Sunday 2 November 2008

"El pueblo más contento del mundo"

La Habana de ayer

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Sé que sin duda muchos ya han visto el vídeo titular y también los otros. Por lo que a mi Alter Ego respecta no albergaba al volver a verlos otras pretensiones que las de matar con esas entrañables secuencias de antaño al terrible "gorrión" otoñal aquí en Colonia. Y lo remata ahora escribiendo al alimón conmigo este post desgreñado. Quedan sabiendo. [Foto: El carnaval habanero en 1954, Der Spiegel.]

Preámbulo histórico

Desde luego, como de costumbre, ambos nos atenemos aquí al aforismo de que las verdades históricas , tanto o más que los embustes propagandísticos totalitarios, necesitan reforzamiento. Lo cual es tristemente cierto en particular en el caso cubano, puesto que al calor del renovado debate sobre el Batistato en El Nuevo Herald se va haciendo cada vez más notorio el hecho, a estas alturas ya incontrovertible, de que el "exilio histórico", en su quimérico afán por instaurar una Cuba martiana por la vía revolucionaria, no sólo tardó demasiado en percatarse de la índole totalitaria del nuevo régimen, sino que descuidó desde el principio y, finalmente, acabó perdiendo en un campo crucial de la batallas de ideas: el rescate de la imagen republicana.

Una derrota mediática costosa de cara a las nuevas generaciones que tiene su origen en nuestra tenaz ineptitud para comprender lo obvio. A saber, que el Batistato había sido apenas un trastorno institucional que en modo alguno representaba una solución de continuidad permanente con el espíritu y las prácticas republicanas. De Batista, ¿quién lo duda hoy?, se pudo y debió salir por la vía electoral.

Pero no se quiso admitir que, en puridad, la República perfecta con la que ellos soñaban había nacido cadáver aquella jubilosa mañana del uno de enero del 59. Peor aún, una vez trágicamente constatado el error, los líderes republicanos en el exilio (ortodoxos y auténticos) persistieron en el error elitista (entre otras razones, por sentirse moralmente superiores a ellos, lo cual era manifiestamente falso) de no pactar con los batistianos, generando con aquella intolerancia una fractura originaria que en lo adelante replicaría en fragmentaciones cada vez menores que han conducido a la actual atomización de la oposición anticastrista.

La Habana de los años 30



Descontando la perfidia (rasgo biográfico harto público, porque cualquier modesto lector de periódico conocía de antemano su historial de gatillo alegre no sólo de Fidel sino también de la claque gansteril alrededor del líder de la FEU, que no por gusto intentaría tomar el Palacio Presidencial el 13 de marzo del 57 a fuerza de granadas y ráfagas de ametralladora; el detalle del vehículo de asalto, un camión de lavandería, no deja de ser ser elocuente) del jefe del asalto al cuartel Moncada (26 de julio del 53), un factor psicológico decisivo en aquel suicidio en masa de la burguesía republicana fue la frivolidad del movimiento insurreccional, especialmente de su corajuda ala clandestina.

Otro, derivado de baldía temeridad juvenil, la renuencia posterior (dura todavía en la mayoría de los veteranos) de los veteranos de la lucha contra la dictadura a renunciar a su propia leyenda heroica, lo cual conlleva siempre el autoanálisis retrospectivo, tanto más dolororo en este caso cuanto que afecta a su dorada juventud. Evidentemente, todos aquellos chicos impetuosos prefirieron la violencia armada por ser método heredado de sus antecesores (lucha contra el Machadato, "bonche" universitario bajo ambos gobiernos auténticos) y a la vez acorde con hábitos agresivos adquiridos en los belicosos institutos de bachillerato.

