Saturday, 26 May 2007

Siete secuencias en la carrera de un ministro de Cultura


Por Jorge A. Pomar, Colonia







Carta abierta a Abel Prieto*

"Ojalá pudiéramos meter preso al dueño de un medio, con mucho gusto lo meteríamos, cadena perpetua, preso, por mentir, por confundir a la gente..." (Abel Prieto, V Encuentro de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, Cochabamba, 24-05-2007)

Mi querido Abel:

La presente no tiene por objeto denigrarte públicamente (como de oficio o exabrupto has hecho conmigo y con tantos otros) sino bosquejar, por medio de varias secuencias grabadas en mi memoria, una semblanza de tu personalidad vista a través del lente de mi experiencia individual contigo cuando eras director de la editorial Arte y Literatura, es decir, justo antes de tu incontenible ascenso. Para uso propio y de terceros, porque dentro y fuera del país hay mucha gente con una imagen errada de tus motivaciones. Pero sobre todo para uso tuyo, porque mucho me temo que a estas alturas, mutatis mutandi, sigues siendo, como pretendes, básicamente él mismo que yo traté y, viceversa: circunstancias aparte, creo que en principio sigo siendo el que ya era entonces. ¡Por saberlo tú!

Te escribo en nombre de los restos de lo que alguna vez fue una armónica relación jefe-subordinado y, al margen de las jerarquías, una colegial amistad apoyada en un recíproco presupuesto de afecto y estima. Sin olvidar, desde luego, esa pizca de complicidad inherente al hecho de pertenecer ambos al PCC. Intento hablarte pues, digamos, desde la perspectiva de mediados de los años 80, como si lo sucedido después no fuese más que una desagradable hipótesis del futuro.

Un año antes de mi irrupción en Arte y Literatura, la editorial había quedado diezmada por el éxodo de un nutrido grupo de editores y jefes de redacción. Tal como más tarde el vacío dejado por mí fue llenado por algún afortunado aspirante, entonces me tocó en suerte cubrir la vacante dejada por alguno de aquellos tránsfugas, sin duda mucho más competentes en el oficio que yo. No obstante, recordarás que no me fue fácil entrar en el colectivo bajo tu batuta. Pero la descripción de aquellos trámites es ya la...

Primera secuencia:

Una tarde del año 1981 "Mayita", tu secretaria de entonces, me hace pasar a tu oficina de la calle G en el Vedado. Me recibes campechanamente (me asombran tu larga cabellera y desenfado) y dices que, en efecto, hay una plaza vacante y lo ideal sería cubrirla con un germanista. Por supuesto, “siempre suponiendo que sepas redactar...” Y tras un sondeo de mis conocimientos de literatura alemana:

"Mi socio, ¿qué tal andas tú de inglés?"

Respondo que por esa parte no hay problemas: domino además el francés, el italiano y el portugués; he traducido para el Instituto del Libro, estudiado dos carreras universitarias, etc.

"Fantástico!... Bueno, pues ya está... Sólo falta una pequeña prueba. Mira, hazme una evaluación de este libro y vuelve por acá en cuanto mates la jugada".

Vuelvo al tercer día con el informe listo. Te parece bien redactado y aceptas las razones por las que he rechazado el libro (una monografía sobre literatura cubana escrita para un público europeo). Expectante, noto que sigues dándole largas al asunto, a ratos con una interrogante en el ceño fruncido y la mano en la barbilla: algo debe de haber que no acaba de cuadrarte. Te digo en sorna: "Chino no, por favor, chino yo no he estudiado. Pero si Usted me da una semana de plazo..." Sonríes y al fin desembuchas la pregunta del millón:

"Puedes tutearme... Me da pena pero no me queda más remedio que preguntártelo, porque en este caso es decisivo: ¿por casualidad tú eres militante [del PCC]?"

Respuesta afirmativa. Te pones de pie como quien entrega un premio y me tiendes la diestra por encima del escritorio:

"Tráeme mañana mismo tu FT [formulario de traslado]. ¡La plaza ya es tuya, mi socio!"

Aún te agradezco aquel gesto y aquella frase. El misterio era el siguiente: hacía falta un germanista, pero lo esencial era reforzar el Partido en una editorial políticamente descalabrada después del éxodo del Mariel.

Esta primera secuencia te muestra en tu faceta más halagüeña. Así de buena gente eres cuando nada obsta y puedes darte el lujo de mostrarte por tu mejor costado. Así te perciben aún los tantos escritores y artistas que en la Isla tocan a las puertas de tu despacho o desde cualquier punto del planeta telefonean para rogarte que intercedas por ellos, les concedas alguna dádiva, les gestiones un permiso de salida o de entrada o qué sé yo...

Segunda secuencia:

Abro la puerta de tu oficina y te veo doblado sobre el expediente de una Marietta Suárez caída en desgracia (seguro que ya tú mismo estás viendo la escena). Marietta es "gusana". Paradójicamente, como casi todos los desafectos confesos, incapaz de tramar nada contra el Gobierno. Un buen día el Consejo de Redacción desempolva el manuscrito de El caso Macrópolus, drama del checo Karel Čapek, protagonizado por un híbrido de Hitler y Stalin a quien llaman "Comandante en Jefe" y devora niños chiquitos vivos. Le dan el manuscrito a Marietta para que lo revise de estilo. Pero minutos antes del lanzamiento de la obra cunde el pánico en la editorial. El libro es declarado "subversivo". Se parte de que el lector asociará sin falta al Comandante en Jefe de marras con el de la Isla.

Sin comerla ni beberla, la pobre Marietta pasa a ser chivo expiatorio de un delito de lesa majestad. Un seguroso [agente de la Seguridad del Estado encargado de "atender" a los literatos] conocido por el seudónimo de "David" hace acto de presencia en el Palacio del Segundo Cabo. De inmediato, todo el mundo boca abajo. En vano argumento en el Partido y en el Consejo de Redacción (éramos casi las mismas personas) que tan "descabellada" (en realidad, salvo por lo de comer niños chiquitos, no lo era tanto) asociación sólo cabe en una mente sucia, que Fidel era un niño cuando Čapek escribió su drama, etc., etc. Un furibundo Abel Prieto clama por la cabeza de Marietta. El agente "David" opta por nadar y guardar la ropa: exige convocar una reunión de todo el personal para hacerles una advertencia. No sea que alguno se vaya a creer que puede cogernos de "memos". Me opongo: ¿por qué, siendo un caso individual? De nada vale.

A la postre, te llevas una sorpresa anonadante. Un día se persona en tu oficina un ayudante del Comandante en Jefe y te pone sobre el escritorio una carta de puño y letra de Marietta Suárez... ¡dirigida a Fidel Castro! [Más la respuesta del Comandante en Jefe, que se lava las manos.] Y se cierra el telón sobre un Abel estupefacto y humillado.

Esta segunda secuencia demuestra que puedes ser implacable hasta la perversidad y la irrisión con aquellos que no gozan de tu favor o han caído en desgracia. Es un rasgo útil para ascender y mantenerse en el poder pero a la vez peligroso: por un lado, te crea enemigos (no me parece que Marietta lo sea) que esperan ansiosos la hora de ver pasar tu cadáver. Por otro, [haz de saber que] hoy más que ayer ejerces un poder ficticio que te puede hacer quedar mal en el momento menos pensado.

Tercera secuencia:

Esta vez somos seis en tu oficina, la plana mayor de la Editorial: tú; Elizabeth Díaz, redactora jefa; Artemio Iglesias, secretario del Partido; María Lombana, jefa del Dpto. Técnico Productivo (una española sacada de una página de Por quién doblan las campanas [quien, por cierto, años después entregaría el carnet del PCC para regresar a su aldea cantábrica]), yo, en el anodino papel de delegado sindical; y un niño, el hijo de Elizabeth. Discutimos el caso de Olga Campoalegre, una "negra fina y educada" con un sentido arcaico de la moral a lo Barbarito Diez, siempre distante y reservada pero tan "gusana" como Marietta. Atraviesa una crisis personal y ha incurrido en incumplimientos de poca monta por lo que le piden un peritaje médico. Por función, convicción y solidaridad racial, la defiendo a capa y espada. Inclinas todo el tiempo el pulgar, imitado por el resto de la falange. Finalmente, apelo a la legislación vigente y no te queda otra que dar tu brazo a torcer.

Entre la seriedad y el juego, cierras el conciliábulo con un entre despechado y jocoso anatema contra mí: "Me fallaste como hombre, como amigo, como socio..." El hijo de Elízabeth, todo oídos, resume el reproche en una frase: "¡Fallaste como todo, chico!" Le dirijo una mirada compasiva al chiquillo, que se inicia en una tradición fatal. Salgo satisfecho por tres razones: 1) he visto en ti al típico "piñero" que concibe la hombría y la amistad como adhesión incondicional por encima de toda división de funciones; 2) he marcado bien las distancias, dejando bien claro para ti y para todos los presentes que no soy "un hombre (secuaz) de Abel Prieto"; 3) de paso, creo haber constatado que no eres un caso perdido y, en un contexto favorable, podrías hacer un papel satisfactorio para tu imagen propia y ajena. De hecho, tu fracaso en este último aspecto está hoy en el origen del malestar que sientes en tu inútil afán de ejercer con credibilidad la incómoda cartera de Cultura en un país donde, en última instancia, sólo cuenta la fidelidad a ultranza al Gran Hermano.

Cuarta secuencia:

Nicolás Guillén ha muerto y se corre que eres uno de los candidatos a la presidencia de la Unión de Escritores. Salgo del Segundo Cabo en el momento en que partes en tu Moskovitch. Me das un aventón hasta el Centro "Juan Marinello". Por el camino conversamos:

"¿Qué te pasa? Se te nota preocupado".

"Ya sabes que el ministro me ha propuesto la presidencia de la UNEAC...".

"¡Felicidades! ¿Quién mejor que tú? Cuenta con mi voto".


El otro candidato se llama Lisandro Otero...

"Pero, mi socio, es que si acepto no voy a tener tiempo para escribir".

"Piénsalo bien, porque un cargo como ése no te lo van a ofrecer todos los días. Además, creo que eres el hombre ideal. Pero, en fin, si estás tan seguro de que te interesa más tu obra, pues dile que no a Hart y ya está".

"El dilema es que, si le digo que no al ministro, nunca más me vuelve a proponer para nada".

"Bien, eso es ya una decisión. Ponle el cuño que vas a ser el nuevo presidente de la UNEAC".


Esa irreprimible voluntad de ascender te catapultaría hasta las más altas cumbres del Olimpo castrista. Una posición envidiable pero, sin el aval de los llamados dirigentes "históricos", harto azarosa para un tipo como tú en los tiempos que corren. Por ironía del destino, yo mismo te pondría tres veces en situación embarazosa.

La primera, recordarás, fue durante aquel plenario de la UNEAC [1989] presidido por ti en que contestando a la petición de "lavar el honor nacional con sangre" (la del general Ochoa y sus compañeros de causa), hecha por un incauto dramaturgo, le di un giro desagradable a la agenda al declarar que "la sangre nunca ha sido un buen detergente; sólo dejará un feo borrón" (o algo por el estilo), y que se debía aprovechar el escándalo del narcotráfico para analizar a fondo el estado de la nación. Aunque en el fondo eras tan perestroiko como el que más, hiciste oportuno uso de tus facultades para pasar al siguiente punto en el orden del día: aporte de escritores y artistas al desarrollo de la industria turística. [La posibilidad de empatarse con unos dólares no sólo relajó al fin los rostros de piedra de los concurrentes al plenario, sino que marcó el inicio de la eficaz política de soborno a los intelectuales actualmente en curso, que pasará a la historia con tu nombre.]

Un motivo más para estarte agradecido: posiblemente hayas tenido que defenderme después. En todo caso, te anoto el gesto como una manifestación de prudencia. ¿A dónde habríamos ido a parar por ese camino? Pero en tu fuero interno pensabas (y sigues pensando) que yo tenía razón. Sólo que la cosa estaba que ardía y darle curso al debate involucrando a la UNEAC en una protesta abierta (si bien constructiva, porque no era otro mi talante crítico) habría puesto en peligro tu meteórica carrera. En fin, lograste salvar la cara. Pero a costa de una mala conciencia apreciable en la siguiente escena:

Quinta secuencia:

Al pie de la cancela de entrada a la sede de la UNEAC, comento con una preocupada Excilia Saldaña [que en paz descanse] el tema más candente del momento: la Carta de los Intelectuales [la famosa Carta de los Diez, de 1991], que yo había firmado. Vienes saliendo y te diriges a mí:

"Acompáñame, que quiero mostrarte con pruebas en la mano dónde fue redactada esa carta".

"¿Y de quién son esas pruebas? De la Seguridad, ¿no? Tú sabes que yo ni siquiera leo novelas policíacas. No me gusta la policía. Ni la de allá ni mucho menos la de aquí, que es la que tengo más cerca".

"Aparte de mal redactada, la carta es bastante floja. Nosotros hemos hecho críticas mucho más fuertes".

"Tienes razón en eso de que está mal redactada. Redacta tú otra más radical con mejor gramática y estilo y te la firmo también".

"Ven, mi socio, para que te convenzas con tus propios ojos de que detrás de esa carta está la CIA".

"Como si me pruebas que detrás está una comisión integrada por Hitler, Stalin y Calígula. El caso es que lo que dice ahí es verdad. Una verdad, Abel, es una verdad aunque la diga el diablo y una mentira es una mentira aunque haya salido de los labios sangrantes del Crucificado".

"Bien, allá tú. Eso sí: no te quiero volver a ver aquí dentro".

"Vamos por partes: de acuerdo con los estatutos la única que puede expulsarme es la asamblea plenaria. Que yo sepa aún no lo ha hecho. Pero, despreocúpate, que de mejores sitios me han botado".


