Wednesday 23 March 2011

Die Überraschung ("La sorpresa")

Nada del otro festival el corto de Von Laso, pero sí (pésimo elogio) más ameno que ciertas anodinas Razones ciudadanas

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Pero ambos son buenos para relajar. Sinopsis: Olaf quiere darle una sorpresa a Julia, su ex novia ausente, preparándole una cena de reconciliación. A mucha insistencia, logra que una amiga común le entregue las llaves del apartamento. 

En su atropellado ajetreo con tal tenerlo todo listo para el feliz reencuentro nocturno, el pinche de cocina aficionado sufre una serie de accidentes domésticos, quemadura y conato de incendio incluidos. El estruendo es tal que una pareja vecina llama a la puerta para quejarse (Ella: "Disculpe, estamos celebrando un party". / Él: "Tal vez podría hacer un poco más ruido".) Gajes del oficio de intruso benéfico.

YOANI GORJEA.- Encontrarse para argumentar y proponer, no para insultar y denigrar. ¿Ya vio las "Razones Ciudadanas"? [Más de lo mismo con récord de bostezos por exceso de unanimidad] Granma me ha dedicado casi una página de insultos, me siento en las nubes... [Honor a quienes honor merecen.] ¡Mis nietos no me lo van a creer! Gobierno cubano comete fallas graves al atacar a los bloggers, creo que los asesores gubernamentales no están trabajando nada bien [¡Bingo, lo están haciendo sofisticadamente requetebién!] Vídeo Razones ciudadanas en Vimeo, 7749 vistas desde ayer. 1ra parte video oficial sobre la “Ciberguerra” en Youtube 1827 vistas. [Viniendo de tan cerca, la publicidad raya en el autobombo; por otra parte, qué mejor prueba de que los expertos en biónica diversionista del MININT permutaron al Piso # 14.]

Enseguida sobreviene el inesperado desenlace en la bañera ("¡¡¡Sorpresa!!!" / "¡¿Te has vuelto loca?!"), que no es precisamente la escena erótica que el infortunado Olaf tenía en mente a guisa de colofón reconciliatorio sino el inicio de un engorro criminal. (OJO: no desconectar, el clip continúa después de los créditos intercalados.)



La palabra "FLUP" que aparece sobre  la cruz de madera corresponde al goldfish asfixiado al derramarse la pecera durante el siniestro. A continuación, el diálogo de cierre en el cementerio entre ambos personajes: Ella: "No sufras tanto. Compramos otro pez y ya". / Él: "Es que yo te lo había regalado a Flup en prenda de amor". Lo dicho: en sí nada del otro jueves como cortometraje de ficción de Lancelot von Laso en el semanario teutón Die Zeit

Con todo, vale para matar tedios abicueriles y desencantos ajenos de cara a un Monotema que ultimadamente se nos está tornando cada día más rocambolesco a fuerza de real-maravilloso. Sobre todo, después de haberse uno empujado a pulso el coloquio retonto Razones ciudadanas, esa soporífera réplica escolástica de la Academia Blogger a su propia exaltación paradójica en la serie mesarretontera Las razones de Cuba.

El caso es que, por error acústico al final del clip alemán  asocié erroneamente --creí haber oído Flop en vez de Flup-- el nombre del costoso pez mascota con las nociones subconscientes de papelazo (flop), simulación, destape, candela, salto urgente por el balcón del Piso # 14 con la consiguiente fractura de patas. 

Jugarretas de la mala voluntad. No se trata en modo alguno sólo de los usuales infundios fundados de mi capcioso Alter Ego, sino más bien de una asociación lógica entre los riesgos del oficio de saltimbanqui político y el corolario irrefutable que se desprende de la siguiente sarta de gorjeos triunfalistas emitida desde la zona congelada del municipio Plaza de la Revolución por nuestra teatral Santa de las Muletas, recién beatificada por los vídeos de la tele castrista, por más que siga haciéndose innecesariamente la chiva con tontera:

¡Ayyy Sabina [del compromiso intelectual al farandulero: no acabo de verle la punta a ese empeño opositor en reclutar a cada artífice de la "baja cultura"; pero la culpa no es tuya] cántanos a los cubanos aquello de "Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena"! [Estribillo que te flipa, pero vale la cita como autorretrato nuestra Tuitera en Jefe y todo su fulastre (de "fü" y "fula") entorno camaleónico.] El delirio del poder llega a cimas inauditas por aquí. La última reflexión de Fidel Castro se llama "Los zapaticos me aprietan"...



Por mucho que duela a nuestro genus irritabile vatum (lat.: "gremio irritable de los bardos"según el revelador sondeo videograbado (terapia audiovisual revulsiva para martianos ortodoxos que no vacilo en aplicarle por segunda vez como vacuna a los sanos y antígeno a algún que otro adepto a la secta asiduo a este blog iconoclasta) de Mauricio Abad, las estrofa más popular en la Isla. Pero, en tanto y en cuanto, por azar habilitante mi insidioso Alter Ego es también filólogo emérito por la UH y se nota a las claras que se te escapa entre líneas el sutil mensaje subliminal de esta --no "última" sino, si Dios más con nosotros que contigo y María Elvira-- penúltima Reflexión, se ha dignado decodificártelo de mala fe en los siguientes términos:

El Magno Paciente reclama urbe y orbe por ese medio el copyright biránico sobre la "ola de revoluciones democráticas" que tanto alebresta a toda la sicofancia cultural de ambas orillas. A saber, el apacible traspaso de poderes omnímodos a su Fraternísimo Sucesor, acaecido un fecundo quinquenio atrás, habría sido el modelo original calcado por los revoltosos plagiarios de Túnez y Egipto.

Y a fe abicueril que no le faltan razones para pensar así, visto y comprobado el sesgo gatoparduno común a los tales "cambios democráticos" en dichos países. Incluso en Libia (si me levanto con el pie derecho, mañana me explayaré sobre el esperpento aliado), donde la harina es del costal violento e intervenionista que tanto te espeluzna, en la harto improbable eventualidad de su acólito Gadafi cayese en olor de santidad por obra y gracia de las andanadas de Tomahawks del Nobel de la Paz (por cierto, ni así se perfilan como vencedores esos benditos "rebeldes" sarko-bonchistas de Cirenaica) sería reemplazado por su ex ministro del Interior.

Quítate-tú-para-ponerme-yo que allá en La Habana equivaldría al truene golpista de Raúl Castro por Ramiro Valdés, ese Fulgor (encarnación suprema del mayoral en la narrativa e Juan Rulfo) hasta ahora inseparable de nuestro Pedro Páramo postrado. A falta del "rabo de nube", del "disparo de nieve" que los borre de pronto a los tres, forzando a los inquilinos del Piso # a saltar al vacío desde el balcón más famoso del país antes que se abran a la curiosidad "ciudadana" las cajas de Pandora de Villa Marista, un cambio de apellidos dinásticos no estaría del todo mal para ir haciendo boca en espera del plato fuerte. 

En cambio, conjurar la pesadilla de un vacío de poder rellenado por una rebelión cívico-militar es justo la misión asignada especialmente al liderazgo de la disidencia leal legitimado en la retahila de vídeos de última hora que simulan deslegitimar a los sicofantes desenmascarados ante la opinión pública nativa y foránea. ¿Qué opina el goldfish virtual mejor cotizado del archipiélago biránico? 

Y si ahora me pregunta algún ofendido testaferro anónimo a qué viene ese encarne con la laureada titular de Generación Y, la Academia Blogger, la Revista Voces, etcétera, pues resumiré mi respuesta en cuatro puntos, dos positivos y dos negativos. Los negativos primero por descortesía: 

(1) Yoani Sánchez es, en efecto, el troyano de diseño contrainteligente más dañino infiltrado en el disco podrido de un movimiento de derechos humanos horro de antivirus liberal-conservadores. 
(2) Por ende, la manera más eficaz de contrarrestar la inventiva de los frickies que la diseñaron consiste en encuerarle el genoma biónico mediante un laborioso proceso de deconstrucción pública. 
(3) Por otro lado, en virtud del cuantioso capital originario en divisas amasado por concepto de premios, subsidios y otras regalías,  sin duda es también el paradigma absoluto de nuestra futura meritocracia montaneriana. 
(4) For it makes a lot of fun here in Cologne  Agripinensis to tear her apart. Dicho en la jerga cara a la generación de las --y los-- yes: darle cuero de vez en cuando para matar un poco el gorrión exiliar. Got it, folks? I can't help it because I'm very fool and hellishly envious of both her long money and hair. Otrosí, es también mi modo hostil de rendirle mi pleitesía y darle cancha para que luzca todas sus luces como a ella le gusta... [Foto de arriba: careta favorita del Abicú para disfrazarse en el famoso Kölner Karneval.]   