Permítaseme ahora una breve digresión a fin de meter la cuchareta en otro debate que en su momento dejé pasar. Desde el punto de vista anterior, retomando aquí la vieja polémica entre Annabelle Rodríguez y de Fructuoso Rodríguez junior, me atrevo a afirmar que, al margen de la ética personal, el mártir de Humboldt 7 no estaba tan lejos del aparatchik intelectual del Partido Socialista Popular (PSP) Carlos Rafael. Cierto, más tarde este último sería el enlace de su gente con la Sierra Maestra y a partir del 59 se ensuciaría aún más el plumaje como tercer hombre del régimen.

Empero, en honor a la verdad, fiel a la línea inicial de la cúpula comunista, públicamente contraria a la guerra civil hasta mediados del 58
, Carlos Rafael jamás habría optado por la lucha armada de motu propio, al menos en condiciones tan desventajosas como las que existían antes de esa fecha y mucho menos en alianza con el enemigo de clase, o sea, con las clases medias representadas por el Movimiento 26 de Julio y la FEU.

¿Qué autorizaba
a José Antonio Echevarría a atribuir la acción
del 13 de marzo del 57 al "pueblo de Cuba"?




Arribista nato, una vez en el poder, como tantos revolucionarios de la primera hora, asistiría impávido a dos grandes purgas contra sus propios camaradas sin mover un dedo. ¿Cuántos del M-26-07 y la FEU lo hicieron cuando fueron cayendo en desgracia sucesivamente Huber Matos y un sinfín más de compañeros de lucha? En fin, las cosas en su sitio: todos los bandos en pugna, incluido el Ejército Nacional y la intelectualidad "revolucionaria", a sabiendas o no, se equivocaron de medio a medio.

Y cada cual a su manera, quienes más, quienes menos, jugaron su papel determinante en el contenible ascenso del Magno Paciente. Hasta que le tocó el turno de errar a "nuestro pueblo", que se sumó a última hora a la revuelta para ayudar al Mesías a pasar factura a la canalla republicana y embromarse a su vez. La cadena de errores, equívocos y complicidades no ha hecho más que alargarse con nuevos eslabones a favor del statu quo, amenzando al futuro de la Isla. [Fin de la digresión.]

Un tercer factor no menos importante remite a un imaginario nacional de factura intelectual que, coincidiendo con el enfoque radical de Guiteras y Fidel, condenaba en bloque a Batista desde su fase revolucionaria (1933-1944, incluyendo su primera presidencia legal ) y al orden republicano instituido por la Constitución del 40, fruto a su vez de la Revolución del 33. (Que no "se fue a bolina" como escribió el futuro titular del Exterior castrista Raúl Roa, sino que en su conjunto sería hasta enero del 59 el período más brillante, creativo y distributivamente justo de toda la historia de la Isla.)

De ahí la tardanza en romper el espejismo castrista, pese a las crecientes evidencia en contrario. Por ende, el eximio Rafael Rojas, a quien le asiste el mérito de haber reiniciado el debate histórico pendiente, yerra al alegar que hubo una legitimidad inicial entre 1959 y la proclamación del "carácter socialista" de la Revolución la víspera del desembarco de la heroica Brigada 2056 por Playa Girón. Lamentable que incluso un historiador de su talla confunda de tal manera ilusión colectiva con realidad objetiva.

No, mi estimado y nunca bien ponderado Rafael, no hubo tal fase democrática ni mucho menos legitimidad, habida cuenta de que el Gobierno Revolucionario, ciertamente aclamado hasta el delirio, nunca fue electo por la ciudadanía. La promesa de elecciones no pasó entonces de los micrófonos. De la justicia para qué hablar, nunca brilló más por su ausencia que en aquellos años "románticos".

Primeras horas del triunfo de enero del 59



De ahí, la espectacular fuga del primer presidente Manuel Urrutia Lleó, puesto y depuesto tan temprano como el 2 de julio del 59 por el Máximo Líder, sin haber llegado a mandar jamás ni dentro de su propia casa; de ahí el conato de rebelión de Huber Matos apenas dos meses más tarde; de ahí la estampida de las desvalijadas "clases vivas" a la zaga de los "esbirros y malversadores" batistianos, y un largo etcétera de calamidades hasta la fecha que tú conoces mejor que yo.

