
Por Jorge A. Pomar, Colonia
La “glasnost” es como un juramento de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Vladimir Bukovski, El punzante dolor de la libertad
Este alegato debió ser una carta abierta a la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana (AECC) explicando las razones de mi despedida, con el ruego a la redacción de Encuentro en la Red de que, al igual que se había hecho tiempo atrás con intelectuales orgánicos del régimen, tuviese la gentileza de darla a conocer a los lectores.
Permítaseme aquí una digresión a fin de poner el parche antes que salga la llaga. Lo sé: no me granjearé simpatías con lo aquí expuesto. He sopesado los pros y los contras hasta la saciedad, empezado varias veces a teclear mis razones y vuelto a arrojar las cuartillas a la papelera. Me inhibía el argumento de no dar armas al enemigo, de morder el freno y callar con tal de no servirle en bandeja de plata nuevos trapos sucios del exilio a la propaganda oficial.
Me impuse, asimismo, el imperativo de no acusar en falso, de no precipitarme a sacar conclusiones sobre un estado de cosas que, era mi esperanza, podía revertirse en cualquier momento. Desafortunadamente, me quedé esperando. Siento vergüenza propia y ajena. Ha sido duro para mí renunciar a lo que en otro tiempo creí hallar en Encuentro: un oasis de empatía en medio del semidesierto de amor a la oposición cubana en Europa Occidental. Pero he llegado a la conclusión de que, si no hablo, me ahogo. Nada personal me mueve contra los dirigentes de la Asociación. Mi propósito no será otro que situarla en su justo lugar dentro del espectro del exilio, ni más acá ni más allá.
La causa de mi enfado fue el rechazo al artículo “¿Qué se cuece en La Habana?” donde, a raíz de la Proclama del Comandante en Jefe (31-07-2006), invoco el derecho a la rebelión, la posibilidad de un levantamiento anticastrista como un factor aleatorio que nadie podía descartar (no lo estaba haciendo el Gobierno que, previéndola en aquella coyuntura, redobló la vigilancia callejera y decretó la movilización general de las Fuerzas Armadas.
Tras falsas excusas, peloteos y la mediación de un amigo común, a fin de “sosegarme”, la máxima instancia en persona de la casa se dignó explicarme, vía telefónica, el motivo real: mi artículo podía ser interpretado como un “llamado a la violencia”; en situación tan delicada como la que atravesaba la Isla, debía actuarse con sentido de la responsabilidad patriótica para garantizar la “paz social”. Aquello me olía a ambiente de núcleo del PCC.
No di de entrada mi brazo a torcer, arguyendo la perogrullada editorial de que las opiniones de los autores no tienen por qué ser las de la redacción. Ni modo: “Publícalo en otra parte”, me sugirió sin rodeos. Lo hice de inmediato, sin autocensura, es decir, con lo antes dejado ex profeso en el tintero, en Cubanálisis, remitiéndole el texto corregido y aumentado a Encuentro en la Red. Pero resolví no airear mis discrepancias con la AECC y, echarle tierra al asunto hasta más ver después de la crisis. Nunca más volvería a escribir para Encuentro.
Con todo, el incidente me dio un insight sobre la cadena de mando en la sede madrileña. Aquella jugada de contención afectiva tuvo la virtud de revelarme quién lleva, en última instancia, la batuta en la AECC: como el lector sagaz habrá adivinado, mi interlocutora, Annabelle Rodríguez. En exclusiva, al menos para asuntos de política editorial en circunstancias trascendentales donde, por desgracia, el resto del personal de la sede en calle Infanta Mercedes # 43 ni corta ni pincha.
Para no hablar ya de los no domiciliados en Madrid. Me consta, por ejemplo, que el vocal Manuel Díaz Martínez (Gran Canaria), con quien jamás he tenido desacuerdos de principio, raras veces, si acaso, es consultado. En el inextricable mundillo de la diáspora intelectual cubana, donde la inmensa mayoría los gatos son pardos, meto la mano en la candela por él: ni muerto se le ocurriría aplicarle la censura a nadie. Me dolió que se recurriese a él como mediador, papel que, por cierto, desempeñó caballerosamente y sin tomar partido en el asunto. Igual creo saber que ni Pablo Díaz ni Michel Suárez comparten la postura de la presidencia de la AECC.
No me gustó el modus operandi, en particular, el abuso de nuestra amistad común con el poeta. Él mismo que más tarde, tras leer un texto mío sobre el reciente debate de los intelectuales, me aconsejó enviárselo a Encuentro en la Red. Estimaba que mi pladoyer a favor de concederles voz y derecho de habeas corpus a los chivos expiatorios del Quinquenio Gris, Luis Pavón y Jorge (Papito) Serguera, introducía un elemento novedoso en el ya hinchado dossier de la revista digital. A sabiendas de que de nuevo estaba tocando una tecla disonante, y porque la esperanza es lo último que se pierde, me dejé contagiar por su buena fe. Ni acuse de recibo hasta la fecha.