Sunday 20 March 2011

Vacilón del día: Yoyoyoyoyoani

Amigos de las salamandras

Por Yoani Sánchez, Habana

"Fue un poco después de aprender que los caramelos eran dulces y el fuego quemaba [o sea, a más tardar antes de celebrar su segundo cumpleaños] cuando me di cuenta que a los cubanos nos estaba permitido inscribirnos en las organizaciones creadas por el gobierno, pero castigados aleccionadoramente si decidíamos crear nuestros propios grupos. Así, los niños entrábamos automáticamente a la unión de pioneros, las mujeres se convertían después de los 14 años en federadas, los vecinos integraban los comités de defensa de la revolución, mientras los trabajadores formaban parte del único sindicato autorizado en el país. Por su lado, los estudiantes se aglomeraban en su confederación y los campesinos estaban aglutinados en una sola agrupación a nivel nacional. Todos aparecíamos como afiliados a algo...".

Si habrá sido precoz aquella genial parvulita hasta la fecha puerilmente autocompasiva y egotista. Un post antológico de tres grimosos párrafos melodramáticos sin despilfarros neuronales. Pinche AQUÍ para seguir empalagándose en Generación Y. Amén del inefable lirismo de gorjeos digitales como el que sigue: 19-03-2011.- "Ayer fue una jornada dificil, hoy ha salido el sol pero no la tolerancia". Nada, que alguno de sus mecenas  tendrá que recargarle pronto la tarjeta pioneril con una chambelona jurásica antes de que haya que correr con esta chica tarántula para el cuerpo de guardia de psiquiatría pediátrica. ¿O cambiarle el pamper?

Wednesday 16 March 2011

Protagonismo: funcionarios escritores y el lamento bolchevique

“Perdieron la gesta pero mantienen el gesto”

Por Roberto Madrigal (foto), Cincinnati

Hace unas semanas [pinche sobre el subrayado para acceder al original en el blog del autor; ¡saludos!] seguí de cerca como muchos de los escritores, académicos, artistas e intelectuales que habitan la blogósfera cubana no escatimaban palabras, incluyendo una carta con múltiples firmantes,  para protestar por la presencia de Miguel Barnet en el Centro Bildner de la City University of New York (CUNY), con motivo de presentar la traducción de su novela La vida real (1986), para la cual recibió y disfrutó de una beca Guggenheim a principios de los ochenta, y que ahora aparece con el título A True Story: A Cuban in New York, editada por Jorge Pinto Bools y que cuenta extrañamente con un prólogo del escritor y profesor José Manuel Prieto.

Aunque estoy de acuerdo con los principios que motivaron la protesta y considero que tiene una base legítima, me parece que es un desperdicio de esfuerzos por el sendero equivocado. Muchas son las razones por las que pienso que ese tipo de protesta no conduce a nada (aunque me parece muy bien que se haga acto de presencia en esas actividades y que con un cuestionamiento inteligente se ponga en entredicho lo que dicta el conferenciante).

En primer lugar Miguel Barnet, aunque invitado en calidad de autor, es un funcionario del gobierno cubano. Todo el mundo lo sabe. Es presidente de la UNEAC (y vicepresidente de la asociación de chihuahas) y no oculta su labor de vocero obediente de la política oficial cubana. En segundo lugar, la academia americana tiene una tradición subversiva, sobre todo las financiadas por el erario público, en la cual no es inusual invitar a figuras que representen políticas o puntos de vista diferentes o contrarios a las tendencias principales de la opinión pública o de la del gobierno americano.

Anécdota abicueril ad hoc # 1.-  Días después de haber protestado en solitario en la asamblea plenaria de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) contra el inminente fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y sus compañeros de la Causa Nr. 1 del 89, el Abicú se da de bruces una noche en la cola de la heladería Coppelia con Miguel Barnet y algún halaleva suyo de la guara literaria cuyo nombre ya no recuerdo ni merece la pena recordarse aquí porque fue más bien un testigo circunstante cada vez más mudo de terror ante el breve diálogo entablado en su superflua presencia. Tras la desagradable sorpresa y el muelle apretón de mano ingrávida:

Barnet: "...Un gesto muy interesante de tu parte, lo reconozco. Y en algo tienes razón, chico Pero, además de ingenuo, imprudente e inútil por completo, nos pudo haber costado muy caro meternos en esa candela, que sólo Dios sabe cómo, cuándo o dónde va a parar . Por favor, no me malinterpretes: yo pienso lo mismo que tú, igual que casi todo el mundo. Sólo que allá arriba la cosa está que arde; lo sé de buena tinta. Menos mal que, sobre todo por tu bien, Abel [Prieto]  suspendió el debate a tiempo [para pasar enseguida al tema de interés en la agenda: arte y parte de la distinguida concurrencia en el proyectado auge turístico] ¿Cómo dijiste? ¿Revirarse? ¡Huy, qué va, mi hijo, deja eso! Lo tuyo ya es delirio, locura, arrebato suicida. Yo soy una tumba, pero escucha este consejo de alguien que conoce y aprecia por lo que vales: el horno no está para galleticas. Así que cuídate que te perdemos". Acto seguido, el futuro presidente de la UNEAC giró en redondo sobre sus talones y se alejó entre la multitud sedienta...

     

Algo muy enraizado en el principio de libertad y diversidad de expresión. Barnet no es el primer impresentable a quien se invita, ni será el último. En tercer lugar, por muy repulsivo que resulte el sujeto, no hay dudas de que Barnet es un escritor establecido con un prestigio literario bien merecido, aunque no sea del gusto de todos. Por último, el 99% de los asistentes a dichos eventos son gente que están convencidos de las virtudes imaginadas del disertante y del producto que éste vende. 

O sea, sus opiniones son rígidas y no van a ser afectadas por el suceso, son los ciegos que no quieren ver. La comparecencia de Barnet no representa ninguna impronta duradera ni relevante. Es un acto más que le sirve a él para escapar por un rato la realidad que sufre y defiende, disfrutar el agasajo, llenar las maletas para el regreso y si es posible, reconectar con algún viejo amigo. La protesta nos hace lucir intolerantes porque sólo le darán la bienvenida los que no la necesitan. Nadie lo ha cuestionado, pero mucho más me preocupa el hecho de que el profesor Prieto haya escrito un prólogo a ese libro. 

Yo sé que la supervivencia en la academia americana es difícil y no conozco que exigencias haya detrás de ese prólogo, pero me gustaría informarme de sus motivaciones. El reverso de esta actitud es el frecuente destaque de cuanta declaración con carácter de disensión se puede leer, mayormente entre líneas, en las presentaciones, lanzamientos de libros o entrevistas de escritores como Leonardo Padura o Pedro Juan Gutiérrez, quienes entran y salen de la isla con inusitada repetición, publican sus obras en el extranjero y supongo que recogen sus honorarios, de los cuales una parte pasa a las arcas del gobierno cubano, y después lanzan sus obras en Cuba como si nada. 

[Anécdota abicueril ad hoc # 2.- Siguiendo un hábito masoliterario, asistí con Anna a una lectura de Pedro Juan en 2002. A pesar de disgustarme hasta la aversión su realismo cutre (me había sido imposible pasar de las primeras diez páginas del primer tomo de la trilogía) ni comulgar con las ambigüedades del huésped, me abstuve de participar en el debate de clausura. Una sola lectora atinó a descalificar al autor como sexistisch und verpfutscher (sexista y chapuceador) de lo que aquí pasa con justicia por kolportage (sensacionalismo barato). 

Persistí en mi desidia incluso después de que, sorpresa, el presentador del bodrio fuese nada menos que el conspicuo Franz-Joseph Antwerpes, premiado en el 98 por el Comandante en Jefe en persona, por su ejemplar solidaridad con la Revolución Cubana a cuenta del fisco renano, con la máxima condecoración estatal: la Orden "José Martí". El escándalo fue mayúsculo, al extremo de que de entrada las autoridades federales competentes prohibieron al conspicuo condecorado exhibir la presea totalitaria en público hasta nuevo aviso. Pues bien, como era de esperar, en su jaculatoria el ex gobernador de Renania del Norte-Wesfalia se desentendió del libro para desleírse en loas a su Kuba ante el progrerío local leído y escribido, predominante en la sala. Al final, tras serle yo presentado por su solícito mecenas, compartimos amigablemente una cerveza con el autor. Continuará...]

No es una cacería de brujas lo que me propongo, sino una llamada al debate, si cito estos nombres es porque son los mas conspicuos, pero no son los únicos. No quiero creer que haya una conspiración detrás de esto y entiendo que cada cual hace lo que puede para sobrevivir en ese sistema, pero estos encantadores de serpientes presentan un verdadero dilema al discurso del exilio. Al ser escritores que aparentemente hablan con bastante libertad sobre los problemas de la isla (sobre todo para los confundidos lectores españoles, argentinos o mejicanos), desvirtúan la premisa de que en Cuba hay una censura feroz. Venden la ilusión del cambio.

En esta reciente feria del libro de La Habana se presentó la edición cubana de la excelente novela El hombre que amaba a los perros, escrita por Padura y que trata de un capítulo poco conocido de la vida del asesino de Trotsky, y en la cual se dicen algunas cosas sobre el estanilismo impensables hasta hace poco en un libro editado en Cuba. A su vez, en el festival cubano que se desarrolla en Nueva York, se presentarán documentales con entrevistas con ambos autores. Están en misa y en procesión. No me llamo a engaño. Estoy seguro de que hasta la última coma, el último acento y la más recóndita prosodia emitidas por estos y otros escritores cubanos que entran y salen, callan y declaran, han sido revisadas minuciosamente por el agudo ojo y la refinada oreja del censor.



