Saturday 26 May 2007

Mi "Dama de Blanco"

A Gipsia Cáceres, in memoriam

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Cada vez que leo la última noticia acerca de las Damas de Blanco, cada vez que observo en vídeo a esas luctuosas cubanas de todos los colores recorrer a porfía las calles habaneras con sus quejas silentes estampadas en el rostro, bajo miradas curiosas, indiferentes u hostiles, me pongo en la piel de la mía muerta y siento una pena adicional por ella, que no tuvo ocasión de manifestar de esa nobilísima manera el dolor por la falta de libertades en la Isla y la separación forzosa de su marido, ese tremendo doble castigo infligido a la vez al reo y a su amada que es el más cruel de cualquier cautiverio, donde cada recluso se aferra a sus manías.

Gipsia Liduvina Cáceres de la Guardia, mi difunta esposa, era una auténtica hija de Ochún, una mulata atractiva y coqueta como para ella sola, nacida para el amor y el goce de la vida en clave sensual en pleno corazón de La Habana. Para ser más exacto, vino al mundo un 14 de febrero de 1943 en el segundo piso del edificio que hace esquina entre las calles San Rafael y Aramburu frente al Parque Trillo en la popular barriada de Cayo Hueso.

Nada indicaba que aquella mujer, en la época en que nos conocimos técnica de laboratorio del Instituto de Gastroenterología del Hospital Calixto García en 25 entre H e I que, con su hábito de no usar ajustadores bajo la blusa verde, atraía las miradas concupiscentes de más de un varón que venía o no a hacerse análisis; que aquella mujer de carcajada fácil, perturbadora, en apariencia díscola y frívola; aquella Afrodita que elegía sus amantes ateniendo en exclusiva al dictado de sus ovarios, iba a acabar sus días como una fiel, austera Magdalena, asumiendo el calvario de las visitas a un preso político encerrado en la lejana Prisión Provincial de Cienfuegos, más conocida por Ariza, nombre de la aldea donde se alza.

Aquel recluso era yo, desde luego. Nos habíamos conocido en circunstancias que, de un modo retrospectivamente obvio para mí, presagiaba un final lúgubre: justo en el velatorio de Mercedes Montalvo, mi madre, en julio del 81 en la funeraria de Zanja e Infanta. Contemplaba yo ensimismado en la capilla ardiente el rostro rejuvenecido de la autora de mis días cuando, de improviso, la vi a ella, Gipsia, acercarse con un precioso cojín de rosas, crisantemos y gladiolos en las manos.

Desafiante, me clavó la vista en el entrecejo mientras colocaba la ofrenda floral sobre el modesto féretro de pino forrado de burda tela gris reservado a los cubanos de a pie. La expresión en sus ojos se me antojó insolente, fuera de tiempo y lugar. En una palabra, descarada, impúdica. Una rabia asesina me subió del pecho hasta hacerme un nudo en la garganta. Pero no llegó a invadirme la cabeza, pues, vaya Usted a saber por qué, baje la vista. Noté que el rostro sonriente, sosegado, de mi madre, con los párpados suavemente cerrados, revelaba una extraña complicidad con el convite erótico en los ojos de la seductora intrusa. ¿O la nota erótica la estaba poniendo aquí yo mismo?

Tal vez fuese lo de siempre: la vida retozando sobre las tumbas, el destino, la rebelión de mis hormonas ante el hondo sufrimiento que provoca en los hijos el deceso de su madre, la convicción irrefutable, recóndita, la primera, definitiva evidencia metafísica de ser nosotros mismos también mortales.

Qué sé yo. En todo caso, ni rastro en mí de aquella cursilería lírica a lo "mira cómo se me pone la piel cada vez que recuerdo que soy un hombre casado y sin embargo te quiero" (Rafael de León, 1909-1982). Nunca fui mojigato en asuntos de faldas, pero bajé la vista abochornado ante mis malos pensamientos para refugiarme en, aferrarme a la contemplación del rostro, ¿levemente burlón?, de mi madre inerte.

Mi madre me persuadía --se me ocurrió entonces y quise creer más tarde-- de que aquella jabada irreverente que había sabido hacerse querer por ella, colega y "amiga de los años" de mi hermana mayor Felicia para más señas, contaba con su visto bueno. Gipsia era, en virtud de un enigmático pero inapelable decreto de mi progenitora, su elegida post mortem para acompañarme en el trance amargo que me aguardaba. Sacudí la cabeza y, por el momento, logré echar tierra sobre aquella críptica imaginería afectiva.

No por largo tiempo porque, una semana más tarde al telefonear, sin segundas intenciones, a mi hermana en "Gastro", fue ella, Gipsia, quien contestó a la llamada. Tras una breve sensación de bochorno y un renovado repunte de cólera, rompí el mutismo para exigirle sin más que me pusiera con "Fela". En efecto, conversé con mi hermana lo que deseaba o necesitaba, pero ya yo era de nuevo yo y me puse en plan de conquista.

A los tres días, esfumados los últimos restos de vergüenza filial, volví a llamar al mismo teléfono. Con tanta suerte que me volvió a responder su voz: "Hola... ¿quieres hablar otra vez con Fela?", indagó con una hesitación que rozaba la ironía. Pero, dejando a un lado las supersticiones, fui directo al grano: "No, es contigo con quien quiero hablar. Paso a recogerte a la salida del trabajo. ¿Algún inconveniente?" "Jamás para ti, mi cielo".

Pasé a recogerla en el taxi de un buen conecto de mis tiempos de Microbrigada en la ECOA 8 de Alamar. Ya me esperaba en la acera frente al edificio del Instituto. Mientras me reprochaba no haberle dejado tiempo para ir a su casa a acicalarse, le di una orden terminante al chofer: "¡A 11 y 24!" "¡Eh, aguanta ahí, chico, de eso nada! Sin taquicardias que lo nuestro es para largo. Señor, llévenos a mi casa en Aramburu, Parque Trillo. Luego ya se verá". Y entre los tres pusimos a vibrar la carrocería del destartalado Chevy a fuerza de risotadas.

Nuestra dicha comenzó esa misma noche, pero no en una vulgar posada de mala muerte sino en el hotel Vedado (¿o fue el Saint John’s?), gracias a otro “social” útil. No terminaría hasta su muerte, por cáncer de mamas, el 22 de septiembre de 1993. Menos de un mes antes de que el director del penal de Ariza me extendiera la ansiada “Carta de Libertad” el 9 de agosto de ese año ambivalente.

Por una cuestión de principios, Gipsia nunca reclamó el divorcio como condición para seguir queriéndonos. En realidad, yo siempre había sido un calavera y, como saben quienes nos conocieron, si me divorcié dos años después, fue más bien por incompatibilidad de caracteres que por exigencia suya. Tan grande era su delicioso desenfado.

Aparte de mis añoranzas, del deseo de rendirle homenaje a la difunta y, como es natural, de la consabida dosis de narcisismo propia de todo ser humano sano, la publicación de esta especie de poemas epistolares escritos durante la convalecencia final de Gipsia mientras, encaramado sobre el tanque de agua de mi celda, contemplaba el paisaje a través de la celosía de hormigón que da al Poniente, no tendrían sentido si no es para aconsejarle encarecidamente a todos los aspirantes a opositores en la Isla que, antes de dar un paso tan crucial como ése, se aseguren de tener al lado una mujer amante de la libertad sin etiquetas y dispuesta a todo por su amante cautivo.

Para esa faena conyugal hace falta una que, como Gipsia Cáceres de la Guardia, a la pregunta de ser o no ser, de si está o no dispuesta a seguirlo a uno en su nuevo, desastroso avatar de disidente activo, planteada a cuatro ojos en la intimidad de la alcoba por alguien a quien conoció como un tipo "parametrado" con ciertos privilegios apreciables, responda sin demora: "Sí".

Y ante la reiteración de esa interrogante existencial, apriete los dientes y, con los ojos aguados o no, inquiera: "¿Por qué clase de mujer me tomas? ¿Qué te he hecho yo para que dudes así de mí?" Y llegado el momento, cumpla su palabra: durante dos años ("sirigaña", como se dice en el argot de los presidiarios, es decir, nada, como en mi caso), cinco, diez, quince, veinte, como tantas Damas de Blanco antes y después.

Fue mucho lo que hubo de soportar durante mis dos años de cárcel: golpes e insultos a la salida del juzgado en Habana del Este, azarosos viajes al centro de la Isla en carreras de relevo empleando los más diversos, estrafalarios y antediluvianos medios de transporte, frías madrugadas de vigilia frente al penal, cuclillas desnuda ante las combatientes del MININT, actos de repudio a domicilio de los que se libraba escapando por la azotea en el último instante... Una vida en permanente zozobra, a salto de mata sobre el asfalto en candela.

Un mediodía el aviso de la vecina no llegó a tiempo y Gipsia no consiguió escapar. A boca de jarro, se vio delante de un trío de encopetadas señoras con aspecto de funcionarias en el paso de escalera. Venían a verme. "¿Eh!... No, créanme que mucho lo siento, pero mi esposo no se encuentra en casa". Lejos de agresivas, parecían amables, gentiles. Le anunciaron que el Ministerio de Educación había decidido premiarme por la edición (traducción y prólogo) de la noveleta del germanooriental Erik Neutsch
Dos sillas vacías, en su momento considerada subversiva por el ministro anterior.

"¿Y dónde está el compañero Pomar, por favor? ¿Si no es una indiscreción?" "Preso". "¿Preso!... Bueno, cualquiera comete un... ¿Y por qué?" "Por contrarrevolución: propaganda enemiga, más asociación ilícita". No se habían enterado. Tan férreo es el hermetismo de la prensa oficial, que oculta a cal y canto los rostros de los disidentes, el mínimo detalle humano en ellos susceptible de despertar compasión.

Pero lo peor es la brusca ruptura con seres queridos: una tarde en el Parque Trillo, al ver jugando a su ahijada del alma, una niña liliputiense de apenas seis años, se le acercó con los brazos abiertos como de costumbre. Para su sorpresa, la chiquilla echó a correr despavorida rumbo a su casa. Gipsia la siguió sin entender los motivos de aquella fuga. Tapizada de verde olivo de pies a cabeza, la mamá, su comadre y compañera de juegos desde la más tierna infancia, le espetó en la cara que, si ella no renunciaba a vivir con un "gusano", con un "traidor", ya podía irse olvidando de haberlas conocido: "¡A mí, a mi hija y a toda nuestra familia! ¡Conque ya estás informada!" Y cerró la puerta. Gipsia regresó a casa llorando a lágrima viva.

Pues, bien, yo tuve ese privilegio, yo también tuve mi Dama de Blanco. Una cubana que antes de conocernos ya tenía razones a granel para lamentar haber desairado a su Tía paterna y madre de crianza cuando a principios de la Revolución le propuso a su niña mimada "perderse del Morro para siempre jamás" junto con ella. Porque no es menos importante que su media naranja lo respalde a uno en tales lances de perdición. No sólo por amor sino, ante todo, por convicción propia.

