Tuesday 15 May 2007


Francia, ¿principio del fin de la ilusión “progresista”? (I)
Por Jorge A. Pomar, Colonia

PRIMERA PARTE

Ségolène tira la toalla

Ségolène Royal, la recién derrotada candidata del Parti Socialiste (PS) en la segunda vuelta de los comicios presidenciales franceses, agotó durante la campaña todas las armas del arsenal progresista: desde aporrear el teclado feminista (y homofílico), arropándose en su supuesta condición de víctima del machismo tradicional de los “enarcas” (egresados de la famosa École Nationale d’Administration, donde se gradúa la elite política francesa), hasta autoproclamarse adalid de los desvalidos del mundo. Si la mayoría de los electores votaban por ella el 6 mayo, la semana laboral de 35 horas, el salario mínimo obligatorio, el pleno empleo, etc., aumentarían hasta hacer de Francia un país de Jauja.

Protegería a la vez la industria, la agricultura, el comercio y, en particular, a la clase obrera nativa frente a los desafíos de la globalización neoliberal. Disolvería la V para crear una VI República basada en la utópica “democracia participativa”. Con tal de lograr su propósito de instalarse en el Palacio del Elíseo, Ségo no paró mientes en arrebatarle al ultraderechista Jean-Marie Le Pen el monopolio de los símbolos patrios: bajo la presidencia de esta Juana de Arco jacobina, cada familia colgaría en su balcón una flamante Tricolor y todos los franceses se aprenderían de memoria las olvidadas (y belicosas) notas de La Marsellesa.

En materia de política continental y trasatlántica, prometía por un lado que, renaciendo de sus cenizas chiraquianas, el Palacio del Elíseo sacaría a la Unión Europea de su actual atolladero institucional (culpa de los votos en contra de su propio partido), sometería el Proyecto de Constitución comunitario a una nueva consulta popular en el país que más contribuyó a engavetarlo en 2005 y, énfasis soberanista que no podía faltar en el país de Charles De Gaulle, plantaría cara a Estados Unidos. En estos dos últimos puntos, como en su incosteable programa social y su demagogia con los géneros, conseguía desmarcarse de su rival conservador; no tanto así en cuanto a su afán proteccionista y a la patriotería, dos bazas que tanto ella como Sarkozy le robaron a Le Pen.

La clase obrera vuelve a votar por la derecha

No bastando tampoco con la apelación gaullista al amor a la Grande Nation, a juzgar por las cifras de intención de voto en los últimos sondeos, Ségolène cargó aún más las tintas populistas en su habitual retrato de Sarkozy como un “peligro nacional” inminente del que sólo su propia elección como presidenta podía salvar a Francia.

Una de sus pifias más gruesas consistió en aceptar el espaldarazo de José Luis Rodríguez Zapatero en un mitin de cierre de primera vuelta celebrado en Toulouse: “Ségolène es cambio, Ségolène es futuro. Alguien como ella puede ser presidenta [...] No debéis esperar a la segunda vuelta, la izquierda no está hecha para esperar. Está hecha para ganar lo más rápido posible”. Intromisión en los asuntos internos de Francia que no podía ser más grosera y que sin duda perjudicó a la anfitriona, motejada ya por sus compatriotas como la “Zapatera”. Para redondear su errático pastel electoral, se atrevió a desafiar a los barones del partido y a su marido, el secretario general François Hollande, nombrando por su cuenta consejeros malquistados con ellos.

En el colmo del delirio, Ségolène incurrió en otros dos errores de bulto que deben de haberle costado sufragios decisivos en los grandes centros urbanos. Sobre todo, en París y las ciudades periféricas de la Isla de Francia, sedes de los disturbios juveniles. En la primera vuelta propuso reducir el desempleo juvenil mediante el descabellado recurso de alistar a los jóvenes en unidades militares, creando una especie de Ejército Juvenil del Trabajo. En la segunda, tuvo la osadía de amenazar en público con imprevisibles estallidos de violencia callejera en los suburbios en caso de triunfo de Sarkozy, dando la fatal impresión de que bajo cuerda los socialistas controlan de algún modo tales desmanes juveniles.

Un cálculo miope, habida cuenta de que los principales afectados en esas revueltas antisistema son precisamente los franceses de a pie defendidos por ella, o sea, obreros, empleados de baja categoría y desocupados crónicos cuyos ingresos no alcanzan ni atrás ni alante para ponerse a salvo del ya cotidiano vandalismo de los marginales mediante el simple recurso de mudarse a los bien protegidos barrios residenciales de la clase media. No en balde la xenofobia crece en Francia notoriamente entre el proletariado. El castigo no se hizo esperar: el 6 de junio la clase obrera francesa (y el campesinado) votó en su mayoría por el conservador Sarkozy y el ultraconservador Le Pen.