Se notaba a las claras que estabas consciente del "papelazo", como cuando escudriñabas el expediente laboral de Marietta. Y es que te distinguen otros dos rasgos de carácter que conspiran contra tu aplomo en tales circunstancias: tu sentido del humor (¿quién que te conozca no lo aprecia?) y de la vergüenza, tu horror a la impostura, tu necesidad de salvar la cara a toda costa. Incluso en su versión más barata, esos dos rasgos combinados con tu inteligencia son un serio handicap. Tanto es así que un cuarto de hora después harías un compulsivo streaptease moral.

Sexta secuencia:

Dos cuadras más abajo, por la calle 17, le cuento el incidente a nuestra colega y amiga Lidia Pedreira, cuando te vemos venir cabizbajo y pensativo. Balbuceaste un saludo y, de buenas a primeras nos dejaste patidifusos con una especie de involuntaria confesión. Fue como si de golpe y porrazo comparecieras ante un tribunal de ética y te desdoblaras:

"Lo que sí puedo decir a mi favor, cosa que todo el mundo sabe, es que yo sí que no me he beneficiado en nada. Sigo viviendo en la misma casa de mi madre y rodando en el mismo auto. Ni me han dado ni quiero privilegios. Si acepté el cargo fue porque me convencieron de que así evitaba males mayores [...] Cuídate, mi socio...".

"Lo propio, sinceramente".


El resto de este extraño acto de contrición no lo recuerdo. Tampoco puedo afirmar que hayan sido exactamente ésas tus palabras. (Lidia tiene mejor memoria; pregúntaselo a ella). Lo que sí recuerdo bien es que, viéndote seguir calle abajo con tu andar desgarbado, Lidia se enterneció (a decir verdad, yo también) e hizo un lacónico comentario: "Tiene sus defectos como todo el mundo. Pero en el fondo no es mala persona, ¿verdad?" Contesté con un rotundo "sí", que aún sostengo.

Porque nadie es un monstruo o todos lo somos en alguna medida. Gústele a quien le guste, hasta Fidel, Hitler o Stalin son tan homo sapiens como cualquier hijo de vecina, y basta seguir la crónica roja para saber de lo que es capaz cualquier hijo de vecina. Todos somos seres humanos, con mayor o menor propensión al mal, que en tu caso es más bien una hipertrofia del ego propiciada por el contexto social. Las palabras "humano" e "inhumano" en el sentido de noble y perverso no son más que dos de las tantas imprecisiones lingüísticas. En realidad, una simple cuestión de grados en una escala convencional. Te bajo esta descarga porque de un tiempo a esta parte te ha dado por las diatribas demonizantes.

Por lo demás, no sigas justificándote: tus alardes de austeridad son frutos de la anoxia cerebral provocada por las alturas en que te estás moviendo. El auténtico poder no se define por la capacidad de tomar sino por la de dar. Al fin y al cabo, como decía Marx, se pueden tener cien pares de zapatos pero sólo tenemos dos pies. La capacidad hedonista de un individuo es limitada y las necesidades ajenas, infinitas. Contra lo que se piensa, muchos dictadores, incluido tu mentor, son más bien austeros. Lo que te seduce a ti en particular es el mecenazgo estatal que se ejerce desde tu cargo. Con todo, no te hagas ilusiones: si a algo están acostumbradas esas ingratas vedettes del arte y la literatura que hoy hacen cola para besarte la mano es a pisotear a los caídos, tanto más si alguna vez los han tenido arriba.

En Internet abundan los retratos monstruosos de Abel Prieto. Por cierto que uno de los primeros (mea culpa) lo trazó el austríaco Erich Hackl, el autor de Los motivos de aurora, en el influyente semanario alemán Die Zeit. El pasaje que te concierne se explica por sí solo. Te lo traduzco como última secuencia:

Séptima secuencia:

Ahí está el escritor Abel Prieto, un autor mediocre pero ungido con las insignias del poder: con apenas 40 años de edad es presidente de la Unión de Escritores, miembro del Buró Político [...], órgano supremo del Partido. Vale la pena verlo en la inauguración de la Feria del Libro, como se pavonea al lado del ministro de Cultura Armando Hart (cuyo cargo aspira a heredar) frente a los stands. Jovial e inaccesible a la vez [...], sonriente, como si creyera que [...] todas las soluciones impuestas al pueblo [...] tienen un sentido más profundo que sólo él es capaz de descifrar. De todas las personas con quienes hablé, quizá era él el único que tenía la posibilidad de aliviar las condiciones de cautiverio de Pomar.

Prieto era responsable de la contradeclaración de la UNEAC. Por orden suya Pomar fue expulsado de la Unión de Escritores, contraviniendo los estatutos. Pomar me lo había presentado en mi última visita. Cuando se lo recuerdo, se echa a reír: “Sí, Pomar...” Luego, al describirle la situación de mi amigo, la pregunta algo apresurada, cautelosa:“¿Te escribió?” Y con la misma inicia una larga queja contra su antiguo compañero: Él, Prieto, fue quien promovió al negro, a él le debe Pomar su ingreso en Arte y Literatura, no tenía ni la menor idea del lenguaje; en español apenas lograba hilvanar una frase antes de que él, Prieto, lo tomara bajo su protección. Luego cambia el discurso: “Yo creo que tú eres un tipo honesto, contigo se puede dialogar. Debemos hablar en calma al respecto.” Sobre Cuba y la revolución cercada, la creciente agresividad del enemigo y, claro, sobre Pomar. Pero en los días siguientes cambia de rumbo cada vez que podemos encontrarnos. Sólo en una ocasión me grita maliciosamente: “¿Por qué no se lo llevan para su país, para Austria?”

Conclusiones:

Hackl te da por donde más te duele: escritor mediocre, histrión, trepador, fanático, mal amigo, cínico... Un retrato por lo demás repetido hasta la caricatura en relación con Guadalajara. De hecho, querido Abel, la mía es la semblanza más benigna de tu vapuleada persona. Desde luego, no te faltan aduladores, pero el placer de sus alabanzas es mucho menor que el punzante dolor de las saetas. Francamente, te veo entre la espada y la pared.

No todo el mundo parece haberse percatado, por ejemplo, de que el fallido (el tiro les salió por la culata) boicot a "Letras Libres" en la FIL no sólo no fue organizado por ti (quizás sí con tu forzada anuencia, para evitar posibles confusiones) sino, por carambola preterintencional, contra tus ínfulas de ministro tolerante y aperturista, tu sueño de pasar a la historia como el político moderado que sentó a conversar fraternalmente a tirios y troyanos. Sería la coartada perfecta que legitimara tu rol de Mefisto en el ocaso del castrismo, tu boleto al futuro incierto. Pero se te ven las cartas. El fiasco de Guadalajara, hábilmente provocado por esa jugada de doble filo de los halcones de la Revolución, te ha forzado a volver a las vociferaciones.

Como en su momento los defenestrados Carlos Aldana y Roberto Robaina, estás haciendo agónicos malabares en el último peldaño de la podrida escalera castrista, a medio camino entre el techo y el salto al vacío. Espero que no me defraudes rebajándote al nivel de un Felipe Pérez Roque cualquiera. Se corre que has presentado dos veces la renuncia. Eso te honra y ratifica esta a pesar de todo cariñosa semblanza que hago de ti. Pero, ojo: la renuncia es un acto de rebeldía más irritante que el suicidio. Si son ciertos esos rumores, te recomiendo que no insistas.

Admite de una vez que te hallas en una de esas situaciones al borde del abismo en que todo lo que pasa de prudencia es ya temeridad. Se te dejará ir a su debido tiempo, cuando te hayas negado tanto a ti mismo que ya no quedé ni el rastro de esa candorosa aureola de ex hippie y dirigente moderado que con tanto celo has cultivado.

Al parecer, navegas con suerte. Y ahora que ya se acercan los temidos funerales del Máximo Líder, quizás el "azar concurrente" lezamiano te libre de tener que expiar en solitario la culpa de haber corrompido con tu hábil política de prebendas y estímulos en dólares (o CUCS) a la mayor parte de los intelectuales de la Isla y a algunos que tienen la suerte de pisar suelo extranjero en su exilio rosa.

[Ciertamente, de momento ese inminente preludio biológico del gran final te abre nuevas, insospechadas perspectivas. Pero ¿quién sabe? En todo caso, cuídate. Frases como las del exergo, donde pecas de matonismo intelectual, no te cuadran en absoluto. Tú puedes ciertamente corromper a casi todos a tu alrededor dentro de la Isla y a no pocos intelectuales prominentes de la Diáspora. En ese triste papel no puedo menos que felicitarte por tu impecable performance ministerial. Pero te queda ancha la toga del fiscal fascistoide. Recuerda que, aunque la sucesión castrista parezca asegurada, nada está escrito y, como bien dijo Cabrera Infante, "lo peor del dragón está en la cola".]

Como sé que ya te estoy aburriendo, voy a cerrar con un fuetazo, para que veas que yo tampoco aspiro al monopolio de la nobleza. La única observación de Hackl que comparto sin reservas (las otras las reparto parejo entre tu piel y tu máscara) es la de "escritor mediocre". Tu novela El vuelo del gato sólo corrobora una vieja sabiduría popular, a saber, que los gatos, como los malos libros, ni vuelan ni tienen siete vidas. Ciertamente esos felinos poseen (¿a qué ya adivinaste lo que voy a decir?) una extraordinaria habilidad para caer parados. Pero no desde cualquier altura...

Jorge A Pomar
Colonia, 25 de mayo de 2007

*Artículo escrito originalmente para “Encuentro en la Red” con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara. Fue publicado por primera vez en 2006 por “Cubanálisis” y reproducido en “Baracutey”. Los añadidos posteriores más importantes aparecen entre corchetes.

Tuesday, 15 May 2007


Francia, ¿principio del fin de la ilusión “progresista”? (I)
Por Jorge A. Pomar, Colonia

PRIMERA PARTE

Ségolène tira la toalla

Ségolène Royal, la recién derrotada candidata del Parti Socialiste (PS) en la segunda vuelta de los comicios presidenciales franceses, agotó durante la campaña todas las armas del arsenal progresista: desde aporrear el teclado feminista (y homofílico), arropándose en su supuesta condición de víctima del machismo tradicional de los “enarcas” (egresados de la famosa École Nationale d’Administration, donde se gradúa la elite política francesa), hasta autoproclamarse adalid de los desvalidos del mundo. Si la mayoría de los electores votaban por ella el 6 mayo, la semana laboral de 35 horas, el salario mínimo obligatorio, el pleno empleo, etc., aumentarían hasta hacer de Francia un país de Jauja.

Protegería a la vez la industria, la agricultura, el comercio y, en particular, a la clase obrera nativa frente a los desafíos de la globalización neoliberal. Disolvería la V para crear una VI República basada en la utópica “democracia participativa”. Con tal de lograr su propósito de instalarse en el Palacio del Elíseo, Ségo no paró mientes en arrebatarle al ultraderechista Jean-Marie Le Pen el monopolio de los símbolos patrios: bajo la presidencia de esta Juana de Arco jacobina, cada familia colgaría en su balcón una flamante Tricolor y todos los franceses se aprenderían de memoria las olvidadas (y belicosas) notas de La Marsellesa.

En materia de política continental y trasatlántica, prometía por un lado que, renaciendo de sus cenizas chiraquianas, el Palacio del Elíseo sacaría a la Unión Europea de su actual atolladero institucional (culpa de los votos en contra de su propio partido), sometería el Proyecto de Constitución comunitario a una nueva consulta popular en el país que más contribuyó a engavetarlo en 2005 y, énfasis soberanista que no podía faltar en el país de Charles De Gaulle, plantaría cara a Estados Unidos. En estos dos últimos puntos, como en su incosteable programa social y su demagogia con los géneros, conseguía desmarcarse de su rival conservador; no tanto así en cuanto a su afán proteccionista y a la patriotería, dos bazas que tanto ella como Sarkozy le robaron a Le Pen.

La clase obrera vuelve a votar por la derecha

No bastando tampoco con la apelación gaullista al amor a la Grande Nation, a juzgar por las cifras de intención de voto en los últimos sondeos, Ségolène cargó aún más las tintas populistas en su habitual retrato de Sarkozy como un “peligro nacional” inminente del que sólo su propia elección como presidenta podía salvar a Francia.

Una de sus pifias más gruesas consistió en aceptar el espaldarazo de José Luis Rodríguez Zapatero en un mitin de cierre de primera vuelta celebrado en Toulouse: “Ségolène es cambio, Ségolène es futuro. Alguien como ella puede ser presidenta [...] No debéis esperar a la segunda vuelta, la izquierda no está hecha para esperar. Está hecha para ganar lo más rápido posible”. Intromisión en los asuntos internos de Francia que no podía ser más grosera y que sin duda perjudicó a la anfitriona, motejada ya por sus compatriotas como la “Zapatera”. Para redondear su errático pastel electoral, se atrevió a desafiar a los barones del partido y a su marido, el secretario general François Hollande, nombrando por su cuenta consejeros malquistados con ellos.

En el colmo del delirio, Ségolène incurrió en otros dos errores de bulto que deben de haberle costado sufragios decisivos en los grandes centros urbanos. Sobre todo, en París y las ciudades periféricas de la Isla de Francia, sedes de los disturbios juveniles. En la primera vuelta propuso reducir el desempleo juvenil mediante el descabellado recurso de alistar a los jóvenes en unidades militares, creando una especie de Ejército Juvenil del Trabajo. En la segunda, tuvo la osadía de amenazar en público con imprevisibles estallidos de violencia callejera en los suburbios en caso de triunfo de Sarkozy, dando la fatal impresión de que bajo cuerda los socialistas controlan de algún modo tales desmanes juveniles.

Un cálculo miope, habida cuenta de que los principales afectados en esas revueltas antisistema son precisamente los franceses de a pie defendidos por ella, o sea, obreros, empleados de baja categoría y desocupados crónicos cuyos ingresos no alcanzan ni atrás ni alante para ponerse a salvo del ya cotidiano vandalismo de los marginales mediante el simple recurso de mudarse a los bien protegidos barrios residenciales de la clase media. No en balde la xenofobia crece en Francia notoriamente entre el proletariado. El castigo no se hizo esperar: el 6 de junio la clase obrera francesa (y el campesinado) votó en su mayoría por el conservador Sarkozy y el ultraconservador Le Pen.

