Norberto Fuentes de cara a la posteridad
Por Jorge A. Pomar, Colonia
Preámbulo delriscano a modo de actualización
Esta reseña (aquí retocada) del discutible testimonio de Norberto Fuentes acerca de las aventuras y desventuras del general Arnaldo Ochoa y los gemelos Tony y Patricio de la Guardia debió aparecer en Encuentro en la Red a raíz de la publicación de Dulces guerreros cubanos en febrero de 2000. Lamentablemente, se me explicó entonces, alguien se me había adelantado y no era posible publicar una segunda reseña sobre el mismo libro.
No me quedó otra que engavetar el manuscrito. Sin embargo, el certero análisis de Enrique del Risco en la web del propio Norberto --quien obviamente se siente gratificado por un análisis que, no por demoledor, deja de halagar su monumental ego, visto que resalta la trascendencia de su testimonio íntimo-- ha tenido la virtud de persuadirme de que, a despecho de la amoralidad de su autor, Dulces guerreros... pasará a la historiografía literaria del castrismo como uno de los relatos que mejor revelan la naturaleza criminal de ese régimen hoy agonizante.
Estoy del todo de acuerdo con Del Risco cuando afirma que “este libro ha sido sistemáticamente mal leído”. Y no a pesar de, sino justamente, por efecto del cinismo, del desparpajo, de la pueril egolatría de un autor que, involucrado él mismo en las tropelías de sus héroes, a lo largo de 464 páginas, como observa Del Risco, no tiene a bien pronunciar frases como “yo no me di cuenta hasta que…” o “lo tuve que hacer a mi pesar”.
Del Risco hace énfasis en un aspecto que ciertamente yo también menciono entonces. Pero, centrándolo más bien en el retrato ético del autor, no subrayaba lo suficiente en la versión original: la irrefutabilidad, la contundencia de Dulces guerreros..., que a su manera sólo es posible como resultado de esa visión cínica, amoral, ególatra, del drama narrado. Hasta ahora, nos advierte el sagaz crítico, ocurre un poco que el frondoso árbol de la impudicia autoral no deja ver la jungla del castrismo. Para despejar el follaje narcisista, Del Risco empieza por dar una versión hipotética del rol de Fuentes como autor:
La diosa literatura, lamentando lo esquiva que le es su representación del poder ha designado a un escritor para la más alta misión que pueda encomendarle: durante años se acercará al poder, será parte de este, participará de sus correspondientes abyecciones con el solo objeto de describirlo. A esto le añade otro sacrificio: deberá ser parte del retrato que haga y mostrar cada una de las huellas que el poder haya dejado sobre su cuerpo sin emitir la más mínima queja o disculpa. Su entusiasmo en medio de la abyección deberá mostrar justamente las más oscuras desnudeces de ese poder.
(Desde luego, trátase de una simple hipótesis de trabajo, ya que tal plan a largo plazo jamás existió. Y donde dice "huellas" debe decir "llagas".) Ni tonto ni perezoso, Del Risco se cura en salud, o sea, se precave contra la conocida objeción de la crítica moralizante:
Ya se me ha objetado por adelantado este argumento. Dulces guerreros cubanos no es más que otro intento de un escritor que vendido al poder y luego marginado por este, intenta conservar los privilegios perdidos vendiendo sus recuerdos. Esa explicación alcanzaría para explicar muchísimos libros pero no este ni su importancia. Tal explicación se hace banal ante el contacto con páginas que hasta entonces eran imposibles.
Ése sería el aspecto más a flor de agua del libro, el que grita al cielo y, por ende, el que, percibido por casi todos los lectores desde las primeras páginas, matiza, da la tónica dominante a la lectura hasta el irritante punto final. Antes de resumir el segundo aspecto, esa imprescindible lectura posible y más profunda, a la que sólo se accede tras el análisis desapasionado, sobrio, Del Risco trae a colación a tres autores paradigmáticos éticamente afines extraídos de lo más granado de la literatura universal cuyas obras, para revelar su valía, requieren una lectura similar a la que él recomienda para Dulces guerreros:
Lo cierto es que desde su aparición este libro ha sido sistemáticamente mal leído. Creo saber la razón. Un libro imposible supone lectores imposibles. Lectores para los que la conducta moral del autor no sea por ejemplo el índice para medir la importancia de un libro. Lectores que sepan imitar al autor al menos en una cosa: la distancia, la misma distancia que nos permite disfrutar a Quevedo, Maquiavelo o Celine con una actitud algo distinta a aquella con que se evalúa al futuro esposo de nuestra hija.
