Especulaciones sobre el lugar de Cuba en el futuro inmediato
Por Jorge A. Pomar, Colonia
Muerte de un viajante
En Google aparecían ayer 10 de febrero 1 430 000 entradas sobre el sueño americano. No hay forma humana de comprobarlo pero, hasta donde pude surfear antes de aburrirme, la mayoría de los autores anuncian --auguran sería más exacto-- el inexorable, inminente fin del sueño americano. Otros, nostálgicos de su desbocada imaginería, sostienen la lacrimosa variante de que alguna vez existió mejor en Estados Unidos un pasado más equitativo y próspero. ¿Cuándo exactamente, a vuestro parecer --les preguntaría yo a los primeros agoreros, parafraseando al poeta renacentista español Jorge Manrique-- tendrá lugar ese estadounicidio? ¿Cuándo --a los segundos-- se vivió ese tiempo mejor al sur del Río Bravo?
Se me ocurre que, tras haber asistido a la sucesiva caída de ambos totalitarismos del siglo XX y contemplar hoy impotentes la crisis del estado del bienestar, esos agoreros profesionales o voluntarios, influidos por intelectuales izquierdistas, han sucumbido a una añeja falacia puesta de moda en la literatura contemporánea durante los años del New Deal por uno de los grandes iconos de la contracultura occidental: Arthur Miller (1915-2005). En pleno apogeo del más esplendoroso de esos hipotéticos pasados mejores de Estados Unidos por los que los susodichos derraman hoy lágrimas de cocodrilo, este escritor norteamericano escenificó magistralmente la bancarrota hogareña del sueño americano.
Señaladamente, en Muerte de un viajante (1949), el dramaturgo neoyorquino personificó en el trágico protagonista Billy Lohmann, inspirado en la biografía de su padre, el fiasco del mito liberal individualista inherente al sistema norteamericano. Aunque ya se había alejado del marxismo, hasta el final de sus días Miller solía despotricar acerca del “hambre y derroche en el que vivimos, con un proletariado menguante, una clase media que se aburguesa y una creciente masa de indigentes (o de trastornados por el hambre) que vagabundean por las ciudades del capitalismo”.
Se sienten en esa parrafada de desaliento, por un lado, los ecos de las tesis marxistas sobre crisis periódicas del capitalismo y depauperación del proletariado; por el otro, el resentimiento del intelectual progresista en un país que tiene el acierto de tratar a los escritores más bien como “figuras de entretenimiento” y no, a la usanza europea, como conciencia de la sociedad o de la humanidad. De ahí el pesimismo existencial de Miller, que fue siempre un moralista recalcitrante. Creía que “la mayoría de las empresas humanas decepcionan”. Por una de esas ironías del destino, su propio triunfo personal --se casó con la actriz más bella de su tiempo, Marylin Monroe, y murió forrado de dólares, premios y agasajos de todo género-- corrobora la veracidad del sueño americano.
Ya en el ocaso de su vida Miller, quien por sus confesas simpatías con el marxismo fue citado en 1956 a declarar como sospechoso ante el Comité de Actividades Antiamericanas dirigido por el senador MacCarthy --al final salió absuelto--, tendría ocasión de verificar en persona la apoteótica vitalidad del sueño americano al constatar durante una visita a Pekín, entre perplejo y halagado, que en el renaciente Reino del Medio turbocapitalista de Deng Xiaoping millones de chinos emprendedores veían sin más en el personaje de Billy Lohmann un modelo de vida, un héroe positivo digno de imitación. No obstante, a la zaga de Miller, sus émulos occidentales insisten en el error de vaticinar el ocaso del liberalismo.
Equilibrio del sistema presidencialista estadounidense
Por suerte para todos los terrícolas --y empleo este ablativo halagüeño porque, de cumplirse esos pronósticos catastrofistas, sobrevendría una quiebra de dimensiones planetarias--, el incontenible ascenso de la economía estadounidense; la pujanza de las clases medias en ese país; su abismal superioridad en materia de movilidad social, investigación y desarrollo, tecnologías de punta, informática, excelencia universitaria y poderío militar, al igual que en casi todos los restantes campos del saber y quehacer humanos; y en especial su capacidad para absorber mano de obra extranjera calificada y no calificada, indican a las claras que el American way of life está lejos eclipsarse.
Contra los augurios pesimistas, el tradicional equilibrio del sistema presidencial bipartidista estadounidense acaba de salir robustecido de la última renovación parlamentaria, que hace apenas un par de meses dejó tras sí un Congreso dominado por una loable tendencia al centrismo. De tal modo que la progresía occidental, habituada a contraponer maniqueístamente a demócratas (buenos) y republicanos (malos) se ha llevado de nuevo un rotundo mentís. Hoy más que nunca antes rige aquello de que “no hay nada más parecido a un demócrata que un republicano”.
Las discrepancias entre ambos partidos son apenas de matices: los demócratas tienden a apostar más al estado del bienestar; los republicanos se encargan de pisar el freno conservador. Por otra parte, la federación americana no ha vuelto a afrontar conflictos regionalistas de ningún tipo desde el fin de la guerra de Secesión en 1865. Los estados no riñen entre sí por motivos egoístas como fuentes de recursos naturales o desarrollo industrial. Al contrario, rigen los principios de la solidaridad interregional y la representación proporcional (relativa) de los estados en la Cámara Baja, contrarrestada por una de las cláusulas orgánicas de la Federal Constitution: cada estado, con independencia del número de habitantes que tenga, es representado en el Senado por dos senadores.
Los padres fundadores diseñaron la nación partiendo de la maldad intrínseca del ser humano, o sea, maniatando jurídicamente de múltiples maneras a las élites políticas, y de la conveniencia legal de proteger a las minorías contra la tiranía de la mayoría. Esas sabias precauciones, combinadas con una vigorosa moralidad protestante, hacen impensable la dictadura en Estados Unidos. Compárese esa situación con la de Francia, donde impera un centralismo estatal asfixiante. O con la de España, donde al cabo de más de medio milenio de su fundación bajo los reyes católicos aún se debate, e incluso combate, acerca de la identidad nacional; donde el espectro político-ideológico, como en Francia o Italia, está rígidamente atomizado y polarizado. A tal extremo, que los partidos apenas se comunican mediante insultos y reproches; las regiones riñen entre sí hasta por el reparto del agua de los ríos; y verbigracia, un maestro de primaria de Madrid o Segovia, a menos que lo haga en catalán, no puede impartir clases en español en una escuela de Barcelona.
Frente al formidable equilibrio sistémico de Estados Unidos, el desenlace de la guerra de Irak, sea éste cual sea a la postre, y la tan aborrecida administración Bush, sea cual sea su balance final tan pronto como en noviembre de 2008, no pasarán de ser meros accidentes en el devenir de una nación que asombra al mundo por su estabilidad, su increíble habilidad para reinventarse a sí misma, crecer, diversificarse culturalmente y superar en tiempo récord sus conflictos internos. Ninguno de los candidados presidencias en lisa alterará sustancialmente esa situación.