¿Por qué entonces se les deja impunes? Si analizamos sus obras y sus declaraciones con la misma perspicacia que el censor, nos damos cuenta que tanto Padura como Gutiérrez son creyentes frustrados. Su queja refleja y revive el viejo dilema del socialismo real contra el socialismo de rostro humano. Sienten nostalgia por la miseria épica y les molesta la miseria ordinaria, que iguala a Cuba con Honduras o con Guatemala, economías desvencijadas, dependientes de las remesas que envían sus emigrantes, sin importar ya el sello político del donante.

[Anécdota abicueril ad hoc # 2. (final)-En caballeresca reciprocidad por la discreción abicueril, Pedro Juan nos confesó que, siendo aún periodista estelar del régimen, a mediados del 91 él habría asistido a una reunión estrictamente confidencial en negociado ideológico del Comité Central (DOR) donde el titular Carlos Aldana alertó pasó revista sobre las últimas novedades subversivas, alertando a la selecta concurrencia panfletaria sobre lo siguiente:: entre todos los "grupúsculos contrarrevolucionarios existentes" activos a la sazón, el único que realmente preocupaba al gobierno era "Criterio Alternativo". Desde luego, un cumplido colegial a mi Alter Ego, quien había fungido como segundo de María Elena Cruz Varela tras los sonados escaches sucesivos de Luque Escalona y Fernando Velázquez. 

El primero a causa de una falsa huelga  de "líquidos y sólidos "videograbada durante su breve reclusión; el segundo, redactor de la célebre "Carta de los Diez", poco después privado de voz y voto en el grupo por salir a despotricar en ciertos salones disidentes rivales de la capital contra el honor de la poetisa casada, quien justo acababa de darle unas más que merecidas calabazas fraternales a raíz de su inoportuna e inmotivada declaración de amor en Alamar.  Al final, curándose en salud por si las moscas, nuestro gárrulo contertulio cortó en seco su imprudente arranque de solidaridad testimonial con estas palabras: "Todo eso, valga la redundancia, aquí entre nos. Si luego alguno de ustedes dos me echa en cara lo que acabo de contarles, por supuesto que lo voy a negar".

Distinguen el sueño original, la utopía inalcanzada de la pesadilla actual. Les molesta el rumbo que las cosas han tomado, lo separan del horror que les dio origen. Es, como Nabokov decía de Pasternak, su lamento bolchevique. Piensan que el desastre de nuestros días es diferenciable del proyecto modelo y por supuesto, con este tipo de razonamientos, la culpa puede repartirse por muchas partes. De esta forma pueden mantener su protagonismo. Perdieron la gesta pero mantienen el gesto...

FAZIT: Ya puede el aludido (que no abandonó la UNEAC por renuncia sino por expulsión) empezar a desmentir lo dicho al calor de unas cervezas en Colonia. Con todo, amén de que lo aquí rememorado apenas pasa de ser una versión memorística sin el mínimo valor testimonial, maldita sea la falta que le haría a Pedro Juan Gutiérrez gastar su preciosa saliva en esos engorrosos menesteres. Más aún, a fuer de sincero, agradezco a aquellas confidencias suyas una primera intuición realista sobre la elasticidad de la Nueva Política Cultural (NPC), inaugurada bajo la batuta de Abel Prieto --ex jefe del Abicú en la editorial Arte y Literatura-- desde la presidencia de la UNEAC y fiscalizada a través de su dúctil sucesor desde su actual despacho en los predios del Buró Político.

El caso es a que aquellas por entonces novedosas licencias "para jugar con la cadena pero no con el mono", han pasado de moda. A saber, de un tiempo a esta parte es cada vez más obvio que el MINCULT y la DGI están otorgando a granel un nuevo tipo de patentes de corso intelectuales. ¿Con qué fin?  Pues, con el fin de, previa estridente renuncia formal al gremio oficial, mejorar un poco la pésima calidad redaccional del llamado "periodismo alternativo" (¿a qué?) o "independiente" (¿de quiénes?). 


Enjuague contrainteligente que crece como la espuma, pero desde el punto de vista del oficio deja demasiado que desear en las filas leal-disidenciales. A la zaga de Barnet y los héroes epónimos del --según sus vividores sobrevivientes-- extinto Quinquenio Gris, Padura (por cierto, ¿consignaría en su último bestseller el detalle de que el asesino de Trotski fue asesor del G2 criollo y murió en la Isla en olor de santidad?), Gutiérrez y sus émulos han pasado de moda. 



Obviamente, tal como puntualiza el colega Madrigal ahí arriba, el largo de la cadena del Mono se ha alargado un par de eslabones, o sea, justo lo suficiente para que hasta los escribidores más timoratos jueguen a sus anchas con la anacrónica utopía mejormundista de la Primavera de Praga, que a su vez no por antojo del lezaiano azar concurrente encaja, con escasos resquicios y/o rebabas, en el programa unánime de toda nuestra proliferante --e incorregiblemente sectaria-- oposición de diseño "en ambas orillas (colaboracionistas) de la (muy ruin alta) cultura cubana". ¿Conoce por un casual el lector escéptico del patio o el extrapatio a algún reciente apóstata orgánico de 17 y K sospechoso de estar modulando, en clave de actualización del modelo socialista,  su tardío "lamento bolchevique"? 

Cuba antes de la debacle arqueológica del 59 ( V-VIII, final)

O lo que se llevó aquel vendaval estudiantil brotado del vientre "bonchista" del Alma Mater







Friday 11 March 2011

Sarkozy da el espaldarazo diplomático a unas taifas cirenaicas en franca desbandada


Divisa magrebí del anticastrismo ligero: el enemigo del amigo de mi enemigo…

Por Jorge A. Pomar, Colonia

El descorazonador inquilino del Palacio del Elíseo, quien al parecer no quiere enterarse de que los tiempos de gloria de la Grande Nation pasaron a la historia hace más de siete décadas, acaba de reconocer oficialmente a las caóticas, acéfalas taifas cirenaicas (de Cirene, provincia oriental dominada por el fanatismo islámico con capital en Bengasi) como único gobierno legítimo en Libia. Nicolas Sarkozy destapa así, a su desaprensiva manera neogaullista, el sarcófago de uno de los mayores fiascos en la errática historia de la diplomacia gala. Sin el patrocinio bélico de la Casa Blanca, ni el Palacio del Elíseo ni la Eurocámara --donde el ultrapacifista Daniel Cohn-Bendit, alias "Dany el Rojo" durante las revueltas estudiantiles del 68 y furibundo opositor a la invasión de Irak, aporrea los tambores de la guerra púnica posmoderna-- pintan absolutamente nada en la Aldea Global.

A la hora del coágulo corredizo en la aorta energética, que es ya mismo para el Viejo Continente, Obama e Hilaria no van a mover un dedo si un Gadafi victorioso chantajea a alguno de sus detractores comunitarios cerrándole temporalmente el grifo petrolero. Al fin y al cabo, ni Estados Unidos depende de los crudos libios ni corre el riesgo de que los derrotados en esa drôle de guerre "de muerde y huye", en vez del Mediterráneo, surquen el Atlántico a bordo de un sinfín de pateras. 

"Gadafistán, una masacre sin cadáveres" / Libertad Digital, 10-03-2011.- Gadafi está masacrando a su pueblo. Todos los enviados coinciden. La OTAN planea intervenir. Sin embargo, las imágenes de las matanzas no llegan…. El país árabe está repleto también de reporteros gráficos… Sin embargo existe cierta disparidad entre lo que cuentan las crónicas y lo que muestran las imágenes… grupos de refugiados que intentan huir y algunas imágenes de rebeldes armados hasta los dientes o disparando sus tanque en el medio del desierto. Pero no vemos sangre, ni cadáveres, ni fosas comunes ni tan siquiera entierros.

Tampoco columnas de tanques, escuadrones de bombardeo o helicópteros de asalto, ni siquiera tropas de infantería del gobierno. Y sin un mandato unánime del Consejo de Seguridad de la ONU, donde China y Rusia no están para nada por la labor... Con razón porque, a diferencia de las profusamente televisadas atrocidades del "carnicero de Bagdad, de los cacareados bombardeos y masacres no se ha visto ni el rastro en las transmisiones del canal catarí Al Jazeera, que de hecho hasta ayer no ha mostrado ni siquiera una sola batalla digna de ese nombre. Pero la gota argumental que colma la copa de las barrabasadas sarkozystas consiste en dar por sentada la existencia de "armas químicas" en el arsenal de Gadafi. Con menos pruebas que las esgrimidas por Goerge W. Bush y sus aliados en la famosa foto de las Azores para proceder militarmente contra la antigua Mesopotamia..

El papelazo Bruselas y Washington, por ese orden, lo tienen garantizado, incluso --o más bien sobre todo-- en la improbable eventualidad de que el pendejo de Gadafi cayese envuelto en la bandera del martirio anticolonial. Desenlace prácticamente descartable a la vista de unos rebeldes apenas en grado de combatir ventajosamente con el esperpéntico Rais tripolitano (Trípoli debe su nombre a la tribu dominante en un país de opereta que no pasa de ser una confederación tribal) boconería y bufonadas. Lo peor son las consecuencias electorales en Francia, pero "al que por su gusto muere...".