Caracterizado el autor, desbrozada la maleza emocional que obnubila a tantos lectores, Del Risco nos abre los ojos respecto a la importancia testimonial, al mensaje profundo, duradero, trascendente, de Dulces guerreros...:
En cambio, los lectores posibles no han sabido, por lo general, ver en el libro uno de los testimonios más demoledores que hasta ahora se ha escrito contra el castrismo que a lo largo de cuatro décadas ha resultado una de las metáforas más absolutas y devastadoras del poder. No se trata de un acopio de datos más o menos inéditos sino del retrato de la profunda de un régimen en que los principios políticos, ideológicos y morales son apenas un absurdo de consumo externo mientras sus únicos principios son el machismo y la rapiña.
La reseña de Del Risco
Lo que sí no se le puede a negar a este inefable aprendiz de James Bond castrista es el mérito estrictamente literario --lo cual, tratándose de un escritor no es poco; no le faltará, pues, quien le envidie su dudosa suerte-- de haber dejado con Dulces guerreros... un testimonio perdurable de cara a cualquier comprensión cabal del castrismo en el futuro. Lo cortés no quita lo valiente. Cambiando lo que haya que cambiar: el cinismo y la desvergüenza, como bien insinúa Del Risco, no invalidan una obra literaria, si ésta facilita a la posteridad el análisis objetivo y subjetivo tanto del autor como de la sociedad y la época en que le tocó vivir.
En tal sentido, ha sido útil que Fuentes no haya hecho en el libro el menor intento de disculparse. En todo caso, la poética del cinismo, la literatura universal se empeña en corroborarlo, rinde más que la del arrepentimiento y la reivindicación, que suele engendrar bodrios sentimentales y/o desvaríos de la razón. ¿Ejemplos en la literatura “revolucionaria”? Informe contra mi mismo, donde Eliseo Alberto Lichi) cuenta, verdad o mentira, su infamante papel como espía de su propio padre (el poeta Eliseo Diego). O El árbol de la vida, donde Lisandro Otero hace su segundo, esperpéntico mea culpa. De Lisandro, cuya obra y vida son el inventario de su propia desorientación, son estas palabras:
...es muy importante que el intelectual ayude a orientar a la opinión pública para que ésta tome conciencia de los problemas”. (Cubanet, 07-03-2003).
En La Jiribilla, revista digital del Ministerio de Cultura castrista, está sentando cátedra en esa noble misión. Flojos e inconsecuentes suelen serlo unos y otros. Cuestión de déficit ético. Por eso, no es de extrañar que Lichi, después de escribir un título tan abracadabrante en el exilio, haya declarado algo así como que, de haber estado él en Cuba, habrían tenido que pasar por encima de su cadáver para mostrar al Magno Paciente caminando sin avanzar en aquel vídeo de Cubavisión. "Esto es bonito, lo que hay es que entenderlo", como gustaba decir un presidiario amigo mío en el correccional de Lagunillas, Cienfuegos.
Tampoco es motivo de asombro que un Edmundo Desnoes, autor de Memorias del subdesarrollo (1974), noveleta de estridentes bemoles masoquistas (el protagonista de clase media opta por quedarse cuando sus parientes se largan a Miami en las intensas jornadas de la Crisis de Octubre), declarase durante una visita a la Isla su amor a la “belleza de las ruinas” habaneras y justificara su residencia permanente en el extranjero con este insólito argumento burgués: “Necesito las comodidades del desarrollo y la única intensidad que puedo asimilar es la de un buen Roquefort”. De que le zumba, le zumba. Pero nada del otro jueves en tratándose de intelectuales burgueses. Como quien dice, su "pecado original", según acertara a decir el Che, sin incluirse a sí mismo. (No me incluyo porque, aunque me habría gustado, ni nací ni soy burgués.)