Una apuesta arriesgada

Ya durante la segunda vuelta de la aperreada campaña presidencial, percatándose de que sus planes presidenciales no bastaban para empatar con o superar a Nicolas Sarkozy en las encuestas, Ségolène no vaciló en provocar de nuevo las iras de los barones socialistas al buscar a toda costa un arreglo contra reloj con su rival más peligroso en la primera vuelta: François Bayrou, el candidato de la Union pour la Démocratie Française (UDF). El líder centrista había salido derrotado en la primera vuelta pero, con más del 18 por ciento del escrutinio a su favor, de la voluntad de sus vacilantes electores dependía en la segunda vuelta quién sería el nuevo inquilino del Palacio del Elíseo.

Arrestada e incauta como es, Ségo apostó en firme a esa carta falsa. A primera vista --pese a contravenir las reglas del juego electoral y ser rechazada por los principales canales de la TV francesa--, la entrevista televisada entre ambos fue un éxito: seducido por la carnada gubernamental, que incluía varias carteras ministeriales, y a la vez preocupado por retener a sus volubles pupilos con la fundación de un nuevo partido de centro en mente, Bayrou se cuidó de exhortar abiertamente a los suyos a votar por la candidata socialista.

Para su mal, sin embargo, rompió su férreo enroque monopartidista de la primera vuelta al hacerle un guiño inequívoco a su electorado: él, Bayrou no votaría por Sarkozy. Coqueteo fatal porque, como enseguida veremos, el tiro les salió enseguida por la culata a ambos. Y de la peor manera.

Bayrou muerde el anzuelo y se embroma

Para colmo de males, la controvertida jugada --se enajenó con ella a parte de los suyos-- de la candidata socialista surtió de inmediato un efecto adverso por partida doble, tanto para las expectativas de la propia Ségolène como para las del vacilante Bayrou. Salvo excepciones, alérgicos a la izquierda, la mayoría de los diputados y barones (alcaldes, etc.) de la UDF saltaron en el acto todas las talanqueras, pasándose a la luz pública con armas y bagaje al bando de Sarkozy y dejando a su líder con apenas una media docena de figuras del núcleo duro a sus órdenes.

Al extremo de que, con las legislativas a la vuelta de la esquina (10 y el 17 de junio), el recién creado UDF-Mouvement Démocrate, concebido por Bayrou como alternativa a corto plazo ante una probable crisis de gobernabilidad del gabinete sarkozista, tiene todas las papeletas para acabar en aborto político. La desbandada de diputados centristas (democristianos) no se hizo esperar: enfrentados al dilema de hacer causa común con los socialistas, quienes toda la vida los han despreciado por “carcas”, o resignarse a alejarse del poder hasta las elecciones del 2012, la mayoría de los 27 diputados de la UDF --con su jefe de fracción parlamentaria Hervé Morin a la cabeza-- aspira a engrosar el dream team ministerial sarkozista con sus afines de la vencedora Union pour un Mouvement Populaire (UMP).

La derrota de Ségolène ha enrarecido aún más el oxígeno en torno a Bayrou. En primer lugar porque, como afirma Philippe Goulliaud en su artículo “Bayrou en una situación peligrosa” (Le Figaro, 08-05-07) “la casi totalidad de los diputados centristas […] han sido electos con votos de derecha y a menudo gobiernan junto con la UMP en los consejos municipales o generales”. Con Sarkozy, explica el periodista galo, la regla de juego es muy estricta: los centristas recalcitrantes lo tendrían cuesta arriba frente a un adversario “con la credencial de la mayoría presidencial”.

En cambio, la UMP retiraría su candidato y le dejaría la cancha libre en la circunscripción al aliado de la UDF que logre pasar al segundo turno (donde compiten aquellos candidatos que hayan obtenido más del 12,5 en el primer turno). Premio a la lealtad: alzarse con una cartera ministerial en el nuevo gabinete azul. En fin, como dicen nuestros orientales, Bayrou “se embromó”, y ahora mismo está tratando de reensamblar a la carrera los fragmentos dispersos del partido que lo llevara a ocupar una meritoria tercera plaza en la primera vuelta.

Son los frutos amargos de su fugaz coqueteo con la Precieuse Ridicule, la “Preciosa Ridícula”, el otro epíteto con que, aludiendo a la comedia homónima de Molière, los franceses han bautizado a Ségolène. Los diputados centristas Hervé Morin (mencionado antes) y Maurice Leroy negocian con los muñidores de Sarkozy las carteras de Justicia y Agricultura, respectivamente.

“Sarkozy no está loco. Ya ha anunciado que los secretarios de Estado serían nombrados después de las legislativas. Eso nos permite poner a algunos de ellos”, ha dicho un político centrista citado por Goulliaud. Chapeau pour Sarkozy! (“¡A quitarse el sombrero ante Sarkozy”), ha exclamado más de un experto. Viejo zorro en trajines políticos, Sarkozy es hijo de un aristócrata húngaro fugitivo del comunismo soviético y nieto de judía sefardí, lo cual les complica un poco el juego demonizador a los epígonos de Émile Zola del PS. Por el flanco étnico, los socialistas tendrán que afinar la puntería y andarse con pies de plomo para atacar al presidente sin ser acusados de antidreyfusards, es decir, de antisemitas.

[Émile Zola (1824-1902), autor del estremecedor alegato Yo acuso (1898) en defensa de un oficial judío acusado de alta traición a favor de Alemania, hizo del antisemitismo un tabú para la izquierda francesa. El affaire Dreyfus forma parte desde entonces, junto con el mito de la Résistance, del imaginario francés, pese a que el protectorado nazi de Vichy (sur de Francia) tuvo arte y parte en el Holocausto. En realidad, la Resistencia no sólo fue ineficaz frente a los alemanes, sino que después del triunfo sus miembros efectuaron ejecuciones sumarias, rapados públicos de concubinas de alemanes, etc. El resto de la mitología nacional francesa corre a cuenta del centralismo y manía de grandeza del dúo histórico Luis XIV- Napoleón Bonaparte, así como del culto al terror de Robespierre, Saint-Just, Marat y sus guillotinas.]

Un escaño en la Asamblea Nacional bien vale un cambio de casaca

Pero los despachos ministeriales en París no son la única zanahoria irresistible al alcance de los ávidos conejos desertores de la UDF, quienes, justo es reconocerlo, actúan también por convicción. Hay otros tubérculos no menos codiciables para cualquier diputado electo o reelecto el mes que viene. Conquistar uno de los 577 escaños de la Assamblée Nationale Française bien vale un cambio de casacas. Veamos, cada diputado, electo por un período de cinco años, cobra 6.897,74 euros al mes por concepto de indemnité parlamentaire.

A los que se suman otros 6.228 mensuales a título de indemnité répresentative de frais de mandat (“indemnización representativa por gastos de mandato”, IRFM en francés), plus un crédite collaborateur (“crédito por colaboradores”) para pagar los sueldos de hasta cinco asistentes. Sin contar el seguro médico y un generoso retiro que aumenta con cada reelección del diputado pero, caso de no ser reelecto, entra en conteo regresivo. Razón de más para aferrarse al mandato parlamentario.

Eso no es todo. Cada año, en dependencia de su antigüedad parlamentaria, el diputado (o el senador) puede aspirar a un subsidio anual no reembolsable ascendente a un máximo de 100 mil euros, que está facultado para emplear a discreción con el fin de subvencionar proyectos municipales. Dinero que, a su vez, salvo fuerza mayor, le ayuda a garantizarse la reelección indefinida en su distrito.

Se calcula que, por ejemplo, la pareja Ségolène-Hollande percibe unos 40 mil euros anuales por distintos conceptos. Según una costumbre de dominio público pero discreta, el presidente saliente Jacques Chirac, al igual que sus antecesores en el Palacio del Elíseo, recibirá en estos días una recompensa en metálico --no declarable al fisco, como es lógico-- con los aportes “voluntarios” de las grandes empresas francesas deudoras de su prolongada gestión. ¿Simple gratitud o soborno retroactivo?, ha preguntado un periodista de Le Monde.

Ségolène tira la toalla

Simultáneamente, poco faltó para que se produjera una implosión del PS en plena segunda vuelta. En última instancia, sólo el mero instinto de conservación persuadió a sus líderes de la conveniencia de aplazar los reproches para el día después. No más. Las encuestas mantuvieron hasta el inicio de la prohibición oficial de sondeos una apreciable ventaja del candidato conservador. En esta ocasión el veredicto final les dio la razón a los institutos demoscópicos: Sarkozy ganó más o menos por el margen previsto.

[El anuncio del veredicto de las urnas en las presidenciales francesas es un espectáculo sui generis. A diferencia de Alemania, donde sucesivos escrutinios parciales mantienen al país entero en vilo hasta la madrugada, en la ribera opuesta del Rin el veredicto definitivo se anuncia a una hora fija por todos los canales de televisión puestos en cadena. Y en verdad de una manera no apta para cardíacos: rayando las 8 de la noche, aparece en la pantalla chica un animado de líneas curvas con los colores de la escarapela nacional y se inicia en un cuadrante el conteo regresivo a partir de diez que termina con la aparición de una foto del vencedor. ¡Sensacional!]

Y ahí mismo afloraron las viejas querellas intestinas entre las tres jerarquías socialistas. Tradicionalmente tironeado por un extremo hacia un abrazo suicida con la agonizante izquierda antiliberal de la mano del influyente Laurent Fabius (el mismo que encabezara el boicot al Proyecto de Tratado Constitucional de la UE); por el extremo opuesto, en otro franco anacronismo, hacia el dogma socialdemócrata de preguerra por el no menos influyente Dominique Straus-Kahn; y desde el medio, hacia un populismo progre al estilo Zapatero por la poderosa --y mal llevada-- pareja conyugal Ségolène-Hollande, el Partido Socialista afronta serias dificultades para diseñar una estrategia coherente de cara a las legislativas de junio. Las tres familias socialistas tienen más o menos el mismo poder de convocatoria, lo que agrava el riesgo de implosión.

Por lo pronto, Ségo parece haber tirado la toalla. Poco previsora como siempre, so pretexto de cumplir su promesa de “no acumular mandatos”, el 11 de mayo, apenas cinco días después de caer con las botas puestas frente a Sarko, la actual senadora y presidenta de la región de Poitu-Charente (nac. en Dakar, Senegal) declaró oficialmente su intención de “no postularse por su distrito de Deux-Sèvres”, por el que ha sido electa desde 1988. Decisión a anotar entre signos de interrogación, ya que, al no figurar en la bancada socialista de la Asamblea Nacional --o, mejor aún, como jefa de fracción-- ni en la plana mayor del PS, de hecho quedaría alejada del acontecer político en la capital, donde se decide todo en la hipercentralizada Francia.

Y no está claro que los caciques socialistas, que ya peinan canas, aparquen de nuevo sus propias aspiraciones para mantener a la, como quiera que haya sido, derrotada candidata a la primera magistratura nada menos que de aquí al 2012, como pretende ingenuamente ella. Sobre todo teniendo en cuenta que un alto porcentaje de sus electores sufragaron a su favor más por rechazo a Sarkozy que por convicción. Por lo demás, la plaza de secretario general está en manos de su marido François Hollande, quien hasta la fecha no ha dado señales de desear cederle el puesto a su arisca consorte. Cesión que, va de suyo, pondría otra vez sobre el tapete contra ambos el reproche de nepotismo, esgrimido ya antes con la candidatura presidencial de Ségo.

[La chismografía sobre la vida sentimental de los políticos es hoy tan rocambolesca como en la Francia imperial de los tres Luises (XIV, XV y XVI). El caso más sonado fue el de Mitterrand (1981-1995), quien mantuvo dentro del Palacio del Elíseo una concubina con una hija ilegítima. (Única restricción de salir por la puerta del fondo.) Son conocidos también los rollos de faldas de Giscard d’Estaing (1974-1981) y Jacques Chirac (1995-2007). Sarkozy y su bella mujer Cecilia fueron la comidilla hasta hace unos meses. Por estos días se agotaron en las librerías 38 mil ejemplares del libelo La femme fatale (La mujer fatal), que desvela la densa trama de agravios y venganzas de alcoba entre Ségolène y Hollande. Por suerte, los adulterios en las altas esferas son aquí peccata minuta, asunto privado. Por esa arista, Francia continúa siendo un país ciertamente delicioso.]

Ambos puestos, la secretaria general y la candidatura presidencial, que en buena ley deberían coincidir en un individuo, serán objeto de acalorados debates en un congreso posterior al 17 de junio. Del éxito o fracaso de cada facción socialista en la segunda vuelta de las legislativas depende no sólo quiénes ocuparán los cargos dirigentes, sino incluso la supervivencia del PS como partido de masas. Por otra parte, el futuro congreso no se podrá dar el lujo de desoír los clamores de renovación provenientes de las bases socialistas. Hora de hacer leña del árbol caído. Obviamente, Ségolène, cuyo rostro no es nuevo en el PS, se arriesga a quedar fuera de juego. Puede que ya lo esté.

Francia, ¿principio del fin de la ilusión "progresista"? (II)
Por Jorge A. Pomar, Colonia

SEGUNDA PARTE

Sarkozy seduce a los cuadros del PS


También entre las filas socialistas la estrategia de la zanahoria aplicada por Sarko empieza a hacer mella, provocando sensibles bajas. Pero la intención suena a moneda auténtica en su breve discurso de despedida en la sede de la UMP el pasado 14 de mayo: “Abrirse a otros, a los que tienen otro trayecto, otro historial, otra sensibilidad. […] No tener miedo a ideas diferentes. […] La apertura es la característica de las almas fuertes. […] Mi misión consiste en servir al interés general. Llegado el momento, diré, como todos mis predecesores, cuáles son las apuestas de este escrutinio”.

