sido literalmente el único hombre de su vida y, como tal, aún conociendo sus debilidades, seguía queriéndolo. "Mi hermano, aquella crisis matrimonial me la sentí en los ovarios", me contaría más tarde con ojos aguados. Trizado el sueño de "hasta que la muerte nos separe", Tita tuvo el caletre de contestarle en estos términos (omito el nombre por motivos fáciles de comprender): "Fulano, tú has sido el único hombre de mi vida y siempre te he amado, a pesar de tus defectos. Aprecio nuestro matrimonio y no quiero hacer sufrir a mis hijas. Pero a mi hermano Jorge lo conocí primero. Nos dejas para irte con la Revolución, que es irse con la nada".
En efecto, poco después de mi partida al exilio, Reynol, jefe del departamento de la DSE de marras, sufrió una isquemia cerebral que, si a esta altura aún no se lo ha llevado a un tumba colectiva de tres pisos en la necrópolis de Colón, lo mantiene hemipléjico entre la cama y el sillón. Igor murió de infarto fulminante. Nada personal contra ninguno de ellos. Sin embargo, el Abicú pecaría de hipocresía si no admitiese aquí que ese destino acre se lo habían merecido con creces.
Por su parte, a mi cuñado --tan importante que ni siquiera durante su fase ascendente dentro del "Aparato" nunca rodó Lada o Moskovitch ni habló por teléfono a domicilio-- lo jubilaron sin pena ni gloria a la edad reglamentaria. Por mucho que se quemara las pestañas mechando en economía y derecho comercial, nunca le dieron el codiciado puesto en la gerencia dolarizada, usualmente reservado a los oficiales retirados de la DSE. Perdida la confianza por transitiva suspicacia, él y su grupo de victimarios a su vez victimizados habían quedado fuera de juego.
Suliz, Tita y su cuñada Anna en un Flohmarkt
(pulguero) dominical en la ribera oeste del Rin
Castigo colectivo anunciado que, desde luego, nada tuvo que ver con los sucesos aquí narrados y sí mucho con la circunstancia de que sus carreras habían tocado techo por decisión irrevocable de la nueva jefatura del Ministerio del Interior. En 1989, el monacal general Abelardo Colomé Ibarra, alias "el Furry", reemplazó al titular playboy anterior, general de división José Abrahantes, implicado en la causa por tráfico de drogas contra el general Ochoa (fusilado) y los hermanos Tony (fusilado) y Patricio (muerto en vida) La Guardia.
Desde aquel annus horribilis para la vieja guardia canina de Fidel y Raúl, toda la oficialidad bajo el mando de los numerosos pejes gordos de la DSE fusilados, encarcelados o puestos en "plan piyama", quedó marcada con una cruz de ceniza. En lo adelante, las prebendas jubilares serían asignadas en exlusiva a los nuevos cuadros raulistas provenientes del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR).
Fela cogió su ramalazo. A partir de entonces, licenciada en Bioquímica de profesión y por entonces investigadora destacada de "Gastro" con prestigio internacional en su campo, como se puede comprobar en Internet, vería roto el segundo sueño de su vida: llevar a buen puerto alguna de sus sofisticadas investigaciones.
Su único viaje de trabajo a España, efectuado poco antes, sería el último. Siguió esforzándose, pasando por noble pero rematadamente ingenua, "boba", "comemierda" y demás ante algunos colegas escamados (la mayoría la respeta y quiere hasta la fecha), a los que sin querer ponía en evidencia con su incomprensible laboriosidad.

Para colmo de males, se negaba a hacer guardias en el Comité de Defensa de la cuadra ni en el Instituto, a asistir a reuniones de la Central de Trabajadores Cubanos y la Federación de Mujeres Cubanas. Ni hablar de ir a agitar banderitas cubanas en los desfiles del régimen. Tampoco pagaba cuotas a las Milicias de Tropas Territoriales. ¿Cómo podía pretender que, a pesar de ese rosario de deméritos colaterales, le permitiesen triunfar en la vida profesional? (Foto: Instituto de Gastroenterología, sito en Calle 25 Nr. 503 entre H e I, Vedado.)
Poco después de largarse de la casa, mi cuñado, remero fracasado, en el fondo un tipo bonachón y alegre, elemental y dúctil como para él sólo, de nula cultura política cuando lo captaron los scouts de la Policía Secreta y se conocieron él y Fela, buscaría de nuevo el calor de su esposa y sus hijas en Alamar (Micro X, Zona 10). En última instancia, la voluntad de mi hermana, mujer resolutiva y de carácter suave, dulce pero dominante, acababa siempre imponiéndose. La amenaza de divorcio no se había consumado.
De modo que convivieron conyugalmente más mal que bien. Ambos amargados y profesionalmente frustrados. Ella cada vez más desafecta; él, rezongando y echando pestes, pero en el fondo aún en sus trece castristas, que un par de meses atrás forzaron a mi hermana a echarlo a las malas del hogar.
Ojalá que esta vez sea para siempre, por el bien de los cuatro. A Fela el cable vivo del divorcio --para ella, mujer de un solo varón, un drama existencial-- se le junto con el cable fin-del-mundo de la jubilación insular, dando lugar a un violento cortocircuito psíquico. Supe que estaba mal.
Por eso la he invitado, para que rebaje tensiones a orillas del Rin. En suma, un drama de lo más común en una Isla de idiosincrasias incompatibles, hiperpolarizadas. A decir verdad, no meto la mano en la candela por Tita --ni por nadie más-- en este aspecto íntimo de su existencia otoñal que sólo concierne a ella y a quien reza aún como su marido en el Registro Civil de Centro Habana. Y quizás a sus dos bellas hijas, que prefieren a sus padres separados.
Igual que yo, en primer lugar porque no soporto verla sufrir y, en segundo, porque en el cuarto de hora de mi moderado infortunio en los asépticos calabozos de la Seguridad del Estado en Santo Suárez, su rostro querido, junto al de Gipsia y los de mis hermanos Guadalupe y Alexánder, estuvo entre los primeros que volví a ver en Villa Marista.

Pero no se ha corrompido como tanta gente, lo cual ya de por sí es un mérito, una proeza humana tan descomunal como la de poder proclamar hoy, a todo pulmón y corazón abierto, lo que sigue: el castrismo, que todo lo rompe, no ha conseguido romper los lazos familiares entre los Pomar. (Foto de al lado: Álex, Tita y Lupe en el apartamento de esta última en el reparto prefabricado de San Agustín, Marianao.)
Eso en gran parte, se lo debemos a Tita, que supo cubrir hasta las últimas consecuencias el puesto que en 1981 dejó vacante a los 59 años de edad la autora de nuestros días, Mercedes Montalvo, quien nos inculcó la idea de que, pase lo que pase, el amor a la familia debe estar siempre por encima de todo. Y la verdad había que decirla siempre, aunque le costase a uno la vida.
Finalmente, así conoció a su hermana mayor y aprendió a quererla el Abicú. Desde nuestra más tierna infancia allá lejos en La Marina, el humilde barrio de Cárdenas donde vinimos a este mundo en una secuencia de apenas un año. Hoy está aquí a mi lado y, como de costumbre, me anima a resistir y hace feliz incluso en el exilio renano...