Toda esta digresión sólo para decir que, como Del Risco, prefiero el cinismo de Dulces guerreros... Además de exento de afán aleccionador, es un texto que atrapa al lector desde el primer capítulo y no lo suelta hasta el amargo final. A diferencia de Informe contra mi mismo, El árbol de la vida o Memorias del subdesarrollo, donde, si el lector logra la proeza de llegar a la última página, ha pasado un magnífico entrenamiento para vencer en un festival de bostezos.
Finalmente, a pesar de la mala leche, de la complejidad del análisis requerido, Dulces guerreros... tampoco se queda atrás comparado con dos textos de gran valor testimonial pero en las antípodas éticas, como Memorias de un soldado cubano, de Dariel Alarcón Ramírez (alias “Benigno” en la guerrilla boliviana del Che) y El furor y el delirio, de Jorge Masetti (hijo del fundador de Prensa Latina, desaparecido en la guerrilla de Salta). Al contrario, les gana de calle en cuanto a oficio literario. A continuación, a modo de datos suplementarios sobre el autor y el contenido del libro de marras, así como de incitación a su amena lectura, mi reseña de 2000:
MI RESEÑA
A más tardar desde Condenados de Condado Norberto Fuentes (n.1943, La Habana) demostró haber asimilado la lectura de Caballería roja (1926), antología de cuentos donde el corresponsal ucraniano Isaac Bábel (acusado de trotskista en 1939, muere en Siberia) describe, con rudo laconismo neorrealista, la despiadada crueldad recíproca entre los cosacos rojos del mariscal Budionny y los guardias blancos del Don.
Con la salvedad de que los crudos relatos de Fuentes sobre la guerra contra los alzados del Escambray quienes, ahora lo sé, peleaban por nuestra libertad, no eran un calco de los del autor judeo-ruso sino, en su conjunto, una joya de la narrativa corta criolla que rompía temprano con los cánones partidistas, granjeándole a Fuentes, por un lado, un bien merecido Premio Casa de las Américas 1968 y, por otro, el anatema oficial.
A diferencia de su maestro ucraniano y de colegas de la UNEAC caídos en desgracia a fines de la década de los 60, Fuentes ni iría a dar con sus huesos en las mazmorras del régimen ni optaría por la ruptura y el exilio. Tampoco rumiaría los sinsabores del insilio. En realidad, nunca pensó seguir ningún género de rumbos temerarios.
Tras su contradictoria postura en el auto de fe intelectual a raíz del “caso Padilla”, Fuentes primero se autocriticó, como casi todos. Enseguida, en una segunda comparecencia, viró palo para rumba al declarar tajantemente que no tenía nada que censurarse. De esa época datan sus estrechos contactos con los gemelos De la Guardia, el MININT y la cúpula del MINFAR.
Otrosí, dado el tren de vida que se gasta en Dulces guerreros..., y que ya por entonces llevaba, tenía fama de “seguroso”, nunca fue, que se sepa, un delator de sus colegas. En 1982, reaparece como ensayista con el primer tomo de Hemingway en Cuba, un recuento de las andanzas del autor de El viejo y el mar cuya realización suponía ya un acceso a documentos que en Cuba sólo se concede a quien goza de absoluta confianza.
A buen seguro, pese a la minuciosidad de sus estudios hemingwayanos, por esa fecha “el Norbert” nada supiera aún del respetable expediente de genocida acumulado por el novelista y aventurero norteamericano al final de la Segunda Guerra Mundial. Como parte de un grupo de última hora de la Résistance (que, por cierto, tiene mejor prensa y cine que historia real), según cartas suyas recién reveladas, Hemingway dio muerte con sus propias manos a unos 122 prisioneros de guerra alemanes. Incluidos un adolescente a quien fusiló a mansalva, por la espalda, mientras intentaba huir en bicicleta; y un oficial de la Wehrmacht al que, por insolente, le sacó el cerebro “por la boca o por la nariz, creo” de un cuarto disparo a bocajarro en el cráneo.