Por eso, no me canso de llorar su muerte. Nunca me cansaré, por más que de nuevo sea feliz y me sonría Cupido en los labios de una valquiria. De hecho, de haber sabido que los dos años perdidos tras rejas y candados (italianos) serían los últimos restantes a ella y a nuestra pasión, seguro estoy de que ésa habría sido acaso la única razón en el mundo capaz de forzarme a aplazar mi rebelión o a elegir el "exilio rosa" al amparo de sus parientes en La Florida, posibilidad que igual estaba a nuestro alcance, gracias a sendas cartas de invitación que su Tía nos habría expedido gustosa a la menor señal. Pero repito: a falta de madre, e incluso teniéndola viva, la Dama de Blanco es
conditio sine qua non antes de quemar las naves frente al castrismo, que siempre juega fuerte. No olvidarlo, por favor.

A continuación, tres de las cartas que le escribí a Gipsia desde “El Tiburón” o “El Secadero”, como se conoce a la tristemente célebre prisión cienfueguera de marras. Finalmente, un par de datos: el énfasis en el aspecto erótico en estos textos, que por lo demás se correspondía con la realidad de nuestro diario coexistir, era, por lo que respecta al papel, más bien parte de un esfuerzo consciente del remitente por distraer a su amada de su agónico combate con la Parca.

Aún conservo los finos cordeles de henequén con un nudo por cada día transcurrido antes de sus visitas. (Nunca me falló, salvo en los últimos meses, cuando la enfermedad se lo impidió.) Los sobres de mis cartas los coloreaba y adornaba con fotos de paisajes recortadas de un lexicón Meyer. Dos de mis manías de presidiario nostálgico y sereno. Banalidades que ayudan a soportar el cautiverio. El resto lo explican por si solos los textos, que desde luego no aspiraban a la excelencia poética sino a la comunicación afectiva en circunstancias de extrañamiento.

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A Gipsia Cáceres de La Guardia
Ariza, 27 de octubre de 1991

Para decir tu nombre / de resonancia gitana...
Volver a decir Gipsia, / Que es decir amor...


Querida esposa:

[...] Precisamente ayer estuve rememorando nuestros muchos momentos hermosos, las circunstancias de nuestro encuentro, nuestros viajes y fiestas, en particular aquella noche maravillosa de la boda de tu sobrina Aimara allá en la playa; pude verte con gran nitidez mientras buscábamos la casa y la brisa nocturna batía tu chubasquero blanco.

¿Recuerdas aquella noche? Éramos tres (Mario iba con nosotros) y yo me sentía muy dichoso de haberte conocido, de aquella existencia de amantes arrebatados que estábamos viviendo. Exhibías un rostro de mariposa, se notaba que eras feliz, con ese don natural que tienes para extraer felicidad de las cosas más sencillas de la vida, y era halagador para mí el saber que esa cosa sencilla y escasa de la extraías tanto alborozo giraba en torno a mi persona.

Sentí también una punta de dolor y nostalgia por aquella bata verde bajo la cual se estremecía la firmeza nacarada de tus senos, rematados por aquellos pezones moteados que rasgaban la fina tela con una pujanza que parecía desafiar la imaginación. En verdad, con ellos podías asfixiar de pura envidia a la mejor de las vedettes. Sí, aquel busto tuyo era un portento, y era sobrecogedora tu belleza de piel, junto a otros muchos encantos.

Inmerso en un rapto de gozo que ningún artificio puede proporcionar, extasiado en plena vigilia (siempre preferí el amor de ojos abiertos y despiadado juego de luces como hasta nuestro último pabellón en Ariza), no se me escapaban ni siquiera las inevitables imperfecciones de un cuerpo de mujer madura; ésas, más algún que otro desliz de la mano de la naturaleza (la perfección de las cosas del cuerpo, si existe, no pasa de ser una impostura), se convertían a mis ojos de explorador en otras tantas virtudes.

Fui exhaustivo, levanté de tu cuerpo el inventario más completo, absorbí cada porción de tu piel, me recreé insaciablemente en cada confluencia, en cada hendidura, cada articulación, cada contraste, cada textura; aprendí de memoria todas las lúbricas hondonadas del surco en tu espalda, las manchas negras en torno a tu sexo [...] Reclamé de tus extremidades un dinamismo y una estática de contorsionista que a veces rayaban en el martirio. [...] En fin, que mis reclamos y tu complacencia se confabularon para agotar las más exigentes recapitulaciones de la historia erótica de la humanidad.

No hablo por gusto, alarde o vanidad; no es por suficiencia que destaco la nota física en nuestro erotismo pasado y presente. Antes al contrario. Más bien he estado preguntándome por qué un amor de personas maduras y experimentadas como nosotros dos no se agotó en la saciedad, como es usual a la edad en que nos conocimos, una edad en la que aún se es joven para vivir una aventura, pero en la se suele estar tan encallecido de alma por los golpes de la vida que ya se ha perdido la ingenuidad, y los defectos de los nuevos amores salen a relucir a primera vista, abultan demasiado para que se pueda erigir sobre la mera atracción física algún sentimiento amoroso más o menos integral, esto es, auténtico, perdurable.

Nada nos ataba a largo plazo. Es más, para la lógica de los tantos observadores amigos o extraños que nos conocieron entonces, lo nuestro no debía rebasar los límites de una de esas pasiones corrientes que a la postre resultan siempre tan aparatosas como efímeras. Sin duda no habrán sido pocos los que nos pronosticaron un final así. Y sin embargo, no sólo ha resistido la prueba del tiempo, no sólo ha encontrado el cauce legitimador del matrimonio.

Ha hecho mucho más: ha vencido tendencias disociantes internas, tentaciones aparentemente irresistibles e incluso la formidable labor de zapa de una naturaleza al parecer empecinada en mutilarte encantos. Ahora mismo, sin ir más lejos, el formidable castigo de una justicia perversa ha interpuesto muros y distancias entre nuestros cuerpos, robándonos un tiempo precioso que de ninguna manera nos sobra. Y otra vez la naturaleza que vuelve a la carga, ensañándose en tu cuerpo.

Me he hecho esa pregunta, repito. Y la respuesta la he encontrado no en la memoria de tu cuerpo, que aún oculta placeres para mí, que sé buscarlos. Sino en una parte de ti que con toda intención dejé fuera de la morbosa recapitulación de nuestra vida horizontal: en tu rostro, en el que transparece, como en las aguas de un claro estanque, toda la belleza y sublimidad de tu alma de mujer hecha a la medida de un gran amor, esa femineidad inefable que es encarnación espiritual de un eros pródigo e inmortal, virtud exclusiva de las hembras elegidas por las diosas del amor.

Ese rostro arrebolado de grandes ojeras, en el que sólo para mí he visto confluir erotismo y maternidad en la noche memorable de nuestro primer encuentro, atesora por siempre, incólume, cuanto haya podido perderse de tus encantos físicos. Me basta con mirarte a la cara en este retrato que adorna mi texto de latín para que renazca, como obedeciendo a un conjuro, la orgía sexual de nuestros mejores días.

Podría añadir a lo dicho palabras que describan tu nobleza humana, arrobas de gratitud por tu bondad para conmigo, tu tolerancia, tu comprensión, tu paciencia, los sacrificios que ahora te impongo, los sufrimientos que por mi causa con gusto asumes, pero no quiero ponerme ni ponerte sentimental, porque esta carta sólo se ha escrito

Para hablarte de amor,
para enaltecer tu gracia,
para desahogarme y,
como siempre, amor mío,
para sacar fuerzas de ti.

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A Gipsia Cáceres de La Guardia
Ariza, 28 de octubre de 1992

...Acoge mis palomas, contesta mi llamada

Querida esposa:

Mis cartas son palomas mensajeras. Su vuelo es incierto. No siguen el norte de un instinto infalible, sino la ruta azarosa de ajenos caprichos, cuando no son víctimas de las imperfecciones de un mecanismo desmañado y sin alma.

Cualquiera puede interrumpir su vuelo, levantarles el ala y profanar su mensaje, porque son mansas y vuelan al alcance de manos sin escrúpulos de gran autoridad. También puede ocurrirles algo peor: que mis mensajes les sean arrebatados para arrojarlos a la inopia cruel de un gavetero, al fondo del cesto más cercano o simplemente a la cuneta.

Mis palomas son seres inocentes, tan inermes que, para interrumpir su vuelo, a sus cazadores les basta con interponerles la palma de la mano. Abatidas al instante, caen de bruces, verticalmente hacia el suelo, donde de inmediato da comienzo la agonía inmóvil que en breve pone fin a sus vidas.

Apenas un imperceptible opacamiento de sus ojos monocromos, semillas de uvas grises, anuncia el súbito deceso de mis aves, cuyas almas, de un delicado diseño transparente, se sumen en cierto rarísimo limbo de carámbanos blancos.

Entregan el alma sin odio, sin queja, siquiera un suspiro. Porque tampoco experimentan sufrimiento al morir. Su agonía es indolora: saben que nada se pierde.

Porque yo persisto, te las suelto en bandadas, con la esperanza, en apariencia absurda, de que el mecanismo falle, o se trabe, o funcione, o qué sé yo, que la mano poderosa se duerma, o se engarrote, o se distraiga, y que alguna de estas mis aves mansas te haga llegar este mensaje, el grito ahogado de mi voz.

Aunque son palomas sin armas, animales sin maldad, llevan tras sus quillas anhelosas un animoso corazón de terciopelo rojo. Han resuelto volar sin descanso rumbo a ti, puenteando lejanías, sorteando obstáculos a pechadas de perseverancia.

El mensaje bajo sus alas, botín de sus captores, no siempre es sublime para el entendimiento profano; más aún, en algunos pasajes resulta francamente prosaico, vulgar a ratos. La causa es ésta: el afán interpretativo de la mente profana jamás rebasa la materia tosca de los signos.

La verdadera clave está en poder de la única iniciada, que es a la vez solitario objeto de este ritual esotérico. Sólo ella, es decir, mi Gipsia, está facultada para trascender el ámbito de los signos y percibir en toda su inefable belleza el contenido del mensaje.

Pudiera ocurrir también, aunque sería un verdadero milagro, que arriben todas juntas, o al menos varias de ellas. Y el batir de sus alas, vastas como las de los albatros, te abrase el alma con este calor que estoy irradiando a raudales hacia las coordenadas de tu existencia.

Entonces, envuelta en el gran manto blanco de sus plumajes reunidos, volarás a mi encuentro, y penetrando en el reino encantado de mis deseos, viviremos el sobresalto feliz de un contacto ideal. Y habrá bailes de colores, y festines de placeres, y todo será luz y amor y derroche de sensualidad...

Mas, por estos días mis palomas son presas de gran inquietud. Les sobran motivos. Unas se hacen al viento de la tarde con gran resolución; otras se aprestan a partir y en breve siguen a sus antecesoras con la vista clavada en un horizonte arrebolado por las llamas del ocaso.

Hay desesperación en sus rostros afilados, la misma que se aprecia en el semblante de su dueño, que aprieta los dientes para cerrar el paso al desconcierto. Las va despidiendo una tras otras y se queda oteando un firmamento vespertino en el que sus mensajes ha tiempo no encuentran señales de retorno.

Atribulado ya, le sobran motivos, se niega a perder la compostura, a abrir el grifo receloso de las lamentaciones, a dejarse envolver por la sombra fatal de la desesperanza.

Cuando el ademán amenaza con tornársele inseguro, apronta una nueva paloma en el arco tensado de su alma, y con una poderosa vibración de sus cuerdas espirituales, asaetea el sol poniente para cerrar la brecha abierta por la vacilación...

Date prisa, amor. Yo sé que el gran encuentro final ha de producirse de manera ineludible, que a la postre habrá en efecto bailes de colores iridiscentes, acordes de órficas flautas y festines de placeres...