Inasequibles a las lecciones de la historia reciente de las relaciones bilaterales con Estados Unidos (al dejar caer a Batista y triunfar a Fidel, en realidad la Casa Blanca bajo Eisenhower, quien había respaldado a regañadientes el plan invasor, no había hecho más que plegarse como siempre a la voluntad mayoritaria de los criollos), su pecado original consistió en fiarse a ciegas al recién estrenado e inexperto sucesor demócrata John F. Kennedy.

Craso error repetido ahora mismo por la irreconocible, e indecente, Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), entre otras organizaciones del exilio, claramente a la baja (o sea, reclutando apolíticos y "moderados" de las últimas oleadas migratorias) y con los ojos cerrados aún mas cerrados de cara al aparentemente incontenible ( en los surveys) ascenso del también candidato del Partido del Burro Barack Hussein Obama, liberal de los peores (vale decir, de los que, a diferencia de
Kennedy, su infortunado modelo caucasiano, carecen tanto de carácter como de cosmovisión).

Exactamente igual que su correlato madrileño, al servicio de un partido "progreista", aunque al frente de una impotencia neocolonial antigringa, se halla en Madrid la
benemérita "Asociación Encuentro de la Cultura Cubana (AECC). Acaso no venga tanto al caso en este contexto como la FNCA. Pero, de refilón, no puedo cerrar este preámbulo histórico sin, como de costumbre, arrearle su penúltimo didáctico fuetazo.

La Habana de ayer en imágenes de archivo

Pero, en fin, dejemos a un lado el reino de tinieblas de Clío (musa de la Historia) y Caliope (ídem de la Épica) Obviamente, al margen de su valor nostálgico, cotejadas con las imágenes actuales de la ciudad, estas raras grabaciones de archivo son una rotunda condena al régimen. Documentan a la perfección eso que el escritor Antonio José Ponte acertara a catalogar como "arte cubano (léase castrista) de hacer ruinas". Ruinas arquitectónicas y ruinas humanas, porque el alma de los habaneros (y de casi todos los cubanos) también se halla en "estática milagrosa".


Lo dicho, lo que me fascina aquí son los datos arqueológicos: la arquitectura, la eficiencia de los servicios, el comercio minorista (con esa bien surtida bodega de barrio) y el transporte público (incluido el tranvía), la limpieza de las escenas callejeras (Malecón, Prado, Neptuno, San Rafael, etc.), la escasa presencia de agentes del orden, los modales de los transeúntes, la elegancia y el sosegado optimismo tanto de los flaneantes como de los que enfrascados en la lucha por la subsistencia.

Hace unos años, de vacaciones en Miami, Anna y yo esperábamos el ómnibus en una para de la "Sauesera" (South West) cuando vimos acercarse a un hombre que parecía ocultarse del sol pegándose a paredes y muros. Miraba hacia el cielo, como temeroso de un ataque.

Al llegar, se escondió en un rincón al tiempo que nos preguntaba: "¿Está allá arriba el hijoeputa ese?" Un orate, pensamos. Ante nuestras caras de asombro, aclaró: "¡Jesucristo, que se me ha encarnado y anda velándome para joderme!" "Tranquilo, ni rastro del Crucificado", contesté.Dada la inutilidad de cuestionar las alucinaciones de los locos, saqué la cabeza, eché un vistazo de cortesía hacia las alturas (cielo despejado con astro rey llameante casi en el cenit) y le mostré las palmas de las manos.

Enseguida se relajó y, escrutándome de pies a cabeza con ojos afectuosos: "¿Eres cubano?" Blanco algo cetrino, estaba empapado en sudor pero no mal vestido (guayabera, pantalón de hilo blanco y pulcros zapatos blanquinegros de huequitos. Sobre el pecho de paloma lucía un par de medallas de genuina apariencia. Boricua, jubilado, veterano de la Segunda Guerra Mundial...