Una apuesta arriesgada

Ya durante la segunda vuelta de la aperreada campaña presidencial, percatándose de que sus planes presidenciales no bastaban para empatar con o superar a Nicolas Sarkozy en las encuestas, Ségolène no vaciló en provocar de nuevo las iras de los barones socialistas al buscar a toda costa un arreglo contra reloj con su rival más peligroso en la primera vuelta: François Bayrou, el candidato de la Union pour la Démocratie Française (UDF). El líder centrista había salido derrotado en la primera vuelta pero, con más del 18 por ciento del escrutinio a su favor, de la voluntad de sus vacilantes electores dependía en la segunda vuelta quién sería el nuevo inquilino del Palacio del Elíseo.

Arrestada e incauta como es, Ségo apostó en firme a esa carta falsa. A primera vista --pese a contravenir las reglas del juego electoral y ser rechazada por los principales canales de la TV francesa--, la entrevista televisada entre ambos fue un éxito: seducido por la carnada gubernamental, que incluía varias carteras ministeriales, y a la vez preocupado por retener a sus volubles pupilos con la fundación de un nuevo partido de centro en mente, Bayrou se cuidó de exhortar abiertamente a los suyos a votar por la candidata socialista.

Para su mal, sin embargo, rompió su férreo enroque monopartidista de la primera vuelta al hacerle un guiño inequívoco a su electorado: él, Bayrou no votaría por Sarkozy. Coqueteo fatal porque, como enseguida veremos, el tiro les salió enseguida por la culata a ambos. Y de la peor manera.

Bayrou muerde el anzuelo y se embroma

Para colmo de males, la controvertida jugada --se enajenó con ella a parte de los suyos-- de la candidata socialista surtió de inmediato un efecto adverso por partida doble, tanto para las expectativas de la propia Ségolène como para las del vacilante Bayrou. Salvo excepciones, alérgicos a la izquierda, la mayoría de los diputados y barones (alcaldes, etc.) de la UDF saltaron en el acto todas las talanqueras, pasándose a la luz pública con armas y bagaje al bando de Sarkozy y dejando a su líder con apenas una media docena de figuras del núcleo duro a sus órdenes.

Al extremo de que, con las legislativas a la vuelta de la esquina (10 y el 17 de junio), el recién creado UDF-Mouvement Démocrate, concebido por Bayrou como alternativa a corto plazo ante una probable crisis de gobernabilidad del gabinete sarkozista, tiene todas las papeletas para acabar en aborto político. La desbandada de diputados centristas (democristianos) no se hizo esperar: enfrentados al dilema de hacer causa común con los socialistas, quienes toda la vida los han despreciado por “carcas”, o resignarse a alejarse del poder hasta las elecciones del 2012, la mayoría de los 27 diputados de la UDF --con su jefe de fracción parlamentaria Hervé Morin a la cabeza-- aspira a engrosar el dream team ministerial sarkozista con sus afines de la vencedora Union pour un Mouvement Populaire (UMP).

La derrota de Ségolène ha enrarecido aún más el oxígeno en torno a Bayrou. En primer lugar porque, como afirma Philippe Goulliaud en su artículo “Bayrou en una situación peligrosa” (Le Figaro, 08-05-07) “la casi totalidad de los diputados centristas […] han sido electos con votos de derecha y a menudo gobiernan junto con la UMP en los consejos municipales o generales”. Con Sarkozy, explica el periodista galo, la regla de juego es muy estricta: los centristas recalcitrantes lo tendrían cuesta arriba frente a un adversario “con la credencial de la mayoría presidencial”.

En cambio, la UMP retiraría su candidato y le dejaría la cancha libre en la circunscripción al aliado de la UDF que logre pasar al segundo turno (donde compiten aquellos candidatos que hayan obtenido más del 12,5 en el primer turno). Premio a la lealtad: alzarse con una cartera ministerial en el nuevo gabinete azul. En fin, como dicen nuestros orientales, Bayrou “se embromó”, y ahora mismo está tratando de reensamblar a la carrera los fragmentos dispersos del partido que lo llevara a ocupar una meritoria tercera plaza en la primera vuelta.