Pero sucede, a pesar de mi voluntad, contra toda certidumbre, que a veces desespero del retorno de mis aves... Te lo ruego, amor, acoge mis palomas, contesta mi llamada. No hagas sufrir a mis colombas.

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A Gipsia Cáceres de La Guardia
Ariza, 22 de junio de 1992

Mis crueles cardenales

Querida esposa:

Cierto: mi amor fue clamoroso,
súbito escándalo de ayes y suspiros
estallando noche y día en tu alcoba,
encendidos cardenales en tu cuello
y tus hombros, sospechosos en la nuca,
y allí donde no llega el ojo del profano.

Cierto: amante perversamente refinado,
fui entre tus piernas sátiro de ébano,
y en horas de locura, anudando en mi diestra
la fronda rebelde de tu cabellera,
pacté con el Maligno y cabalgué
sobre tus ancas con bríos de sádico marqués.

Cierto, confieso: busqué en tu sexo,
con labios voraces, el sendero perdido
de la divina, edénica inocencia;
ataqué con saña la frágil porcelana
de tus senos, y empaña mi conciencia
oscura suspicacia de culpa involuntaria.

Cierto: raras veces fui platónico,
tierno, lírico caballero andante;
adúltero, engendré en vientre furtivo
el hijo que ansiabas, y en mi viril
desenfreno hubo y ha de haber todavía
furores extraños, aventuras sin nombre.

Cierto: pecador impenitente sin motivos,
ni siquiera hoy, tras rejas inclementes,
esbozo el gesto de pretender enmendarme.
Sí, todo eso es cierto y aún algo más:
que bullen en mis sienes aviesas intenciones
y he de hacerte sufrir como nadie en el mundo.

Mas, escucha bien, amor de tus dolores:
he sido hasta hoy y seguiré siendo,
sobre las algas olorosas de tu sexo,
hipocampo jadeante de lujuria,
y encenderé en tu cuello y en tus hombros
la mácula ardiente de mis crueles cardenales.

No lo dudes, señora de mis noches,
ama de llaves de mi caótico existir,
pongo al diablo por único testigo:
así ha de ser mientras brillen estos astros,
hasta que yo cierre tus ojos,
hasta que tú cierres los míos.

Siete secuencias en la carrera de un ministro de Cultura


Por Jorge A. Pomar, Colonia







Carta abierta a Abel Prieto*

"Ojalá pudiéramos meter preso al dueño de un medio, con mucho gusto lo meteríamos, cadena perpetua, preso, por mentir, por confundir a la gente..." (Abel Prieto, V Encuentro de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, Cochabamba, 24-05-2007)

Mi querido Abel:

La presente no tiene por objeto denigrarte públicamente (como de oficio o exabrupto has hecho conmigo y con tantos otros) sino bosquejar, por medio de varias secuencias grabadas en mi memoria, una semblanza de tu personalidad vista a través del lente de mi experiencia individual contigo cuando eras director de la editorial Arte y Literatura, es decir, justo antes de tu incontenible ascenso. Para uso propio y de terceros, porque dentro y fuera del país hay mucha gente con una imagen errada de tus motivaciones. Pero sobre todo para uso tuyo, porque mucho me temo que a estas alturas, mutatis mutandi, sigues siendo, como pretendes, básicamente él mismo que yo traté y, viceversa: circunstancias aparte, creo que en principio sigo siendo el que ya era entonces. ¡Por saberlo tú!

Te escribo en nombre de los restos de lo que alguna vez fue una armónica relación jefe-subordinado y, al margen de las jerarquías, una colegial amistad apoyada en un recíproco presupuesto de afecto y estima. Sin olvidar, desde luego, esa pizca de complicidad inherente al hecho de pertenecer ambos al PCC. Intento hablarte pues, digamos, desde la perspectiva de mediados de los años 80, como si lo sucedido después no fuese más que una desagradable hipótesis del futuro.

Un año antes de mi irrupción en Arte y Literatura, la editorial había quedado diezmada por el éxodo de un nutrido grupo de editores y jefes de redacción. Tal como más tarde el vacío dejado por mí fue llenado por algún afortunado aspirante, entonces me tocó en suerte cubrir la vacante dejada por alguno de aquellos tránsfugas, sin duda mucho más competentes en el oficio que yo. No obstante, recordarás que no me fue fácil entrar en el colectivo bajo tu batuta. Pero la descripción de aquellos trámites es ya la...

Primera secuencia:

Una tarde del año 1981 "Mayita", tu secretaria de entonces, me hace pasar a tu oficina de la calle G en el Vedado. Me recibes campechanamente (me asombran tu larga cabellera y desenfado) y dices que, en efecto, hay una plaza vacante y lo ideal sería cubrirla con un germanista. Por supuesto, “siempre suponiendo que sepas redactar...” Y tras un sondeo de mis conocimientos de literatura alemana:

"Mi socio, ¿qué tal andas tú de inglés?"

Respondo que por esa parte no hay problemas: domino además el francés, el italiano y el portugués; he traducido para el Instituto del Libro, estudiado dos carreras universitarias, etc.

"Fantástico!... Bueno, pues ya está... Sólo falta una pequeña prueba. Mira, hazme una evaluación de este libro y vuelve por acá en cuanto mates la jugada".

Vuelvo al tercer día con el informe listo. Te parece bien redactado y aceptas las razones por las que he rechazado el libro (una monografía sobre literatura cubana escrita para un público europeo). Expectante, noto que sigues dándole largas al asunto, a ratos con una interrogante en el ceño fruncido y la mano en la barbilla: algo debe de haber que no acaba de cuadrarte. Te digo en sorna: "Chino no, por favor, chino yo no he estudiado. Pero si Usted me da una semana de plazo..." Sonríes y al fin desembuchas la pregunta del millón:

"Puedes tutearme... Me da pena pero no me queda más remedio que preguntártelo, porque en este caso es decisivo: ¿por casualidad tú eres militante [del PCC]?"

Respuesta afirmativa. Te pones de pie como quien entrega un premio y me tiendes la diestra por encima del escritorio:

"Tráeme mañana mismo tu FT [formulario de traslado]. ¡La plaza ya es tuya, mi socio!"

Aún te agradezco aquel gesto y aquella frase. El misterio era el siguiente: hacía falta un germanista, pero lo esencial era reforzar el Partido en una editorial políticamente descalabrada después del éxodo del Mariel.

Esta primera secuencia te muestra en tu faceta más halagüeña. Así de buena gente eres cuando nada obsta y puedes darte el lujo de mostrarte por tu mejor costado. Así te perciben aún los tantos escritores y artistas que en la Isla tocan a las puertas de tu despacho o desde cualquier punto del planeta telefonean para rogarte que intercedas por ellos, les concedas alguna dádiva, les gestiones un permiso de salida o de entrada o qué sé yo...

Segunda secuencia:

Abro la puerta de tu oficina y te veo doblado sobre el expediente de una Marietta Suárez caída en desgracia (seguro que ya tú mismo estás viendo la escena). Marietta es "gusana". Paradójicamente, como casi todos los desafectos confesos, incapaz de tramar nada contra el Gobierno. Un buen día el Consejo de Redacción desempolva el manuscrito de El caso Macrópolus, drama del checo Karel Čapek, protagonizado por un híbrido de Hitler y Stalin a quien llaman "Comandante en Jefe" y devora niños chiquitos vivos. Le dan el manuscrito a Marietta para que lo revise de estilo. Pero minutos antes del lanzamiento de la obra cunde el pánico en la editorial. El libro es declarado "subversivo". Se parte de que el lector asociará sin falta al Comandante en Jefe de marras con el de la Isla.

Sin comerla ni beberla, la pobre Marietta pasa a ser chivo expiatorio de un delito de lesa majestad. Un seguroso [agente de la Seguridad del Estado encargado de "atender" a los literatos] conocido por el seudónimo de "David" hace acto de presencia en el Palacio del Segundo Cabo. De inmediato, todo el mundo boca abajo. En vano argumento en el Partido y en el Consejo de Redacción (éramos casi las mismas personas) que tan "descabellada" (en realidad, salvo por lo de comer niños chiquitos, no lo era tanto) asociación sólo cabe en una mente sucia, que Fidel era un niño cuando Čapek escribió su drama, etc., etc. Un furibundo Abel Prieto clama por la cabeza de Marietta. El agente "David" opta por nadar y guardar la ropa: exige convocar una reunión de todo el personal para hacerles una advertencia. No sea que alguno se vaya a creer que puede cogernos de "memos". Me opongo: ¿por qué, siendo un caso individual? De nada vale.

A la postre, te llevas una sorpresa anonadante. Un día se persona en tu oficina un ayudante del Comandante en Jefe y te pone sobre el escritorio una carta de puño y letra de Marietta Suárez... ¡dirigida a Fidel Castro! [Más la respuesta del Comandante en Jefe, que se lava las manos.] Y se cierra el telón sobre un Abel estupefacto y humillado.

Esta segunda secuencia demuestra que puedes ser implacable hasta la perversidad y la irrisión con aquellos que no gozan de tu favor o han caído en desgracia. Es un rasgo útil para ascender y mantenerse en el poder pero a la vez peligroso: por un lado, te crea enemigos (no me parece que Marietta lo sea) que esperan ansiosos la hora de ver pasar tu cadáver. Por otro, [haz de saber que] hoy más que ayer ejerces un poder ficticio que te puede hacer quedar mal en el momento menos pensado.

Tercera secuencia:

Esta vez somos seis en tu oficina, la plana mayor de la Editorial: tú; Elizabeth Díaz, redactora jefa; Artemio Iglesias, secretario del Partido; María Lombana, jefa del Dpto. Técnico Productivo (una española sacada de una página de Por quién doblan las campanas [quien, por cierto, años después entregaría el carnet del PCC para regresar a su aldea cantábrica]), yo, en el anodino papel de delegado sindical; y un niño, el hijo de Elizabeth. Discutimos el caso de Olga Campoalegre, una "negra fina y educada" con un sentido arcaico de la moral a lo Barbarito Diez, siempre distante y reservada pero tan "gusana" como Marietta. Atraviesa una crisis personal y ha incurrido en incumplimientos de poca monta por lo que le piden un peritaje médico. Por función, convicción y solidaridad racial, la defiendo a capa y espada. Inclinas todo el tiempo el pulgar, imitado por el resto de la falange. Finalmente, apelo a la legislación vigente y no te queda otra que dar tu brazo a torcer.

Entre la seriedad y el juego, cierras el conciliábulo con un entre despechado y jocoso anatema contra mí: "Me fallaste como hombre, como amigo, como socio..." El hijo de Elízabeth, todo oídos, resume el reproche en una frase: "¡Fallaste como todo, chico!" Le dirijo una mirada compasiva al chiquillo, que se inicia en una tradición fatal. Salgo satisfecho por tres razones: 1) he visto en ti al típico "piñero" que concibe la hombría y la amistad como adhesión incondicional por encima de toda división de funciones; 2) he marcado bien las distancias, dejando bien claro para ti y para todos los presentes que no soy "un hombre (secuaz) de Abel Prieto"; 3) de paso, creo haber constatado que no eres un caso perdido y, en un contexto favorable, podrías hacer un papel satisfactorio para tu imagen propia y ajena. De hecho, tu fracaso en este último aspecto está hoy en el origen del malestar que sientes en tu inútil afán de ejercer con credibilidad la incómoda cartera de Cultura en un país donde, en última instancia, sólo cuenta la fidelidad a ultranza al Gran Hermano.