El desafío americano
El sueño americano, única utopía terrenal aún en pie, goza de excelente salud hasta la fecha, y probablemente continuará haciéndolo en el futuro previsible. Hogaño como antaño, el melting pot (crisol) por antonomasia del mundo atrae año tras año a centenares de miles de inmigrantes, tanto de países industrializados como emergentes o subdesarrollados; tanto de Europa como de Asia, África y América Latina; tanto a intelectuales y científicos como a técnicos, obreros, peones agrícolas o empleados de servicios. Y ello, dada la fuerza aglutinadora del sistema, sin los conflictos étnicos que atormentan al Viejo Continente
El monto de las inversiones extranjeras directas en la economía norteamericana asciende hoy, según datos del Bureau of Economic Analysis (BEA) a 4,6 billones (de 12 ceros) de dólares, contra 90 000 mil millones en 1980. El grueso de estos capitales proviene, sintomáticamente, de europeos que consideran más lucrativo invertir en Estados Unidos. A la inversa, de Estados Unidos en el exterior, la cifra apenas supera hoy los 1,7 billones, lo que no es poco crecimiento comparado con los 127 millones del año base. Pero arroja una balanza casi tres veces superior en beneficio de Estados Unidos en una época en que lsa economías nacionales de los países desarrollados sufren los efectos del outsourcing (deslocalización o traslado de capitales y puestos de trabajo hacia el extranjero).
En cambio, mientras que el flujo de capital humano hacia Estados Unidos no cesa de aumentar, habiendo aumentado en 16% en la pasada década, en la dirección contraria, los viajes y estancias son generalmente de carácter turístico, cultural o conyugal: no se sabe de negros de Harlem o del Bronx, ni de indios de las reservas, que hayan optado por emigrar a Europa --donde, por cierto, renace el fantasma de la discriminación racial-- en busca de empleo o mejores condiciones de vida.
En buena medida gracias a esos flujos inmigratorios, a diferencia de Europa Occidental, donde la población envejece a un ritmo inquietante, Estados Unidos sigue siendo una nación joven, esto es, vital, abierta al futuro, muy distante de cualquier fenómeno de decadencia. Prueba de ello son 1) el hecho de que cientos de miles de graduados universitarios europeos de carreras científico-técnicas laboren hoy en empresas, institutos, centros de investigación, colleges y universidades de élite de Estados Unidos; 2) la necesidad de construir un muro en la frontera sur para contener la inmigración latinoamericana; 3) la presencia de millones de indocumentados en su territorio. 3) La firma de cada vez más tratados de libre comercio con países del Tercer Mundo, una tendencia impulsada por los republicanos y, valga la contradicción, refrenada por los demócratas y la propaganda filocastrista en América Latina. Esto contrasta con la política comunitaria: salvo por la ampliación continental, que toca su fin, la Unión Europea (UE) tiende al enroque proteccionista ante la amenaza global.
Al cabo de casi 40 años, la tendencia a la hegemonía norteamericana esbozada por el francés Jean-Jacques Servan-Schreiber en su impactante bestseller El desafío americano (1968) se acentúa exponencialmente. Un estudio reciente de la Asociación de Cámaras de Comercio e Industria de Europa (Eurochambres) alerta sobre el hecho incontrovertible de que, siempre con respecto a Estados Unidos, la UE muestra un atraso de 20 años en rendimiento económico, 23 en investigación y desarrollo, 45 en tasa de empleo, 14 en productividad, etc. Lo que pone en tela de juicio a los postulados socialdemócratas del estado del bienestar
En cuanto al tan traído y llevado Protocolo de Kyoto, es cierto que la Casa Blanca se niega a firmarlo --cosa que hizo también, no olvidarlo, bajo la administración demócrata de Bill Clinton y su vice Al Gore, autoinvestido de la noche a la mañana como paladín mundial del ecologismo--. Pero los países firmantes han incumplido reiteradas veces sus solemnes compromisos. Por la misma razón que los norteamericanos: frenaría el desarrollo industrial. En su defensa, Estados Unidos puede alegar la circunstancia de ser también el productor número uno de tecnologías medioambientales. Por lo demás, la negativa estadounidense responde a una máxima puritana: no se debe prometer lo que uno ya sabe que no va a cumplir.
Otra matraquilla antiamericana es el controvertido tema de la pena de muerte, que aún se aplica en Estados Unidos y ha sido derogada en todos los países comunitarios. En Austria, por ejemplo, la histeria progresista sobre el particular llegó al extremo de humillar a su hijo predilecto (por su renombre como actor y, sobre todo, por ser el austriaco que más alto ha llegado en Estados Unidos) Arnold Schwarzenneger. ¿Motivo? El ex actor y actual gobernador de California se negó a indultar a Stanely “Tookie” Williams, un afroamericano sentenciado a pena de muerte en 1981 por cuatro asesinatos que nunca reconoció.
El protagonista de Terminator vio retirar el letrero con su epíteto, “Roble de Estiria”, del estadio de fútbol de Graz, su ciudad natal, regentaba por una coalición de socialdemócratas y comunistas. Los Verdes propusieron que se le retirara la nacionalidad austriaca. Durante los 24 años que pasó en el corredor de la muerte entre un aplazamiento y otro, Tookie se volvió pacifista y escribió una serie de libros didácticos contra la delincuencia juvenil. Con notable éxito: seis nominaciones al Premio Nobel para un reo directamente involucrado, además, en cerca de un centenar de homicidios.
Aquí la aberración de la progresía se da de la mano con su hipocresía: se premia a un criminal convicto que, además, capitaneó una de las pandillas callejeras más crueles de Los Ángeles, y se castiga a un ídolo universal que no ha cometido otro delito que el de entretener a niños y adultos con sus personajes aventureros y haber triunfado en Estados Unidos donde, según sus detractores de Estiria, debía mantenerse fiel a las costumbres austriacas. Por lo demás, de nuevo las estadísticas desmienten a los antiamericanos. Las encuestas indican que un 60-70% de los canadienses, un 66-75% de los británicos y alrededor de un 50% de italianos y suecos están a favor de la pena de muerte en general.
En el caso particular de Saddam Hussein, la revista alemana Stern efectuó un sondeo que arrojó los siguientes porcentajes en pro de la ejecución del ex dictador iraquí: el 50% de los alemanes a favor, contra 39% en contra. El diario Le Monde hizo otro tanto a escala internacional, con estos resultados: 51% de los españoles, 53% de los alemanes, 58% de los franceses, 69% de los británicos y 82% de los estadounidenses, a favor. Ni qué decir de Asia, África, el Medio Oriente o América Latina, donde menudean los linchamientos de simples rateros. En la práctica, son muy pocos los países donde la pena capital ha sido abolida por sufragio.
En resumen, la pena capital es popular en el mundo entero, dependiendo su mayor grado de popularidad o impopularidad más de la cercanía del condenado al lugar del crimen, o del trabajo mediático con la opinión pública, que de una supuesta bondad humana universal. Es por eso que la inmensa mayoría de sus antiguos vecinos negros nunca perdonaron a Stanley “Tookie” Williams, cuya banda, la de los “Crips”, dejó un extenso rosario de cadáveres juveniles de piel oscura en el barrio. Nada personal contra Tookie, que incluso físicamente se parece a mí (compárese mi foto arriba con la suya en Internet) pero, si su propósito era salvarse, ¿por qué no admitir un asesinato más entre los tantos en que participó, pedirles perdón a los deudos de sus víctimas y facilitarle la tarea de indultarlo a Schwarzenegger, que después de todo era un constructivista como él? Honestamente, creo que el exceso de solidaridad instrumental de las izquierdas, a menudo letal, lo ensoberbeció al punto de nublarle el entendimiento, ayudándolo a bien morir. Pero es un esquema que, como veremos más adelante, se repite.