Algunos de los diputados conservadores presentes veían esfumarse así sus propias aspiraciones al gabinete como miembros del partido gobernante. “Estoy al 200 por ciento por la apertura --replicó más tarde Patrick Devedjian, actual ministro de Industrias--, pero hacen falta gestos tranquilizadores para los parlamentarios” [de la UMP]. Por su parte, el primer ministro designado François Fillon clausuró el acto con un llamado a la disciplina: “Con nuestros socios de la UDF, con las personalidades de izquierda y de la sociedad civil, somos en lo adelante portadores de un pacto presidencial”.

Entre tanto, en el bando socialista, François Hollande pidió ayer explicaciones a Bernard Kouchner, aspirante a jefe del Quai D’Orsay, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en París. El secretario general del PS ve en la oferta de Sarkozy “una operación para obtener plenos poderes”. Pero quien mejor ha expresado este tipo de recelos es la diputada Elisabeth Guigou. En su blog (www.elisabethguigou.com) advierte de que los tránsfugas socialistas: “Se hacen cómplices de una maniobra enfilada a aplastar a la izquierda en las elecciones legislativas. [...] Se arriesgan a ser rehenes de una política de derecha, muy de derecha”. Riesgo real, ya que, una vez que la UMP haya barrido en las legislativas, Sarko podría alterar su hoja de ruta aperturista y deshacerse sin esfuerzo de compañeros de viaje molestos.

Sin embargo, la seducción del reparto de carteras ministeriales es tanto más fuerte cuanto que el nuevo gabinete constará de sólo 15 ministerios (plus 4 secretarías de Estado), contra 29 en la actualidad. La deserción más notoria ha sido la de Kouchner. El ex ministro de Sanidad bajo el premierato de Lionel Jospin (1997-2002), fundador de “Médicos sin frontera” y alto representante de la ONU para Kosovo. Una de las personalidades más prestigiosas de Francia, Kouchner ya había anunciado su disposición a entrar en un “gobierno de unión nacional” sarkozysta.

Uno que se pasó por convicción al bando conservador antes de la primera vuelta fue el famoso filósofo André Glucksmann. El viernes pasado el ex ministro del Exterior Hubert Védrine acudió al despacho del presidente entrante en París, donde se baraja asignarle la cartera del Exterior o la de Justicia. Claude Guéant, director de campaña de Sarkozy y futuro secretario general del Palacio del Elíseo, está también en contacto con Anne Lauvergnon, alias Atomic Anne (“Ana la Atómica”) en la prensa anglosajona. Designada en 1999 por Jospin como presidenta de Areva, la agencia nuclear civil más grande del mundo, la Lauvergnon “no dice no a todo”, comentó satisfecho Guéant sobre la entrevista con la probable desertora (ayer se supo que había declinado la oferta.). En similares trámites se halla el ex ministro de Educación socialista Claude Allègre.

La lista de tránsfugas del PS, demasiado extensa para agotarla en este artículo, crece por día. La estampida inquieta al secretario general Hollande, quien ya antes había dado la voz de alarma en términos draconianos: “Quienes así se comporten serán excluidos del Partido Socialista y no podrán aspirar a la menor investidura local durante el período subsiguiente. […] Ese tipo de métodos, de egoísmos y de comportamientos no es compatible con el concepto que yo tengo de un partido organizado y estructurado”. Su exhortación a la unidad a rajatabla de cara a las legislativas parece estarle entrando por un oído y saliendo por el otro a más de uno.

Pero el mal es de fondo del PS viene de lejos. Y aparte de las animadversiones personales, tiene que ver más bien con la crisis programática, ideológica, de las izquierdas. No se puede acusar de traición a “ratas” que huyen de un barco que se va a pique a ojos vistas. Es casi inevitable la escisión del PS en una corriente moderada, encabezada --siempre que naveguen con suerte y superen su particular crisis de celos de alcoba y protagonismo-- por la pareja Hollande-Ségolène y Dominique Straus-Kahn; y otra radical bajo la batuta de Laurent Fabius y el ex presidente de la Asamblea Nacional Henri Emmanuelli, partidarios de un giro a la izquierda. Emmanuelli ha lanzado ya en público la idea de fundar un nuevo partido.

Los primeros intentarían aliarse con el mermante centro-izquierda del desequilibrado Movimiento Demócrata; los segundos, con la olla de grillos de la izquierda antiliberal. A decir verdad, el campo de captación de ambas corrientes sería sumamente escaso. Entre los pupilos de Bayrou, los socialistas moderados pescarían lo que quede después de descontar a los inamovibles del centro y al nutrido pelotón de los pasados, o por pasar, al bando sarkozista.

Aliándose con el Partido Comunista Francés (PCF, 1,93% de votos en la primera vuelta), Los Verdes (1,57%), Lucha Obrera (1,33%) y otros grupúsculos antiliberales fraccionarios, el PS o los radicales de Fabius-Emmanuelli no tendrían mucho que ganar. Por lo que, teniendo en cuenta lo mucho que representa un escaño en la Asamblea Nacional, lo más probable es que la orden de desistimiento en los respectivos distritos electorales a favor de uno de esos candidatos aliados en las legislativas de junio choque con la tenaz resistencia de los aspirantes socialistas.

Muy diferente es el caso de los trotskistas de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), del carismático Olivier Besancenot. Aunque también perdió votos, la LCR fue la única agrupación antiliberal con un resultado apreciable en la primera vuelta de las presidenciales: 4,08% (contra 4,24 en 2002). Pero aquí se justifica nuestro calificativo de “olla de grillos” para esos grupos antisistema. La LCR --al igual que los altermundistas de José Bové-- y el PCF son como el aceite y el vinagre: no hay fuerza humana que logre mantenerlos juntos a largo plazo.

Mientras que el PCF comulga fácil con el PS, los trotskistas de la LCR descartan de plano semejante alianza. Por su parte, Los Verdes, que pagaron caro su compromiso con Bayrou en la primera vuelta, han resuelto postularse en solitario a las legislativas. De manera que, en la práctica, el PS no tendrá socios de envergadura. Para más embrollo, las posibilidades de los líderes moderados limen asperezas entre sí son prácticamente nulas. Hollande rechaza tanto la socialdemocracia ortodoxa, cara a Straus-Kahn, como el “socialliberalismo” de la Tercera Vía. Y Straus-Kahn ya ha señalado al secretario general (Hollande) como el “principal responsable de que el PS no se haya renovado desde 2002.

Si el esfuerzo de Ségolène no bastó para ganar en las presidenciales, el de los diputados en las legislativas augura catástrofe: una lógica elemental indica que la cuota de escaños para los socialistas se acercará mucho más al 25,87% obtenido por Ségo en la primera vuelta, donde participaron doce partidos, que al 46,94 de la segunda, donde sólo competían los dos grandes. Por otra parte, todos los candidatos de izquierda juntos no pasaron del 37% de los votos en mayo. Considerando los estragos que ya está haciendo la anunciada voluntad de Sarkozy de “gobernar para todos los franceses” y abrir el gobierno al centro y la izquierda, no cabe duda de que la bancarrota socialista es total. ¿Principio del fin de la ilusión “progresista”?

Sarkozy: “Doblar la página de Mayo del 68”

Al tanto de la crisis de ideas que atraviesan las izquierdas francesas, socialistas incluidos, Sarkozy se trazó el objetivo de propinarles el tiro de gracia ideológico. Y tuvo el tino de elegir bien el blanco. (Y el titular el Exterior, Kouchner, renegado del 68, defensor de la "ingerencia humanitaria" y de la guerra de Irak.) En un discurso pronunciado durante la segunda vuelta en París-Bercy arremetió sin contemplaciones contra el legado de Mayo del 68 en presencia de dos de los más ilustres renegados de aquella revuelta estudiantil contra el capitalismo y Occidente, los filósofos André Glucksmann y Alain Finkielkraut. Escuchémosle sin prejuicios:

Mayo de 1968 nos ha impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos de mayo de 1968 habían impuesto la idea de que valía todo, que por tanto en lo adelante no habría ninguna diferencia entre el bien y el mal, lo falso y lo verdadero, lo bello y lo feo. Habían tratado de hacer creer que no podía existir ninguna jerarquía de valores.

Toda esta andanada etológica para llegar a una conclusión que dice mucho sobre su propia idiosincrasia ecléctica y que, no por inédita y un tanto traída por los pelos, deja de encerrar cierta dosis de verdad que atraería sobre su cabeza las iras de los aludidos (entre ellos, Daniel Cohn-Bendit, el famoso “Dani el Rojo” de los disturbios del 68, hoy flamante eurodiputado en Bruselas por Los Verdes, un partido liliputiense):

La herencia de mayo de 1968 ha introducido [habría sido más acertado usar el participio “contribuido” o “coadyuvado”] el cinismo en la sociedad y en la política. Vean cómo el culto al rey dinero, a la ganancia a corto plazo, a la especulación; cómo las derivas del capitalismo financiero han sido trazadas por los valores de mayo de 1968. Vean cómo la contestación de todos los referentes éticos ha contribuido [se autocorrige] a debilitar la moral del capitalismo, cómo ha preparado el terreno al capitalismo sin escrúpulos. [Y aludiendo a la demonización de su persona:] Son los mismos que en 1958 incurrieron en la absoluta ridiculez de desfilar contra el general De Gaulle gritando que el fascismo no pasaría. Quiero doblar la página de Mayo del 68 de una vez por todas.

Suena a disparate, pero no lo es tanto. Porque no es menos cierto que, por poco que uno ponga bajo la lupa el tren de vida de la llamada « izquierda caviar », o bien, para citar un ejemplo de nuestro patio criollo, la rapacidad y los despiadados mecanismos comerciales que el castrismo pone en acción para apropiarse de la tajada del león de las remesas en divisas del exilio, convendrá en que, en efecto, existe una estrecha relación entre el nihilismo y el “vale todo” de los yuppies, que los hay también a montones de izquierda. Sin perjuicio de que el neoliberalismo haya --si cabe, puesto que el egoísmo en un rasgo humano anterior al dinero y el capital-- agravado las cosas.

Aquí viene a cuento el aluvión de críticas de la izquierda al futuro presidente por haber disfrutado de unos días de descanso a bordo del lujoso yate de un amigo millonario, en vez de en un convento, como había anunciado. Pura hipocresía progre: ¿dónde se solazan los jerarcas izquierdistas? ¿Acaso en la chalupa de un pescador o en populares hoteles de tres estrellas, como los comunes mortales cuando hacen turismo?

Significativamente, la mayoría de los franceses de a pie, que no son mojigatos, no han visto nada censurable en la travesía del presidente electo. Antes al contrario, en un país laicista como el suyo, tal vez les habría preocupado que se retirara a meditar bajo bóvedas monacales.

Bien leído, sin embargo, no hay mucha distancia entre lo dicho por Sarko, que en sustancia es una apelación a la ética, y los sinceros ideales altruistas de la izquierda liberal, que no suele posar de protectora de los desvalidos. Sarkozy ha puesto hábilmente el dedo en la llaga. Como botón de muestra del berrinche de los aludidos, citaremos un párrafo de una entrevista concedida al respecto por el excéntrico Cohn-Bendit (¿cuánto gana, por cierto, en esa eurocámara burguesa, que justamente los obreros franceses están locos por ver disuelta?). El infantilismo de este incorregible rebelde sin causa no tiene desperdicios:

He ahí la prueba de que él osa decir cualquier cosa. Porque, en fin, ¿quién estaba en la calle en mayo de 1968? No sólo nosotros, los estudiantes contestatarios. Más de la mitad de Francia se declaró entonces en huelga. [Una mentira como una casa, puesto que él mejor que nadie sabe que las reivindicaciones de los obreros eran estrictamente materiales]. Eso es lo que Sarkozy no acepta. Por lo demás, las palabras que utiliza son sintomáticas. Habla de “liquidar Mayo del 68”. [Y ahora, agárrense, viene lo bueno:] Se comporta como un estaliniano puro. Cuando los franceses quieren reconciliarse, él se empeña en exhumar al final de campaña viejos rencores de hace 40 años.

Alfredo Bryce Echenique explica Mayo del 68 para latinoamericanos

De que le picó, le picó. Para salir de dudas respecto a lo qué realmente ocurrió en Francia durante aquellas tumultuosas jornadas de mayo de 1968, basta con leer La vida exagerada de Martín Romaña (Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1981). Esta novela del peruano Alfredo Bryce Echenique (Casa de las Américas publicó en Cuba su novela Un mundo para Julius), testigo presencial de los hechos, narra en clave jocosa las desventuras en la Ciudad Luz de un humilde estudiante peruano que, desquiciado por una hermosa chica subversiva de familia acaudalada, se ve de pronto envuelto él mismo en las protestas callejeras sin compartir los ideales (al principio) ni la dulce vida de sus condiscípulos franceses.

Tras una larga de desvaríos político-literarios y desengaños amorosos, la novia le da calabazas. Cuando De Gaulle ordena a la gendarmería parisina hacer uso de las porras sin miramientos, la revuelta estudiantil acaba tan de golpe y porrazo como empezó. Y los revoltosos se van a casa o de vacaciones como si tal cosa. En cambio, el protagonista no sólo ha derrochado los escasos recursos con que contaba para estudiar en la Sorbonne, sino que se ha intoxicado de mala manera con el abstruso lenguaje y los dogmas del neomarxismo tercermundista de Mayo del 68.

Bryce Echenique se vale de una ingeniosa metáfora para describir el arduo proceso de desintoxicación ideológica sufrido por el joven Martín Romaña: el vientre se le hincha cada vez más. Por mucho que puja, no logra aliviárselo. Para más inri, un matasanos le destroza el ano. Finalmente, se somete a una complicada cirugía reconstructiva anal. Con éxito. Pero, antes de darle de alta, el risueño cirujano le muestra una batería de relucientes cilindros metálicos en forma de penes de distintos grosores y altura.