Cuarta secuencia:

Nicolás Guillén ha muerto y se corre que eres uno de los candidatos a la presidencia de la Unión de Escritores. Salgo del Segundo Cabo en el momento en que partes en tu Moskovitch. Me das un aventón hasta el Centro "Juan Marinello". Por el camino conversamos:

"¿Qué te pasa? Se te nota preocupado".

"Ya sabes que el ministro me ha propuesto la presidencia de la UNEAC...".

"¡Felicidades! ¿Quién mejor que tú? Cuenta con mi voto".


El otro candidato se llama Lisandro Otero...

"Pero, mi socio, es que si acepto no voy a tener tiempo para escribir".

"Piénsalo bien, porque un cargo como ése no te lo van a ofrecer todos los días. Además, creo que eres el hombre ideal. Pero, en fin, si estás tan seguro de que te interesa más tu obra, pues dile que no a Hart y ya está".

"El dilema es que, si le digo que no al ministro, nunca más me vuelve a proponer para nada".

"Bien, eso es ya una decisión. Ponle el cuño que vas a ser el nuevo presidente de la UNEAC".


Esa irreprimible voluntad de ascender te catapultaría hasta las más altas cumbres del Olimpo castrista. Una posición envidiable pero, sin el aval de los llamados dirigentes "históricos", harto azarosa para un tipo como tú en los tiempos que corren. Por ironía del destino, yo mismo te pondría tres veces en situación embarazosa.

La primera, recordarás, fue durante aquel plenario de la UNEAC [1989] presidido por ti en que contestando a la petición de "lavar el honor nacional con sangre" (la del general Ochoa y sus compañeros de causa), hecha por un incauto dramaturgo, le di un giro desagradable a la agenda al declarar que "la sangre nunca ha sido un buen detergente; sólo dejará un feo borrón" (o algo por el estilo), y que se debía aprovechar el escándalo del narcotráfico para analizar a fondo el estado de la nación. Aunque en el fondo eras tan perestroiko como el que más, hiciste oportuno uso de tus facultades para pasar al siguiente punto en el orden del día: aporte de escritores y artistas al desarrollo de la industria turística. [La posibilidad de empatarse con unos dólares no sólo relajó al fin los rostros de piedra de los concurrentes al plenario, sino que marcó el inicio de la eficaz política de soborno a los intelectuales actualmente en curso, que pasará a la historia con tu nombre.]

Un motivo más para estarte agradecido: posiblemente hayas tenido que defenderme después. En todo caso, te anoto el gesto como una manifestación de prudencia. ¿A dónde habríamos ido a parar por ese camino? Pero en tu fuero interno pensabas (y sigues pensando) que yo tenía razón. Sólo que la cosa estaba que ardía y darle curso al debate involucrando a la UNEAC en una protesta abierta (si bien constructiva, porque no era otro mi talante crítico) habría puesto en peligro tu meteórica carrera. En fin, lograste salvar la cara. Pero a costa de una mala conciencia apreciable en la siguiente escena:

Quinta secuencia:

Al pie de la cancela de entrada a la sede de la UNEAC, comento con una preocupada Excilia Saldaña [que en paz descanse] el tema más candente del momento: la Carta de los Intelectuales [la famosa Carta de los Diez, de 1991], que yo había firmado. Vienes saliendo y te diriges a mí:

"Acompáñame, que quiero mostrarte con pruebas en la mano dónde fue redactada esa carta".

"¿Y de quién son esas pruebas? De la Seguridad, ¿no? Tú sabes que yo ni siquiera leo novelas policíacas. No me gusta la policía. Ni la de allá ni mucho menos la de aquí, que es la que tengo más cerca".

"Aparte de mal redactada, la carta es bastante floja. Nosotros hemos hecho críticas mucho más fuertes".

"Tienes razón en eso de que está mal redactada. Redacta tú otra más radical con mejor gramática y estilo y te la firmo también".

"Ven, mi socio, para que te convenzas con tus propios ojos de que detrás de esa carta está la CIA".

"Como si me pruebas que detrás está una comisión integrada por Hitler, Stalin y Calígula. El caso es que lo que dice ahí es verdad. Una verdad, Abel, es una verdad aunque la diga el diablo y una mentira es una mentira aunque haya salido de los labios sangrantes del Crucificado".

"Bien, allá tú. Eso sí: no te quiero volver a ver aquí dentro".

"Vamos por partes: de acuerdo con los estatutos la única que puede expulsarme es la asamblea plenaria. Que yo sepa aún no lo ha hecho. Pero, despreocúpate, que de mejores sitios me han botado".


Se notaba a las claras que estabas consciente del "papelazo", como cuando escudriñabas el expediente laboral de Marietta. Y es que te distinguen otros dos rasgos de carácter que conspiran contra tu aplomo en tales circunstancias: tu sentido del humor (¿quién que te conozca no lo aprecia?) y de la vergüenza, tu horror a la impostura, tu necesidad de salvar la cara a toda costa. Incluso en su versión más barata, esos dos rasgos combinados con tu inteligencia son un serio handicap. Tanto es así que un cuarto de hora después harías un compulsivo streaptease moral.

Sexta secuencia:

Dos cuadras más abajo, por la calle 17, le cuento el incidente a nuestra colega y amiga Lidia Pedreira, cuando te vemos venir cabizbajo y pensativo. Balbuceaste un saludo y, de buenas a primeras nos dejaste patidifusos con una especie de involuntaria confesión. Fue como si de golpe y porrazo comparecieras ante un tribunal de ética y te desdoblaras:

"Lo que sí puedo decir a mi favor, cosa que todo el mundo sabe, es que yo sí que no me he beneficiado en nada. Sigo viviendo en la misma casa de mi madre y rodando en el mismo auto. Ni me han dado ni quiero privilegios. Si acepté el cargo fue porque me convencieron de que así evitaba males mayores [...] Cuídate, mi socio...".

"Lo propio, sinceramente".


El resto de este extraño acto de contrición no lo recuerdo. Tampoco puedo afirmar que hayan sido exactamente ésas tus palabras. (Lidia tiene mejor memoria; pregúntaselo a ella). Lo que sí recuerdo bien es que, viéndote seguir calle abajo con tu andar desgarbado, Lidia se enterneció (a decir verdad, yo también) e hizo un lacónico comentario: "Tiene sus defectos como todo el mundo. Pero en el fondo no es mala persona, ¿verdad?" Contesté con un rotundo "sí", que aún sostengo.

Porque nadie es un monstruo o todos lo somos en alguna medida. Gústele a quien le guste, hasta Fidel, Hitler o Stalin son tan homo sapiens como cualquier hijo de vecina, y basta seguir la crónica roja para saber de lo que es capaz cualquier hijo de vecina. Todos somos seres humanos, con mayor o menor propensión al mal, que en tu caso es más bien una hipertrofia del ego propiciada por el contexto social. Las palabras "humano" e "inhumano" en el sentido de noble y perverso no son más que dos de las tantas imprecisiones lingüísticas. En realidad, una simple cuestión de grados en una escala convencional. Te bajo esta descarga porque de un tiempo a esta parte te ha dado por las diatribas demonizantes.

Por lo demás, no sigas justificándote: tus alardes de austeridad son frutos de la anoxia cerebral provocada por las alturas en que te estás moviendo. El auténtico poder no se define por la capacidad de tomar sino por la de dar. Al fin y al cabo, como decía Marx, se pueden tener cien pares de zapatos pero sólo tenemos dos pies. La capacidad hedonista de un individuo es limitada y las necesidades ajenas, infinitas. Contra lo que se piensa, muchos dictadores, incluido tu mentor, son más bien austeros. Lo que te seduce a ti en particular es el mecenazgo estatal que se ejerce desde tu cargo. Con todo, no te hagas ilusiones: si a algo están acostumbradas esas ingratas vedettes del arte y la literatura que hoy hacen cola para besarte la mano es a pisotear a los caídos, tanto más si alguna vez los han tenido arriba.

En Internet abundan los retratos monstruosos de Abel Prieto. Por cierto que uno de los primeros (mea culpa) lo trazó el austríaco Erich Hackl, el autor de Los motivos de aurora, en el influyente semanario alemán Die Zeit. El pasaje que te concierne se explica por sí solo. Te lo traduzco como última secuencia:

Séptima secuencia:

Ahí está el escritor Abel Prieto, un autor mediocre pero ungido con las insignias del poder: con apenas 40 años de edad es presidente de la Unión de Escritores, miembro del Buró Político [...], órgano supremo del Partido. Vale la pena verlo en la inauguración de la Feria del Libro, como se pavonea al lado del ministro de Cultura Armando Hart (cuyo cargo aspira a heredar) frente a los stands. Jovial e inaccesible a la vez [...], sonriente, como si creyera que [...] todas las soluciones impuestas al pueblo [...] tienen un sentido más profundo que sólo él es capaz de descifrar. De todas las personas con quienes hablé, quizá era él el único que tenía la posibilidad de aliviar las condiciones de cautiverio de Pomar.

Prieto era responsable de la contradeclaración de la UNEAC. Por orden suya Pomar fue expulsado de la Unión de Escritores, contraviniendo los estatutos. Pomar me lo había presentado en mi última visita. Cuando se lo recuerdo, se echa a reír: “Sí, Pomar...” Luego, al describirle la situación de mi amigo, la pregunta algo apresurada, cautelosa:“¿Te escribió?” Y con la misma inicia una larga queja contra su antiguo compañero: Él, Prieto, fue quien promovió al negro, a él le debe Pomar su ingreso en Arte y Literatura, no tenía ni la menor idea del lenguaje; en español apenas lograba hilvanar una frase antes de que él, Prieto, lo tomara bajo su protección. Luego cambia el discurso: “Yo creo que tú eres un tipo honesto, contigo se puede dialogar. Debemos hablar en calma al respecto.” Sobre Cuba y la revolución cercada, la creciente agresividad del enemigo y, claro, sobre Pomar. Pero en los días siguientes cambia de rumbo cada vez que podemos encontrarnos. Sólo en una ocasión me grita maliciosamente: “¿Por qué no se lo llevan para su país, para Austria?”

Conclusiones:

Hackl te da por donde más te duele: escritor mediocre, histrión, trepador, fanático, mal amigo, cínico... Un retrato por lo demás repetido hasta la caricatura en relación con Guadalajara. De hecho, querido Abel, la mía es la semblanza más benigna de tu vapuleada persona. Desde luego, no te faltan aduladores, pero el placer de sus alabanzas es mucho menor que el punzante dolor de las saetas. Francamente, te veo entre la espada y la pared.

No todo el mundo parece haberse percatado, por ejemplo, de que el fallido (el tiro les salió por la culata) boicot a "Letras Libres" en la FIL no sólo no fue organizado por ti (quizás sí con tu forzada anuencia, para evitar posibles confusiones) sino, por carambola preterintencional, contra tus ínfulas de ministro tolerante y aperturista, tu sueño de pasar a la historia como el político moderado que sentó a conversar fraternalmente a tirios y troyanos. Sería la coartada perfecta que legitimara tu rol de Mefisto en el ocaso del castrismo, tu boleto al futuro incierto. Pero se te ven las cartas. El fiasco de Guadalajara, hábilmente provocado por esa jugada de doble filo de los halcones de la Revolución, te ha forzado a volver a las vociferaciones.