“Muero porque no soy blanco”, declaró Tookie poco antes de recibir la inyección letal. No era cierto, pues después de él muchos blancos han pasado por los cadalsos de su país. Pero juro que les creería a pies juntillas a sus airados defensores si alguna vez, aunque sea por excepción, los hubiera visto defender a reos menos violentos. Y los hay por millones, hacinados en las cárceles del tercer Mundo. En Rusia, por ejemplo, donde la pena de muerte ha sido suspendida y sustituida por la cadena perpetua pero, dadas las espantosas condiciones de encarcalamiento en la Siberia, algunos condenados reclaman que se les aplique la sentencia a muerte. (Los he visto en un documental de la TV alemana.)
O en Cuba, donde la inefable Cindy Sheehan, madre de un marine muerto en Irak, recientemente atravesó la isla de un extremo a otro, pasando de largo junto a las 250 ergástulas castristas, para ir a pedir la liberación de los talibanes recluidos en la Base Naval de Guantánamo. Ni siquiera se tomó la molestia de escuchar el clamor de las Damas de Blanco.
Otro motivo de alaraca pseudoprogresista es la “arrogancia imperial” de Estados Unidos. Da grima oír hablar tanto de arrogancia en antiguas potencias coloniales que resuellan por la herida del orgullo nacional. Para abreviar, he aquí mi ecuación infalible a la hora de medir aritméticamente este rasgo colectivo tan generalizado en el planeta: arrogancia es igual a poder real partido soberbia verbal. Pues, bien, si se acepta la fórmula, hemos de concluir, en razón de su enorme superioridad sobre el resto del mundo, que Estados Unidos es la potencia más modesta de la historia. Resumiendo: al margen de lo que pueda haber de cierto en todas esas acusaciones contra el “Imperio”, lo esencial es que, como el “criminal bloqueo” impuesto a la Isla por su principal suministrador de alimentos, son otras tantas sublimaciones interesadas.
El dilema iraquí
Falta Irak, claro. Desde mi punto de vista, el US-Army ganó su guerra relámpago propiamente dicha, es decir, ocupó el país en semanas, disolvió el aparato represivo del sultanato saddamita y depuso al gobierno. (A Saddam, a sus dos hijos y a dos de sus generales ya no les podemos preguntar: fueron ahorcados.) La paz, en cambio, le ha estallado entre las manos a Bush junior. Al margen de sus errores de previsión y de los conflictos interétnicos, no puede ganarla por una razón fundamental: Estados Unidos no es un imperio en el sentido tradicional de la palabra, como lo eran la Alemania hitleriana o la Rusia soviética.
Su intención final no es conquistar el territorio iraquí con el fin de colonizarlo o someterlo a perpetuidad, sino modernizarlo para hacer de él un valladar contra el integrismo islámico y evitar el chantaje petrolero a Occidente. Misión que, dicho sea de paso, cumplía ya Saddam Hussein, a quien a ese fin apoyara Ronald Reagan (1980-88) durante su guerra de agresión (la de Saddam) contra el Irán del ayatollah Jomeini. Lamentablemente para él mundo islámico, Saddam lo hacía en forma brutal, totalitaria y expansionista.
Estados Unidos, contra lo que piensan sus detractores, carece de vocación represiva. Y represión es justamente lo que haría falta para doblegar a una insurgencia que, como el Frente de Liberación de Argelia contra la Francia de Charles de Gaulle en los años 50-60, es derrotable pero tiene a su vera un arma no convencional sumamente eficaz en la era de las telecomunicaciones: la simpatía acrítica, incondicional, de la progresía y los medios de difusión occidentales.
Recordemos la pregunta clave que, en el largometraje de Gillo Pontecorvo La batalla de Argel, les hace el coronel francés Matieu a los periodistas que le echan en cara las torturas de sus tropas especiales: “¿Francia debe quedarse en Argel?. Si su respuesta es que sí deben aceptar tales consecuencias necesarias”. Donald Rumsfeld, el depuesto secretario de Defensa, que tenía razón en insistir en no aumentar las tropas, jamás habría podido hacer una pregunta como ésa en público.
Probablemente, el escándalo de las torturas en la prisión de Abu Ghraib --más bien un divertimento morboso de gringos malcriados al lado de las crueldades de la Organisation Armée Secrète, (OAS) en Argelia-- haya sido la respuesta negativa de la opinión pública republicana y demócrata al dilema de Bagdad. Las consecuencias a corto, mediano y largo plazo no las pagarían tanto los galos como los argelinos. En Irak serán, están siendo ya, mucho peores. La retirada intempestiva del US-Army dejaría allí una guerra civil que haría palidecer a las degollinas en las aldeas argelinas. Ahora bien, ¿qué relación hay entre las masacres en mezquitas y mercados iraquíes y la apenas velada alegría por el mal ajeno en Occidente? ¿Es más perverso intentar imponer la democracia por la fuerza que haber dejado a Saddam en sus palacios? ¿Realmente las izquierdas aman tanto a los iraquíes?
Fijémonos en estos detalles reveladores: 1) la opinión de los comunistas iraquíes, que fueron diezmados ante las cámaras por Saddam y están por la democracia, no interesa a la prensa de izquierda, ni siquiera a la de filiación marxista. 2) Los estados eurooccidentales que, junto con la ONU, se oponían con firmeza a cualquier ataque contra Irak, so pretexto de que el clan Bush lo lanzaría por petróleo, bajo cuerda recibían millones de barriles de petróleo de manos de Saddam, en flagrante violación del programa “Petróleo por alimentos”. 3) Mientras proclamaban su rechazo a la guerra ya iniciada, esos mismos estados colaboraban en secreto con el esfuerzo bélico norteamericano, prestándoles sus bases aéreas y demás. 4) Recientemente, trascendió que el gobierno rojiverde de Gerhard Schröder, que se oponía a la reclusión de los talibanes “en el limbo legal” de Guantánamo, rechazó la oferta norteamericana de entregarles al talibán Murat Kunaz. 5) Hubo protestas en Europa y Estados Unidos por la condena a muerte de Saddam y el modo en que fue ejecutada, pero jamás las ha habido contra las masacres de millares de iraquíes inocentes, y tampoco se conoce de un solo caso donde los medios se hayan interesado por la suerte de la parentela de las víctimas, si tenían hijos, esposa, padres, amigos. Los civiles iraquíes están siendo masacrados en un limbo mediático.
Todo esto viene a demostrar un dato que salta a la vista: Irak también está siendo abusivamente instrumentado por la fobia antiamericana (que al mismo tiempo antioccidental, antijudeocristiana, anticapitalista, antiliberal). Así es en todas partes. También en el caso cubano: según un memorando secreto de su embajador en La Habana, para el gobierno socialista de José Luis Zapatero, el enemigo de España en nuestra Isla no son los Castro sino Estados Unidos. Estados Unidos es, pues, invariablemente el enemigo principal, la zorra de cola larga que debe acabar de una vez de cortársela para que las demás --que en sus furores nacionalistas se mutilaron recíprocamente en dos guerras mundiales sucesivas y/o la perdieron a causa de sus propios experimentos totalitarios-- puedan exhibirse sin complejos por la aldea global. Los países del tercer Mundo hacen coro o sirven de caballos de Troya sacrificables. Palestina es el modelo ideal: la progresía está dispuesta a luchar contra Israel hasta el último palestino. Y George W. Bush es el feo mascarón de proa de la nave imperial, el rostro con que afinar la puntería. Cuando no esté él, habrá que inventarse otro igual. Pero, tal como pintan las cosas, a buen seguro que será su sucesor: el primer descendiente de italianos en la Casa Blanca.