Probablemente, dada su posterior amistad con los De la Guardia, cuyos asesinatos a sangre fría admiraba sin recato, Fuentes no se habría detenido a elucubrar acerca de si aquellos espeluznantes relatos epistolares de su modelo humano e ídolo literario gringo eran simples fábulas o la pura verdad. En todo caso, dato revelador, a sus mentores cubanos no les han bastado para suprimir al dudoso personaje del retrato con Fidel que adorna la Bodeguita del Medio. Con lo cual, junto con el Che, sigue formando la pareja de sanguinarios extranjeros más venerada en la Isla.
Cuatro años más tarde, Fuentes publica Nos impusieron la violencia, una recopilación de artículos apologéticos sobre el terror “revolucionario” en Cuba. De la lucha a muerte contra la subversión interna y del apoyo a las guerrillas marxistas en África y América Latina, se había pasado a mediados de los años 70 a la intervención abierta y la guerra regular en tres continentes.
A partir de la publicación del primer tomo de Hemingway en Cuba (el segundo no verá la luz hasta 1987), Fuentes había dejado de ser el narrador insensible, aparentemente imparcial, de Condenados... para convertirse, en virtud de su amistad personal con los jerarcas político-militares del régimen (hermanos Castro; generales Arnaldo Ochoa, Patricio de la Guardia y José Abrantes, y coronel Tony de la Guardia) en cronista de la epopeya que comienza con las guerras de Angola (1975) y Etiopía (1977). A
Fuentes incursiona también por Nicaragua y Granada. De golpe y porrazo, el destino pone fin a su ascendente carrera, en forma trágica. En el verano de 1989, el intempestivo escándalo del narcotráfico lo ha pillado fuera de base, completamente descolocado. Pero sobre todo le sorprende aquí un fenómeno que no entraba en los cálculos de nadie a su alrededor: el abrupto rompimiento de las reglas de juego tácitas del servicio marcial al régimen. El aparatoso montaje judicial cierra con el fusilamiento de cuatro implicados y el desmantelamiento del Ministerio del Interior. Algo más que un gaje del oficio: Fuentes se ha quedado colgando de la brocha.
Habiendo caído en desgracia desde entonces, cabía esperar que, tras el ruidoso fracaso de su intento de fuga y su salida del país, gracias a los buenos oficios del autor de Cien años de soledad cerca del Máximo Líder, Fuentes diera al fin un testimonio de primera mano que arrojara luz sobre sus propias correrías y la tragedia de sus jamesbondescos mentores. Y lo dio, pero --por fortuna para la historiografía literaria del castrismo, como observa Del Risco-- sin tomar la distancia afectiva que sería de esperar de cualquier hijo de vecina escarmentado.
Norberto Fuentes sigue dando hasta el sol de hoy la impresión de no haber cortado su cordón umbilical con el régimen. La trama de Dulces guerreros... gira alrededor de una crónica de los últimos contactos del autor con Ochoa y los gemelos De la Guardia. Raro, cuando éstos ya se hallaban bajo estricta vigilancia. Fuentes, alega en el libro de manera inverosímil, les previene repetidas veces en vano acerca del inminente peligro que corren. Signo de interrogación seguido de signo de admiración: ¿cumplía órdenes superiores? ¿O acaso el alto mando lo dejaba lucirse para darles a los acosados una engañosa sensación de normalidad?
Destaca su (frívola) amistad con ellos; se regodea en la descripción de las técnicas de acoso y vigilancia de que son objeto en los días previos al inicio de la Causa Nr. 1 de 1989; e insiste en la urgencia de hacer algo ante unos hombres que se saben atrapados en la trampa mortal que ellos mismos han tendido
Alrededor de esa trama principal, y de los alardes sexuales del autor, giran un sinfín de relatos de segunda y tercera mano con la más insustancial y despectiva chismografía: Fidel, “un mal palo del carajo”. Raúl, un bastardo. Gabriel García Márquez, un vulgar correveidile de Fidel. Un dato superfluo, gratuitamente denigrante: Aliusha, una de las hijas del Che, es descrita como una ninfómana que se revuelca con amantes de ambos sexos por todas las camas de la Misión Cubana en Luanda.