[No hay acceso acceder al código de copia de vídeo. Pinche AQUÍ para ver el exhaustivo reportaje original del 30-06-2008 en Radio Televisión Española. O sea, de cuando La Moncloa y su petrolera REPSOL todavía se desvivían por el trepidante ritmo de avance de la Al-Jamahiriyya. Descontando las consabidas violaciones de los derechos humanos, el riguroso equipo de RTVE no oculta su deslumbramiento crítico por el casi modélico proceso de modernización del pujante califato magrebí, cuyos índices de desarrollo económico y social encabezaban a la sazón todos los listados de la ONU para la región. Sólo cotejando ambas realidades objetivo-subjetivas podrá hacerse el lector cubano una idea cabal acerca de los planes de "actualización del modelo socialista" bajo el Raulato y el embullo opositor por los rebeldes liberal-racistas de Bengasi. Título: La metamorfosis libia. ¡No se lo pierda, pues a buen seguro le va a arrancar más de una reconfortante carcajada catártica!]

Otros que cogerán también su ramalazo serán Zapatero y el PSOE, que llevan las de perder en todas las encuestas. Por el costado del engañoso prisma árabe que nos concierne, nuestro Magno Paciente --a diferencia de nuestros cubanólogos de utilería, enviciados a ver el mundo siempre en blanco y negro, Fidel aún percibe toda la abigarrada gama de matices en el arco iris geopolítico-- juega al seguro en el Magreb: si gana su amigo, él sigue cobrándole su vieja gabela con ñapa de solidaridad; si por un casual ganan los islamistas de Bengasi con la bendición de Alá y Barack Hussein, a los hermanos Castro tampoco les costaría demasiada saliva ganarlos para la causa antioccidental con el modesto pero seguro concurso de sus entrañables cúmbilas en Teherán, Damasco, Gaza, etc.



Péseles a los reformistas que les pese, la última "Reflexión" del Magno Paciente, una de las más coherentes si no la más lúcida desde el traspaso de poderes en 2006, demuestra a las claras que, amén de que habrá que contar con él por tiempo indefinido, sigue sacándoles una ventaja determinante a todos nuestros cubanólogos jurásicos y leal-disidenciales juntos. A sus 85 años, baldado en su sillón de ruedas-escritorio y con el encéfalo funcionando a media máquina entre un apagón y el siguiente, le sobra vista larga para prever lo que el desastre del 59 aún no les ha enseñado a nuestros sesudos ulemas exiliares (no digamos ya a su catecúmena insular al frente de la impetuosa Academia Blogger). A saber, la añeja perogrullada aforística de que no siempre cualquier bueno por conocer es mejor que un malo conocido...

(Entre paréntesis, sin contar la diferencia de que, a pesar de su delirante entusiasmo por la rebambarámbana libia, nuestros disidentes pacifistas no sólo no están por similar guerra civil en la Isla sino todo lo contrario: colaborando al descaro con el gobierno a fin de impedirla a como dé lugar.) 

No en balde, parodiando el título de un cantinflesco reportaje en el fantasioso diario veleta del Grupo PRISA ("Gadafi contraataca en el este mientras los rebeldes avanzan hacia su feudo en Sirte" / El País, 06-03-2011), el lector identificado con el seudónimo “Monos” inserta el siguiente sarcasmo: “Gadafi contraataca en el este y los rebeldes avanzan hacia el oeste; da la sensación de que no se quieren encontrar”.

Pero no hay que ser un genio para darse cuenta del craso error intencional. Bastaría con echarle una ojeada a la elocuente instantánea titular, donde ante las cámaras “imparciales” de Al Jazeera los flamantes héroes de la lucha por la futura justicia panarábiga aparecen interrogando con humanitaria fuerza de persuasión --o sea, visiblemente según todas las normas de la Convención de Ginebra, el Tribunal de La Haya, la Alianza de las Civilizaciones, Amnistía Internacional et tutti quanti-- a un presunto mercenario subsahariano negro. Pero, ni modo… [Foto para el Guinness de las picuencias insurreccionales: burócrata rebelde repeliendo un imaginario ataque aéreo.]

El prepotente e iluso Nicolás Sarkozy ha tenido a bien democratizar de un plumazo diplomático toda a esa patulea de aprendices de brujo mahometano en Bengasi. Por lo pronto, la suerte ya está echada en Trípoli y el dado pinta bastos para los alicaídos defensores de la sharía jaleados por la flor y nata del anticastrismo pop bajo la divisa de que el enemigo del amigo de mi enemigo…. Entretanto, en el El Cairo los devotos demócratas" incendiarios de la Plaza Tahrir incendian iglesias y masacran a cristianos coptos; y en el Túnez recién liberado por los pioneros de la “ola de cambios” las féminas occidentalizadas celebraron su efeméride reconquistando el ancestral derecho obligatorio a ocultar fuera de casa sus encantos tras el casto velo de los sacros fervores patriarcales.

En cuanto a los migrantes sarracenos en Francia, no pocos de ellos se decantarán a fortiori en las urnas por Marine, fille de Monsieur Jean Marie Le Pen y candidata del dizque “ultraderechista” y muy xenófobo Front National. Los últimos sondeos la dan como favorita (23%) frente a su rival retroprogre del Parti Socialiste Martine Aubry (21%). Si la memoria histórica a corto plazo no me falla, ya lo hicieron por su père en retiro Jean-Marie Le Pen en los tremebundos comicios presidenciales del 2002. Entonces, de la noche a la mañana el seductor cascarrabias hizo cundir el pánico a orillas del Sena al echarse al pico en la primera vuelta al sociata Lionel Jospin. ¿Cómo dice? Ah, las opciones de la très désolée Union pour un Movement Populaire (UMP) del temerario enarca presidencial, y bien gracias: igual o peor que las del PSOE en toda la antigua Hispania.

Por su parte, si todo no ha sido la usual commedia dell'arte en el Palazzo Chigi, es de suponer que, dada su delicada doble condición de líder de la antigua metrópoli colonial y socio fuerte del Rais, el virtuoso tentempié de Berlusconi ya se haya curado en salud despachando sin demora a Trípoli algún emisario de alto nivel o enviándole un eseoese de desagravio al suo accomodaticcio fratello, cuyos petrodólares mueven gigantescos capitales en la deficitaria hacienda italiana. Nada, que la situación en la Isla de Francia está otra vez casi de --como manda La Marsellesa-- Allons enfants de la Patrie… formez les bataillons… le jour de fête est arrivé… Desde luego, no sólo para l'Île de France, alumbrada con energía nuclear y habituada a los aspavientos revanchistas de los enarcas, sino también para la imagen Eurocámara y la Casa Blanca, empeñadas en salvar la cara a toda costa en una partida de póker mal jugada desde el eufórico principio hasta el amargo final. 



Sarkozy al Consejo Extraordinario de Bruselas: “Francia pide a Europa que reconozca a las autoridades libias agrupadas en el Consejo Nacional… El Consejo Europeo ha decidido saludar y alentar al Consejo Nacional Transitorio libio (CNT) basado en Bengasi… Gadafi ya no es un interlocutor válido para la UE. El papel de interlocutor lo tiene el CNT".  

Por elísea disposición, se nombra un nuevo embajador francés en Bengasi. Ipso facto, desalojado sin ceremonias el embajador de la Al-Jamahiryya en París para esperar por las credenciales del representante de los rebeldes a nombre de un estado fantasmagórico. Escupitajo galo contra un ventilador tripolitano, que está cada día más lejos de romperse. 

Y arrogancia neocolonial donde las haya. Siguiendo idéntico procedimiento, un Gadafi ensoberbecido por la victoria podría llamar a consultas a sus diplomáticos en París y Madrid, designando en su lugar a un embajador plenipotenciario itinerante para representar ante el secretariado de ETA los intereses libios en Francia y España. 

"Estados Unidos cree que Gadafi tiene recursos suficientes para mantenerse en el poder", titulaba ayer deprisa el diario de PRISA  (El País, 10-03-20011) su último análisis de la jornada, citando a James Clapper, coordinador de todos los servicios de inteligencia en Estados Unidos. Hora de recoger cabos y empezar a acogerse al buen vivir. El zepelín propagandístico está a punto de desinflarse. Parece que, en efecto, a la enloquecida prensa occidental, de repente presa toda ella de un paradójico (frente a Sadam Hussein en Irak chillaban por la paz a ultranza) furor teutónico, le está funcionando fatal la estratagema retórica de bautizar a la carrera a sus histriónicos rebeldes en bloque festinadamente como "pueblo" y "demócratas", por un lado, y excomulgar al conjunto mayoritario de los partidarios de Gadafi como "matones y mercenarios", por el otro... [Foto: Rebelde dispuesto a inmolarse a la Coco Fariñas "por la UMA (Unión del Magreb Árabe) que sufre".]