Hechas las presentaciones por nuestra parte, alzó el índice y --pícara complicidad en el tostado rostro-- nos causó grata sorpresa con el relato de su breve estancia en La Habana a mediados del 58, o sea, en pleno apogeo de la rebelión antibatistiana:

"¡Lástima de país! Te acompaño en el sentimiento. El pueblo más contento del mundo, brother. Lo digo yo que recorrí los puertos de medio mundo a bordo de un destrcutor americano. Los habaneros se pasaban el santo día cantando, bailando y guarachando. Desde el amanecer hasta la madrugada...". [Foto, Plaza del Vapor, 1954. Der Spiegel]


Por cierto, el primer castigo impuesto al Abicú --recuerden que, culpables o no, se recomienda pegarles de vez en cuando a los de su signo-- en la capital se debió a su inveterada manía de ejercer su derecho al libre albedrío en todas las circunstancias. Resulta que ya mi Alter Ego había aprendido a hacer los mandados en el nuevo hábitat y su progenitora, entonces corta de monedero, le apretó bien en la mano todo el capital disponible, un peso de plata, para que bajara aquella mañana a comprar una libra de pan en la cercana Plaza del Vapor.

P.M., documental de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez (I)



Pues, bien, cuando el panadero le puso el cartucho con la fina flauta sobre el mostrador, el hijo de Mercedes sacó la cuenta: tres hermanos agregados, cuatro primos, una mamá y una tía (su marido José, carpintero encofrador, había salido en busca de contrata al amanecer). Total: diez negros hambrientos. Aquello no iba a alcanzar ni para empezar. De modo que, en ausencia del alto mando doméstico, tomó la lógica decisión de invertir por su cuenta y riesgo otros dieciséis centavos --¿o eran ocho?-- en una segunda de aquellas crujientes y cálidas flautas.

Cuál no sería su asombro cuando al hacerle formal entrega del encargo a la autora de sus días notó que un interrogante fugaz debajo de sus cejas crispadas se deshacía como por encanto en súbito enojo y, antes de que él pudiera comprender lo que estaba acaeciendo, el pringado cartucho con ambas flautas dentro se impactaba sobre ya entonces vasta frente y los endebles brazos de Mercedita.

Notando que su vida corría serio peligro, echó a correr por el pasillo con su madre echa una furia detrás, asestándole un golpe detrás del otro. Íbanse ya abriendo las cortinas de los cuartos y armándose la gritería cuando, de pronto, sobresalió la voz de su amada tía llamando a su hermana a la cordura:

--¡Mercedita, Mercedita, está bueno ya! ¡Por tu madre, mira que el...
El Abicú se sintió a salvo. La aludida suspendió el ataque, se volvió hacia tía Lila e inquirió:
--¿Que mire qué, chica? ¡A este desgraciado le voy yo a enseñar...!
Ya se volvía otra vez en pos del facultoso chiquillo cuando la tía atinó a sostenerle las ardientes mejillas entre las dos manos y suplicó:
--¡Mi hermanita, ¿no ves que sólo nos queda dinero para el almuerzo (que en aquella Habana humilde, para espanto de los cardenenses, consistía en un humeante vaso de café con leche y pan con mantequilla) y ya le has roto la mitad de los panes del desayuno en la cabeza?

P.M., documental de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez (II)



Me quedé boquiabierto: Conque Lila no había intervenido para salvar a su sobrino. Qué decepción. Pero todo acabó bien, pues de repente un viejo que se había percatado de la comicidad del percance soltó una carcajada que cambió la tónica. Mercedes y Lila se contagiaron y detrás de ella todas las caras asomadas a las barandas de los cinco pisos. A la postre, hasta el Abicú enseño la cajetilla.

Al atardecer, éramos ricos y felices: José, que había conseguido trabajo en una obra del Vedado, trajo una factura. Y del resto de los cinco pesos, mi tía le quitó uno para jugarse un parlé en la charada a no sé qué combinación de números relacionados con el pan y los abicúes. Con el resto ella y su hermana se pasarían toda la noche jugando a la lotería con las vecinas en medio del pasillo mientras abajo los músicos y bailadores de siempre reventaban su acostumbrado rumba de cajón...