Los generales Ochoa y Cintra Frías, unos guajiros que de chicos se pasaban la vida fornicando con cabras y puercas como si fuesen mujeres. Lo cual, a juzgar por su autorretrato en el libro, el macho cabrío Fuentes hace a la inversa: él de adulto fornica con las mujeres como si fueran chivas y cerdas. Silvio Rodríguez, un tipo con cara de “perro apaleado” incapaz de “hacer vibrar” una vagina. ¿Cómo lo sabe? Y multitud de personajes menores mencionados con pelos y señales a quienes, venga o no venga a cuento, el autor se deleita en airearles los trapos sucios.
En contraste, Fuentes, que cuando quiere jura y perjura, citando a troche y moche nombres y lugares para probar nimiedades y tópicos gastados, no aporta datos cuando describe hechos tan graves como la técnica favorita de asesinato a sangre fría de Camilo Cienfuegos, el mítico comandante misteriosamente desaparecido en un accidente aéreo en octubre de 1959 y deidad suprema en el sanctasanctórum de revolucionarios y contrarrevolucionarios. O cuando pinta a un general Ochoa descerrajando en persona (¿!) tiros de gracia en la cabeza de prisioneros angolanos interrogados. ¿Él estaba allí?
Como testimonio factual Dulces guerreros... deja que desear por más de un concepto. Lo que debía ser un documento irrefutable y desgarrador, arrancado laboriosamente de los entresijos de la memoria de un autor que compartió cuchara con la élite del poder en Cuba, deviene de entrada en una inextricable amalgama de géneros literarios que van desde las referidas digresiones erótico-escatológicas, pasando por un extenso catálogo de vocablos y dicharachos cubanos (destinados al lector extranjero) hasta un empleo recurrente, extemporáneo, de la ficción novelesca.
Como en buena parte del amplio centenar de páginas que derrocha en describir los procedimientos de la Seguridad del Estado, que debía conocer apenas de oídas; o la depurada prosa descriptiva que se gasta en una escena íntima entre el Comandante y su desconocida consorte (págs. 211-215). Pura ficción factográfica pero, vale decirlo, tambien muy atinada. Recursos estilísticos que, ciertamente, hacen grata la lectura pero descalifican la obra como documento testimonial propiamente dicho. Paradójicamente, como explica Del Risco, Dulces guerreros... funciona a la perfección como retrato ético de la degradada alta nomenclatura del régimen.
Desde el punto de vista referencial, ficticio o real, casi nada de lo narrado es inverosímil. Ni siquiera las menudencias chismográficas. Sin embargo, por más que el texto en general arroje una fotografía colectiva fidedigna de la élite castrista, tan siniestra y compleja como veraz, el lector medianamente al corriente de la realidad cubana no encuentra nada nuevo bajo el sol castrista en las 700-800 cuartillas de Dulces guerreros... En contraste, las omisiones del relato lógico son tan escandalosas que inducen a pensar en deslices voluntarios. He aquí algunas de las incógnitas del libro:
¿Cómo llega Fuentes, un autor caído en desgracia después de Condenados de Condado, a hacerse merecedor de la confianza política del régimen? ¿Cómo da la talla? Un hecho indudablemente factible pero digno de explicarse en el libro.
¿Cuál es su verdadera función en el grupo del coronel De la Guardia, que tenía a su cargo tanto los negocios ilegales en divisas para "burlar el embargo" como las operaciones de contrabando con narcotraficantes colombianos a través de Varadero? Interrogante tanto más pertinente cuanto que no es creíble que el alto mando le hubiese asignado la misión de redactar la crónica de aquellas operaciones ilegales.