Thursday 10 March 2011

Cuba antes de la debacle arqueológica del 59 (I-IV de VIII)

O lo que se llevó aquel vendaval estudiantil brotado del vientre "bonchista" del Alma Mater







Friday 4 March 2011

De cómo me convertí en un escritor perseguido en el exilio y... (II )

...cómo desde entonces he hecho de todo para no serlo

Por Julio César Mendívil Trelles, un abicú peruano (nac. Ayacucho, 1963) sui géneris en Colonia

…Aunque ya de otra forma, las asociaciones de Derechos Humanos también ejercieron la censura para mantener mi perfil de exiliado en las entrevistas que realizaron conmigo. Dispuestas a señalar con dedo acusador la podredumbre moral de los regímenes represivos, ninguna de ellas se dignó reproducir mi gratitud a la corrupción de las autoridades peruanas, esa especie de varita mágica nacional que me había permitido, como a muchos otros presos peruanos, recuperar antidemocráticamente los derechos democráticos que “democráticamente” me habían sido arrebatados. Tal como un miembro de la Cruz Roja Internacional me lo anunciara en mis días de detenido, concluí después de una semana en los calabozos de la DINCOTE que la corrupción termina siendo la única posibilidad de alcanzar beneficios para un preso político y que sólo ella hace de la administración de justicia un acto comercial cuasi-democrático en el cual puede negociarse el derecho a ropa limpia y a comida como si se tratara de un tubo de pasta de dientes o cualquier otra mercancía.

Muchos de mis conocidos esperaron en vano durante meses una versión literaria de mi aventura política. Mas, quien como yo, ha optado por subvertir la realidad en sus textos, sabe que el panfleto y la literatura fantástica se toleran tanto como Bush y Fidel Castro. Creo, por lo demás, que sólo un exceso de ingenuidad podría alimentar la esperanza de conmover con la literatura espíritus que permanecen indemnes frente a la realidad misma. Por tanto una escritura política me resultaría algo tan sospechoso como un programa político literario por parte de un gobierno.

Hay en esa terquedad de no ser un escritor perseguido, por supuesto, una convicción política ajena al tópico del exilio. El discurso del escritor y del exilio literario es el de la nostalgia por principio. Por eso su musa se alimenta de una doble pérdida: la del país de origen y la anticipada pérdida de la patria postiza. Czesław Miłosz ha resumido dicha desazón con estas palabras: “En el país del que viene, el escritor estaba consciente de su tarea y la gente esperaba sus palabras, pero se le había prohibido hablar. Ahora donde vive es libre de hablar, pero nadie lo escucha y lo que es peor, él mismo ha olvidado lo que tenía que decir.” Y así es por lo común. Sea como pérdida de la patria, como soporte ontológico o como condición originaria, el exilio siempre se remonta a la lucha contra una injusticia casi omnipotente. 


Puede tratarse de una subjetividad social, como en el caso chileno o argentino, o de una subjetividad sexual, como en el caso de los exiliados cubanos de los años noventa, puede referirse el exilio a una dimensión psicológica, como en el caso del alienado de Artaud, a un destierro lingüístico como el de la disyunción del significante con el significado, o uno teológico como el del paraíso terrenal en el Antiguo Testamento o a cualquier otra cosa entre todas las cosas serias y aburridas que acostumbramos a escribir los escritores que vivimos en el exilio, pero siempre es la represión en última instancia la que determina el destierro y por consiguiente el desarraigo y los impone como espacio social desde el cual el sujeto exiliado se escribe, extraña, conjura, se emborracha, putea y se reconstituye como ente social y literario.

Expulsado de la patria geográfica o de la lengua materna –“La ley de lo foráneo en que se vive en el exilio, es ante todo la ley de un idioma ajeno”, ha escrito Bernhard Schlink– el escritor exiliado se mueve a tientas como Adán fuera del edén con más temor frente al Dios que lo ha expulsado que alegría de saberse por fin libre de morder cuanto fruto le venga en gana. Yo, humildemente, me he inclinado por los nuevos frutos.

“Exiliado --dice Bierce en su Diccionario del diablo--: el que sirve a su país viviendo en el extranjero, sin ser un embajador”. Esta definición, pese a la evidente ironía que pretende contener, se funda también en una fidelidad a un estado originario que me recuerda el credo del génesis, del evolucionismo y aquel del discurso patriotero de los estados nacionales. Quiero sugerir ahora, un tanto de manera provocativa, que el tópico del exilio no sería posible sin un discurso mayor que lo sustente: el de las identidades nacionales y las fidelidades que éstas exigen. Pero para quien, como yo, sólo ve en los estados nacionales una construcción histórica, el chauvinismo es una falta de coherencia.

Perdí mi orgullo nacional en 1978 durante el mundial de fútbol en Argentina. La selección brasileña había vencido a la peruana y puesto un pie en la final, interponiéndose de esa forma en los planes de la dictadura gaucha para conseguir el título y limpiar un poco su harto desgastada imagen. Los anfitriones, que esperaban a los peruanos como próximos rivales, urgían más de una goleada que de una victoria. Los expertos deportivos afirmaron entonces que sólo con un milagro Argentina lograría derrotar al excelente equipo peruano con la abultada diferencia de cinco goles que necesitaba para descalificar a los brasileños y poder disputar el título.

Cuando sonó el silbato final con un marcador de 6 a 0 a favor de los dueños de casa y el dictador militar peruano corrió a felicitar a su homólogo argentino, no pensé que los milagros eran posibles, por el contrario, comprendí con el dolor de mi alma que, más allá de los sentimientos y las fronteras nacionales, existen lealtades más contundentes y duraderas. Desde entonces mi afición a los sentimientos patrios ha sido más endeble que nuestras posteriores selecciones de fútbol.

Más que una idea abstracta de nación lo que me une al Perú es un sentimiento de pertenencia cultural, una afinidad con todo aquello que el estado peruano se empeña en negar, reprimir o manipular: lo indígena, la producción popular y los sistemas de significación cultural que niegan al Perú como estado nacional unitario. No creo por ende que exista una manera auténtica de ser peruano ni mucho menos que uno experimente una enajenación cultural progresiva a medida que se aleja espacial o temporalmente del territorio nacional, a no ser que ésta se construya discursivamente como parte de la subjetividad literaria.

En estos tiempos radicales de la modernidad puede afirmarse sin temor a equivocarse que las culturas no se circunscriben más a territorios concretos, ni los territorios a determinadas culturas. Hay miles de peruanísimos peruanos en la diáspora como miles de desadaptados que no han salido jamás de su pequeño pueblito andino con su Rita de junco y capulí. La peruana es por el contrario una literatura del in-xilio. No es difícil llegar a tan extraño espacio literario. A lo largo del siglo XX todo proyecto político en el Perú vio en el ideal mestizo de una identidad sincrética el modelo más adecuado para la nación peruana. Y así, todos, tanto los de izquierda como los de derecha, excluyeron a cuanto proyecto alternativo encontraron en el camino.

Ni Guaman Poma ni el Vallejo de Trilce ni Martín Adán ni Arguedas sufrieron el destierro, sin embargo sus obras están marcadas por un desarraigo cultural que ni el más osado psicoanalista hallaría en la tumultuosa prosa del auto-exiliado Vargas Llosa; la enajenación que alimenta esas obras no es el producto de la separación involuntaria, del divorcio abrupto y doloroso, sino de un mal mucho más terrible y cotidiano: el de la convivencia.

Durante el tiempo que viví en el Perú tuve para mí la certeza de que ese sentirme fuera de sitio en mi propia patria, como en Arguedas o en Guaman Poma, era consecuencia directa de mi condición de artista u observador. ¡Tremenda blasfemia! Ashaninkas, aguaruna, machigüengas, chancas, huancas y aymaras se sienten tan distantes del estado peruano como quienes crecimos oyendo los ejercicios de Czerny y los cuentos de Hans Christian Andersen en camas acolchadas, tan desplazados a la periferia como los eufóricos partidarios del Mc Donald y de MTV.

Hoy que han pasado los años debo reconocer en esa individualización forzada del destierro social apenas un triste hedonismo pequeño-burgués, una arrogancia igual a la que nos lleva a preguntarnos en simposios y ediciones por qué las dictaduras nos persiguen, como si no supiéramos que éstas no distinguen entre opositores con estilo literario propio y pobres obreros o campesinos analfabetos.

Después de las “comunidades imaginarias” de Anderson y de las “tradiciones inventadas” de Hobsbawm, la nación ha perdido todo sentido ontológico para mí. Para mí la nación es un bolero, una construcción semejante a las maquetas de Lego, susceptible de ser modificada según el gusto y las necesidades del que la constituye.

No quiero negar con ello las identidades colectivas, pero lejos de ser esa instancia metafísica que proponen los estados nacionales, las naciones son, en mi humilde opinión, una mercancía tan mudable como la política económica del gobierno y tan negociable como la pasta de dientes o un almuerzo en una cárcel peruana. En mi caso, que no tiene por qué ser paradigma alguno, la nación existe sólo a un nivel personal, en una esfera familiar y amical que no corresponde necesariamente a lo que Pablo Macera alguna vez definiera como un exceso semántico para el Perú. A falta de verdades colectivas que compartir, como el poeta, yo construyo mi país con palabras. Y con palabrotas.