El atónito paciente debe aplicárselos de mayor a menor hasta que el angostado esfínter haya recuperado sus dimensiones naturales. Insisto, si el lector quiere hacerse una idea de Mayo del 68 visto por un autor muy cercano a nuestra idiosincrasia, nada mejor que hacerlo disfrutando de esta implacable sátira que ilustra muy bien el lavado de cerebro que aún sufren los estudiantes latinoamericanos en los campus de Europa Occidental. Por lo demás, para entender al Viejo Continente es indispensable conocer el día a día por esa época.

El programa de Sarkozy en síntesis

• Trabajo e ingresos: sin abolir la semana de 35 horas, darles la posibilidad a los franceses de “trabajar más para ganar más”, exonerando de cargas sociales las horas extras. Acortar los plazos de despido. Suprimir las compensaciones millonarias, conocidas en Francia como parachutes d'or (“paracaídas de oro”), a los gerentes salientes de grandes empresas. “Batirse” por el pleno empleo y el incremento del poder adquisitivo de las masas.

• Funcionariado: reducir los cinco millones de empleados públicos actuales, cancelando una de cada dos plazas que vayan quedando vacantes con el fin de reducir la deuda pública, aumentar los sueldos del personal en activo y desburocratizar la gestión administrativa. Eliminar por convenio o decreto las huelgas en el sector público o, en su defecto, garantizar un servicio mínimo durante el paro de protesta. Cancelar 14 de los 29 ministerios.

• Igualdad del hombre y la mujer: respetar la paridad de géneros en la composición del gabinete.

• Fiscalidad: bajar los impuestos sobre la renta a un tope del 50 por ciento. Eliminar los impuestos a la herencia y las donaciones para un 90-95 por ciento de los franceses, o sea, excepto para la plutocracia (en un país de pequeños propietarios).

• Criminalidad: modificar el Código Penal para introducir sentencias a prisión mínimas para reincidentes. Extender la plena responsabilidad penal a todos los ciudadanos a partir de los 16 años a fin de yugular los disturbios juveniles suburbanos. Establecer el peritaje médico obligatorio para todos los recluidos por delitos sexuales antes de soltarlos, así como el deber de presentarse regularmente a la policía una vez puestos en libertad.

• Inmigración: crear un nuevo Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Aumentar los requisitos para la reunificación familiar a los extranjeros, limitando ese derecho a aquellos que dominen el francés y dispongan de vivienda adecuada y contrato laboral.

• Energía: conservar el potencial nuclear pacífico (por cierto, en breve Chirac debe hacerle entrega de las claves del arsenal atómico) del país, que extrae de esa fuente unas tres cuartas partes de sus recursos energéticos. Paralelamente, fomentar la explotación de energías renovables.

La izquierda internacional, ¿principio del fin?

Hasta ahí el programa de reformas socioeconómicas del nuevo inquilino del Palacio Elíseo, quien en lo relativo a su contradictoria promesa de proteger la industria, la agricultura y el comercio franceses, más bien se queda corto comparado con las drásticas medidas de la Tercera Vía británica. Una meta que deberá flexibilizar en el curso de su mandato, entre otras cosas, para no chocar con las normativas de la UE ni con los imperativos de la globalización.

En otro orden de cosas, para llevar a buen puerto su agenda antitolitaria Sarkozy deberá andarse con pies de plomo a la hora de atacar los mitos fundacionales de la Francia contemporánea, campo minado difícil de atravesar sin perecer políticamente en el empeño. Que sepamos, Sarko nunca ha abordado explícitamente los arraigados tabúes de la Résistance antifasciste, el apoyo masivo de los franceses a la República de Vichy y el papel superfluo de De Gaulle en la derrota de la Alemania hitleriana y la liberación de París.

Claude Allègre, al frente del negociado de Enseñanza Superior e Investigación, podría cumplir cabalmente la tarea de, como ha prometido al nuevo presidente, “ayudar a las universidades francesas a adaptarse al siglo XXI y lograr que la investigación vuelva a ser una de las prioridades nacionales”. Pero, ¿se atreverá este veterano del PS (nac. 1937) a poner a un lado sus propios resabios ideológicos y desafiar al poderoso profesorado de izquierda en sus reductos de la enseñanza media y superior?

Ojalá que sí, pero difícilmente sea el hombre adecuado para la misión. Pues, justo en ese linde, se alza la barrera mental del (falso) orgullo nacional galo. Ni siquiera el primer presidente neogaullista parece dispuesto a franquearla. (Entretanto, se ha sabido que la cartera de Enseñanza Superior e Investigación no será ocupada por Allègre sino por Valérie Pecresse, UMP.) Para ello la joven ministra (39 años) tendría que contrarrestar la anacrónica vigencia de Jean-Paul Sartre y André Malraux, priorizando en los planes de las carreras de Humanidades las tesis de filósofos liberales del fuste de un Raymond Aron (1905-1983) en El opio de los intelectuales, o de un François Revel (1924-2006, su nombre no figura ni en la enciclopedia Larousse) en La tentación totalitaria.

De momento, aunque nadie teme que los disturbios alcancen las proporciones de mayo del 68, varias organizaciones estudiantiles de extrema izquierda han convocado para mañana (miércoles, 16-05), entre ellas las Jeunesses Communistes Révolutionnaires (JCR, Juventudes Comunistas Revolucionarias), la primera manifestación de protesta estudiantil contra los planes de reforma universitaria del presidente.

Con todo, si a la postre la UMP arrasa en las legislativas de junio y luego Sarko capea bien el temporal que le armarán sin falta las izquierdas, los efectos de su reinado en política exterior podrían desencadenar, dado el enorme poder de irradiación de Francia, el comienzo del fin de la izquierda internacional o, lo que viene a ser igual, su puesta al día con la modernidad neoliberal.

Para empezar, el Proyecto de Constitución Europea saldría adelante sin tropiezos en la versión minimalista sugerida por Sarkozy y preconizada por Gordon Brown, inminente sucesor de Blair en Downing Street 10, y la canciller federal alemana Angela Merkel, ya consagrada como líder comunitaria. Entre ellos redondearán un incontrastable y acoplado trío de gigantes que dejará sin falta en la cuneta europea al débil dúo progre integrado por el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y su siempre tambaleante homólogo italiano Romano Prodi.

Además, la alianza trasatlántica con Washington saldrá fortalecida. Circunstancia que, por un lado, hará más difícil a los demagogos autoritarios del Tercer Mundo meter cuña entre las potencias occidentales y, por el otro, pondrá el freno a la Rusia chantajista de Putin, reafirmando a los antiguos satélites soviéticos de Europa Oriental, notoriamente ninguneados por Chirac.

Por lo que nos concierne, habiendo prometido previamente erigirse en defensor de los derechos humanos a nivel planetario, el vibrante discurso de la victoria pronunciado por el presidente electo el 6 de mayo en la Plaza de la Concordia parisina suena convincente, halagüeño a los oídos de la oposición cubana. “Hay un país en el mundo con los oprimidos […], con los perseguidos del mundo entero”, exclamó Sarko, quien además prometió poner fin al “pensamiento único”. Tópico que en sus labios conservadores sólo puede ser el acuñado por el británico George Orwell en su célebre novela 1984, o sea, el pensamiento totalitario de izquierda y derecha.

Por tanto, los demócratas cubanos de la Diáspora y la Isla podemos albergar la razonable esperanza de que la política apaciguadora de La Moncloa acabe pronto estrellándose contra la voluntad mancomunada de Alemania --cuya embajada en La Habana abre sus puertas una vez al mes a los disidentes--, Gran Bretaña y Francia. Sarko tampoco ha tenido pelos en la lengua a la hora de calificar sin rodeos al castrismo como une dictature tou court (“una dictadura sin más”). Cómo no, la instalación del presidente electo francés en el Palacio del Elíseo es una excelente noticia también para nosotros los cubanos. Conque, allez -y, Sarko! (“¡Manos a la obra, Sarko!”)

[Nuevo Consejo de Ministros francés (18-05-2007)

Primer ministro
François Fillon, UMP (53 años)

Ministro de Ecología, Desarrollo y Ordenación Territorial Sostenible
Alain Juppé, UMP (61)

Ministro de Economía, Finanzas y Empleo
Jean-Louis Borloo, Partido Radical (56)

Ministra del Interior, Ultramar y Colectividades Locales
Michèle Alliot-Marie, UMP (60)

Ministro de Asuntos Extranjeros y Europeos
Bernard Kouchner, PS (67)

Ministro de Inmigración , Integración, Identidad Nacional y Codesarrollo
Brice Hortefeux, UMP (49)

Ministra de Justicia
Rachida Dati, UMP (41)

Ministro de Trabajo, Relaciones Sociales y Solidaridad
Xavier Bertrand, UMP (42)

Ministro de Educación Nacional
Xavier Darcos, UMP (59)

Ministro de Enseñanza Superior e Investigación
Valérie Pecresse, UMP (39)

Ministro de Defensa
Hervé Morin, ex UDF (45)

Ministra Sanidad, Juventud y Deportes
Roselyne Bachelot, UMP (60)

Ministra de Vivienda y Urbanización
Christine Boutin, UMP (63)

Ministra de Agricultura y Pesca
Christine Lagarde, UMP (51)

Ministra de Cultura y Comunicaciones / Portavoz Oficial del Gobierno
Christine Albanel, UMP (51)

Ministro de Presupuesto, Cuentas y Función Públicas
Eric Woerth, UMP (51)

Secretario de Estado de Relaciones con el Parlamento (adjunto al Primer Ministro)
Roger Karoutchi, UMP (55)

Secretario de Estado de Perspectiva y Evaluación de Políticas Públicas (adjunto al Primer Ministro)
Eric Besson, ex PS (49).

Secretario de Estado de Transporte (adjunto al ministro de Ecología, Desarrollo y Ordenación Territorial Sostenible)
Dominique Bussereau, UMP (54)

Secretario de Estado de Asuntos Europeos (adjunto al Ministro de Asuntos Extranjeros y Europeos)
Jean-Pierre Jouyet, ex PS (53)

Secretario de Estado de Solidaridad Activa contra la Pobreza
Martin Hirsch, ex PS (43)]

Monday, 2 April 2007

La socialdemocracia europea en crisis (2)

¿Se salva o perece el estado del bienestar social?

Por Jorge A. Pomar, Colonia


Especulaciones sobre las causas del triunfo de la Tercera Vía

La crisis del estado del bienestar, analizada aquí en el paradigma del laborismo británico, remite, en primer lugar, a la contracción demográfica de la clase obrera y sus efectos concomitantes. Lejos de multiplicarse, el obrero industrial es hoy una especie en extinción. Cada nueva inversión tecnológica reduce cada vez más su número. Al extremo de que los obreros industriales representan hoy alrededor de un cuarto de una población activa en la que prevalece el sector de los servicios. El protagonismo del aprietatuercas chaplinesco en las fábricas modernas corresponde desde hace rato a una nueva aristocracia laboral: la tecnocracia.

Siendo la clase obrera la base del poder de las trade unions y del Labour, de todos modos éstos acabarían perdiendo influencia a medida que el número de aquella continuase decreciendo. Los sindicatos británicos no perdieron influencia sólo porque la Dama de Hierro les apretara las tuercas jurídicas. La Thatcher no hizo otra cosa que forzar al desbocado liderazgo sindical a resignarse a un status configurado por el desarrollo tecnológico. Otros poderosos sindicatos europeos han corrido la misma suerte: el total de afiliados ronda el 25%.

No en balde la crisis socialdemócrata a fines de los 70 coincide con la boga del “eurocomunismo”, un acercamiento tardío a las tesis revisionistas de Eduard Bernstein por parte de los jefes de los grandes partidos marxistas europeos. La apostasía de Georges Marchais, Enrico Berlinguer y Santiago Carrillo no funcionó: en apenas treinta años los otrora poderosos partidos comunistas de Francia, Italia y España quedaron reducidos a insignificantes minorías recicladas que a duras penas se empatan con algún que otro escaño en el parlamento.

Significativamente, sus homólogos socialdemócratas no se han beneficiado en absoluto de esas deserciones masivas entre los adeptos a la hoz y el martillo. Al contrario, aunque en menor cuantía, ellos también han visto mermar bastante su membrecía. El fallo de la “misión histórica del proletariado” por escasez de obreros explica también, en última instancia, la crisis general del estado del bienestar. Veamos los porqués.

En primer lugar, la inmensa popularidad de ambos experimentos totalitarios indica a las claras que el proletariado, como cualquier otra clase social, sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Su tendencia a cambiar libertad por seguridad, bienestar por responsabilidad, llevó a las masas populares alemanas a firmar sendos pactos fáusticos con nazis y estalinistas; y a su homóloga británica a poner en peligro, por desmesura clasista, al estado del bienestar. Actitud observable también entre el proletariado francés.

Pero la clase obrera --que por lo demás siempre ha sido un estamento social estratificado y complejo-- no ha cambiado solo cuantitativa sino también cualitativamente. Buena parte de la mano de obra industrial del Reino Unido clasifica hoy, por salario y nivel profesional, como aristocracia obrera. Esa nueva tecnocracia, que gana bien y a menudo posee acciones de sus empresas, se interesa por la buena marcha de las mismas. Juega aquí otro factor que afecta al movimiento sindical y a la socialdemocracia: la ambigüedad social del obrero calificado, que ahora suele ser empleado y, a la vez, pequeño copropietario de su fábrica.

Para expresarlo en terminología marxista: por un lado, los obreros siguen interesándose por el aumento de la parte de la plusvalía correspondiente al salario; por el otro, en la medida en que adquieren acciones, crece su interés por la ganancia capitalista y la “reproducción ampliada” (inversiones de capital). Aumenta a la par su aversión a las huelgas. Este fenómeno de socialización del capital presenta una arista que escapa al análisis: el hecho de que todos los asalariados cobren aquí por giro a cuenta corriente --y no por sobre, como aún ocurre en Cuba-- no sólo estimula el ahorro de parte el salario a interés sino que, ya sin eso, los inserta en el negocio bancario. Es decir, el salario, ya sea alto o bajo, entra en el flujo crediticio e inversionista desde el momento en que es depositado en el banco.