“Las comparaciones cojean pero…”
Sigamos con los indicadores. A modo de comparación, el producto interno bruto (PIB) percápita de Estados Unidos supera en un 49% la media europea: 39 700 dólares contra 28 700. En creación de empleos desde 1970 hasta la fecha la ventaja es apabullante: 57 millones en Estados Unidos contra unos 4 en Europa. He ahí el porqué del torrente inmigratorio. Otro índice de desarrollo humano más concreto refleja que el tamaño promedio de la vivienda norteamericana es de 175 metros cuadrados, mientras que en Europa no pasa de 92. Si acercamos un poco más la lupa, comprobaremos que las tan compadecidas familias pobres norteamericanas, negros y latinos incluidos, disponen de un espacio habitacional promedio de 112 metros cuadrados, contra unos 50-60 en, por ejemplo, Alemania, uno de los países más ricos de la UE.
Para que se tenga una idea: según los economistas suecos Bergnstrom y Gidehag, los recortes presupuestarios en ese país escandinavo, hasta hace poco el estado del bienestar ejemplar a nivel mundial, han conducido a que el 40% de los hogares suecos se ubiquen dentro de la franja de bajos ingresos en Estados Unidos. Otro tanto sucede con la sanidad gratuita en Canadá, donde, por ejemplo, se llega al extremo de multar con hasta 20 mil dólares a los cirujanos que acepten sobornos de sus pacientes.
A primera vista, allá como en Cuba, la atención médica es un derecho social y todo funciona a pedir de boca. Sin embargo, según un reciente informe del Instituto Fraser, los canadienses tienen que esperar varias semanas antes de ser atendidos por un especialista. Dado el relativo bajo nivel de los honorarios, cada vez menos bachilleres eligen carreras médicas. Se calcula que unos 10 mil galenos canadienses emigraron en la década de los 90, en su mayoría al vecino del sur. También los pacientes optan por buscar remedio a su dolencias en el exterior. Por ejemplo, en Cleveland, devenida en centro de operaciones de cadera (tiempo de espera en Canadá: aprox. 20 semanas) para pacientes canadienses.
En contraste, la sanidad norteamericana no debe de andar tan mal cuando el FBI se ha visto obligado a crear una Oficina de Vigilancia para luchar contra el fraude masivo a Medicare y Madicaid. Según El Herald (21-06-2006) --copiado enseguida por La Jiribilla, la panfletaria revista digital del Ministerio de Cultura cubano, para mayor credibilidad-- tan sólo en el sur de La Florida esas estafas cuestan a los contribuyentes unos mil millones de dólares al año. Médicos, farmacéuticos y pacientes pobres adscritos a Medicare y Medicaid se confabulan para revender recetas y medicinas, reportar falsos tratamientos, operaciones, aparatos, implantaciones de prótesis, etc. En fin, que los necesitados de los guetos también bisnean al por menor con su miseria. Y no siempre para matarse el hambre (como hacen muchos jubilados de la Isla con el sobre de café Pilón o la botella de ron a granel que no beben) sino a menudo a cambio de drogas duras.
Algo parecido sucede con la educación. Las escuelas públicas de Harlem o el Bronx no están peor equipadas que las de los barrios residenciales de Brodway. Un alumno negro de una high school (secundaria básica) estatal de Boston, por ejemplo, le cuesta al fisco unos 15 000 dólares al año, pero saca notas mucho más bajas que sus condiscípulos de los barrios de clase media blanca o negra. Lo que falla, por tanto, es más bien la mentalidad, la perniciosa subcultura afrolatina de los padres, cuyos hijos tienden a convertir los centros escolares en antros de perdición. Los alumnos ávidos de conocimiento son mal vistos y, si no acaban aplatanándose, con frecuencia hostigados. Los remedios son a veces peores que la enfermedad. He aquí uno de ellos propuesto por gente seria: obligar por decreto a los alumnos de los barrios blancos a matricular en escuelas de guetos afrolatinos, y viceversa. Sin comentarios…
De ahí que los negros sean los que más vayan a parar a la cárcel: son también los que más delinquen. (Igual que en Cuba, donde en cambio no hay nada parecido a la igualdad de oportunidades, la discriminación positiva o el justo proceso, y en las cárceles los reclusos pasan casi tanta hambre como ratones en una ferretería. Por saberlo yo, que halé dos años en el penal cienfueguero de Ariza por un delito imaginario que en Estados Unidos sería una virtud.) No en balde el senador negro Jessie Jackson, veterano de la lucha por los derechos civiles, dijo alguna vez: “Odio admitirlo, pero he alcanzado una etapa de mi vida en la que, si camino de noche por una calle oscura y veo que la persona que tengo detrás es blanca, inconscientemente me siento aliviado”. Un prestigioso catedrático afroamericano (cuyo nombre no recuerdo), que fue asesor presidencial, confesó que, cada vez que iba a Harlem, cambiaba de ropa y de auto para no ser objeto del desprecio o la burla de sus moradores. Y aunque esto no osó decirlo él, lo añado yo: de posibles atracos.
Con todo, las barreras raciales han caído tanto que, según la última encuesta del influyente semanario Newsweek, una sólida mayoría del 56% contestó afirmativamente a la pregunta de si creía que Estados Unidos ya estaba listo para votar por “un candidato negro cualificado nominado por su partido”. Sólo el 30% de los encuestados respondió que no. Más aún, preguntados sobre si ellos, “a título personal”, votarían por dicho candidato, la respuesta fue aplastante: 93%. Preguntada al respecto por Associated Press, la secretaria de Estado Condoleezza Rice contestó: “Sí, creo que sí. […] Aunque ya usted sabe, cuando una persona entra en una sala, su raza es algo evidente, hemos pasado a ser capaces de ver más allá del color de la piel para ver la capacidad y los méritos y superar los estereotipos... y eso es lo que busca la gente, creo yo, cuando busca un presidente”.
La brillante estadista afroamericana ha rehusado de plano presentarse como candidata presidencial en 2008 por el Grand Old Party (Partido Republicano). Otro que renunció a postularse fue el ex jefe del Estado Mayor Conjunto del US-Army y ex secretario de Estado Colin Powell, quien en 1995 estuvo muy cerca de ser el favorito del electorado en las encuestas. Jackson se postuló en 1984 y 1988, pero no consiguió la nominación por el “Partido del Burro” (demócratas) en ninguna de las dos ocasiones: demasiado sesgado a la izquierda...