Como en su momento los defenestrados Carlos Aldana y Roberto Robaina, estás haciendo agónicos malabares en el último peldaño de la podrida escalera castrista, a medio camino entre el techo y el salto al vacío. Espero que no me defraudes rebajándote al nivel de un Felipe Pérez Roque cualquiera. Se corre que has presentado dos veces la renuncia. Eso te honra y ratifica esta a pesar de todo cariñosa semblanza que hago de ti. Pero, ojo: la renuncia es un acto de rebeldía más irritante que el suicidio. Si son ciertos esos rumores, te recomiendo que no insistas.

Admite de una vez que te hallas en una de esas situaciones al borde del abismo en que todo lo que pasa de prudencia es ya temeridad. Se te dejará ir a su debido tiempo, cuando te hayas negado tanto a ti mismo que ya no quedé ni el rastro de esa candorosa aureola de ex hippie y dirigente moderado que con tanto celo has cultivado.

Al parecer, navegas con suerte. Y ahora que ya se acercan los temidos funerales del Máximo Líder, quizás el "azar concurrente" lezamiano te libre de tener que expiar en solitario la culpa de haber corrompido con tu hábil política de prebendas y estímulos en dólares (o CUCS) a la mayor parte de los intelectuales de la Isla y a algunos que tienen la suerte de pisar suelo extranjero en su exilio rosa.

[Ciertamente, de momento ese inminente preludio biológico del gran final te abre nuevas, insospechadas perspectivas. Pero ¿quién sabe? En todo caso, cuídate. Frases como las del exergo, donde pecas de matonismo intelectual, no te cuadran en absoluto. Tú puedes ciertamente corromper a casi todos a tu alrededor dentro de la Isla y a no pocos intelectuales prominentes de la Diáspora. En ese triste papel no puedo menos que felicitarte por tu impecable performance ministerial. Pero te queda ancha la toga del fiscal fascistoide. Recuerda que, aunque la sucesión castrista parezca asegurada, nada está escrito y, como bien dijo Cabrera Infante, "lo peor del dragón está en la cola".]

Como sé que ya te estoy aburriendo, voy a cerrar con un fuetazo, para que veas que yo tampoco aspiro al monopolio de la nobleza. La única observación de Hackl que comparto sin reservas (las otras las reparto parejo entre tu piel y tu máscara) es la de "escritor mediocre". Tu novela El vuelo del gato sólo corrobora una vieja sabiduría popular, a saber, que los gatos, como los malos libros, ni vuelan ni tienen siete vidas. Ciertamente esos felinos poseen (¿a qué ya adivinaste lo que voy a decir?) una extraordinaria habilidad para caer parados. Pero no desde cualquier altura...

Jorge A Pomar
Colonia, 25 de mayo de 2007

*Artículo escrito originalmente para “Encuentro en la Red” con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara. Fue publicado por primera vez en 2006 por “Cubanálisis” y reproducido en “Baracutey”. Los añadidos posteriores más importantes aparecen entre corchetes.

Tuesday 15 May 2007


Francia, ¿principio del fin de la ilusión “progresista”? (I)
Por Jorge A. Pomar, Colonia

PRIMERA PARTE

Ségolène tira la toalla

Ségolène Royal, la recién derrotada candidata del Parti Socialiste (PS) en la segunda vuelta de los comicios presidenciales franceses, agotó durante la campaña todas las armas del arsenal progresista: desde aporrear el teclado feminista (y homofílico), arropándose en su supuesta condición de víctima del machismo tradicional de los “enarcas” (egresados de la famosa École Nationale d’Administration, donde se gradúa la elite política francesa), hasta autoproclamarse adalid de los desvalidos del mundo. Si la mayoría de los electores votaban por ella el 6 mayo, la semana laboral de 35 horas, el salario mínimo obligatorio, el pleno empleo, etc., aumentarían hasta hacer de Francia un país de Jauja.

Protegería a la vez la industria, la agricultura, el comercio y, en particular, a la clase obrera nativa frente a los desafíos de la globalización neoliberal. Disolvería la V para crear una VI República basada en la utópica “democracia participativa”. Con tal de lograr su propósito de instalarse en el Palacio del Elíseo, Ségo no paró mientes en arrebatarle al ultraderechista Jean-Marie Le Pen el monopolio de los símbolos patrios: bajo la presidencia de esta Juana de Arco jacobina, cada familia colgaría en su balcón una flamante Tricolor y todos los franceses se aprenderían de memoria las olvidadas (y belicosas) notas de La Marsellesa.

En materia de política continental y trasatlántica, prometía por un lado que, renaciendo de sus cenizas chiraquianas, el Palacio del Elíseo sacaría a la Unión Europea de su actual atolladero institucional (culpa de los votos en contra de su propio partido), sometería el Proyecto de Constitución comunitario a una nueva consulta popular en el país que más contribuyó a engavetarlo en 2005 y, énfasis soberanista que no podía faltar en el país de Charles De Gaulle, plantaría cara a Estados Unidos. En estos dos últimos puntos, como en su incosteable programa social y su demagogia con los géneros, conseguía desmarcarse de su rival conservador; no tanto así en cuanto a su afán proteccionista y a la patriotería, dos bazas que tanto ella como Sarkozy le robaron a Le Pen.

La clase obrera vuelve a votar por la derecha

No bastando tampoco con la apelación gaullista al amor a la Grande Nation, a juzgar por las cifras de intención de voto en los últimos sondeos, Ségolène cargó aún más las tintas populistas en su habitual retrato de Sarkozy como un “peligro nacional” inminente del que sólo su propia elección como presidenta podía salvar a Francia.

Una de sus pifias más gruesas consistió en aceptar el espaldarazo de José Luis Rodríguez Zapatero en un mitin de cierre de primera vuelta celebrado en Toulouse: “Ségolène es cambio, Ségolène es futuro. Alguien como ella puede ser presidenta [...] No debéis esperar a la segunda vuelta, la izquierda no está hecha para esperar. Está hecha para ganar lo más rápido posible”. Intromisión en los asuntos internos de Francia que no podía ser más grosera y que sin duda perjudicó a la anfitriona, motejada ya por sus compatriotas como la “Zapatera”. Para redondear su errático pastel electoral, se atrevió a desafiar a los barones del partido y a su marido, el secretario general François Hollande, nombrando por su cuenta consejeros malquistados con ellos.

En el colmo del delirio, Ségolène incurrió en otros dos errores de bulto que deben de haberle costado sufragios decisivos en los grandes centros urbanos. Sobre todo, en París y las ciudades periféricas de la Isla de Francia, sedes de los disturbios juveniles. En la primera vuelta propuso reducir el desempleo juvenil mediante el descabellado recurso de alistar a los jóvenes en unidades militares, creando una especie de Ejército Juvenil del Trabajo. En la segunda, tuvo la osadía de amenazar en público con imprevisibles estallidos de violencia callejera en los suburbios en caso de triunfo de Sarkozy, dando la fatal impresión de que bajo cuerda los socialistas controlan de algún modo tales desmanes juveniles.

Un cálculo miope, habida cuenta de que los principales afectados en esas revueltas antisistema son precisamente los franceses de a pie defendidos por ella, o sea, obreros, empleados de baja categoría y desocupados crónicos cuyos ingresos no alcanzan ni atrás ni alante para ponerse a salvo del ya cotidiano vandalismo de los marginales mediante el simple recurso de mudarse a los bien protegidos barrios residenciales de la clase media. No en balde la xenofobia crece en Francia notoriamente entre el proletariado. El castigo no se hizo esperar: el 6 de junio la clase obrera francesa (y el campesinado) votó en su mayoría por el conservador Sarkozy y el ultraconservador Le Pen.

Una apuesta arriesgada

Ya durante la segunda vuelta de la aperreada campaña presidencial, percatándose de que sus planes presidenciales no bastaban para empatar con o superar a Nicolas Sarkozy en las encuestas, Ségolène no vaciló en provocar de nuevo las iras de los barones socialistas al buscar a toda costa un arreglo contra reloj con su rival más peligroso en la primera vuelta: François Bayrou, el candidato de la Union pour la Démocratie Française (UDF). El líder centrista había salido derrotado en la primera vuelta pero, con más del 18 por ciento del escrutinio a su favor, de la voluntad de sus vacilantes electores dependía en la segunda vuelta quién sería el nuevo inquilino del Palacio del Elíseo.

Arrestada e incauta como es, Ségo apostó en firme a esa carta falsa. A primera vista --pese a contravenir las reglas del juego electoral y ser rechazada por los principales canales de la TV francesa--, la entrevista televisada entre ambos fue un éxito: seducido por la carnada gubernamental, que incluía varias carteras ministeriales, y a la vez preocupado por retener a sus volubles pupilos con la fundación de un nuevo partido de centro en mente, Bayrou se cuidó de exhortar abiertamente a los suyos a votar por la candidata socialista.

Para su mal, sin embargo, rompió su férreo enroque monopartidista de la primera vuelta al hacerle un guiño inequívoco a su electorado: él, Bayrou no votaría por Sarkozy. Coqueteo fatal porque, como enseguida veremos, el tiro les salió enseguida por la culata a ambos. Y de la peor manera.

Bayrou muerde el anzuelo y se embroma

Para colmo de males, la controvertida jugada --se enajenó con ella a parte de los suyos-- de la candidata socialista surtió de inmediato un efecto adverso por partida doble, tanto para las expectativas de la propia Ségolène como para las del vacilante Bayrou. Salvo excepciones, alérgicos a la izquierda, la mayoría de los diputados y barones (alcaldes, etc.) de la UDF saltaron en el acto todas las talanqueras, pasándose a la luz pública con armas y bagaje al bando de Sarkozy y dejando a su líder con apenas una media docena de figuras del núcleo duro a sus órdenes.

Al extremo de que, con las legislativas a la vuelta de la esquina (10 y el 17 de junio), el recién creado UDF-Mouvement Démocrate, concebido por Bayrou como alternativa a corto plazo ante una probable crisis de gobernabilidad del gabinete sarkozista, tiene todas las papeletas para acabar en aborto político. La desbandada de diputados centristas (democristianos) no se hizo esperar: enfrentados al dilema de hacer causa común con los socialistas, quienes toda la vida los han despreciado por “carcas”, o resignarse a alejarse del poder hasta las elecciones del 2012, la mayoría de los 27 diputados de la UDF --con su jefe de fracción parlamentaria Hervé Morin a la cabeza-- aspira a engrosar el dream team ministerial sarkozista con sus afines de la vencedora Union pour un Mouvement Populaire (UMP).

La derrota de Ségolène ha enrarecido aún más el oxígeno en torno a Bayrou. En primer lugar porque, como afirma Philippe Goulliaud en su artículo “Bayrou en una situación peligrosa” (Le Figaro, 08-05-07) “la casi totalidad de los diputados centristas […] han sido electos con votos de derecha y a menudo gobiernan junto con la UMP en los consejos municipales o generales”. Con Sarkozy, explica el periodista galo, la regla de juego es muy estricta: los centristas recalcitrantes lo tendrían cuesta arriba frente a un adversario “con la credencial de la mayoría presidencial”.