De igual modo construyo cada día el país del exilio en el que vivo. Ni siquiera el truco del destierro lingüístico podría excusarme ahora. ¿Cómo ignorar sino la triste verdad destapada por Derrida de que hasta la lengua materna no fuera posible si no como una imposición social, si no como la naturalización de un proceso construido socialmente? El desprendimiento entre espacio y tiempo que ha impuesto la era de la globalización y su expansión vertiginosa por el mundo entero se interponen a la nostalgia que alimentara la pluma de los escritores del exilio en las décadas pasadas.

Gracias a la red y a la telecomunicación no tenemos que extrañar las mentiras de los políticos, las metidas de pata de una primera dama con una lengua más larga que sus faldas, los casos de corrupción de los jueces anticorrupción del gobierno ni las consecutivas derrotas del once nacional, de modo que la tecnología ha terminado por arrebatarnos los últimos recodos de memoria selectiva que nos permitían idealizar la tierra y recordar, en vez de las bombas y de la discriminación diaria que se vive en sus calles, las “chelas” en la cantina, los domingos en la playa y el aroma de los anticuchos [foto de arriba] en las noche de verano.

Quizás porque a diferencia de los exiliados no se me ha prohibido el retorno a mi país y puedo ingresar al Perú y ser detenido cuántas veces me venga en gana, el sentirme bien o mal en Alemania tiene mucho más que ver con mi forma de ver el mundo que con el triste destino de ser peruano. Es cierto que soy un inadaptado en tierras germanas, pero lo soy tanto como lo he sido en mi propia patria.
De todo ese conglomerado de cosas que conforman oficialmente la nacionalidad peruana: Francisco Pizarro, el pasado señorial, San Martín y Bolívar, un absurdo orgullo por un himno nacional que es tan horrible como cualquier otro, la pendejada o viveza criolla, lo único que me queda es mi amor al ceviche y al rocoto relleno, entre otras delicias.



Mientras otros discuten si Tenochtitlan es más paja que Macchu Picchu, si Vallejo es más universal que Borges, si el pisco es peruano o chileno, o si Chumpitaz fue mejor que Beckenbauer, yo he concentrado mis fuerzas en ejercer el nacionalismo culinario. El ceviche, la papa a la huancaína, el arroz con pato, los chicharrones y la jalea de mariscos son lo más universal que puede ofrecer país alguno y poseen más poder de congregación que cualquier otro discurso literario o político. El mundo sería posible sin Macchu Picchu aunque tal vez menos maravilloso, menos mustio sin Vallejo y, de hecho menos, divertido sin el pisco, pero ¿quién podría conjeturar la existencia de un mundo sin palomitas de maíz, sin su ajicito y sin papas fritas?

Pese a los buenos momentos, pese a la falta de un discurso nacionalista, por supuesto, uno sigue sintiéndose ajeno en la tierra prometida. Jamás entenderé a los alemanes. El año 2000, en Bogotá, mientras esperaba que la suerte y la burocracia colombiana me dejaran partir para los Llanos Orientales para una excursión etnográfica, salí una noche a comer con miembros de la comunidad alemana. Durante el tiempo que les conté mis peripecias en el país vecino sentí que, además del idioma, una filiación a patrones de comportamiento occidentales nos hermanaba terriblemente. Hasta que nos sirvieron las corvinas en salsa de culantro:

--¡Dios mío --exclamaron los alemanes al unísono al probar la salsa--, esto sabe a detergente!

Desde entonces una pregunta me atormenta: ¿Cómo así he llegado a vivir entre gente que toma detergente? Alemania no ha sido para mí una nueva patria. Si le debo algo es sin duda haberme deparado lo que Miłosz ha denominado una “enajenación privilegiada”, pues en comparación a la que vivía en mi propia patria, la del exilio tiende a parecerme una natural; sí, a mí que no resisto el presupuesto de arquetipos divinos o tectónicos.

Por supuesto, la integración de los inmigrantes sigue siendo un problema no resuelto en Alemania, pero quiero ser optimista y pensar que en pocos años la República Federal terminará integrándose a nosotros, como Lima ha terminado por volverse una ciudad chola. Como en el Perú, aquí en Alemania no he partido de mi nacionalidad para establecer vínculos y alianzas con otros sujetos sociales, sino de cosas más subjetivas y determinantes como afinidades políticas o intereses académicos comunes. Por lo demás, no diferencio entre peruanos, latinos o alemanes, a no ser para repartir los platos con o sin picante en las fiestas.

Quizás porque mi dominio del alemán sigue siendo tan precario que mis chistes suenan solemnes y mis frases solemnes absurdamente chistosas, quizás por esa incapacidad de someterlo de manera similar al español, mi lengua de trabajo, el alemán como lengua literaria no me ha atraído más que el chucrut o la ensalada de patatas. Sigo escribiendo en español con excepción de los artículos académicos que por razones pragmáticas --para mis editores en alemán-- publico en la lengua de Nietzsche. Aunque leo regularmente en alemán, ningún nombre literario alemán nuevo, fuera de Bernhard Schlink, ha pasado a mi terna de escritores queridos y sobre la cabecera de mi cama, si tuviese una cama con cabecera, seguirían descansando los mismos autores que ya en el Perú me habían cautivado: Rilke, Novalis, Hölderlin, Hoffmann, Hesse y, sobre todo, el filósofo de la ciencia gaya.

La odisea de la migración, la alteridad, la multiculturalidad y la situación de los latinos en Alemania ocupan las plumas de numerosos colegas latinoamericanos y han propiciado algunas novelas y cuentos de alto valor literario. Tal vez porque mi historia de inmigrante sea más adecuada para una novela de esas aburridamente cerebrales que escribe Javier Marías que para una trama fantástica o de suspenso, me he mantenido alejado de cuanto suene a testimonio. Por lo demás mi fantasía es tan pobre que no logra idear ni remotamente una trama realista. Así que me quedo en lo fantástico, en lo que, no sin cierto desdén, alguien ha tildado de literatura para literatos, suponiendo erradamente que la literatura social tiene un público semejante al de los salsódromos. 


Al igual que las tramas poco han cambiado mis escenarios. Pese a los años trascurridos aquí mis historias siguen sucediendo en el Perú, mas no en el de ahora, ni en el de antaño, sino en ese Perú literario que yo me he inventado y que gracias a la casi nula circulación de mi libro en mi país –mi editor español temía que los libreros peruanos lo arruinaran y terminó desmantelado por sus compatriotas– mis desafortunados lectores no pueden comparar con ese real, en el cual una dictadura nefasta tuvo la mala idea de perseguirme e intentar hacer de mí un escritor político. ¡Qué desfachatez sin nombre!

“He conocido prisiones diversas” --escribí alguna vez--. “Unas eran de piedra, otras del barro que envilece al hombre; otras de cemento y en ellas el uliginoso frío resquebrajaba el ánimo y el cuerpo; no olvido las del papel: las poblaban, junto a mí, las palabras y el olor agonizante de la tinta, las hubo también de madera: eran frágiles, aunque pavorosas; otras carecían de fábrica y sus muros se erigían a fuerza de voces y lamentos sin deparar descanso al confinado. De muchas desconozco el material que las constituía pues la podredumbre cubría sus paredes con una exasperante perfección que robustecía la incógnita. Pero ante todas ellas, señores, es sólo ante una, ante la cual me doblego: ante la del silencio.”

Este fragmento de “La soledad de Naymlap”, un cuento que formara parte del libro La agonía del condenado, fue publicado en 1998, un año antes de que entregara mi pasaporte al oficial de frontera en Santa Rosa de Tacna. Como el Quijote de Menard a la obra cumbre de Cervantes, mi detención ha trastocado el significado de estos renglones y del título de mi libro convirtiendo las prisiones internas del alma en calabozos horribles y a los arrojados al infierno en miserables sentenciados por una dictadura de pacotilla. Pero ni aún en ello veo una derrota, sino nuevamente una mala jugada del destino para recordarme que a mí las cosas siempre me salen de manera diametralmente opuesta a lo que espero.

Mas si hoy todavía puedo reír del empeño de algunos miembros de mi familia en negar la existencia de mi libro durante las investigaciones que emprendió la policía en 1999 --“¡Van a pensar que ya has estado preso, van a creer que estás defendiendo a los presos de Sendero!”--, si puedo entender el pánico con que ocultaron mis artículos en la revista ILA (Infostelle-Lateinamerika) porque dicho nombre coincidía increíblemente con las siglas con que Sendero celebraba el Inicio de su Lucha Armada, si aún puedo convocar las risas de mis amigos al referir los nombres de los corruptos custodios que desembolsaron sistemáticamente a mi familia con repetidas coimas --Joya y Chunga, este último sorprendentemente el nombre de una prostituta en una obra teatral de Vargas Llosa--, si aún puedo sonreír por esa dualidad de sistemas de significación que mi detención ha impuesto a cosas escritas por mí convirtiendo inocentes y abstractas líneas en presupuestos políticos...