¿De dónde provenía el medio millón de dólares que escondía Fuentes en su casa y qué se hizo de ese platarral? A modo de comparación: oficialmente, las 15 operaciones exitosas de narcotráfico efectuadas por los hombres de Tony de la Guardia entre 1986 y 1989 dejaron a los cubanos una ganancia neta total de $3.400.000. De donde se desprende que Fuentes tenía en su poder más de un séptimo de esa cifra. Y sí algo sabemos los cubanos es que hay dos cosas con las que el régimen no entiende de bromas: la persona de Fidel y... los dólares, literalmente hasta el cent, el quilo prieto de cobre utilizado en santería.
En una situación en la que se echaron a rodar sin miramientos cabezas de alto rango, incluso emparentadas con la dinastía castrista, el autor nunca aclara por qué tanta indulgencia con él, un hombre que tuvo incluso la osadía de prevenir, en franca acción conspirativa, al general Ochoa y a los gemelos De la Guardia cuando ya estaban bajo rigurosa vigilancia. ¿Desde cuando ayudar a escapar a enemigos políticos es en Cuba un delito de caballeros, tratándose además de oficiales de alto rango portadores de información sensible, estratégica?
Fuentes no dice haber sido interrogado o arrestado. Ni siquiera recibió la clásica “cita con halón de orejas” en Villa Marista, sede de la Seguridad del Estado en La Habana. Se limita a dejar caer, de pasada y sin aclarar los motivos, que Raúl Castro ha insistido en la necesidad de preservarlo por su futura utilidad para la Revolución. ¿Sería ése el secreto de los guiños que le hace desde la portada de El Mundo al Hermanísimo a raíz de la Proclama del Comandante en Jefe anunciando el traspaso temporal de poderes? Realmente, no lo creo. Con todo, su alibí no me convence.
Por otra parte, hay un fuerte contraste entre la imagen que Fuentes da de los gemelos De la Guardia, a quienes no se cansa de ensalzar, y la ligereza con que al final los acusa de traición (¿traición a quién?) cuando éstos, desoyendo sus advertencias, optan erróneamente por la única vía de escape eficaz dentro del hasta entonces tácito código del honor castrista: la autoinculpación y el perdón. Fórmula que, acaso por primera vez, no surte efecto.
El otro camino, el del desafío temerario, la huida suicida hacia adelante, conducirá
1) Habiendo sido partícipes directos, los reos sabían más de la cuenta acerca de las operaciones de narcotráfico. Su testimonio podía comprometer a los hermanos Castro. Pero esto tal vez, o de seguro, habría tenido su arreglo, de no mediar otras tres agravantes imperdonables. Es probable que, como se corre, el general Patricio de la Guardia haya salvado el pellejo gracias a la saludable precaución de haber depositado previamente, bajo inexpugnable custodia foránea, documentos comprometedores. Suspicaz como debía ser por oficio, tal vez tomara esa medida cautelar con mucha antelación, previendo posibles complicaciones con el narcotráfico en las que él mismo podía fungir de chivo expiatorio.
2) Solían burlarse entre ellos de Fidel (ignoraban que los estaban grabando), un delito de lesa majestad en Cuba por el que cientos de personas han ido a dar con sus huesos en la cárcel hasta 5 años. Y "el Norbert", ¿no se burlaba el también de la "decrepitud" del Máximo Líder durante aquellos conciliábulos grabados? Si las lágrimas de Raúl frente al espejo no alcanzaron para que Fidel perdonara al general Ochoa, ¿cómo suponer que, de no ser por los factores mencionados, Fuentes saliera incólume de semejante zafarrancho nacional?
(Mofarse de Fidel cuesta caro, incluso si se ha hecho por error. Por ejemplo, recluido en la Prisión Provincial de Cienfuegos, más conocida por Ariza, el que suscribe conoció a un ex teniente del Ejército que purgaba esa pena por el desliz de haber animado, sin saberlo --me lo juró “por mi madre santa”, creyendo la bola de que yo era un agente encubierto de la Seguridad del Estado-- un acto cultural en su unidad militar con un casete que contenía la canción subversiva de Willi Chirino “Nuestro día ya viene llegando”, de letra lesiva para el Comandante en Jefe y su sultanato caribeño.)