En cambio, la UMP retiraría su candidato y le dejaría la cancha libre en la circunscripción al aliado de la UDF que logre pasar al segundo turno (donde compiten aquellos candidatos que hayan obtenido más del 12,5 en el primer turno). Premio a la lealtad: alzarse con una cartera ministerial en el nuevo gabinete azul. En fin, como dicen nuestros orientales, Bayrou “se embromó”, y ahora mismo está tratando de reensamblar a la carrera los fragmentos dispersos del partido que lo llevara a ocupar una meritoria tercera plaza en la primera vuelta.

Son los frutos amargos de su fugaz coqueteo con la Precieuse Ridicule, la “Preciosa Ridícula”, el otro epíteto con que, aludiendo a la comedia homónima de Molière, los franceses han bautizado a Ségolène. Los diputados centristas Hervé Morin (mencionado antes) y Maurice Leroy negocian con los muñidores de Sarkozy las carteras de Justicia y Agricultura, respectivamente.

“Sarkozy no está loco. Ya ha anunciado que los secretarios de Estado serían nombrados después de las legislativas. Eso nos permite poner a algunos de ellos”, ha dicho un político centrista citado por Goulliaud. Chapeau pour Sarkozy! (“¡A quitarse el sombrero ante Sarkozy”), ha exclamado más de un experto. Viejo zorro en trajines políticos, Sarkozy es hijo de un aristócrata húngaro fugitivo del comunismo soviético y nieto de judía sefardí, lo cual les complica un poco el juego demonizador a los epígonos de Émile Zola del PS. Por el flanco étnico, los socialistas tendrán que afinar la puntería y andarse con pies de plomo para atacar al presidente sin ser acusados de antidreyfusards, es decir, de antisemitas.

[Émile Zola (1824-1902), autor del estremecedor alegato Yo acuso (1898) en defensa de un oficial judío acusado de alta traición a favor de Alemania, hizo del antisemitismo un tabú para la izquierda francesa. El affaire Dreyfus forma parte desde entonces, junto con el mito de la Résistance, del imaginario francés, pese a que el protectorado nazi de Vichy (sur de Francia) tuvo arte y parte en el Holocausto. En realidad, la Resistencia no sólo fue ineficaz frente a los alemanes, sino que después del triunfo sus miembros efectuaron ejecuciones sumarias, rapados públicos de concubinas de alemanes, etc. El resto de la mitología nacional francesa corre a cuenta del centralismo y manía de grandeza del dúo histórico Luis XIV- Napoleón Bonaparte, así como del culto al terror de Robespierre, Saint-Just, Marat y sus guillotinas.]

Un escaño en la Asamblea Nacional bien vale un cambio de casaca

Pero los despachos ministeriales en París no son la única zanahoria irresistible al alcance de los ávidos conejos desertores de la UDF, quienes, justo es reconocerlo, actúan también por convicción. Hay otros tubérculos no menos codiciables para cualquier diputado electo o reelecto el mes que viene. Conquistar uno de los 577 escaños de la Assamblée Nationale Française bien vale un cambio de casacas. Veamos, cada diputado, electo por un período de cinco años, cobra 6.897,74 euros al mes por concepto de indemnité parlamentaire.

A los que se suman otros 6.228 mensuales a título de indemnité répresentative de frais de mandat (“indemnización representativa por gastos de mandato”, IRFM en francés), plus un crédite collaborateur (“crédito por colaboradores”) para pagar los sueldos de hasta cinco asistentes. Sin contar el seguro médico y un generoso retiro que aumenta con cada reelección del diputado pero, caso de no ser reelecto, entra en conteo regresivo. Razón de más para aferrarse al mandato parlamentario.

Eso no es todo. Cada año, en dependencia de su antigüedad parlamentaria, el diputado (o el senador) puede aspirar a un subsidio anual no reembolsable ascendente a un máximo de 100 mil euros, que está facultado para emplear a discreción con el fin de subvencionar proyectos municipales. Dinero que, a su vez, salvo fuerza mayor, le ayuda a garantizarse la reelección indefinida en su distrito.

Se calcula que, por ejemplo, la pareja Ségolène-Hollande percibe unos 40 mil euros anuales por distintos conceptos. Según una costumbre de dominio público pero discreta, el presidente saliente Jacques Chirac, al igual que sus antecesores en el Palacio del Elíseo, recibirá en estos días una recompensa en metálico --no declarable al fisco, como es lógico-- con los aportes “voluntarios” de las grandes empresas francesas deudoras de su prolongada gestión. ¿Simple gratitud o soborno retroactivo?, ha preguntado un periodista de Le Monde.

Ségolène tira la toalla

Simultáneamente, poco faltó para que se produjera una implosión del PS en plena segunda vuelta. En última instancia, sólo el mero instinto de conservación persuadió a sus líderes de la conveniencia de aplazar los reproches para el día después. No más. Las encuestas mantuvieron hasta el inicio de la prohibición oficial de sondeos una apreciable ventaja del candidato conservador. En esta ocasión el veredicto final les dio la razón a los institutos demoscópicos: Sarkozy ganó más o menos por el margen previsto.

[El anuncio del veredicto de las urnas en las presidenciales francesas es un espectáculo sui generis. A diferencia de Alemania, donde sucesivos escrutinios parciales mantienen al país entero en vilo hasta la madrugada, en la ribera opuesta del Rin el veredicto definitivo se anuncia a una hora fija por todos los canales de televisión puestos en cadena. Y en verdad de una manera no apta para cardíacos: rayando las 8 de la noche, aparece en la pantalla chica un animado de líneas curvas con los colores de la escarapela nacional y se inicia en un cuadrante el conteo regresivo a partir de diez que termina con la aparición de una foto del vencedor. ¡Sensacional!]

Y ahí mismo afloraron las viejas querellas intestinas entre las tres jerarquías socialistas. Tradicionalmente tironeado por un extremo hacia un abrazo suicida con la agonizante izquierda antiliberal de la mano del influyente Laurent Fabius (el mismo que encabezara el boicot al Proyecto de Tratado Constitucional de la UE); por el extremo opuesto, en otro franco anacronismo, hacia el dogma socialdemócrata de preguerra por el no menos influyente Dominique Straus-Kahn; y desde el medio, hacia un populismo progre al estilo Zapatero por la poderosa --y mal llevada-- pareja conyugal Ségolène-Hollande, el Partido Socialista afronta serias dificultades para diseñar una estrategia coherente de cara a las legislativas de junio. Las tres familias socialistas tienen más o menos el mismo poder de convocatoria, lo que agrava el riesgo de implosión.

Por lo pronto, Ségo parece haber tirado la toalla. Poco previsora como siempre, so pretexto de cumplir su promesa de “no acumular mandatos”, el 11 de mayo, apenas cinco días después de caer con las botas puestas frente a Sarko, la actual senadora y presidenta de la región de Poitu-Charente (nac. en Dakar, Senegal) declaró oficialmente su intención de “no postularse por su distrito de Deux-Sèvres”, por el que ha sido electa desde 1988. Decisión a anotar entre signos de interrogación, ya que, al no figurar en la bancada socialista de la Asamblea Nacional --o, mejor aún, como jefa de fracción-- ni en la plana mayor del PS, de hecho quedaría alejada del acontecer político en la capital, donde se decide todo en la hipercentralizada Francia.

Y no está claro que los caciques socialistas, que ya peinan canas, aparquen de nuevo sus propias aspiraciones para mantener a la, como quiera que haya sido, derrotada candidata a la primera magistratura nada menos que de aquí al 2012, como pretende ingenuamente ella. Sobre todo teniendo en cuenta que un alto porcentaje de sus electores sufragaron a su favor más por rechazo a Sarkozy que por convicción. Por lo demás, la plaza de secretario general está en manos de su marido François Hollande, quien hasta la fecha no ha dado señales de desear cederle el puesto a su arisca consorte. Cesión que, va de suyo, pondría otra vez sobre el tapete contra ambos el reproche de nepotismo, esgrimido ya antes con la candidatura presidencial de Ségo.

[La chismografía sobre la vida sentimental de los políticos es hoy tan rocambolesca como en la Francia imperial de los tres Luises (XIV, XV y XVI). El caso más sonado fue el de Mitterrand (1981-1995), quien mantuvo dentro del Palacio del Elíseo una concubina con una hija ilegítima. (Única restricción de salir por la puerta del fondo.) Son conocidos también los rollos de faldas de Giscard d’Estaing (1974-1981) y Jacques Chirac (1995-2007). Sarkozy y su bella mujer Cecilia fueron la comidilla hasta hace unos meses. Por estos días se agotaron en las librerías 38 mil ejemplares del libelo La femme fatale (La mujer fatal), que desvela la densa trama de agravios y venganzas de alcoba entre Ségolène y Hollande. Por suerte, los adulterios en las altas esferas son aquí peccata minuta, asunto privado. Por esa arista, Francia continúa siendo un país ciertamente delicioso.]

Ambos puestos, la secretaria general y la candidatura presidencial, que en buena ley deberían coincidir en un individuo, serán objeto de acalorados debates en un congreso posterior al 17 de junio. Del éxito o fracaso de cada facción socialista en la segunda vuelta de las legislativas depende no sólo quiénes ocuparán los cargos dirigentes, sino incluso la supervivencia del PS como partido de masas. Por otra parte, el futuro congreso no se podrá dar el lujo de desoír los clamores de renovación provenientes de las bases socialistas. Hora de hacer leña del árbol caído. Obviamente, Ségolène, cuyo rostro no es nuevo en el PS, se arriesga a quedar fuera de juego. Puede que ya lo esté.

Francia, ¿principio del fin de la ilusión "progresista"? (II)
Por Jorge A. Pomar, Colonia

SEGUNDA PARTE

Sarkozy seduce a los cuadros del PS


También entre las filas socialistas la estrategia de la zanahoria aplicada por Sarko empieza a hacer mella, provocando sensibles bajas. Pero la intención suena a moneda auténtica en su breve discurso de despedida en la sede de la UMP el pasado 14 de mayo: “Abrirse a otros, a los que tienen otro trayecto, otro historial, otra sensibilidad. […] No tener miedo a ideas diferentes. […] La apertura es la característica de las almas fuertes. […] Mi misión consiste en servir al interés general. Llegado el momento, diré, como todos mis predecesores, cuáles son las apuestas de este escrutinio”.

Algunos de los diputados conservadores presentes veían esfumarse así sus propias aspiraciones al gabinete como miembros del partido gobernante. “Estoy al 200 por ciento por la apertura --replicó más tarde Patrick Devedjian, actual ministro de Industrias--, pero hacen falta gestos tranquilizadores para los parlamentarios” [de la UMP]. Por su parte, el primer ministro designado François Fillon clausuró el acto con un llamado a la disciplina: “Con nuestros socios de la UDF, con las personalidades de izquierda y de la sociedad civil, somos en lo adelante portadores de un pacto presidencial”.

Entre tanto, en el bando socialista, François Hollande pidió ayer explicaciones a Bernard Kouchner, aspirante a jefe del Quai D’Orsay, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en París. El secretario general del PS ve en la oferta de Sarkozy “una operación para obtener plenos poderes”. Pero quien mejor ha expresado este tipo de recelos es la diputada Elisabeth Guigou. En su blog (www.elisabethguigou.com) advierte de que los tránsfugas socialistas: “Se hacen cómplices de una maniobra enfilada a aplastar a la izquierda en las elecciones legislativas. [...] Se arriesgan a ser rehenes de una política de derecha, muy de derecha”. Riesgo real, ya que, una vez que la UMP haya barrido en las legislativas, Sarko podría alterar su hoja de ruta aperturista y deshacerse sin esfuerzo de compañeros de viaje molestos.