En lugar de Condy, del “Partido del Elefante” (republicanos), ha emergido la figura del joven senador demócrata mulato Barack Obama, uno de cuyos principales escollos en la carrera hacia la Casa Blanca podría ser, paradójicamente, el voto negro: Obama es mestizo de padre keniano y madre norteamericana, además de haber estudiado siempre en colegios de élite. Afronta también problemas de credibilidad por ser nieto e hijo de musulmanes practicantes. Aunque, según él: “A pesar de que mi padre había sido criado como musulmán, en el tiempo cuando conoció a mi madre se confirmaba ateo”, lo cierto es que su notorio nombre de pila y esa rara combinación de Islam con ateísmo en su árbol genealógico es un handicap demasiado engorroso para aspirar a ser el sucesor de Bush. Por lo pronto, sin embargo, ya se ha desatado la “obamomanía”. Pero lo tiene cuesta arriba.
“Las comparaciones cojean”, dice un sabio refrán alemán. Pero, allí donde la crítica suele mirar a un solo lado, sirven para hacerse una idea más cercana a la verdad, que siempre es relativa. Para cuestionar a Estados Unidos, país al que sus críticos más estultos clasifican por algunos parámetros asistenciales dentro del Tercer Mundo, se esgrimen argumentos por el estilo de que en Estados Unidos “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. O bien, como afirmara el ex presidente James Carter, un progre de tomo y lomo, “que los ricos no dan ni un centavo”. Y se alega, no sin razón, que los negros y latinos son más pobres que los anglosajones, que las clases medias están en vías de extinción, que millones de personas carecen de educación y seguro médico...
En todo eso hay siempre algo de cierto y mucho de falso. Bien miradas, sin embargo, se trata de realidades fluctuantes, por lo común en proceso de mejoramiento y no de empeoramiento. Por lo demás, aunque las películas de Hollywood hagan hincapié en los aspectos más tenebrosos del American way of life (admitamos que ése es el negocio de sus cineastas), hay dos datos de sentido común que contradicen las elucubraciones tremendistas de tantos intelectuales antiamericanos del patio: 1) los inversionistas extranjeros no han dejado de confiar en la solvencia de la economía norteamericana; de hecho, inviertien cada vez en Estados Unidos; y 2) centenares de miles de inmigrantes legales e ilegales hacen igualmente caso omiso de esos esfuerzos disuasorios y, desembolsando sumas considerables por el viaje, emprenden resueltamente el viaje por tierra, mar y aire hacia el país de las oportunidades; a menudo arriesgan la vida en el empeño.
I have a dream
No consta que jamás, ni siquiera durante el apogeo del Ku Klux Klan, los afroestadounidenses engrosaran en masa las magras filas del comunismo local. Sus reivindicaciones no se han apartado ni un ápice de la senda de los derechos civiles trazada por Luther King, desechando cada vez más las pautas de violencia interétnica y tercermundismo descolocado impuestas en los años 60 por los Panteras Negras, que sin duda aportaron lo suyo a la causa pero desde hace rato adornan los museos de historia. Para los seguidores del líder negro de Atlanta no tenía ninguna gracia integrarse en pie de igualdad a un sistema en el que hubiesen cambiado las reglas de juego, que consideraban en principio lícitas y beneficiosas.
El sueño americano de Luther King (“I have a dream…”) se ha cumplido a plenitud: a 44 años de aquel memorable discurso al pie del monumento a Lincoln en Washington, prolifera una orgullosa clase media negra que, como Condoleezza Rice, Colin Powell y un largo etcétera, abomina de las contraproducentes bondades de la discriminación positiva. Si bien en su momento esas medidas reivindicativas, al atenuar las desigualdades históricas heredadas de la esclavitud, fomentaron, entre otros beneficios, el llamado black capitalism (“capitalismo negro”) y posibilitaron el ascenso social de los afroamericanos, hoy en día contribuyen a eternizar los guetos y descalifican a sus beneficiarios. Los negros cultos de Estados Unidos ya no quieren seguir arrastrando el estigma de haber alcanzado su status merced al régimen de “cuotas” establecido por la discriminación positiva.
The Godfather
Otra minoría que demuestra la vitalidad del sueño americano es la italiana. Tal vez a muchos se les haya escapado el profundo sentido social de la saga gansteril de Mario Puzo The Godfather (El Padrino), magistralmente filmada por Francis Coppola, donde Don Vito Corleone (Marlon Brando) personifica al inmigrante sicialiano de baja extracción que cruza el Atlántico a principios del siglo XX deseoso de triunfar en el país de las oportunidades. Hombre ambicioso y nacido para mandar, quiere hacerlo a lo grande.
Con ese fin crea una de aquellas bandas mafiosas que hacían temblar de miedo a las grandes ciudades de la costa oriental durante la época de la ley seca.
Corleone choca pronto con el código de hierro de la cosa nostra, que le impide abandonar el mundo del crimen organizado. Con todo, persiste en su sueño americano al extremo de que, tras el alevoso asesinato de su primogénito Sony, pacta con sus enemigos a condición de que éstos no atenten contra la vida de su otro hijo, Mikel (Al Pacino), a quien le ha hecho dar una educación esmerada. En Mikel ansía ver realizado su propio sueño tantas veces frustrado de convertirse en un businessman honorable perteneciente al establishment. Pero de nuevo la cosa nostra impone sus leyes y…
Dejemos ahí la trama de esa archiconocida trilogía y echemos un vistazo a lo que a la postre sucedió en la historia con aquella conflictiva comunidad italiana que tanto dio que hacer al FBI hasta más allá de los años 60. ¿Qué fue de los Corleones reales? Los discípulos de Al Capone, Lucky Luciano, Frank Costello, Vito Genovese, Meyer Lanski (quien en Cuba, por cierto, no fue un mafioso de ametralladora Thompson en mano sino un “honorable” hombre de negocios que invertía y lavaba dinero en los hoteles y casinos de La Habana, y resolvió la famosa huelga del Hotel Riviera concediéndoles todas las demandas a los empleados) brillan hoy por su ausencia en Chicago, Filadelfia, Los Ángeles o Nueva York. En su lugar imperaron hasta hace poco, por cierto, las bandas latinas de los Maras y los Latin Kings.
Menos de media centuria después, el sueño americano de Corleone se ha cumplido a voluntad. Los descendientes más prominentes de aquellas legiones de italianos que desembarcaron en Nueva York “con una mano alante y otra atrás” se llaman hoy Rudolf Giuliani, candidato republicano a la presidencia de la nación avalado no sólo por su enérgico liderazgo a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas sino también por el mérito de haber limpiado de delincuentes la ciudad de Nueva York; o Nancy Pelosi, representante demócrata y primera mujer speaker, presidenta de la Cámara Baja del Congreso.
La minoría inmigrante más exitosa
Pero la minoría inmigrante más exitosa de la segunda mitad del siglo pasado en Estados Unidos es la comunidad cubana, que cuenta hoy con un total de cinco miembros en el Congreso entre senadores y representantes: Ileana Ross-Lehtinen, Lincoln Díaz Balart, Mario Díaz Balart, Roberto Menéndez y Mel Martínez, que fue secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano durante el primer período de Bush junior, y un secretario de Comercio, Carlos Gutiérrez.
Gracias al castrismo, Cuba es probablemente el segundo país latinoamericano (después de México) que más ha contribuido al auge económico de Estados Unidos. No sólo porque los cubanoamericanos de La Florida acumulan un producto bruto 25 veces superior al de la Isla, sino también por la incesante inyección gratuita de capital humano que representan. Más aún, el intercambio comercial entre ambos países favorece netamente a la economía norteamericana, que no importa nada a su vez y cobra al contado sus exportaciones. Moraleja: la subversión latinoamericana es un negocio redondo para el “enemigo imperialista”.