3) Si bien, en razón de sus fuertes lazos de casta y gratitud con los hermanos Castro, aún no habían concretado un plan golpista, la élite político militar en torno a Ochoa, los gemelos De la Guardia y Abrantes estaba, dados los cargos detentados, ciertamente en condiciones de hacerlo. Fidel no hace más que adelantarse al curso natural de un descontento a ese nivel en la jefatura de las Fuerzas Armadas.
4) Preconizaban una reforma política del sistema, probablemente un acercamiento a la Glasnost y la Perestroika a lo Mijail Gorbachov. De hecho, la dureza de la sentencia obedece en lo fundamental al imperativo de cortar el mal por lo sano, descabezando y desalentando de manera ejemplarizante inquietantes tendencias aperturistas en la dirección del Partido y el Estado.
Conclusiones
La extraña condescendencia oficial para con Fuentes obedece, cuando menos, a la sencilla razón de que su persona no reunía ninguna de estas características. Simplemente, "el horno no estaba a esa hora para galleticas" y él, además de ser un intelectual famoso, lo que habría envenado la torta propagandística de cara al extranjero, con toda seguridad no era tan importante como aún parece pensar.
No obstante, el argumento central de Dulces guerreros... gira en torno al egocéntrico interés autoral de reivindicar para sí una preeminencia que en realidad nunca tuvo dentro de esa pulcra y desideologizada élite blanca de rambos de cuna burguesa: esbeltos, atractivos, cultos, influyentes y bien entrenados narcisos, cuya solvencia y arrogancia de perdonavidas resaltaban aún más en medio de la agobiante miseria de sus compatriotas de a pie. Ahí radica el encanto, la nostalgia de Fuentes.
No cabe duda de que el joven cronista de Condenados de condado sucumbió con tal fuerza al deslumbramiento de sus epígonos que ni siquiera a la distancia del exilio ha logrado despojarse de su rutilante imagen. He ahí uno de los grandes lastres de Dulces guerreros... Y acaso su mayor virtud, como señala Del Risco. El otro es la comprensible pero, en este y otros casos, indecorosa preocupación comercial propia del que arriba a tierras neoliberales. Sobre todo si, como en caso de Fuentes, adopta de entrada en La Florida una actitud ambivalente que le pone cuesta arriba la de por sí ardua tarea de levantar cabeza en el exilio cuando ya se peinan canas.
Lo dicho: el libro se salva por el depurado oficio literario del autor. A costa de carnavalizar y banalizar una historia de la que se siente partícipe privilegiado, el autor logra dar una visión fidedigna del castrismo y de la idiosincrasia de sus protagonistas... Y sobre todo del propio Norberto Fuentes, que arribó al exilio sin haberse desembarazado del dudoso andamiaje moral que lo hizo sucumbir a la seducción del poder y la superioridad sobre la masa vil bajo el castrismo.
En fin, una lectura recomendable para todo el que quiera ambientarse en ese muladar etológico irradiante en que se ha convertido la otrora Perla de las Antillas. Conque, amable y paciente lector, sobre todo si por ventura es Usted extranjero y se interesa por el tema de la Revolución Cubana, no deje de encargarle cuanto antes a la librería más cercana un ejemplar de Dulces guerreros...
A lo mejor, acabe asqueándose. Pero asegurarle puedo que lo que es arrepentirse, no se arrepentirá. Y recuerde que la culpa no es Norberto Fuentes. Su delito consiste en haber recurrido a la poética infalible del cinismo. Y lo ha cometido bien precisamente porque su cinismo no es parte de la ficción de la obra.
Culpable, en última instancia, metafísicamente hablando, no es ni siquiera Fidel Castro. Este tipo de apocalipsis es inherente a toda tentativa humana de erigir el paraíso, la utopía terrenal. Y cuanto más sincero el experimento, tanto peores las consecuencias.
4 comments:
Yo tenía bien claro el valor de 'Dulces guerreros' como testimonio válido de la corrupción total del régimen.