Sin embargo, la seducción del reparto de carteras ministeriales es tanto más fuerte cuanto que el nuevo gabinete constará de sólo 15 ministerios (plus 4 secretarías de Estado), contra 29 en la actualidad. La deserción más notoria ha sido la de Kouchner. El ex ministro de Sanidad bajo el premierato de Lionel Jospin (1997-2002), fundador de “Médicos sin frontera” y alto representante de la ONU para Kosovo. Una de las personalidades más prestigiosas de Francia, Kouchner ya había anunciado su disposición a entrar en un “gobierno de unión nacional” sarkozysta.

Uno que se pasó por convicción al bando conservador antes de la primera vuelta fue el famoso filósofo André Glucksmann. El viernes pasado el ex ministro del Exterior Hubert Védrine acudió al despacho del presidente entrante en París, donde se baraja asignarle la cartera del Exterior o la de Justicia. Claude Guéant, director de campaña de Sarkozy y futuro secretario general del Palacio del Elíseo, está también en contacto con Anne Lauvergnon, alias Atomic Anne (“Ana la Atómica”) en la prensa anglosajona. Designada en 1999 por Jospin como presidenta de Areva, la agencia nuclear civil más grande del mundo, la Lauvergnon “no dice no a todo”, comentó satisfecho Guéant sobre la entrevista con la probable desertora (ayer se supo que había declinado la oferta.). En similares trámites se halla el ex ministro de Educación socialista Claude Allègre.

La lista de tránsfugas del PS, demasiado extensa para agotarla en este artículo, crece por día. La estampida inquieta al secretario general Hollande, quien ya antes había dado la voz de alarma en términos draconianos: “Quienes así se comporten serán excluidos del Partido Socialista y no podrán aspirar a la menor investidura local durante el período subsiguiente. […] Ese tipo de métodos, de egoísmos y de comportamientos no es compatible con el concepto que yo tengo de un partido organizado y estructurado”. Su exhortación a la unidad a rajatabla de cara a las legislativas parece estarle entrando por un oído y saliendo por el otro a más de uno.

Pero el mal es de fondo del PS viene de lejos. Y aparte de las animadversiones personales, tiene que ver más bien con la crisis programática, ideológica, de las izquierdas. No se puede acusar de traición a “ratas” que huyen de un barco que se va a pique a ojos vistas. Es casi inevitable la escisión del PS en una corriente moderada, encabezada --siempre que naveguen con suerte y superen su particular crisis de celos de alcoba y protagonismo-- por la pareja Hollande-Ségolène y Dominique Straus-Kahn; y otra radical bajo la batuta de Laurent Fabius y el ex presidente de la Asamblea Nacional Henri Emmanuelli, partidarios de un giro a la izquierda. Emmanuelli ha lanzado ya en público la idea de fundar un nuevo partido.

Los primeros intentarían aliarse con el mermante centro-izquierda del desequilibrado Movimiento Demócrata; los segundos, con la olla de grillos de la izquierda antiliberal. A decir verdad, el campo de captación de ambas corrientes sería sumamente escaso. Entre los pupilos de Bayrou, los socialistas moderados pescarían lo que quede después de descontar a los inamovibles del centro y al nutrido pelotón de los pasados, o por pasar, al bando sarkozista.

Aliándose con el Partido Comunista Francés (PCF, 1,93% de votos en la primera vuelta), Los Verdes (1,57%), Lucha Obrera (1,33%) y otros grupúsculos antiliberales fraccionarios, el PS o los radicales de Fabius-Emmanuelli no tendrían mucho que ganar. Por lo que, teniendo en cuenta lo mucho que representa un escaño en la Asamblea Nacional, lo más probable es que la orden de desistimiento en los respectivos distritos electorales a favor de uno de esos candidatos aliados en las legislativas de junio choque con la tenaz resistencia de los aspirantes socialistas.

Muy diferente es el caso de los trotskistas de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), del carismático Olivier Besancenot. Aunque también perdió votos, la LCR fue la única agrupación antiliberal con un resultado apreciable en la primera vuelta de las presidenciales: 4,08% (contra 4,24 en 2002). Pero aquí se justifica nuestro calificativo de “olla de grillos” para esos grupos antisistema. La LCR --al igual que los altermundistas de José Bové-- y el PCF son como el aceite y el vinagre: no hay fuerza humana que logre mantenerlos juntos a largo plazo.

Mientras que el PCF comulga fácil con el PS, los trotskistas de la LCR descartan de plano semejante alianza. Por su parte, Los Verdes, que pagaron caro su compromiso con Bayrou en la primera vuelta, han resuelto postularse en solitario a las legislativas. De manera que, en la práctica, el PS no tendrá socios de envergadura. Para más embrollo, las posibilidades de los líderes moderados limen asperezas entre sí son prácticamente nulas. Hollande rechaza tanto la socialdemocracia ortodoxa, cara a Straus-Kahn, como el “socialliberalismo” de la Tercera Vía. Y Straus-Kahn ya ha señalado al secretario general (Hollande) como el “principal responsable de que el PS no se haya renovado desde 2002.

Si el esfuerzo de Ségolène no bastó para ganar en las presidenciales, el de los diputados en las legislativas augura catástrofe: una lógica elemental indica que la cuota de escaños para los socialistas se acercará mucho más al 25,87% obtenido por Ségo en la primera vuelta, donde participaron doce partidos, que al 46,94 de la segunda, donde sólo competían los dos grandes. Por otra parte, todos los candidatos de izquierda juntos no pasaron del 37% de los votos en mayo. Considerando los estragos que ya está haciendo la anunciada voluntad de Sarkozy de “gobernar para todos los franceses” y abrir el gobierno al centro y la izquierda, no cabe duda de que la bancarrota socialista es total. ¿Principio del fin de la ilusión “progresista”?

Sarkozy: “Doblar la página de Mayo del 68”

Al tanto de la crisis de ideas que atraviesan las izquierdas francesas, socialistas incluidos, Sarkozy se trazó el objetivo de propinarles el tiro de gracia ideológico. Y tuvo el tino de elegir bien el blanco. (Y el titular el Exterior, Kouchner, renegado del 68, defensor de la "ingerencia humanitaria" y de la guerra de Irak.) En un discurso pronunciado durante la segunda vuelta en París-Bercy arremetió sin contemplaciones contra el legado de Mayo del 68 en presencia de dos de los más ilustres renegados de aquella revuelta estudiantil contra el capitalismo y Occidente, los filósofos André Glucksmann y Alain Finkielkraut. Escuchémosle sin prejuicios:

Mayo de 1968 nos ha impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos de mayo de 1968 habían impuesto la idea de que valía todo, que por tanto en lo adelante no habría ninguna diferencia entre el bien y el mal, lo falso y lo verdadero, lo bello y lo feo. Habían tratado de hacer creer que no podía existir ninguna jerarquía de valores.

Toda esta andanada etológica para llegar a una conclusión que dice mucho sobre su propia idiosincrasia ecléctica y que, no por inédita y un tanto traída por los pelos, deja de encerrar cierta dosis de verdad que atraería sobre su cabeza las iras de los aludidos (entre ellos, Daniel Cohn-Bendit, el famoso “Dani el Rojo” de los disturbios del 68, hoy flamante eurodiputado en Bruselas por Los Verdes, un partido liliputiense):

La herencia de mayo de 1968 ha introducido [habría sido más acertado usar el participio “contribuido” o “coadyuvado”] el cinismo en la sociedad y en la política. Vean cómo el culto al rey dinero, a la ganancia a corto plazo, a la especulación; cómo las derivas del capitalismo financiero han sido trazadas por los valores de mayo de 1968. Vean cómo la contestación de todos los referentes éticos ha contribuido [se autocorrige] a debilitar la moral del capitalismo, cómo ha preparado el terreno al capitalismo sin escrúpulos. [Y aludiendo a la demonización de su persona:] Son los mismos que en 1958 incurrieron en la absoluta ridiculez de desfilar contra el general De Gaulle gritando que el fascismo no pasaría. Quiero doblar la página de Mayo del 68 de una vez por todas.

Suena a disparate, pero no lo es tanto. Porque no es menos cierto que, por poco que uno ponga bajo la lupa el tren de vida de la llamada « izquierda caviar », o bien, para citar un ejemplo de nuestro patio criollo, la rapacidad y los despiadados mecanismos comerciales que el castrismo pone en acción para apropiarse de la tajada del león de las remesas en divisas del exilio, convendrá en que, en efecto, existe una estrecha relación entre el nihilismo y el “vale todo” de los yuppies, que los hay también a montones de izquierda. Sin perjuicio de que el neoliberalismo haya --si cabe, puesto que el egoísmo en un rasgo humano anterior al dinero y el capital-- agravado las cosas.

Aquí viene a cuento el aluvión de críticas de la izquierda al futuro presidente por haber disfrutado de unos días de descanso a bordo del lujoso yate de un amigo millonario, en vez de en un convento, como había anunciado. Pura hipocresía progre: ¿dónde se solazan los jerarcas izquierdistas? ¿Acaso en la chalupa de un pescador o en populares hoteles de tres estrellas, como los comunes mortales cuando hacen turismo?

Significativamente, la mayoría de los franceses de a pie, que no son mojigatos, no han visto nada censurable en la travesía del presidente electo. Antes al contrario, en un país laicista como el suyo, tal vez les habría preocupado que se retirara a meditar bajo bóvedas monacales.

Bien leído, sin embargo, no hay mucha distancia entre lo dicho por Sarko, que en sustancia es una apelación a la ética, y los sinceros ideales altruistas de la izquierda liberal, que no suele posar de protectora de los desvalidos. Sarkozy ha puesto hábilmente el dedo en la llaga. Como botón de muestra del berrinche de los aludidos, citaremos un párrafo de una entrevista concedida al respecto por el excéntrico Cohn-Bendit (¿cuánto gana, por cierto, en esa eurocámara burguesa, que justamente los obreros franceses están locos por ver disuelta?). El infantilismo de este incorregible rebelde sin causa no tiene desperdicios:

He ahí la prueba de que él osa decir cualquier cosa. Porque, en fin, ¿quién estaba en la calle en mayo de 1968? No sólo nosotros, los estudiantes contestatarios. Más de la mitad de Francia se declaró entonces en huelga. [Una mentira como una casa, puesto que él mejor que nadie sabe que las reivindicaciones de los obreros eran estrictamente materiales]. Eso es lo que Sarkozy no acepta. Por lo demás, las palabras que utiliza son sintomáticas. Habla de “liquidar Mayo del 68”. [Y ahora, agárrense, viene lo bueno:] Se comporta como un estaliniano puro. Cuando los franceses quieren reconciliarse, él se empeña en exhumar al final de campaña viejos rencores de hace 40 años.

Alfredo Bryce Echenique explica Mayo del 68 para latinoamericanos

De que le picó, le picó. Para salir de dudas respecto a lo qué realmente ocurrió en Francia durante aquellas tumultuosas jornadas de mayo de 1968, basta con leer La vida exagerada de Martín Romaña (Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1981). Esta novela del peruano Alfredo Bryce Echenique (Casa de las Américas publicó en Cuba su novela Un mundo para Julius), testigo presencial de los hechos, narra en clave jocosa las desventuras en la Ciudad Luz de un humilde estudiante peruano que, desquiciado por una hermosa chica subversiva de familia acaudalada, se ve de pronto envuelto él mismo en las protestas callejeras sin compartir los ideales (al principio) ni la dulce vida de sus condiscípulos franceses.