...en fin, si puedo reír aún de una situación tan horrorosa como aquella que me tocó vivir injustamente, quiero creer que ello se debe a que la dimensión política de mi detención no ha vencido todavía el halo personal con que matizo y justifico todo cuanto me pasa e incluso cuanto me pesa, desde el irremediable hecho de ser peruano hasta los golpes sangrientos que hicieron tan patéticos los versos de Vallejo. A ausencia de versos no me queda más que anteponerles a esos golpes una sonrisa, más no una de paz ni condescendencia, sino una sarcástica, semejante a aquella que acaso no entendió el oficial de aduanas de Fráncfort que me recibió tras abandonar la nave que en septiembre de 1999 me traía de Lima:

--Y, ¿qué tal las vacaciones en familia? --me preguntó amablemente mientras tomaba mi pasaporte peruano y buscaba mi visa.

--Inolvidables --le respondí--, inolvidables...

Thursday 3 March 2011

De cómo me convertí en un escritor perseguido en el exilio y ... (I)

...cómo desde entonces he hecho de todo para no serlo

Por Julio César Mendívil Trelles, un abicú peruano (nac. Ayacucho, 1963) sui géneris en Colonia

A mí las cosas siempre me salen al revés. Cada vez que creo resolver un problema, ocasiono otros nuevos y cada vez que recurro al que creo yo el más tenaz de los sarcasmos para castigar la ingratitud o la impertinencia de algún infeliz, éste me contesta con una amplia sonrisa en los labios sin darse por enterado que lo había insultado. Que el destino haya hecho de mí –un autor entregado a la literatura fantástica– un escritor de una significación política, se debe también a tan triste característica mía de hacer las cosas mal. De igual manera que yo haya sido objeto de detención y maltrato por parte de la dictadura fujimorista tiene más que ver con los rasgos fantásticos de la política peruana que con los matices políticos de mi literatura.

No quiero decir que mis escritos no tengan o no pretendan una intención política; de hecho toda literatura conlleva siempre un propósito político, más aún en América Latina, donde hasta la elección de una lengua obedece en muchos casos a una identificación y una toma de posición política, pero la mía dista mucho de ser lo que se llama vulgarmente una literatura comprometida. Puede parecer curioso que alguien como yo, que detesta tanto los panfletos como el chucrut o las albóndigas, termine inmerso en un alboroto político con resonancia internacional. Y de hecho lo es, pues de todas las explicaciones posibles que se me han ofrecido desde mi detención, hace ya cuatro años, hasta ahora, y que van desde las teorías conspirativas más desaforadas hasta la mano siniestra de Dios, la más racional de todas me sigue pareciendo la de mi mala estrella y esa terquedad del destino en escupirme el asado.

Aunque vivo en Alemania desde hace más de una década, mi caso difiere diametralmente del de los escritores perseguidos políticamente. Me explico. La explosión de una literatura latinoamericana del exilio se encuentra estrechamente ligada a otro boom que sacudió al continente: el apogeo de las dictaduras militares. Así como la literatura del exilio alemán en el nazismo o la española en el franquismo, la literatura del exilio latinoamericano se ha inspirado por tradición en la figura del dictador latinoamericano y lo ha hecho con tanto éxito que algún irreverente ha querido ver en monstruos políticos como Trujillo, Strossner, Videla o Pinochet un positivo estímulo para la creación novelística en el continente. La imagen más manida del escritor latinoamericano en el exilio es la del escritor perseguido, perseguido por un gobernante déspota que muchas veces no sólo le arrebata su derecho a expresarse públicamente mediante la pluma, sino a menudo también su libertad.

No es ese mi caso. Fuera de mis acreedores y la mala suerte, no creo que exista alguien interesado en perseguirme. A diferencia de la mayoría de los escritores latinoamericanos exiliados en Alemania, empujados a abandonar su país durante las dictaduras militares de los años setenta, mi viaje a Europa a principios de los noventa se debió a lo que yo llamaría una especie de estupidez romántica. La situación política era en el Perú de entonces bastante desalentadora, es cierto, el gobierno de Alan García había destruido la economía nacional y Sendero Luminoso había copado demasiados espacios en la vida política, tanto así que una simple salida a comprar pan podía terminar en un infierno de bombas y tiroteos, pero lo que más nos preocupaba a mí y a mis amigos cercanos era la imposibilidad de seguir viviendo en un país que no nos ofrecía ni las más mínimas garantías para ser nosotros mismos.

Así mientras la masa se alocaba por largarse a los Estados Unidos “a hacer la América” nosotros los de la clase media intelectual limeña corríamos tras becas o “gringas” que nos permitieran conocer el Viejo Mundo y nutrirnos allí de las calles por las cuales pasearon alguna vez Baudelaire, Van Gogh o Novalis. Yo me enrolé en un grupo de música que venía supuestamente para un gira europea en teatros y festivales y que posteriormente se reveló como uno de esos de poncho que uno ve aún esporádicamente en las peatonales germanas. 


Pero no me importó porque Europa era Europa, y de Colonia, nuestro destino como grupo, a París, que como Meca artística de los latinos era también mi meta, no había más que cinco horas en tren. Pero me fui quedando. En todos estos años en Alemania quizás el acto político más consciente que recuerdo sea mi decisión de no votar para las presidenciales en las elecciones de 1995. Así que el más sorprendido fui yo cuando el 12 de agosto de 1999 al intentar ingresar a mi país, como ya lo había hecho en otras oportunidades, un parco oficial me informó que estaba detenido y que pendía sobre mí una pena no menor de 30 años por traición a la patria. Eran las once de la noche en el puesto fronterizo de Santa Rosa, en Tacna, y lo primero que se me vino a la mente fue la visa alemana sobre la página 18 de mi pasaporte:

–Estoy seguro que podremos arreglar este engorroso asunto de alguna manera decente –le dije al policía de turno, seguro de haber recurrido al abracadabra que habría de sacarme de cualquier apuro.
–Me temo que no –me respondió–, se trata de un cargo muy delicado.

Cualquiera que hubiera leído la consternación en el rostro curtido de ese policía habría pensado, como yo, que, en lo más profundo de su corazón, él sabía que se estaba cometiendo una injusticia contra un ciudadano inocente y que se condolía conmigo. Pero me bastaron apenas unos minutos para darme cuenta que en verdad lo que tanto pesar dibujaba en su rostro era ver cómo se le escapaba tan fácilmente una semana de cervezas y los útiles para el segundo semestre escolar de sus hijos pequeños.

No, no podía aspirar a que se hicieran de la vista gorda como lo hubiese hecho con un ladrón de autos, un narcotraficante o un violador sin problema alguno, me informó el oficial, pues yo era un caso de extremo peligro para el estado peruano. Sí, yo era un peligroso terrorista. Tras disolver el parlamento el 5 de abril de 1992 Fujimori había expedido una serie de leyes antiterroristas tan severas que, de haberse cumplido éstas a cabalidad, las fuerzas represivas hubiesen tenido que detenerse a sí mismas. Entre otras joyas dichas leyes habían impuesto tribunales militares con una sofisticada tipología de delitos de terrorismo que iba desde el cargo de apología para los simpatizantes más tímidos hasta el de traición a la patria para los dirigentes de Sendero Luminoso o del MRTA. Para mi desgracia yo había logrado convertirme en uno de los dirigentes internacionales más importantes de Sendero Luminoso, aunque nadie se había tomado la molestia de informármelo hasta que me sorprendió la policía de Tacna.

Puesto que yo era un sujeto peligroso se me confinó a un calabozo sin luz y con una pestilencia a orines más fuerte que la de los baños de la Universidad de San Marcos o las letrinas del Estadio Nacional. Ahí debía pasar la noche para ser trasladado al día siguiente a la ciudad de Tacna donde se decidiría mi destino. Conocía tantas historias de torturas y maltratos de detenidos que esa mazmorra de Santa Rosa casi me pareció un buen comienzo. Y no me equivoqué. Porque antes de que terminara de entonar las cinco estrofas de “Gracias a la vida” ya un guardia me ofrecía una cama en el cuarto de los oficiales de turno por diez cómodos soles peruanos.

A la mañana siguiente, cuando me entregó a las autoridades de Tacna, mis deudas con el susodicho habían aumentado, entre taxis, desayuno y propinas, a 65 soles. No sé si todos los días un policía se aparezca con un peligrosísimo preso para cambiar dólares en el mercado de Tacna, pero el cambista aquel no se inmutó ni cuando le entregué mis escasos recursos con las manos esposadas ni menos aún cuando le entregué los 65 soles al guardia delante de él.

Si al reo sentenciado el estado le arrebata todos sus bienes de una sola vez, al detenido se los arrebata paulatinamente. En Tacna me informaron que un juzgado militar de la capital me requería por traición a la patria. “Me mandarán a Lima, entonces”, supuse, pero suponer en el Perú sólo trae disgustos o desencantos. El estado peruano no cuenta con recursos para trasladar a terroristas, me informaron también los guardianes del orden, así que si yo quería llegar al tribunal militar correspondiente o bien debía esperar a que algún vehículo del ejército partiera para Arequipa, y luego en Arequipa, que otro partiera para Ica y así sucesivamente hasta llegar a la capital, o bien debía cubrir con todos los gastos del transporte, incluidos los de los dos policías de custodia que debían acompañarme.