Pero ahora lo tengo más claro, incluso cristalino. No me explico por qué en su momento no te lo publicaron en 'Encuentro'. Aunque bueno, sí me lo explico. Y tú sabes lo que digo.
Hay que descontar en el libro todo lo mitomaníaco y todas las ridiculeces de nuevo rico, pero así y todo el retrato de la nomenklatura es formidable, además de estar bien escrito.
El asco que me produjo la lectura de ese libro (tuve que interrumpirla varias veces porque no podía más) se neutralizaba con la risa que me producían sus ridiculeces de nuevo rico.
Resulta un tipo tan infantiloide que se muestra orgulloso nada menos que de tener un carro ruso, unas gafas de sol y una novia licenciada en lengua inglesa, que casualmente yo conocía y no era la tal princesa que él describe con lujo de detalle, aunque sí era una muchacha en general graciosa, muy simpática y agradable.
En lo único que discrepo de tu análisis es cuando aseguras que hay "dos cosas con las que el régimen no entiende de bromas: la persona de Fidel y... los dólares...."
Para mí que esas dos cosas se quedan en una sola: la figura de FC y para de contar. Desde luego, con su corolario: lealtad ilimatada al 'Jefe', especialmente entre los altos dirigentes y oficiales. Al extremo de tener que aceptar el sacrificio como chivo expiatorio. Dicen que Ochoa murió dándole vivas a FC. ¿Será verdad?
A los altos dirigente no sólo le permiten de siempre la tenencia de fuertes sumas de dinero en divisa, sino que los premian y los compran así.
Eso también permite tenerlos como rehenes. Pueden disfrutar de todos los privilegios, pero hasta un punto. Y ese límite lo marca la pérdida de confianza del Uno o del Dos.
Es entonces que los truenan y sacan a relucir acusaciones de enriquecimiento ilícito, 'dolce vita', etc. Pero la causa es otra. Remember Landy y Robainita.
Algo en que no había pensado y me alegra que tú lo aclares. ¿Por qué no le pasó nada al Norbert? Con lo fácil que hubiera sido eliminarlo mediante un 'infarto' en su super-apt del Edificio de los Coroneles.
Te confieso, y no porque tenga nada de pacata, que yo hasta he querido olvidar los detalles de ese libro, verdaderos o no, pero siempre verosímiles (como tú acotas).
Incluso sería capaz de entender la corrupción, algo que es consustancial al poder, si bien en Cuba me parece que es al revés: el poder es consustancial a la corrupción. Así de crudo.
Lo que más me dolió es saber que todos esos hombres, en ese mundo de machos elementales, están vacíos de todo. Los gemelos DLG, Ochoa y el resto.
No tienen ni siquiera el concepto elemental de patria, que si les suena antiguo pues póngan nación, sociedad, lo que sea. Sus crímenes y fechorías no son en nombre de nada, ni siquiera de la tan cacareada revolución.
Sólo siguen ciegamente a un hombre convertido en dios todopoderoso, y lo demás no importa. Tal vez la excepción sea la familia, pero eso es algo que encontramos hasta en el mafioso más criminal.
Pero qué tristeza. ¿A dónde fueron a parar los principios y los valores, aun cuando se defienda una idea o una causa errada?
Es que hasta el tirano más encallecido en última instancia racionaliza sus crímenes pensando que así obra en bien del país.
Allá todo se hace por y para Castro. Y cuando dicen que es por la revolución, ésa es otra manera de decir por Castro.
Paloma Pardo
Paloma, "Norbert" es un provocador y ya verás muy pronto la sorpresa que nos va a dar. Acuérdate!
A mí ya no me sorprende nada. Ni nadie. Pero ¿qué tipo de sorpresa tú piensas que va a dar? Me dejas intrigada. Saludos de Paloma
Ese Norbert es un mierda completo,(yo no pude terminar el libro del asco) e igualitos que el hay muchos dentro y fuera. Ahora , no hay que confundirse, hay un monton de revolucionarios tambien dentro y fuera que no le deben nada al FC y que son un saco de cojones. Hombres y mujeres de una sola pieza!.
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