“Trabajar para el inglés”
Extrapolando el ejemplo cubano al resto de América Latina, se colige que, al forzar el éxodo de capitales y mano de obra calificada hacia el norte, ya de por si masivo, subcontinental, los actuales gobiernos revoltosos en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua están siguiendo, cual más, cual menos, el ejemplo contraproducente de Cuba, sin obtener del norte hacia el sur apenas otra contrapartida que las remesas de los emigrados. Particularmente en el caso de Venezuela, ese doble éxodo humano y pecuniario alcanza ya proporciones insospechadas: las clases medias, que ya de por sí vivían bajo el insoportable asedio perpetuo de la delincuencia local, sobrevuelan el Caribe en masa rumbo a La Florida con su know how y sus chequeras a cuestas.
¡Bienvenidos a Miami! “Manden más, que estamos perdiendo”, diría Wall Street.
Las revoluciones latinoamericanas, que nunca han ido más allá del clásico “quítate tú para ponerme yo” o del calco servil de modelos desafortunados, como el castrista, trabajan literalmente para el inglés. Donde el “inglés”, que antes era la “Pérfida Albión” (Inglaterra), es hoy el “imperialismo yanqui”. Gracias a esos periódicos desbarajustes sociopolíticos, en menos de medio siglo Miami se ha transformado en una de las primeras metrópolis económicas de Estados Unidos, perfilándose cada vez más paradojas del destino como la próxima capital cultural de América Latina. (Una plaza que tal vez sólo podrá disputarle a mediano plazo La Habana poscastrita.)
Para más inri, esos caóticos experimentos filocastristas, sumados a los efectos nocivos del populismo nacionalista sudamericano, espantan a los inversionistas nortemaericanos, que prefieren dejarles el campo a los españoles y jugar al seguro recolocando sus capitales en los mercados en alza de Asia.
El self-made mann y el social security
Sin duda no faltan emigrantes fracasados en La Florida. Con todo, hay un equívoco monumental en los enfoques negacionistas del sueño americano: esa leyenda universal no se nutre para nada del ejemplo desalentador de los Billy Lohmann de este mundo sino de la igualdad de oportunidades de éxito, resorte que hace posible el éxito del self-made man. El ideal norteamericano no se basa en el canon asistencial socialdemócrata sino en la iniciativa individual del ciudadano frente al aparato estatal.
Estados Unidos, valga la aclaración, no ha dejado de perfeccionar sus redes de seguridad social desde el New Deal rooseveltiano, pero sigue siendo en esencia la meritocracia individualista cuyo balance de luces y sombras describiera minuciosamente Alexis Clérel de Tocqueville (1805-1859) para llegar a la lúcida conclusión de que el futuro pertenecía por entero a Estados Unidos. El sagaz politólogo galo no se equivocó.
Por lo demás, no existe en modo alguno una relación causal entre, digamos, los millones que se embolsa un Bill Gate y el bajo nivel de ingresos de millones de conciudadanos suyos menos ingeniosos o de cuna humilde, como tampoco la hay, por ejemplo, entre lo que los emigrados cubanos disfrutamos y nos llevamos a la boca en La Florida o Madrid y la agonía existencial y los platos populares ausentes en la mesa de nuestros compatriotas en La Habana.
Al contrario, las patentes de Microsoft impulsan una nueva industria que genera millones de puestos de trabajo y colma las arcas del fisco federal y comunal, que a su vez financian programas de sanidad pública como Medicare y Medicaid, medidas de discriminación positiva a favor de negros e indios y, last but no least, los fondos de la social security que sostienen a los populosos guetos negros y latinos. (De paso, benefician a los balseros cubanos que tienen la suerte de tocar suelo americano con los pies secos.) Del mismo modo que las remesas de la Diáspora mejoran la canasta familiar y la calidad de vida en la depauperada Isla.
Remesas, donaciones / Ingratitud ilustrativa
Hablando de remesas, de los 38 mil millones transferidos por ese concepto de norte a sur en el mundo entero en 2003, unos 30 mil millones provenían --bajo la égida del gran villano de la aldea global: George W. Bush-- del Imperio, contra 23 mil millones en 2001. Y es que, si a las ayudas gubernamentales al Tercer Mundo se añaden las de las organizaciones caritativas, que aportan el grueso, resulta que Estados Unidos es el primer donante neto del mundo. “Después del Tsunami asiático de hace dos años --arguye John Stosel, columnista de Creators Syndicate en su artículo, “¿Son tacaños los estadounidenses?”--, el gobierno de los Estados Unidos prometió 900 millones de dólares en ayuda [a los damnificados]. Los particulares americanos donaron 2 000 millones […] en comida, ropa y dinero”.
Stosel añade otra cifra anual concreta: “Individualmente, el año pasado donamos 260.000 millones de dólares a organizaciones de caridad. Eso son casi 900 dólares por cada hombre, mujer y niño”. Desconcertante, ¿no? Tales datos estadísticos demuestran dos cosas: la proverbial generosidad de la sociedad civil norteamericana, mayormente motivada por esa misma religiosidad puritana a la que la progresía occidental tilda de amenaza oscurantista; y el predominio de las clases medias. Ambas siguen siendo, como ya pudo constatar Tocqueville en su famosa monografía De la démocratie en Amérique (1835-1840), la espina dorsal del establishment.
Miremos el asunto desde otro ángulo. Estados Unidos tiene 300 millones de habitantes y, según una encuesta reciente de Forbes, unos 352 de ellos con más de 1 000 millones de dólares en su haber, lo que arroja algo más de un millardario por cada millón de habitantes. No es mucho. Desde luego, hay infinidad de multimillonarios más. Pero multiplíquense estas dos últimas cifras, divídase el monto total entre
--pongamos al buen tuntún para no ser mezquinos-- 60 millones de pobres y se verá que no alcanza ni para un mes. La solución del problema de la miseria está, pues, claramente en otra parte. A saber, no en quitarles a golpe de leyes y decretos a los que tienen más para dárselo a los que tienen menos sino en crear oportunidades para que los que tengan menos logren aumentar sus ingresos.
He aquí un ejemplo negativo que ilustra cómo funciona la interacción entre religiosidad y liberalismo en Estados Unidos: una iglesia protestante de un barrio de clase media negra donó una confortable vivienda familiar de 75 000 dólares a una pareja negra a la que, supuestamente, el huracán Katrina le había arrasado la suya en Nueva Orleáns. Ni tonto ni perezoso, el marido vendió la casa en 88 000 dólares sin siquiera haberse mudado. Interpelado por la reportera de CNN ante las cámaras el 22 de noviembre pasado, Joshua Thompson --que así se llama el individuo-- respondió con una frase lapidaria: Take it up with God! (“¡Cójala con Dios!”).
En verdad, el hombre, estafador o no, se había atenido al pie de la letra a la lógica individualista del sistema. La casa era para él un activo y, si podía sacarle una buena tajada vendiéndola, nada obstaba para que lo hiciera. Salvo la ética, que es un asunto de fe, o sea, según el credo evangélico, concierne a la relación particular de cada cual con su conciencia y con Dios. Agradecido, lo estaba Mr. Thompson, ¿cómo no? Pero, una vez donada, la casa era legalmente de su propiedad y él podía hacer con ella lo que se le antojara.