Tras una larga de desvaríos político-literarios y desengaños amorosos, la novia le da calabazas. Cuando De Gaulle ordena a la gendarmería parisina hacer uso de las porras sin miramientos, la revuelta estudiantil acaba tan de golpe y porrazo como empezó. Y los revoltosos se van a casa o de vacaciones como si tal cosa. En cambio, el protagonista no sólo ha derrochado los escasos recursos con que contaba para estudiar en la Sorbonne, sino que se ha intoxicado de mala manera con el abstruso lenguaje y los dogmas del neomarxismo tercermundista de Mayo del 68.

Bryce Echenique se vale de una ingeniosa metáfora para describir el arduo proceso de desintoxicación ideológica sufrido por el joven Martín Romaña: el vientre se le hincha cada vez más. Por mucho que puja, no logra aliviárselo. Para más inri, un matasanos le destroza el ano. Finalmente, se somete a una complicada cirugía reconstructiva anal. Con éxito. Pero, antes de darle de alta, el risueño cirujano le muestra una batería de relucientes cilindros metálicos en forma de penes de distintos grosores y altura.

El atónito paciente debe aplicárselos de mayor a menor hasta que el angostado esfínter haya recuperado sus dimensiones naturales. Insisto, si el lector quiere hacerse una idea de Mayo del 68 visto por un autor muy cercano a nuestra idiosincrasia, nada mejor que hacerlo disfrutando de esta implacable sátira que ilustra muy bien el lavado de cerebro que aún sufren los estudiantes latinoamericanos en los campus de Europa Occidental. Por lo demás, para entender al Viejo Continente es indispensable conocer el día a día por esa época.

El programa de Sarkozy en síntesis

• Trabajo e ingresos: sin abolir la semana de 35 horas, darles la posibilidad a los franceses de “trabajar más para ganar más”, exonerando de cargas sociales las horas extras. Acortar los plazos de despido. Suprimir las compensaciones millonarias, conocidas en Francia como parachutes d'or (“paracaídas de oro”), a los gerentes salientes de grandes empresas. “Batirse” por el pleno empleo y el incremento del poder adquisitivo de las masas.

• Funcionariado: reducir los cinco millones de empleados públicos actuales, cancelando una de cada dos plazas que vayan quedando vacantes con el fin de reducir la deuda pública, aumentar los sueldos del personal en activo y desburocratizar la gestión administrativa. Eliminar por convenio o decreto las huelgas en el sector público o, en su defecto, garantizar un servicio mínimo durante el paro de protesta. Cancelar 14 de los 29 ministerios.

• Igualdad del hombre y la mujer: respetar la paridad de géneros en la composición del gabinete.

• Fiscalidad: bajar los impuestos sobre la renta a un tope del 50 por ciento. Eliminar los impuestos a la herencia y las donaciones para un 90-95 por ciento de los franceses, o sea, excepto para la plutocracia (en un país de pequeños propietarios).

• Criminalidad: modificar el Código Penal para introducir sentencias a prisión mínimas para reincidentes. Extender la plena responsabilidad penal a todos los ciudadanos a partir de los 16 años a fin de yugular los disturbios juveniles suburbanos. Establecer el peritaje médico obligatorio para todos los recluidos por delitos sexuales antes de soltarlos, así como el deber de presentarse regularmente a la policía una vez puestos en libertad.

• Inmigración: crear un nuevo Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Aumentar los requisitos para la reunificación familiar a los extranjeros, limitando ese derecho a aquellos que dominen el francés y dispongan de vivienda adecuada y contrato laboral.

• Energía: conservar el potencial nuclear pacífico (por cierto, en breve Chirac debe hacerle entrega de las claves del arsenal atómico) del país, que extrae de esa fuente unas tres cuartas partes de sus recursos energéticos. Paralelamente, fomentar la explotación de energías renovables.

La izquierda internacional, ¿principio del fin?

Hasta ahí el programa de reformas socioeconómicas del nuevo inquilino del Palacio Elíseo, quien en lo relativo a su contradictoria promesa de proteger la industria, la agricultura y el comercio franceses, más bien se queda corto comparado con las drásticas medidas de la Tercera Vía británica. Una meta que deberá flexibilizar en el curso de su mandato, entre otras cosas, para no chocar con las normativas de la UE ni con los imperativos de la globalización.

En otro orden de cosas, para llevar a buen puerto su agenda antitolitaria Sarkozy deberá andarse con pies de plomo a la hora de atacar los mitos fundacionales de la Francia contemporánea, campo minado difícil de atravesar sin perecer políticamente en el empeño. Que sepamos, Sarko nunca ha abordado explícitamente los arraigados tabúes de la Résistance antifasciste, el apoyo masivo de los franceses a la República de Vichy y el papel superfluo de De Gaulle en la derrota de la Alemania hitleriana y la liberación de París.

Claude Allègre, al frente del negociado de Enseñanza Superior e Investigación, podría cumplir cabalmente la tarea de, como ha prometido al nuevo presidente, “ayudar a las universidades francesas a adaptarse al siglo XXI y lograr que la investigación vuelva a ser una de las prioridades nacionales”. Pero, ¿se atreverá este veterano del PS (nac. 1937) a poner a un lado sus propios resabios ideológicos y desafiar al poderoso profesorado de izquierda en sus reductos de la enseñanza media y superior?

Ojalá que sí, pero difícilmente sea el hombre adecuado para la misión. Pues, justo en ese linde, se alza la barrera mental del (falso) orgullo nacional galo. Ni siquiera el primer presidente neogaullista parece dispuesto a franquearla. (Entretanto, se ha sabido que la cartera de Enseñanza Superior e Investigación no será ocupada por Allègre sino por Valérie Pecresse, UMP.) Para ello la joven ministra (39 años) tendría que contrarrestar la anacrónica vigencia de Jean-Paul Sartre y André Malraux, priorizando en los planes de las carreras de Humanidades las tesis de filósofos liberales del fuste de un Raymond Aron (1905-1983) en El opio de los intelectuales, o de un François Revel (1924-2006, su nombre no figura ni en la enciclopedia Larousse) en La tentación totalitaria.

De momento, aunque nadie teme que los disturbios alcancen las proporciones de mayo del 68, varias organizaciones estudiantiles de extrema izquierda han convocado para mañana (miércoles, 16-05), entre ellas las Jeunesses Communistes Révolutionnaires (JCR, Juventudes Comunistas Revolucionarias), la primera manifestación de protesta estudiantil contra los planes de reforma universitaria del presidente.

Con todo, si a la postre la UMP arrasa en las legislativas de junio y luego Sarko capea bien el temporal que le armarán sin falta las izquierdas, los efectos de su reinado en política exterior podrían desencadenar, dado el enorme poder de irradiación de Francia, el comienzo del fin de la izquierda internacional o, lo que viene a ser igual, su puesta al día con la modernidad neoliberal.

Para empezar, el Proyecto de Constitución Europea saldría adelante sin tropiezos en la versión minimalista sugerida por Sarkozy y preconizada por Gordon Brown, inminente sucesor de Blair en Downing Street 10, y la canciller federal alemana Angela Merkel, ya consagrada como líder comunitaria. Entre ellos redondearán un incontrastable y acoplado trío de gigantes que dejará sin falta en la cuneta europea al débil dúo progre integrado por el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y su siempre tambaleante homólogo italiano Romano Prodi.

Además, la alianza trasatlántica con Washington saldrá fortalecida. Circunstancia que, por un lado, hará más difícil a los demagogos autoritarios del Tercer Mundo meter cuña entre las potencias occidentales y, por el otro, pondrá el freno a la Rusia chantajista de Putin, reafirmando a los antiguos satélites soviéticos de Europa Oriental, notoriamente ninguneados por Chirac.

Por lo que nos concierne, habiendo prometido previamente erigirse en defensor de los derechos humanos a nivel planetario, el vibrante discurso de la victoria pronunciado por el presidente electo el 6 de mayo en la Plaza de la Concordia parisina suena convincente, halagüeño a los oídos de la oposición cubana. “Hay un país en el mundo con los oprimidos […], con los perseguidos del mundo entero”, exclamó Sarko, quien además prometió poner fin al “pensamiento único”. Tópico que en sus labios conservadores sólo puede ser el acuñado por el británico George Orwell en su célebre novela 1984, o sea, el pensamiento totalitario de izquierda y derecha.

Por tanto, los demócratas cubanos de la Diáspora y la Isla podemos albergar la razonable esperanza de que la política apaciguadora de La Moncloa acabe pronto estrellándose contra la voluntad mancomunada de Alemania --cuya embajada en La Habana abre sus puertas una vez al mes a los disidentes--, Gran Bretaña y Francia. Sarko tampoco ha tenido pelos en la lengua a la hora de calificar sin rodeos al castrismo como une dictature tou court (“una dictadura sin más”). Cómo no, la instalación del presidente electo francés en el Palacio del Elíseo es una excelente noticia también para nosotros los cubanos. Conque, allez -y, Sarko! (“¡Manos a la obra, Sarko!”)

[Nuevo Consejo de Ministros francés (18-05-2007)

Primer ministro
François Fillon, UMP (53 años)

Ministro de Ecología, Desarrollo y Ordenación Territorial Sostenible
Alain Juppé, UMP (61)

Ministro de Economía, Finanzas y Empleo
Jean-Louis Borloo, Partido Radical (56)

Ministra del Interior, Ultramar y Colectividades Locales
Michèle Alliot-Marie, UMP (60)

Ministro de Asuntos Extranjeros y Europeos
Bernard Kouchner, PS (67)

Ministro de Inmigración , Integración, Identidad Nacional y Codesarrollo
Brice Hortefeux, UMP (49)

Ministra de Justicia
Rachida Dati, UMP (41)

Ministro de Trabajo, Relaciones Sociales y Solidaridad
Xavier Bertrand, UMP (42)

Ministro de Educación Nacional
Xavier Darcos, UMP (59)

Ministro de Enseñanza Superior e Investigación
Valérie Pecresse, UMP (39)

Ministro de Defensa
Hervé Morin, ex UDF (45)

Ministra Sanidad, Juventud y Deportes
Roselyne Bachelot, UMP (60)

Ministra de Vivienda y Urbanización
Christine Boutin, UMP (63)

Ministra de Agricultura y Pesca
Christine Lagarde, UMP (51)

Ministra de Cultura y Comunicaciones / Portavoz Oficial del Gobierno
Christine Albanel, UMP (51)

Ministro de Presupuesto, Cuentas y Función Públicas
Eric Woerth, UMP (51)

Secretario de Estado de Relaciones con el Parlamento (adjunto al Primer Ministro)
Roger Karoutchi, UMP (55)

Secretario de Estado de Perspectiva y Evaluación de Políticas Públicas (adjunto al Primer Ministro)
Eric Besson, ex PS (49).

Secretario de Estado de Transporte (adjunto al ministro de Ecología, Desarrollo y Ordenación Territorial Sostenible)
Dominique Bussereau, UMP (54)

Secretario de Estado de Asuntos Europeos (adjunto al Ministro de Asuntos Extranjeros y Europeos)
Jean-Pierre Jouyet, ex PS (53)

Secretario de Estado de Solidaridad Activa contra la Pobreza
Martin Hirsch, ex PS (43)]