En efecto, así era la capital cuando, por la misma época que aquel demente andariego, un Abicú de 10 años procedente de la Ciudad Bandera (también conocida como de "los Baches" o "Cangrejos") apeóse de un ómnibus (¿de la línea "Flecha de Oro?) en un costado del Parque Central para ir a vivir al cuarto de una de sus tías en "El Reverbero", el solar más grande y famoso de la ciudad, contiguo con Sears, la antigua (hoy demolida) tienda por departamentos frente al Parque de la Fraternidad.

Pototo y Filomeno cantando con la orquesta
Melodías del 40 a bordo de un autobús habanero



Con todas sus alegrías y sinsabores, aquél solar era sin la menor duda el punto cero de la deliciosa picaresca habanera de la era de la "política cómica" narrada, en los años 40 por Miguel de Marcos en
Papaíto Mayarí; y luego, durante los sangrientos pero ubérrimos años 50, por Cabrera Infante en Tres tristes tigres y La habana para un infante difunto.

Huelga aclarar que la de hoy, guardando las debidas distancias estéticas sin desmedro del novelista, es la del realismo cloacal --arquitectónico y humano-- de un Pedro Juan Gutiérrez en
El rey de La Habana. Precisamente para que las nuevas generaciones no contrastaran aquel, pese a todos los pesares, "pueblo más contento del mundo" de antaño con el triste, cutre y deprimente de hogaño. Por eso, se censuró en 1961 en el documental P.M. (no era tan ingenuo como algunos quieren creer) y se ha destruido o dejado destruir cualquier cantidad de kinescopios de la época.

5 comments:

Anonymous said...

El gordo Manzanita era también un estúpido -arrogante estudiante-gansteril muy al nivel de su época. Si viviera hoy se debería arrepentir de sus irresponsables actos violentos de respuesta a la violencia que le circundaba.

Anonymous said...

El pasado se ha destruido sistemáticamente en la Cuba de Castro. Sólo así se le puede dar brillo y esplendor a la tan cariada robolución.
HI

Anonymous said...

Las exportaciones de España a Cuba aumentaron un 33 por ciento entre enero y agosto, en relación al mismo período del 2007, y alcanzaron los $747 millones (unos 588 millones de euros)
DIXI

Margarita Garcia Alonso said...

Encantada de aprender en tu blog. saludos,
lamarga

Anonymous said...

Venezuela democrática salvó a miles de presos cubanos
CASTO OCANDO
El Nuevo Herald

...El plan recibió también el respaldo entusiasta del ex mandatario Rómulo Bentancourt, que fue presidente entre 1960 y 1964 y el único político latinoamericano que se enfrentó abiertamente a Fidel Castro al principio de la revolución cubana.

El programa era parte de "una línea constante de la democracia venezolana de abogar por los derechos humanos en Cuba'', dijo a El Nuevo Herald Simón Alberto Consalvi, en esa época canciller de Venezuela y encargado de coordinar los esfuerzos con el exilio cubano en Venezuela.

"Por una parte, logramos sacar un grupo importante de presos políticos de Cuba, y por otra, en momentos en que había muchos asilados en la embajada venezolana en La Habana, también logramos con cautela que nos entregaran a los asilados'', indicó Consalvi, que en 1974 en su condición de embajador de Venezuela ante Naciones Unidas negoció en Nueva York el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Raúl Alarcón, entonces embajador de Cuba ante el organismo internacional.

La primera lista de beneficiarios fue elaborada por el disidente Mario Escoto, que estaba en libertad condicional en Cuba. Escoto hizo llegar la lista al gobierno de Pérez a través de Aureliano Sánchez Arango, ex ministro de Educación durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás y amigo personal de los presidentes Betancourt y Pérez....

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