Son los frutos amargos de su fugaz coqueteo con la Precieuse Ridicule, la “Preciosa Ridícula”, el otro epíteto con que, aludiendo a la comedia homónima de Molière, los franceses han bautizado a Ségolène. Los diputados centristas Hervé Morin (mencionado antes) y Maurice Leroy negocian con los muñidores de Sarkozy las carteras de Justicia y Agricultura, respectivamente.

“Sarkozy no está loco. Ya ha anunciado que los secretarios de Estado serían nombrados después de las legislativas. Eso nos permite poner a algunos de ellos”, ha dicho un político centrista citado por Goulliaud. Chapeau pour Sarkozy! (“¡A quitarse el sombrero ante Sarkozy”), ha exclamado más de un experto. Viejo zorro en trajines políticos, Sarkozy es hijo de un aristócrata húngaro fugitivo del comunismo soviético y nieto de judía sefardí, lo cual les complica un poco el juego demonizador a los epígonos de Émile Zola del PS. Por el flanco étnico, los socialistas tendrán que afinar la puntería y andarse con pies de plomo para atacar al presidente sin ser acusados de antidreyfusards, es decir, de antisemitas.

[Émile Zola (1824-1902), autor del estremecedor alegato Yo acuso (1898) en defensa de un oficial judío acusado de alta traición a favor de Alemania, hizo del antisemitismo un tabú para la izquierda francesa. El affaire Dreyfus forma parte desde entonces, junto con el mito de la Résistance, del imaginario francés, pese a que el protectorado nazi de Vichy (sur de Francia) tuvo arte y parte en el Holocausto. En realidad, la Resistencia no sólo fue ineficaz frente a los alemanes, sino que después del triunfo sus miembros efectuaron ejecuciones sumarias, rapados públicos de concubinas de alemanes, etc. El resto de la mitología nacional francesa corre a cuenta del centralismo y manía de grandeza del dúo histórico Luis XIV- Napoleón Bonaparte, así como del culto al terror de Robespierre, Saint-Just, Marat y sus guillotinas.]

Un escaño en la Asamblea Nacional bien vale un cambio de casaca

Pero los despachos ministeriales en París no son la única zanahoria irresistible al alcance de los ávidos conejos desertores de la UDF, quienes, justo es reconocerlo, actúan también por convicción. Hay otros tubérculos no menos codiciables para cualquier diputado electo o reelecto el mes que viene. Conquistar uno de los 577 escaños de la Assamblée Nationale Française bien vale un cambio de casacas. Veamos, cada diputado, electo por un período de cinco años, cobra 6.897,74 euros al mes por concepto de indemnité parlamentaire.

A los que se suman otros 6.228 mensuales a título de indemnité répresentative de frais de mandat (“indemnización representativa por gastos de mandato”, IRFM en francés), plus un crédite collaborateur (“crédito por colaboradores”) para pagar los sueldos de hasta cinco asistentes. Sin contar el seguro médico y un generoso retiro que aumenta con cada reelección del diputado pero, caso de no ser reelecto, entra en conteo regresivo. Razón de más para aferrarse al mandato parlamentario.

Eso no es todo. Cada año, en dependencia de su antigüedad parlamentaria, el diputado (o el senador) puede aspirar a un subsidio anual no reembolsable ascendente a un máximo de 100 mil euros, que está facultado para emplear a discreción con el fin de subvencionar proyectos municipales. Dinero que, a su vez, salvo fuerza mayor, le ayuda a garantizarse la reelección indefinida en su distrito.

Se calcula que, por ejemplo, la pareja Ségolène-Hollande percibe unos 40 mil euros anuales por distintos conceptos. Según una costumbre de dominio público pero discreta, el presidente saliente Jacques Chirac, al igual que sus antecesores en el Palacio del Elíseo, recibirá en estos días una recompensa en metálico --no declarable al fisco, como es lógico-- con los aportes “voluntarios” de las grandes empresas francesas deudoras de su prolongada gestión. ¿Simple gratitud o soborno retroactivo?, ha preguntado un periodista de Le Monde.

Ségolène tira la toalla

Simultáneamente, poco faltó para que se produjera una implosión del PS en plena segunda vuelta. En última instancia, sólo el mero instinto de conservación persuadió a sus líderes de la conveniencia de aplazar los reproches para el día después. No más. Las encuestas mantuvieron hasta el inicio de la prohibición oficial de sondeos una apreciable ventaja del candidato conservador. En esta ocasión el veredicto final les dio la razón a los institutos demoscópicos: Sarkozy ganó más o menos por el margen previsto.