Estados Unidos como tierra de salvación para perseguidos políticos
Frente al resurgimiento de la intolerancia en la Europa “multiculti” del estado del bienestar, la meritocracia norteamericana vuelve a reafirmarse como la tierra de salvación de los intelectuales perseguidos del otro lado del Atlántico. Tal es el caso, por ejemplo, del Premio Nobel de Literatura (2006) turco Ohran Pamuk, que acaba de pedir asilo en Estados Unidos. Allá se siente a buen recaudo de sus perseguidores nacionalistas, que lo acusan de haber roto el tabú del genocidio contra los armenios, ocurrido durante la Primera Guerra Mundial. Temeroso de las colonias turcas, Pamuk no optó por ningún país de UE.
Antes que él ya había hecho lo mismo el año pasado la ex diputada holandesa y brillante ensayista Ayaan Hirsi, amenazada de muerte por blasfemar contra el Islam. Salman Rushdie vive todavía bajo protección policial en Londres por causa de sus Versos satánicos, considerados una afronta al Islam. Pamuk y Hirsi incurren, además, en un pecado de lesa progresía: son prooccidentales confesos, racionalistas y librepensadores. Voltaire, Locke, Holbach, Montesquieu y los enciclopedistas están medio moribundos en Occidente. Sus epígonos modernos, Russell, Popper, Aron, Finkielkraut, Revel, a duras penas tolerados en razón de su talento y prestigio, pero muy poco leídos. Eso sin contar que en Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, Austria, España, etc., lo judíos llevan cada vez más una existencia semiclandestina, y a menudo los deportistas negros tienen que soportar insultos racistas (muecas, chillidos simiescos, agresiones físicas) en los estadios de fútbol europeos.
Digresión aclaratoria
Por supuesto que no pretendo en modo alguno reclamar la paternidad de los datos por mí citados. Baste decir que los he tomado mayormente de fuentes secundarias liberales. (Si el lector lee Granma, Juventud Rebelde, Revista Unión, Criterios o La Jiribilla, le aseguro que ya sabe todo lo aprendible leyendo la prensa progresista occidental, basta con bajarlo o subirlo un poco de tono, según el caso.) Cualquiera puede encontrarlas con solo buscar en Internet. Los he reunido en este artículo de divulgación justamente porque no trascienden con la debida frecuencia a la prensa escrita, radial y televisiva (incluidas la BBC, TVE y CNN, claro). Los medios, en cambio, suelen respetar aquí los cánones de lo “políticamente correcto”, que por definición es de antemano antiamericano, como lo es también el grueso de la literatura artística occidental.
Masoquismo y falacias progresistas
Occidente, ya se sabe, es masoquista. En el fondo, en su ataque a ultranza contra el sueño americano, que es el sueño de todos los cuerdos en la sociedad de consumo, se agrede a sí mismo. Pero no nos dejemos engañar por las apariencias: se trata de la misma relación de amor y odio que caracteriza las relaciones históricas entre Cuba y “el Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como dijo Martí en uno de sus arrebatos hispanizantes. Paradójicamente, se odia más a Estados Unidos por lo que tiene de positivo como sistema que por lo negativo, que es su punto vulnerable, el que empareja el pleito de vez en cuando.
Lo bueno, que es casi todo lo que venga de allá, se copia sin rebozo. Por ejemplo, cuando llegué a la RFA en 1993, me disgustó constatar que todas las estaciones de radio transmitían continuamente canciones anglosajonas originales: country music, jazz, rock, blues, rap, hip hop… La mayoría de los grupos musicales alemanes poseen un amplio repertorio norteamericano. Y aquí, como en Cuba, se dan por buenas e imitan todas las modas americanas, desde los últimos dicharachos en Nueva York hasta los pantalones bataolas a media nalga y la gorra de visera ladeada de los negros refistoleros de Harlem. Y se da la vida por un premio yanqui.
Cuando le dieron el Oscar, la codiciada “estatuilla imperialista” en 2002, al cineasta español Pedro Almodóvar, otro progre de tomo y lomo, hubo que arrancarle el micrófono de las manos y bajarlo casi a rastras del estrado de premiación. No paraba de agradecer. Días antes de las presidenciales de 2004 en Estados Unidos, el director de la película Buena Vista Social Club, Wim Wenders, otro que se atraca como para él solo con el fast food progresista, declaró coquetamente en un conversatorio transmitido por el canal público alemán ARD que “Yo no aguanto un segundo período de Bush”. A lo que la moderadora Sabine Christiansen le preguntó: “¿Quiere eso decir que, si Bush es reelecto, Usted renunciará a la ciudadanía adoptiva estadounidense y se repatriará a Alemania?” Hasta los fríos vientos de este invierno no ha hecho ni una cosa ni la otra. No hay que tomarse en serio a la farándula: como ya insinué en otra parte, su negocio con el público, adoctrinado por un bombardeo mediático a lo Goebbels, consiste en no desentonar.
El siglo de Estados Unidos
A la vista de la documentación anterior, no cabe duda de que el XXI será de cabo a rabo el siglo de Estados Unidos. Cierto, China y la India --la UE parece estancarse por su libre albedrío y Rusia no cuenta por larga data-- ya se yerguen en el horizonte como futuros rivales de consideración. Pero, dada la inmensidad de los lastres socioculturales, políticos, económicos y demográficos que arrastran esas gigantescas naciones, les queda aún por recorrer largo trecho antes de darle alcance al puntero.
Eso suponiendo que no tropiecen en su atropellada carrera y Estados Unidos permanezca donde se halla ahora mismo. El primer requisito les será harto difícil de llenar; el segundo no depende de sus esfuerzos y, como hemos visto, no se está cumpliendo. Finalmente, si nos fijamos bien, es el estado del bienestar europeo el que, a regañadientes, está siendo laboriosamente desmontado en el Viejo Continente para ponerlo a tono con las exigencias de la globalización, que es lo mismo que copiar aspectos distintivos del modelo liberal norteamericano, como ya hicieron sabiamente los ingleses bajo la mano dura de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, en los 80. La UE ha tocado el techo de sus posibilidades, pudiendo incluso implosionar.
Conclusiones para cubanos
Así las cosas, se impone una pregunta sobre el futuro inmediato de Cuba de cara a la sucesión castrista: ¿qué modelo adaptar a nuestras circunstancias nacionales? Por descontado que ni los cubanos de la Diáspora ni nuestros compatriotas de a pie estamos en condiciones de escoger nada. De momento, por voluntad de la nomenclatura, esa decisión la tomarán quienes detentan el poder efectivo en La Habana. Pero, si no me he explicado mal, de mi análisis comparativo se deduce que la realidad subjetiva cuenta mucho más para la solución de los problemas que la realidad objetiva. Lo que a la postre acaba sucediendo se parece a lo añorado por la mayoría.