La movilidad de personas, mercancías y capitales en el mercado interno; la rápida expansión hacia el Este; la caída de las barreras comerciales externas de la UE; y la espada de Damocles del outsourcing (deslocalización) --una opción que la gerencia guarda siempre en la manga en la era de la globalización-- hacen el resto para que el recurso a la huelga y el sindicalismo político hayan caído en desuso.

Antes de parar las máquinas, se negocia hasta el cansancio en el consejo de administración, pues no todas las firmas pueden darse el lujo de incumplir compromisos con sus clientes: la competencia nunca duerme y es ubicua, pudiendo surgir como deus ex machina de dentro o fuera del país. Por su parte, el estado reduce el sector público a la mínima expresión, y es cada vez más remiso a subvencionar empresas deficitarias. Por todas esas razones, sumadas a las contingencias coyunturales, la “paz social” deja escaso margen a los enfoques clasistas de la vieja guardia socialdemócrata. La Tercera Vía se perfila, pues, como la única alternativa capaz de sacar adelante al estado del bienestar en los tiempos que corren.

Tras haber perdido tres elecciones al hilo ((1979, 1983 y 1987) a manos de la Dama de Hierro, el Partido Laborista admitió la irreversibilidad de la revolución thacheriana. Sus líderes ya habían implementado la profunda revisión organizativa y político-ideológica del Partido Laborista conocida como New Labour o “Nuevo Laborismo”, cuyo eje fue un replanteamiento a fondo de las relaciones entre el partido y las trade unions (sindicatos).

Los laboristas encajarían aún una cuarta derrota en las urnas en 1992 frente al primer ministro conservador John Major (1990-1997), quien había sustituido a la Thatcher dos años antes. Cuando al fin retornaron a Downing Street con Tony Blair cinco años después, éste ya venía con el firme propósito de restablecer la consensus politics (política de consenso) interpartidista, rota por la Thatcher en 1979. El resultado de esta continuidad laborista de las reformas neoliberales thatcherianas sería la llamada Third Way o “Tercera Vía”. Desde entonces ambos partidos coincidirán en el medio: los conservadores ocupando el centro-derecha y los laboristas el centro-izquierda.

Anthony Giddens, padre del New Labour

Para el sociólogo británico Anthony Giddens, director de la London School of Economics y autor del ensayo La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia (1998), el Nuevo Laborismo “se halla en una línea de continuidad con el desarrollo a largo plazo del pensamiento socialdemócrata y también con varios períodos del revisionismo socialdemócrata”. A su entender, “el gran cambio de la vieja izquierda a la nueva izquierda consiste en que ahora hay mucha más sensibilidad para las conexiones entre política social y política económica”.

El consejero número uno de Tony Blair aduce que “a veces es preferible bajar los impuestos a fin de estimular el desarrollo económico y el florecimiento de las empresas”. El ablativo deja abierta la alternativa contraria, es decir, que en ciertas coyunturas conviene hacer lo contrario en un mundo en el que las decisiones nacionales dependen cada vez más del contexto internacional.

Giddens estima, sin embargo, que la mayoría de las veces conviene bajarlos, pues con ello “podría obtenerse una recaudación mayor que insistiendo en un sistema impositivo rígidamente demarcado”. Giddens añade: “Si Usted consigue eso, puede recaudar dinero suficiente tanto para gastar en las instituciones públicas como para gastar dónde sea necesario en términos de redistribución a través de transferencias de ingresos y recursos”.

Siguiendo esta pauta, Giddens persuadió al liderazgo laborista de que, para conseguir los mismos objetivos sociales, debía hacerse todo lo contrario de lo que se había hecho hasta entonces: reducir del gasto público, adelgazar el aparato administrativo y bajar las prestaciones de la seguridad social (obligación de trabajar por salarios equivalentes al subsidio de desempleo); privatizar lo que quedaba del sector estatal (incluido el Metro de Londres); dejar de subsidiar a empresas en quiebra; buscar a toda costa el equilibrio presupuestario y la estabilidad monetaria; modernizar la industria, apostando resueltamente a las nuevas tecnologías; y sobre todo restablecer la división de poderes entre sindicato, patronal y gobierno.

Frente al aluvión de quejas de la izquierda contra su replanteo de los objetivos de la fiscalidad, que parecía favorecer a los sectores de mayor ingreso en detrimento de los trabajadores, respondió con un argumento aparentemente paradójico: “Contra lo que piensan muchos, si el actual gobierno laborista mantiene el rumbo, será más redistributivo que cualquier otro gobierno laborista de posguerra”. Por lo demás, para aumentar los beneficios sociales es preciso subir los impuestos, lo que da lugar a la fuga de capitales.

Tony Blair y El capital

La discrepancia con el enfoque socialdemócrata ortodoxo no es, por ende, de fondo sino de método. La política tributaria de la Tercera Vía es más pragmática, pero igual concibe al fisco como instrumento redistribuidor de la riqueza social. Por esa cuerda, Tony Blair refuta los reproches de “liberalismo recalentado”, “laissez-faire”, “neoliberalismo con un toque social”, etc., alegando que la Tercera Vía no es “un tercer camino entre la filosofía conservadora y la socialdemócrata, sino socialdemocracia renovada”.

A pesar de su éxito, el concepto sigue siendo objeto de controversias. Pero, en resumen, la Tercera Vía difiere del laborismo (y la socialdemocracia europea) tradicional al menos por siete rasgos distintivos: (1) No pretende asegurar al individuo “desde la cuna hasta la tumba”, generando por un lado “trabajo para los que puedan trabajar” y, por el otro, limitando la seguridad social a “aquellos que no puedan costeársela”. (2) Prioriza la iniciativa individual frente a la colectiva o, lo que viene a ser lo mismo, la igualdad de oportunidades frente al igualitarismo. (3) Socializa el capital, privatizando pensiones y viviendas, por un lado, y fomentando por el otro la compra de acciones bursátiles por los obreros. (4) Concede una importancia decisiva a los índices macroeconómicos, a través de los cuales el estado ejerce una fuerte acción reguladora. (5) Apuesta más a investigación y desarrollo, know how, informática, nuevas tecnologías, finanzas, formación profesional y universitaria. (6) Desideologiza la gestión gubernamental, confinando a las trade unions a su función gremial y desentendiéndose del antagonismo tradicional entre izquierda y derecha. (7) Redefine el concepto de patria al reconocer a la nación como una “identidad compleja” cuyas fronteras se difuminan en el contexto de la globalización. Lo cual se concreta en la renuncia al proteccionismo comercial y financiero, pero tiene su contrapartida monetarista en la autoexclusión del Reino Unido de la zona del euro.

Vista desde esa óptica, más que “socialdemocracia renovada”, como la ha definido Blair, la Tercera Vía sería una amalgama de socialdemocracia y neoliberalismo. O sea, una revisión pragmática del estado del bienestar a fin de conferirle al modelo la flexibilidad necesaria para ir adaptándose sobre la marcha a las cambiantes exigencias de la globalización. Por otra parte, el afán despolitizador de Blair se corresponde con la obsolescencia de los sistemas filosóficos omnímodos en la era postmoderna.

Para reducir el desempleo, efecto forzoso del componente neoliberal del modelo, el consejero de Blair estima que la Tercera Vía exige “invertir en las habilidades tanto de los que están fuera como de los que están dentro del mercado laboral”, debiendo darles a las personas “la oportunidad de desarrollar sus potencialidades a lo largo de toda su vida”. La formación profesional permanente, si bien no consigue realizar la quimera del pleno empleo, reduciría el paro, al asegurar un reciclaje laboral óptimo frente a los constantes cambios tecnológicos en la esfera de la producción y los servicios. (No existe una correspondencia obligada entre cantidad de puestos de trabajo y población activa. Aparte del que, aunque parezca maquiavélico afirmarlo, se sabe que el pleno empleo afecta la relación entre oferta y demanda de mano de obra y, por ende, la competitividad.)

Esta estrategia ocupacional se complementa con otra que no solo apunta al futuro sino que trastorna por completo la ortodoxia socialdemócrata. Blair la resume en una sola frase: “Nuestra política es que los empleados pasen a ser miembros de sus compañías por medio de fondos fiduciarios creados a su nombre que les permitan ejercer su derecho individual a votar [en el Consejo de Administración de sus empresas] de acuerdo con el número de acciones que represente su interés en dichos fondos fiduciarios”.

Si bien, le preocupa que “el énfasis en el rol del sector voluntario [sociedades anónimas] y privado” induzca al estado a descuidar sus responsabilidades respecto a la cohesión social y, como buen socialdemócrata, defiende los mecanismos de regulación estatal de la economía y el papel redistributivo del fisco, plantea dos preguntas de cuyas respuestas depende si un gobierno aplica o no los postulados de la Tercera Vía: “Primero, ¿conducen sus políticas a que la posesión de propiedad y riqueza se expanda entre la población? Segundo, ¿estimulan sus políticas una ciudadanía más activa y una devolución de las decisiones políticas al nivel más bajo posible?”

La respuesta a la segunda pregunta ha conducido a Blair a hablar de “democracia directa”, un concepto ciertamente grávido de resonancias totalitarias. La democracia sólo puede ser representativa, a no ser que toda la población del país quepa en el ágora como en los tiempos tribales de la Grecia clásica. De lo contrario, se convierte en una farsa. Lo sabemos los cubanos por experiencia propia. Anotémosle el desliz a la conocida labia populista de este líder laborista de centro-izquierda.

A la primera pregunta, Blair responde que la Tercera Vía consiste “...en contribuir a crear una Europa próspera y competitiva económicamente a la vez que se garantiza un nivel alto de justicia social”. ¿Por cuál vía? Aquí echa mano de un recurso tabú para la izquierda, a saber: la “socialización del capital” por medio de la proliferación de pequeños accionistas que, contraviniendo el eslogan marxista de la “expropiación de los expropiadores”, aumenta los fondos de inversión de las empresas colectivas.

He ahí el aspecto más novedoso de la Tercera Vía que, paradójicamente, se apoya en cierta tesis descartada del tercer tomo de El capital, la obra cumbre de Carlos Marx, donde el profeta del comunismo afirma:

En las sociedades anónimas la función está separada de la propiedad del capital. Por tanto, también el trabajo está totalmente separado de la propiedad sobre los medios de producción y del plustrabajo. Este resultado de la última fase de desarrollo de la producción capitalista constituye un punto de viraje necesario hacia la reconversión del capital en propiedad de los productores. Pero ya no más como propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad suya en tanto que asociados, como propiedad social directa.

Aumento del nivel de vida en el Reino Unido

Apenas estrenado en el cargo, Blair dio un primer paso más allá incluso de los planes neoliberales más osados de la Thatcher: autorizó al Bank of England a fijar los tipos de interés --lo que equivale a dejar el precio del dinero a merced de la ley de la oferta y la demanda-- sin consultar al gobierno. Con rotundo éxito: a pesar de la alharaca de la galería izquierdista y de la alarma de los conservadores, la City londinense, sede de la bolsa británica, se codea hoy con Wall Street.

A modo de comparación: los cien principales bancos y consorcios de la Bolsa de Londres juntos cotizaban en 1986 para un total de 92 mil millardos de libras esterlinas. En cambio, tras fuertes procesos de fusión, hoy el valor de una sola de las 31 firmas restantes, asciende a 116 millardos. Y la media de las transacciones diarias casi duplica la de Nueva York.
En fin, la economía inglesa se ha a mundializado a una escala superior a la del inmenso British Empire de la época victoriana.

Todo esto ha generado un aumento sostenido del consumo y una bajada de los indicadores de pobreza a alrededor del 17%. Cierto, se ha ampliado la brecha entre los que ganan más y los que ganan menos, pero todos ganan más que antes. Además, el costo de la vida es más alto en el Reino Unido que en otros países comunitarios, lo cual se debe mayormente a los onerosos gravámenes que pesan sobre algunos productos (artículos suntuarios, bebidas alcohólicas, tabaco, restaurantes, gasolina, etc.).

El Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), que hace recaer sobre los precios al consumidor final el mayor impuesto indirecto del fisco, es del 17,5%. Los británicos, qué duda cabe, han tenido que ajustarse el cinturón. Entre otras cosas, porque ahora costean de su bolsillo sus pensiones de retiro, que han sido privatizadas, e invierten en la compra de acciones, lo que supone desembolsos adicionales.

Por contra, el precio de la canasta alimenticia básica para un núcleo familiar de tres o cuatro miembros no pasa de 200 £ (el Reino Unido no se integró a la zona del euro; una libra esterlina = 1,4 € o 1,9 dólares); las facturas de luz eléctrica, gas, agua y licencias de radiotelevisión juntas, otras 200 £. Admitiendo un amplio margen de error, no son egresos excesivos, si se tiene en cuenta que el sueldo medio del Reino Unido es también el más alto de la UE: 3.607 euros al cambio, contra 3.061 en Alemania, 2.615 en Francia, 1.236 en España y apenas 662 en Polonia.

Desde luego, los promedios engañan, pero las desigualdades sociales, hoy más extremas que nunca antes en el Reino Unido, son comunes para todos los países, capitalistas o no. (Incluido nuestro mal llamado “estado socialista”: en la última feria del habano, para no ir más lejos, uno de los hijos de Fidel Castro aparece fumándose el sueldo de un profesional cubano en un solo Cohíba.) Tienen que ver también con el pago de elevados bonos al personal de la bolsa. Por otro lado, el poder adquisitivo de los salarios británicos creció un 20% entre 1997 y 2006, contra sólo 0,4% en España, por ejemplo.