[El anuncio del veredicto de las urnas en las presidenciales francesas es un espectáculo sui generis. A diferencia de Alemania, donde sucesivos escrutinios parciales mantienen al país entero en vilo hasta la madrugada, en la ribera opuesta del Rin el veredicto definitivo se anuncia a una hora fija por todos los canales de televisión puestos en cadena. Y en verdad de una manera no apta para cardíacos: rayando las 8 de la noche, aparece en la pantalla chica un animado de líneas curvas con los colores de la escarapela nacional y se inicia en un cuadrante el conteo regresivo a partir de diez que termina con la aparición de una foto del vencedor. ¡Sensacional!]

Y ahí mismo afloraron las viejas querellas intestinas entre las tres jerarquías socialistas. Tradicionalmente tironeado por un extremo hacia un abrazo suicida con la agonizante izquierda antiliberal de la mano del influyente Laurent Fabius (el mismo que encabezara el boicot al Proyecto de Tratado Constitucional de la UE); por el extremo opuesto, en otro franco anacronismo, hacia el dogma socialdemócrata de preguerra por el no menos influyente Dominique Straus-Kahn; y desde el medio, hacia un populismo progre al estilo Zapatero por la poderosa --y mal llevada-- pareja conyugal Ségolène-Hollande, el Partido Socialista afronta serias dificultades para diseñar una estrategia coherente de cara a las legislativas de junio. Las tres familias socialistas tienen más o menos el mismo poder de convocatoria, lo que agrava el riesgo de implosión.

Por lo pronto, Ségo parece haber tirado la toalla. Poco previsora como siempre, so pretexto de cumplir su promesa de “no acumular mandatos”, el 11 de mayo, apenas cinco días después de caer con las botas puestas frente a Sarko, la actual senadora y presidenta de la región de Poitu-Charente (nac. en Dakar, Senegal) declaró oficialmente su intención de “no postularse por su distrito de Deux-Sèvres”, por el que ha sido electa desde 1988. Decisión a anotar entre signos de interrogación, ya que, al no figurar en la bancada socialista de la Asamblea Nacional --o, mejor aún, como jefa de fracción-- ni en la plana mayor del PS, de hecho quedaría alejada del acontecer político en la capital, donde se decide todo en la hipercentralizada Francia.

Y no está claro que los caciques socialistas, que ya peinan canas, aparquen de nuevo sus propias aspiraciones para mantener a la, como quiera que haya sido, derrotada candidata a la primera magistratura nada menos que de aquí al 2012, como pretende ingenuamente ella. Sobre todo teniendo en cuenta que un alto porcentaje de sus electores sufragaron a su favor más por rechazo a Sarkozy que por convicción. Por lo demás, la plaza de secretario general está en manos de su marido François Hollande, quien hasta la fecha no ha dado señales de desear cederle el puesto a su arisca consorte. Cesión que, va de suyo, pondría otra vez sobre el tapete contra ambos el reproche de nepotismo, esgrimido ya antes con la candidatura presidencial de Ségo.

[La chismografía sobre la vida sentimental de los políticos es hoy tan rocambolesca como en la Francia imperial de los tres Luises (XIV, XV y XVI). El caso más sonado fue el de Mitterrand (1981-1995), quien mantuvo dentro del Palacio del Elíseo una concubina con una hija ilegítima. (Única restricción de salir por la puerta del fondo.) Son conocidos también los rollos de faldas de Giscard d’Estaing (1974-1981) y Jacques Chirac (1995-2007). Sarkozy y su bella mujer Cecilia fueron la comidilla hasta hace unos meses. Por estos días se agotaron en las librerías 38 mil ejemplares del libelo La femme fatale (La mujer fatal), que desvela la densa trama de agravios y venganzas de alcoba entre Ségolène y Hollande. Por suerte, los adulterios en las altas esferas son aquí peccata minuta, asunto privado. Por esa arista, Francia continúa siendo un país ciertamente delicioso.]

Ambos puestos, la secretaria general y la candidatura presidencial, que en buena ley deberían coincidir en un individuo, serán objeto de acalorados debates en un congreso posterior al 17 de junio. Del éxito o fracaso de cada facción socialista en la segunda vuelta de las legislativas depende no sólo quiénes ocuparán los cargos dirigentes, sino incluso la supervivencia del PS como partido de masas. Por otra parte, el futuro congreso no se podrá dar el lujo de desoír los clamores de renovación provenientes de las bases socialistas. Hora de hacer leña del árbol caído. Obviamente, Ségolène, cuyo rostro no es nuevo en el PS, se arriesga a quedar fuera de juego. Puede que ya lo esté.

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