No me voy a entrometer en los deseos de Usted, lector, pero los míos se apoyan sólidamente en los siguientes elementos de juicio: 1) el rastro de la mayoría de los balseros; 2) el hecho cierto de que, sin exagerar, al menos un 80% largo de la juventud insular piensa también votar con los pies rumbo al norte; 3) la existencia a 90 millas de la Isla de una poderosa comunidad cubana en La Florida; 4) la coincidencia de que a la misma distancia se halla nuestro principal socio comercial y turístico del futuro, que casualmente es la megapotencia del siglo XXI; 5) la importancia estratégica recientemente concedida en Estados Unidos al etanol, un producto capaz de hacer rentable la agricultura cañera en la Isla; 6) el descubrimiento de inmensos yacimientos de gas y petróleo en la costa norte de la Isla, hallazgo que, de ser cierto como todo parece indicar, cambiaría a mediano plazo el papel geopolítico de Cuba, anularía su dependencia de los hidrocarburos venezolanos y, sobre todo, nos ayudaría a superar nuestro tradicional complejo de inferioridad con respecto a Estados Unidos. El lugar de Cuba está, pues, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Resumiendo, este servidor ve nuestro futuro insular en la conformación de un eje turístico-cultural caribeño entre La Florida y Cuba; el consiguiente ingreso al TLCAN junto con Estados Unidos, México y Canadá; la reimplantación gradual de la economía de mercado; y en una segunda etapa, la democracia multipartidista sin etiquetas ideológicas y el estado de derecho con (para no tener que volver a recordar el ensayo de José Antonio Saco sobre el juego y la vagancia en Cuba) el bienestar que cada cual se pueda agenciar, plus una razonable asistencia social al que la necesite. Éstos últimos, si no de inmediato, experimento brusco susceptible de acabar en caos y sangrero, después de una segunda fase, que serviría para sanear la economía y restaurar la infraestructura industrial, vial y de servicios. Tras el exordio biológico del actual liderazgo histórico, que sobrevendría a más tardar con la muerte del heredero designado --que puede morir antes que el hermano; confieso que no sé si poner pararrayo-- y sus adláteres de la vieja guardia guerrillera, arrancaría la ansiada transición a la democracia.
Sólo entonces los cubanos de a pie de la Isla estarían en condiciones de aspirar, más o menos en igualdad de oportunidades, a realizar su versión particular del sueño americano, que no tiene que ser necesariamente “norteamericano”, sin tener que abandonar el terruño. ¿En que consiste ese sueño americano criollo? Pues, simplemente en la posibilidad razonable, que no la seguridad, de hacerse algún día con esfuerzo propio de una casa de dos plantas en las afueras: con garaje, jardín cercado, piscina tal vez, trabajo bien remunerado, una cuenta corriente en el banco… El resto: poder votar en contra o a favor del gobierno y perderse del Morro sin consultar a la policía secreta. El sueño americano no es un mito, es más bien una competencia pura y dura pero bajo el imperio de la ley, con unas reglas de juego equitativas que nadie puede violar sin riesgo. Como tal, no se da de bruces con la naturaleza humana. Por eso seduce y triunfa.
Cierto, no todos lo conseguirán, pero justamente en el riesgo radica el encanto del sueño americano. Por lo demás, si Raúl optara por la vía del Reino del Medio, de todos modos habría que masticar chicle y hablar inglés. Pues 250 millones de chinos ya lo están haciendo a su aire asiático. Entretanto, no le aconsejo a nadie que les corte el paso a los balseros cubanos en el Estrecho de La Florida o a sus homólogos mexicanos en la frontera norte para advertirles que deben esperar a mejores tiempos antes de intentar realizar su sueño americano.
Monday, 12 March 2007
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3 comments:
Jorge, Excelente!.
Comparto 100% tu tesis y propuesta para la Cuba poscastrista. Ni qué decir de la coincidencia de opinión sobre la izquierda bananera y los EEUU.
Existen demasiados prejuicios en la América hispánica y en Europa respecto a la gran nación americana. Sin embargo, estimula saber que existen jóvenes como el empresario francoargelino Tariq Krim, creador de Netvibes, que tuvo la osadía de pedirle a su padre, cuando era adolescente, que le enseñara hablar inglés con acento americano. (Ver The Economist, feb. 3 - 9th, 2007, section "Face value: Web deux point zéro", p.68)
LC
Pomar, siendo un cubano de a pie (mas por la diferencia intelectual contigo que por otra cosa) me permito comentarte que me parece que tu tesis, muy documentada, no se aleja mucho de la de los anexionistas del XIX. Me parece que tiene el merito de actualizar esa línea de pensamiento geofatalista siempre presente en la isla. Tener una casa de dos plantas en las afueras con piscina y garaje como sueño posible es vender ilusiones. Con todo lo que la actual situación parezca o sea, la isla no es más que una porción de tierra aislada por el mar. Salvo el petróleo que ahora se dice hay en la costa norte, no hay muchos recursos. Una adaptación libre y criolla del sueño americano seria una tontería histórica como lo han sido todas las adaptaciones.
Si asumimos que en el ajetreo pos “american dream” necesariamente no lo alcanzaran muchos ¿no será repetir la misma formula que una y otra vez caldeó el ambiente político a lo largo de la republica? Implantar la ley del más fuerte o el más hábil no es racional. Abrazar al etanol como la tabla de salvación es convertirse en la pesadilla que fue siempre el monocultivo o la categoria de exportador de materias primas tercermundista (no olvidemos que África es uno de los fuertes aspirantes a convertirse en etanolera bajo la misma promesa de que dinamizara su economía. Así terminaremos en un sistema de cuotas como el del azúcar) o en un apéndice o pieza menor del engranaje de un sistema global que es a lo que apuntan los TLC.
El sueño americano no será incompatible con la naturaleza humana, pero lo es con la propia Naturaleza.
Que los cubanos quieran un cambio no significa que deseen lo que lo que tú sugieres. Y mucho menos que existan condiciones para ello. Esa poderosa comunidad cubana, (la minoría exitosa del siglo XX en USA, como la clasificas cuando en realidad es la minoría mas favorecida por el gobierno en estos 49 años. ¿Que habría sido de los emigrantes italianos si les hubiesen recibido como a los cubanos?), tiene bien claro que es lo que quieren para Cuba: venganza. Y recuperar propiedades y un sinfín más de aberraciones políticas que lejos de lograr la “libertad” llevarían al país a una ruina social y guerra civil sin precedentes. Sus proyectos han sido redactados desde la perspectiva de la revancha, de la sinrazón de una vuelta atrás y desde la ignorancia de la real situación en la isla dejando a un lado y hasta amenazando e insultando incluso al pueblo de la isla, que es el que en definitiva cuenta a la hora de emprender cualquier camino y al que no convencen ni así los dejen dictar sus discursos en una plaza publica en Cuba.
Y todo esto esta bien escrito, legislado y publicitado en el Acta para la democracia en Cuba.
Lo que debe ser Cuba en un futuro es una economía mejor pensada, sobre bases más amplias, y más realistas, repensando las relaciones productivas y ajustando el sistema de subsidios sin apuntar a esa economía de mercado desmedida o desmadrada en la que se tiene por natural la existencia de los pobres (no importa cuan pobres). La exclusión social no puede ser institucional, ya se sabe a donde lleva.
Mas que una transición o una sucesión, lo que se ha puesto de manifiesto es una pugna por influir en los acontecimientos de la isla con la esperanza de algunos de tener un lugar en el futuro o la preponderancia en esos destinos, de otros, a cual mas necio, o mas lejos de la realidad.
Habana Viva; ?Cómo es que haces tú para sí saber lo que quiere "el pueblo cubano"?
Embabia Pérez
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