Aparte de eso, la duración de los contratos temporales en el Reino Unido supera con creces la media comunitaria, y el costo social de la mano de obra asciende al 11% del salario, contra 55% en Bélgica, 47,4 en Francia, 41,6 en Italia y 30.1% en España. Sumemos a todas estas ventajas el hecho de que los británicos pagan menos impuestos (22%). Sin contar que, gracias a la política de privatización de viviendas estatales iniciada por la Thatcher y continuada por Blair, sólo el 10% de la población vive aún en régimen de alquiler.

Por lo demás, la inflación se mantiene estable por debajo del 3%. Y gracias al boom de los servicios, que aportan tres de cada cuatro puestos de trabajo, el desempleo ronda el 5% de la población activa, contra una media comunitaria de 8-10% en el mismo período. Un indicador en rojo: la productividad. Aquí, si bien las cifras han experimentado una leve baja con respecto al período anterior, todavía se mantienen por debajo de las de Alemania, Irlanda o los países nórdicos. En compensación, ha surgido un poderoso núcleo de industrias de alta tecnología capaces de medirse con las más competitivas del planeta.

Amén de que el descenso de la productividad no es un índice negativo per se sino un correlato del descenso del desempleo, puesto que la incorporación al trabajo de gran cantidad de personas de menor calificación baja la eficiencia general de la industria y, en particular, la calidad de los servicios, que en general dejan mucho que desear en el Reino Unido. En contrapartida, al bajar el monto de los subsidios por paro, se reducen en igual medida los desembolsos del estado por concepto de seguridad social.

En suma, aunque nadie lo ha bautizado con este epíteto, cabe hablar de un discreto milagro económico neolaborista sobre la senda trazada por la Dama de Hierro. El que no ha sido nada discreto es el milagro irlandés, más sorprendente aún que el alemán o el japonés por haber ocurrido en tiempo récord y en uno de los países más pobres del planeta.

El milagro irlandés

Cierto, a diferencia de su pequeño vecino del Oeste, el Reino Unido contaba con estimables ventajas de partida: había sido cuna de la Revolución Industrial y segunda potencia económica del mundo, disponía de sus propios yacimientos de hidrocarburos en el Mar del Norte y era un país protestante, es decir, con un ethos religioso favorable al esfuerzo y al ahorro. Contaba, además, con una sólida tradición evolucionista, dialogante, y poco dada a las polarizaciones extremas del espectro político.

En cambio, Irlanda del Sur (Eire), atrasada, importadora de energía, agrícola y católica, con una clase dominante corrupta y una mentalidad rural más bien propensa a vivir de la mano a la boca, amén de un país de emigrantes poco poblado (4 millones de habitantes en 70.285 km2, aprox. Un tercio menos que Cuba), es la mejor prueba de que la Tercera Vía funciona también en el Tercer Mundo. Irlanda arrastraba también una larga historia de dependencia colonial, revueltas nacionalistas e inestabilidad social, además de terrorismo. Tenía, pues, en contra todos los handicaps habidos y por haber.

Hasta 1986 el Eire era una de las naciones más pobres de la UE de los 15, superada sólo por Grecia y Portugal. Pero poco a poco la clase política irlandesa en su conjunto había tomado conciencia del atolladero en que hallaba la nación. En 1973, tras acalorados debates internos, ingresó en la Comunidad Europea, hecho que sin duda la benefició materialmente y contribuyó a abrir la mentalidad de cajón de todos los isleños.

Antes de ingresar a la UE, laboristas (Labour Party) y conservadores (Fine Gael y Fiana Fáil), integrados en un gobierno de coalición, debieron sofocar el descontento en sus propias filas: los laboristas disuadir a los partidarios del proteccionismo; los conservadores, persuadir a los adversarios del cambio. Al mismo tiempo, aunaron fuerzas para doblegar al poderoso Irish Congress of Trade Unions (Congreso Sindical Irlandés, ICTU), temeroso de que la apertura arruinase a las industrias locales, como en efecto sucedió. Con el tiempo, se fue operando un cambio gradual de mentalidad. Finalmente, los irlandeses empezaron a votar por coaliciones de partidos proclives a las reformas.

Aquí intervino una circunstancia favorable: las trade unions irlandesas escarmentaron por cabeza ajena mirándose en el espejo de sus homólogas británicas, cuya enfrentamiento a cara de perro con la Thatcher les había costado la pérdida de influencia entre los obreros y el descrédito ante el resto del país. En 1987 el ICTU y otros gremios firmaron con el gobierno y la patronal el llamado Programme for National Recovery, un “Programa de Recuperación Nacional” que preveía, entre otras medidas afines, bajar los impuestos, garantizar unos niveles de seguridad social aceptables y congelar salarios y nuevos puestos de trabajo por tres años consecutivos.

El éxito fue espectacular: la tasa de desempleo ha caído del 18 a una media del 4%; el PIB per cápita, que en 1973 ascendía al 40% de la media europea, se situaba en 2006 en punta en la UE con 42.889 dólares, muy por encima del de la antigua metrópoli inglesa y sólo superado por Luxemburgo (72.855) y Noruega (44.342), un ducado liliputiense y un país nórdico petrolero, respectivamente. Más de un millar de transnacionales de la industria farmacéutica y electrónica (incluidas Microsoft e Intel) se suman a la minería y la industria turística para convertir a la otrora empobrecida isla en el “Tigre Céltico”.

Los irlandeses cuentan hoy con una eficiente red mixta de seguridad social que alcanza a toda la población. El sistema educativo, mayormente confesional, se adecua a las exigencias de la meritocracia. Desde los años 90 el otrora paupérrimo Eire logró equipararse al industrializado Reino Unido y al Ulster (Irlanda del Norte) y, en breve, los sobrepujó a ambos, dejando de ser un país de emigrantes para atraer crecientes cantidades de mano de obra calificada, sobre todo, norteamericanos de origen irlandés que aportan su know how, su dinero y sus hábitos democráticos. Un esquema que sacó del subdesarrollo también a Chile en un lapso similar y que, si navegamos con suerte, podría repetirse en Cuba al final de la era castrista.

Se corrobora así un viejo axioma: el vector decisivo en el desarrollo de un país no es la lucha de clases y partidos sino el consenso social y la calidad del capital humano. De ahí que, al apostar a un sano egoísmo más a tono con la naturaleza humana y, consecuentemente, basar la solidaridad en la igualdad de oportunidades y no en un igualitarismo ramplón, la Tercera Vía haya sido capaz de consolidar al descalabrado estado del bienestar en un país altamente industrializado (Gran Bretaña) y de fundarlo en apenas 20 años en un pequeño país del Tercer Mundo (Irlanda), todo ello en plena era de la globalización.

Bruno Kreisky y la ortodoxia socialdemócrata a modo de comparación

Para captar la trascendencia del viraje laborista, vale la pena citar a Bruno Kreisky, canciller federal austriaco (1974-1983) durante el período de esplendor del estado del bienestar europeo y uno de sus teóricos socialdemócratas más escuchados en la época. En su discurso “Las tareas del socialismo democrático en nuestra época”, Kreisky declara categóricamente de 1967:

Sabemos que la industria estatalizada abarca casi en su totalidad el enorme e importante complejo de la industria pesada. La industria pesada austriaca, la industria siderúrgica austriaca, así como gran parte de la industria química, pertenecen hoy, no a capitalistas individuales o grupos de capitalistas, sino al estado, y por tanto al pueblo austriaco. Ése es, sí señor, uno de los más grandes progresos en el camino hacia la humanización de la sociedad industrial moderna.

A juzgar por las palabras de Kreisky, la ortodoxia socialdemócrata incurre en el craso error marxista de equiparar propiedad estatal y propiedad del pueblo. El mantenimiento de un sector estatal dominante se da de narices con el objetivo de reducir el gasto público, conduce a la exuberancia del aparato burocrático-administrativo y lastra la macroeconomía. Como hemos visto en la crisis laborista, lejos de “humanizar a la sociedad industrial moderna”, la arruina y, de paso, convierte al proletariado en clientela electoral de los partidos que controlan el aparato del estado.

El huelgo no puede ser mayor con respecto a la Tercera Vía que, siguiendo la máxima de “eliminar a los pobres y no a los ricos”, busca cualificar profesionalmente al británico de a pie e insertarlo en la gestión económica en calidad de accionista con el fin de liberarlo de la tutela del gobierno. Leamos, a modo de cotejo, como definía Bruno Kreisky el dogma financiero socialdemócrata en la citada antología (pág. 130-131):

Es posible que, aquí y allá, en una empresa comercial o en otra empresa sean concebibles desplazamientos menores de propiedades. Pero no por ello podemos tolerar cambios en el hecho de que los bancos estatalizados austriacos controlen y financien una parte tan grande de la economía austriaca, porque realmente eso significaría que estaríamos entregando la economía austriaca al capital extranjero.

El modelo de Kreisky encajaba bien en los esquemas proteccionistas de preguerra, cuando el mundo se componía de un reducido núcleo de potencias industriales rodeado por un vasto entorno exportador de materias primas e importador de productos elaborados. Pero es incompatible con la concepción de la UE como un espacio económico abierto. En la aldea global de hoy se revela anacrónico.

Llama la atención el abuso del gentilicio, que destaca el afán nacionalista. Al abroquelarse frente al capital extranjero, el modelo socialdemócrata clásico --al que en última instancia aspira la corriente socialista democrática actual--, es inviable en la actualidad, puesto que presupone el proteccionismo. Conlleva la subvención masiva a la economía. A la larga, reduce la competitividad de la industria local. Lejos de “humanizar a la sociedad industrial moderna”, la arruina en su conjunto, empobreciendo material y espiritualmente a las masas populares. En ese sentido, Francia, donde persiste inalterado el modelo caro a Kreisky, es el mejor ejemplo de la crisis del estado del bienestar europeo.

El malestar francés

En el caso de Francia, damos por sentado que el lector ya conoce los indicadores en rojo de esa nación. Si no, baste con decir que la deuda pública asciende al 68% del PIB; el desempleo, al 9,9% de la población activa; y el costo social de la mano de obra al 47,4 del salario. Los impuestos están a la par de los beneficios sociales, que figuran entre los más generosos de la UE; la agricultura sobrevive a base de subsidios; y alrededor de un 15% de los ingenieros e investigadores se marchan cada año al extranjero. En 1980 el poder de adquisición promedio de los irlandeses era igual al 40% del de los franceses. Hoy aquellos pueden comprar con sus ingresos un 20% más que éstos. Hecha la aclaración, nos concentraremos en los aspectos subjetivos de la crisis, que son determinantes para romper la inercia social.

El resultado del inmovilismo francés es esa perniciosa degradación del estado del bienestar conocida como “asistanato, o sea, un sistema providencialista en el que las masas populares se envician a esperarlo todo de las arcas del estado. Veintiséis años de estancamiento acumulados entre el presidente socialista François Mitterrand (1981-1995) y el conservador Jacques Chirac (1995-2007) cementaron una mentalidad inmovilista que ha engendrado el bien llamado “malestar francés”. El ensayista galo Nicolas Baverez, experto en economía, atribuye esta anomalía de la psiquis colectiva a la naturaleza del establishment, al que define en términos que recuerdan la crisis británica:

La república francesa es un gobierno de los funcionarios, por los funcionarios y para los funcionarios. […] Hace falta denunciar el carácter incestuoso del condominio constituido por la clase política, el alto funcionariado y los sindicatos. Ese sistema es un sistema cerrado. Refiérase Usted a la izquierda o la derecha, ese sistema funciona en los dos campos. Por tanto, hay que romperlo.

Esta deformación, que se añade al exceso de centralismo de un país macrocéfalo en el que todo se decide en L’Île-de-France (París y los departamentos circundantes), se explica también en buena medida por la circunstancia de que casi toda la clase política ha egresado de una misma universidad de elite: la famosa
École Superieure d’Administration (ENA). Los “enarcas” controlan el aparato estatal y dirigen Medef (Mouvement des Entreprises de France), la mayor federación patronal, además de todo cuanto vale y brilla en la política francesa. Al extremo de que los franceses describen al sistema como una “enarquía”. Según el ensayista Nicolás Baverez, experto en economía, “Francia es el único país desarrollado donde los funcionarios estatales ganan más que los ejecutivos del sector privado”.

En
Los franceses. Reflexiones sobre el destino de un pueblo (editorial Plon, 2000, pp. 158-159, 219), el ex presidente Valérie Giscard d’Estaing (1974-1981), extendiendo el reproche a toda nación, se pregunta: “¿Cómo explicar esa paradoja que quiere que los franceses sean unánimes en reclamar reformas, pero que se las ingenien para hacerlas imposible?” Su respuesta triza el mito de la vocación jacobina de la Grande Nation:

La resistencia a la reforma viene menos de la resistencia de los intereses amenazados que de una suerte de repugnancia colectiva al cambio. Los franceses no aceptan decirse conservadores y, en embargo, entre los pueblos europeos son ellos los que oponen la mayor resistencia al cambio.

D’Estaing nos aporta una segunda clave que ilustra la secuela más dañina del igualitarismo a ultranza entre las masas populares francesas:

A medida que Francia se encaminaba hacia una sociedad de clases medias, esa concepción de la igualdad se ha hecho extensiva al conjunto del país […]: la igualdad concebida como la aversión al éxito ajeno. Ya no se trata de proponer iguales oportunidades para todos, sino ante todo de impedir o reducir el éxito de los demás.