Una vez acordado lo de los pasajes empezaron las negociaciones para los “viáticos” de mis acompañantes. A mí, en un exceso de estupidez racionalista, se me ocurrió proponer la poco afortunada suma de 250 dólares americanos para ambos. Al parecer los cursos de policías no contemplan divisiones impares en caso de corrupción porque mi propuesta desencadenó discusiones tan acaloradas para ver quién se quedaba con los cincuenta dólares de más que yo tuve que mediar entre ambos guardias para evitar una desgracia que sin duda alguna hubiese aumentado los cargos en mi contra. Con 125 dólares en el bolsillo tampoco se dieron por satisfechos y yo tuve que desembolsar sendos “préstamos” para no tener que seguir oyendo las penurias de los guardianes de la democracia. Viajábamos a lo largo del litoral y por un antojo del destino cada cierto trecho topábamos con buitres que se saciaban con carroña. Entonces, por primera vez en mi vida, descubrí que la naturaleza puede ser terriblemente poética.

En Lima me condujeron a las instalaciones de la Dirección Nacional Contra el Terrorismo. Allí se me comunicó que, debido a mi peligrosidad, pasaría quince días aislado y sin derecho a defensa para no interrumpir los interrogatorios. A menos que mi generosidad ablandara sus buenos corazones. Esa misma noche vi a mi esposa, la etnóloga alemana Jana Jahnke, a mi familia y a mi abogado. Por supuesto para ello había concertado una suma con mis custodios, pero bajo la condición de que no sea mi esposa la que entregase el dinero “para que no se lleve una mala imagen del país”.

Después de la consabida toma de huellas digitales y de la fotografía correspondiente fui internado en una pequeña celda con rejas en vez de puerta, igualmente sin luz, en la que apenas cabía un colchón y lo que yo pronto nominé como mi baño propio: una botella vacía de Inka Cola de dos litros. Pese a la humedad de Lima y al olor penetrante del colchón, apenas algo menor que el de la botella, dormí esa noche profundamente. A las seis de la mañana del día siguiente un altoparlante me despertó con una voz inconfundible. Era Celia Cruz que a todo volumen cantaba: “La vida es un carnaval”.



Yo venía de dar una conferencia sobre la historia del charango en la Reunión Anual de la Asociación de Musicología de Argentina y había decidido reunirme con mi esposa, que se hallaba en el Perú tratando de realizar un trabajo de campo entre los aguaruna, para visitar juntos, por supuesto, a mi familia. Pero sin proponérmelo se trastocaron los roles y de pronto fui yo el único que recibía visitas. Allí, en las instalaciones de la Policía Nacional mi abogado me comunicó que había sido denunciado por un detenido a quien se creía haber identificado en uno de los famosos videos de Abimael Guzmán, el número uno de Sendero Luminoso. Pancho O., el reo en cuestión, se había acogido a la Ley del Arrepentimiento, un engendro del fujimorismo que ofrecía conmutaciones de pena a cambio de delatar a quince “compañeros”.

En su desesperación Pancho O., un amigo lejano de mi ex-cuñado, no encontró mejor manera de llenar su lista que recurriendo a cuanto hijo de vecino se le viniera a la mente. Como yo en los ochenta me había ganado un nombre como charanguista entre los círculos de izquierda cantando contra las masacres militares, no descarto la posibilidad de que mi denunciante haya sabido de mí por mis conciertos, que incluso haya asistido a alguno. Si así fue, intuyo que su decepción debe haber sido muy grande, de otro modo no podría explicarme el que un ciudadano honesto haya deseado con tanto ahínco verme entre rejas. Sea como sea, por mi pasado artístico mi militancia senderista resultaba creíble para quien quisiera creerla. Y los policías se encontraban desafortunadamente entre ellos.

Por una de esas excepciones de suerte que me depara la vida de vez en cuando Pancho O. había tenido la excelente idea de indicar mi participación en eventos culturales de Sendero Luminoso con pelos y señales. Gracias a ello mi abogado pudo demostrar rápidamente, remitiéndose a mi movimiento migratorio, que mi participación en los supuestos eventos senderistas en los que mi delator aseguraba haberme visto, era imposible, pues entonces me encontraba a miles de kilómetros de mi país desgarrando las cuerdas de mi charango en las peatonales alemanas por unas cuantas monedas. Una vez llegado al tribunal, demostrar mi inocencia era cosa de niños. El problema era llegar al tribunal.

En el Perú el tiempo es un concepto arbitrario. “Ahorita” puede significar varios minutos. “Una hora”, muchas, muchísimas, y “mañana” puede referir tanto una dimensión de tiempo que encierra 24 horas como semanas o meses. Un juicio militar por terrorismo duraba por lo menos medio año, me dijeron mis allegados. Así que podía sentarme a esperar que San Pedro bajara el dedo o ponerme a escribir la novela que hasta hoy no termino por falta de tiempo.

Mientras tanto mi familia había desatado una campaña internacional para exigir mi liberación. Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania, pasando por los Verdes, las Asociaciones de Musicología de Argentina y Chile, la Universidad de Colonia, Amnesty International, numerosos intelectuales y artistas nacionales e internacionales hasta anónimos defensores de los Derechos Humanos, todo el mundo bombardeó por esos días al gobierno peruano con faxes, correos electrónicos y llamadas telefónicas pidiendo la liberación de Mendívil, el escritor, y la de Mendívil, el músico, sin olvidar la de Mendívil el etnomusicólogo, por supuesto.

A veces me preguntó si la policía vio en esos pequeños detalles un matiz esquizofrénico de mi personalidad o si los mandos militares llegaron a temer el haber detenido a toda una familia de revoltosos internacionales. Sea lo uno o lo otro esa avalancha de peticiones ejerció una presión tan grande sobre el gobierno que el presidente mismo se vio obligado a referirse al “caso Mendívil” en el Congreso de la República. Frente a las cámaras de televisión Fujimori leyó un escueto informe de la policía en el que se hacía público que no se había encontrado prueba alguna que relacionase a Mendívil –ya sea el autor, el músico o el etnomusicólogo– con Sendero Luminoso y que su liberación era cosa de “días”. Con buen tino el presidente recordó a los que demandaban mi inmediata libertad que él no podía intervenir en la administración de justicia ni en los fueros del poder militar, que había que apelar a la paciencia.

Estoy seguro que su intervención en el Congreso no influyo en absoluto en el trato que recibí desde entonces en las instalaciones de la Dirección Contra el Terrorismo. Esa misma noche fui sacado de la celda y se me adjudicó una cama en la habitación de los oficiales de turno. Durante una semana no hice otra cosa que leer periódicos, ver televisión y sacar a los presos de sus celdas a la hora del almuerzo con un horrible manojo de llaves que no debe parecerse en nada al de San Pedro a las puertas del cielo. El tribunal militar también se mostró comprensivo y para evitar demoras innecesarias con traslados a una prisión militar y de ésta a la corte, se mostró dispuesto a juzgarme en las mismísimas instalaciones de la policía, siempre y cuando mi familia rompiera vínculos con la izquierda parlamentaria, con las asociaciones de Derechos Humanos y dejara de atacar al gobierno.

Así que catorce días después de mi detención, cuando fui puesto en libertad frente a un conglomerado de familiares, periodistas, cámaras de televisión y curiosos, no se me ocurrió mejor cosa que recurrir a la frase más política que se podía venir a la cabeza para festejar mi regreso al mundo de los seres libres: “Después de casi diez años –dije– la dictadura de Fujimori ha aceptado que en el Perú sí hay presos políticos inocentes y ha demostrado además que es viable una solución rápida y efectiva a tales injusticias.”

Fue así que me convertí en un escritor político, sin haber hecho nada para merecerlo. Cuando digo “sin haber hecho nada” quiero decir que no hice nada para que me detuvieran y mucho menos aún, para que me liberen. Y lo más triste de todo es que, incluso no habiendo hecho nada, lo haya hecho mal. Tal vez sea yo el primer escritor en el exilio que, en abierta oposición al modelo típico latinoamericano, primero logró salir del país y después ser perseguido; tal vez por ello no creo poseer en absoluto la autoridad que adquieren los escritores de la diáspora política y menos aún la capacidad de ver un acto heroico allí donde sólo reconozco mi misma torpeza de siempre.

Desde el día de mi liberación he vivido traicionando mi imagen de escritor político. Puede verse en dicha actitud una proposición política postmoderna, me temo, desgraciadamente, que ésta obedece mucho más a una terca necesidad de no hacer lo que de mí se espera. Seré más explícito. A mi regreso a este lado del océano, a Europa, cuando todos esperaban de mí el crudo informe de penurias y tormentos sufridos, no encontré mayor gozo que contar las más absurdas e increíbles anécdotas sobre mi detención. Cuando percibí que algunos de quienes habían luchado por mi liberación mal ocultaban su decepción porque no había sido maltratado, torturado, en fin, porque no había sabido cultivar los ingredientes discursivos del género, entendí que, librado del totalitarismo de un régimen político, había caído en otro discurso totalitario que me obligaba a ser lo que la dictadura había hecho de mí: un perseguido. Y me negué rotundamente... (cont.)