Un estado mental lamentable en el que tiene mucho que ver el discurso errático de la intelectualidad progresista, predominante en la Grande Nation y en todo el mundo occidental. No en balde un Eric Conan se quejaba en su ensayo “El fin de los intelectuales franceses” (L’Express, 30-11-2000) de la terquedad de sus colegas al “preferir equivocarse con [Jean-Paul] Sartre a tener razón [Raymond] Aron”, un filósofo liberal quien pagó con el boicot literario la mala suerte de haber acertado siempre en el mano a mano que sostuvo entre 1950 y 1980 con su celebérrimo coetáneo existencialista. Dice allí Conan, refiriéndose a la extemporánea boga sartreana:

Cuatro biografías acaban de ser consagradas a quien sigue siendo el símbolo del compromiso erróneo por haber puesto demasiado a menudo su inmenso genio literario al servicio de un cretinismo político equívoco. Como si muchos intelectuales persistieran hoy en día en pensar que decididamente era preferible equivocarse con Sastre a tener razón con Aron. Como si continuaran privilegiando el estilo, el talento, la brillantez sobre la pertinencia.

Va de suyo que simpatizar a estas alturas con Sastre y sus epígonos equivale a compartir sus fobias contra el capitalismo, el liberalismo, la economía de mercado, la sociedad de consumo --sin la cual, por cierto, los índices de desempleo superarían a los de empleo--, la democracia representativa, el parlamentarismo burgués, los fundamentos judeocristianos de la cultura occidental, Estados Unidos, Israel, etc.

Ese imaginario tiene su correlato explícito en el mito sartreano del engagement intellectuel (compromiso de los intelectuales) y el culto a la violencia revolucionaria. Remite a la Revolución Francesa de 1789 y al tercermundismo del movimiento estudiantil del 68, para culminar carnavalescamente en las revueltas nihilistas de los suburbios de París y otras ciudades, cuyo último episodio fueron los recientes disturbios en la
Gare du Nord (Estación Ferroviaria del Norte) parisina.

De ahí también que Francia detente el récord comunitario en --escribe D’Estaing (ibídem, p. 215)-- “huelgas salvajes, bloqueos de medios de transporte, ocupación de pistas de aviación, destrucción de inmuebles comerciales, etc.” Sirva la cita siguiente para sacar de su error a más de un lector de periódicos viejos en la Isla y la Diáspora, que sigue aferrado a la imagen literaria de Francia hasta la II Guerra Mundial:

...cuando se habla en el extranjero de la contribución de Francia a la conquista de la libertad, para rendirle homenaje, se hace siempre referencia a la Revolución Francesa, y no a la manera cómo concebimos nuestra libertad hoy en día.

No es de extrañar, pues, que los franceses de a pie, que reciben en directo el barraje mixtificador de su intelectualidad y se agarran con dientes y uñas a la ubre del estado providencial, se muestren renuentes a un cambio. No se resignarán a él hasta que la economía haya tocado fondo. A modo de botón de muestra, la semana laboral de 35 horas, prometida por Miterrand e incumplida hasta la fecha, persiste increíblemente en la mente popular como una meta realizable a corto plazo. Según una encuesta fiable, el 53% de los franceses prefiere “una jornada laboral garantizada por la ley”, contra un 45% dispuesto a “trabajar más para ganar más”. La realidad, sin embargo, es que Francia está al borde de la bancarrota.

Así las cosas, la reforma británica e irlandesa confirma al menos cuatro constantes de carácter subjetivo ausentes en Francia: (1) la voluntad común de la elite política de ponerle coto a la crisis; (2) un consenso suprapartidista que desideologice la gestión administrativa, económica, y asistencial; (3) el replanteo de los nexos entre sindicatos, patronal y gobierno; y (4) la necesidad de perseverar en las reformas durante un lapso suficiente para que se opere un cambio de mentalidad en la población.

Las presidenciales francesas de 2007

Conciencia de la crisis la hay, no así una voluntad consensuada entre los cuatro partidos que se disputan la vacante de Jacques Chirac, con lo que se caen automáticamente los otros tres puntos. Los candidatos presidenciables en los comicios de 2007 son: la gobernante
Union pour un Mouvement Populaire (UMP, conservadores), con Nicolás Sarkozy; el Parti Socialiste (PS, populistas de izquierda), con Ségolène Royal; la Union pour la Démocratie Française (UDF, centristas), con François Bayrou; y el Front Nationale (FN, ultraconservadores), con Jean-Marie Le Pen. No siendo partidos sino frágiles coaliciones medianas formadas por diversas microfamilias políticas, hasta el consenso intrapartidista se hace difícil.

Los barones de cada facción, claves en un país donde amistades y rencores personales se sobreponen a las filiaciones ideológicas, suelen ser imprevisibles hasta el último momento. Para colmo, las discordias se extienden al seno del gobierno saliente, donde las rencillas personales entre el presidente Jacques Chirac y el primer ministro Dominique de Villepin, por un lado, y el ex ministro del Interior, jefe y candidato presidencial del partido gubernamental, trascendieron a los tribunales.

Los cuatro candidatos se declaran nacionalistas y resueltos a proteger a la industria y a la agricultura francesa, masivamente subvencionadas. En cuanto al contenido de sus programas electorales, todos prometen soluciones al alcance de la mano. Pues los electores castigan sin piedad a todo el que les hable de sacrificios o beneficios a largo plazo. En consecuencia, hay que leer entre líneas lo que dicen los candidatos. Cuestión de matices. El riesgo es que luego, cuando el candidato victorioso se quita el antifaz electoral, arranca descalificado de entrada como embustero.

Según los últimos sondeos, Sarkozy y Ségolène encabezan las intenciones de voto con 26,5 y 24%, seguidos por el eléctrico Bayrou --que podría dar la sorpresa si llega a la segunda vuelta (6 de mayo)-- y Le Pen, con 19,5 y 15%. Los porcentajes bajan y suben todos los días, difiriendo según la fuente demoscópica. La mayoría de los analistas coinciden en que, si en la primera vuelta (21 de abril) se imponen Sarkozy y Ségolène, el primero accedería al Palacio del Elíseo en la segunda vuelta. El futuro gobierno conservador intentaría echar a andar la Tercera Vía y el eje franco-alemán saldría fortalecido, pero antes tendría que negociar duro unos apoyos más o menos leales entre las fracciones rivales de la Asamblea Nacional.

Si, por el contrario, gana la populista Ségolêne, el Palacio del Elíseo seguiría la línea esperpéntica de la Moncloa zapaterista, hundiéndose aún más en la inercia económica. Ni siquiera la coincidencia de sexo le valdría a Ségolène para cuadrar con la tecnócrata Angela Merkel, hostil a la retórica populista. Se da por descontado que un inesperado pase del cascarrabias Le Pen a la segunda vuelta, como ya ocurrió en 2002, movilizaría en masa a los electores a favor del contrincante, sea éste cual fuere. La incógnita es Bayrou, a quien, de conseguir pasar a la segunda vuelta frente a Sarkozy o Ségolène, algunos expertos dan por seguro vencedor. No sin razón, por cierto, dada la tirria izquierdista contra Sarkozy. Su triunfo no debilitaría al eje franco-alemán, pero igual lo tendría difícil con la izquierda.

Como es ya habitual, ningún partido alcanzará mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, cualquiera de ellos que se lleve el pato al agua y decida emprender reformas radicales, aun si alcanzara la mayoría absoluta, tendrá que contar con el apoyo de rivales, cuyas coyundas y forcejeos por carteras mediatizarían a buen seguro el proyecto gubernamental, retrotrayéndolo casi infaliblemente al statu quo anterior.

Francia es un régimen semipresidencial. El presidente, electo por sufragio universal, es la figura más poderosa del ejecutivo. Mientras que el primer ministro, jefe del gobierno, es electo por la Asamblea Nacional, no siempre controlada por el partido gobernante. Una contradicción, puesto que, al representar a la fracción mayoritaria, este último puede relegar al presidente a sus funciones representativas y de emergencia en caso de guerra. Son los inconvenientes de la llamada cohabitation, de las que ha habido varias durante esta Quinta República.

¿Cohabitación?

Esto pone sobre la mesa la probabilidad de una “cohabitación”, que es como se ha dado en llamar la situación sui generis francesa en que el presidente pertenece a un partido y el primer ministro a otro. En esa eventualidad, sólo un reparto de magistraturas entre Sarkozy y Bayrou le daría al gobierno entrante el poder necesario para arriesgarse a acometer las reformas pendientes con moderadas perspectivas de éxito.

Le Pen, quien acusa a ambos candidatos de haberle robado iniciativas, tal vez tolere a regañadientes un gobierno así compuesto. Al fin y al cabo, tiene 79 años en el costillar y no le queda tiempo para volver a postularse en el 2012. Pero, demagogo de siete suelas como es, sería siempre un caballo de Troya difícil de cabalgar para Sarkozy, pues arrojaría sobre él --que ya sin eso pasa por reaccionario y neoliberal a los ojos de la izquierda-- el anatema del colaboracionismo con la ultraderecha.

Pero las falanges encabezadas por Ségolène y los barones del Partido Socialista se la pondrían desde el principio cuesta arriba al tándem Sarkozy-Bayrou, o Bayrou-Sarkozy, agitando contra el de por sí frágil gobierno a las volátiles masas populares francesas tan pronto amague con imitar a Tony Blair. Ya ensayaron con éxito el año pasado cuando boicotearon el referéndum sobre el proyecto de Constitución Europea.

La Tercera Vía es tabú para la izquierda francesa que, además, culpa demagógicamente al ex ministro del Interior Sarkozy de haber reprimido con excesiva dureza las revueltas de los suburbios. Un barril de pólvora susceptible de estallar en cualquier momento que Ségolène --si sobrevive a la derrota, algo improbable, dado que no cuenta con el respaldo unánime de la tribu progresista--, o su sucesor al frente del Partido Socialista, pueden manipular a su antojo. Así las cosas, si por fin Bayrou o Sarkozy se instalan en el Palacio del Elíseo después del 21 de mayo, tendrán que andar con pie de plomo y ser en extremo cautelosos en materia de cambios. La estabilidad francesa está en peligro. Y el avance, si es que se produce, sería a paso de caracol.

De modo que el panorama francés, que anuncia fuertes turbulencias internas en la caldera de la segunda locomotora comunitaria, no se presenta nada halagüeño para la Unión Europea. Francia tirará a lo sumo lentamente hacia delante, caso de triunfar el tándem Sarkozy-Bayrou, que plantea más bien congelar los planes de expansión territorial y limitar la UE a la idea original de un espacio económico común en el que cada nación conserve su soberanía. O bien, si por azar triunfa Ségolène, quien sugiere un fantasioso proyecto de “Europa Social”, seguirá tirando con más fuerza aún hacia atrás, con riesgo de implosión comunitaria.

Conclusiones

Además de incosteable y contra natura, el hipotético proyecto de una Europa social defendido por la izquierda es inviable, ya que --por poner un ejemplo-- la implantación de un salario mínimo obligatorio en los 27 países de la UE surtiría el efecto de encarecer la mano de obra, frenando el intenso flujo de capitales hacia Europa Oriental. Con lo cual la UE dejaría de tener sentido para los países de esa región, que ya de por sí desconfían de Bruselas en caso de agresión rusa. Sin contar con la enorme inflación que generaría semejante medida.

Prueba de lo dicho es el rotundo fracaso de una medida de menor calado: la directiva “Bolkenstein”, que preveía que los servicios prestados por una firma extranjera se pagaran por la tarifa de país de origen. De modo que, digamos, un trabajador polaco cobrara en Francia lo mismo que en Polonia. Lo que equivalía a un dumping laboral. Los franceses --y no sólo ellos—la denunciaron como una forma de “capitalismo salvaje”. Y lo era.

Incosteable es también la iniciativa unilateral de una “Europa ecológica”, recién lanzada por la Merkel, tal vez con la intención de ganar tiempo, confiriéndole al menos una primacía simbólica a una UE en crisis crónica cuyos mandatarios ni siquiera se pusieron de acuerdo a la hora de redactar una declaración de mínimos para celebrar su 50 aniversario. Tan mal andas las cosas.

La realidad es que Europa ha tocado su techo institucional. No tanto porque, como dice Sarkozy en el exergo de la primera parte de este trabajo, la crisis comunitaria sea la responsable del rechazo franco-holandés a la Constitución Europea, sino más bien debido a la aberrante combinación del nacionalismo europeo --que, significativamente, amenaza la integridad de un país tan viejo como España-- con la persistencia de la utopía socialista. Dos fenómenos subjetivos demasiado arraigados en el imaginario europeo que perpetúan los conflictos.

Por otra parte, al no poder existir una política exterior y de defensa única, a causa del soberanismo y de las peculiaridades geopolíticas de cada país, carece de sentido tanto imponer una Carta Magna común como mantener una costosa Eurocámara que, al tratar de conciliar lo inconciliable, ata a los gobiernos con una inextricable red jurídica que complica la gestión estatal y escapa a la comprensión de la ciudadanía. De ahí el escaso interés que ésta le presta a las elecciones parlamentarias de la UE.

De hecho, la única posibilidad real de materializar el sueño comunitario en un plazo relativamente breve pasa por --manteniendo, desde luego, los mecanismos existentes de solidaridad de los países más ricos hacia los más pobres—la estrategia común de facilitar al máximo el libre flujo de personas, mercancías y capitales. O sea, en lo económico, salvar el estado del bienestar mediante el recurso de extender a todo el ámbito comunitario el modelo de la Tercera Vía, que contribuye “...a crear una Europa próspera y competitiva económicamente a la vez que se garantiza un nivel alto de justicia social” (Blair).

En lo político-ideológico, visto que es imposible hacerlo en literatura, habría que al menos contrarrestar el monopolio de la progresía sobre los medios de difusión y los centros de enseñanza media y superior para paliar o poner fin a la esquizofrenia entre el modo de vivir y la manera de pensar en Europa Occidental. Con lo cual eurooccidentales --y estadounidenses, que igual cojean fuerte de esa pata--.le harían un gran favor al Tercer Mundo, que copia sus errores sin disfrutar de sus ventajas. En fin, como aconseja a los alemanes Claus Christian Malzahn en
Spiegel-Online (29-03-07), It's high time for a new round of re-education. Traducido: “Ya va siendo hora de iniciar una nueva ronda de reeducación”. Sabio consejo, para Europa y el resto del mundo civilizado.