Encajé el desaire, el enésimo: fulano o mengana no están (me pregunto si el “Dile que no estoy” regirá también cuando del otro lado del cable está algún potentado del gobierno socialista); no tenemos personal para contestarles a vuelta de correo a tantos a la vez; tu artículo es demasiado largo; demasiado personal; no aporta nada nuevo; ya publicamos otro sobre el mismo tema; tumba esto, tumba lo otro (cuando no lo tumba el redactor por su libre albedrío); no cuadra abordar ese asunto en estos momentos...
Todo eso forma parte, como la grosería de no acusar recibo, de los gajes de escribir para Encuentro. No me ha sucedido a mí solo. Mi primer desencanto tuvo lugar durante los días previos al congreso de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba (APSC) en mayo de 2005. Se acercaba la fecha inaugural y Encuentro en la Red aún no había rozado el tema, a pesar de la peligrosa atmósfera (boicoteo, amenazas oficiales, deserciones, etc.) que se estaba formando alrededor de las cabezas de los organizadores.
En vista del bache informativo, escribí un extenso artículo de apoyo al evento y repudio a desertores y detractores. Mutismo absoluto en la sede madrileña. Ahí les puse mi primer ultimátum. A regañadientes, publicaron el texto: en dos partes y en segundo plano, como si se tratara de un asunto de menor importancia.
La AECC tiene, obviamente, sus preferencias entre los grupos disidentes de la Isla, que no por azar se solapan por completo con las del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Los organizadores del cónclave disidente habían elegido como fecha inaugural la efemérides del 20 de Mayo, que este año Encuentro en la Red ha vuelto a pasar olímpicamente por alto. Omisión que equivale a una profesión de fe. Hasta aquí el inventario de mis desencuentros con Encuentro.
Si este alegato aparece ahora en mi blog, es porque seguro estoy de que no lo publicarían en forma de carta abierta. Pues no se han molestado en contestar a personas con peores agravios, como Belkis Kuza Malé
Tampoco habían refutado antes imputaciones mucho más graves, como las de Servando González en “El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte”
Es notorio que en la sección de cartas de Encuentro en la Red no se admiten críticas a la casa. Ni bien ni mal redactadas, ni lacónicas ni pormenorizadas, ni injuriosas ni corteses... Elogios y parabienes, sí, por más que dejen que desear en esos tres rasgos estilísticos. Siendo así, no es de extrañar que, en los fastos por el décimo aniversario de la AECC, Annabelle haya declarado lo que sigue:
Es difícil satisfacer a todo el mundo. Por una parte, las críticas iniciales que recibíamos, hoy en día se han convertido en una especie de consenso de que Encuentro es la revista cubana de más prestigio, seriedad y la que trata los asuntos de la manera más objetiva posible--independientemente del color político que tengan los que la leen--. Pero errores claro que ha habido y seguramente seguirá habiendo.
Lenguaje de palo harto conocido por los cubanos. Con razón o sin ella, nunca ha existido en el exilio semejante consenso respecto a la labor de Encuentro. Cuando más, cabe decir que hubo una época en que esa “especie de consenso” estuvo a punto de cristalizar. Por desgracia, esa época quedó atrás. Hoy lo contrario es cierto. La dos versiones de la revista son apenas un pálido reflejo de su mejor época; lo son incluso con relación a la polémica, pero rica fase fundacional. Ambas destacan más bien por su insipidez, por la evidencia de la mano implacable del censor.
En la trayectoria de ambas revistas desde su fundación hasta la fecha, resaltan a grandes rasgos tres fases: una fase inicial confusa (la versión digital, posterior, no entra en ésta) en la que, junto a textos de personeros culturales del régimen y dialogueros belicosos como René Vázquez Díaz (ver su espectacular acto de nudismo doctrinaal en La Jiribilla), figuran francotiradores de todas las tendencias, con notable predominio del debate al rojo vivo al gusto de Jesús Díaz.
La segunda fase, la más rica, caracterizada por un viraje radical hacia la confrontación con La Habana, tiene sus hitos, entre otros, en el choque de trenes Díaz-Martínez-Vázquez Díaz en Estolcomo y, señaladamente, en el viaje del fundador a Miami. En el fondo, el desencadenante de esta fase, como especulan Servando y César fue el corte definitivo por el fundador de sus últimos lazos secretos o tácitos con La Habana.
El brusco cambio de política editorial y la exasperación oficial, indican a las claras que, en efecto, hubo una ruptura. Si Jesús falleció de muerte natural o asesinado, es materia opinable: no consta en acta en su acta de defunción, y quizás nunca más pueda esclarecerse. Lo que si me consta a mí, que ocasión tuve para aquilatar su contradictoria personalidad en Berlín, es que le sobraban agallas para zafarse de cualquier tutelaje. Era un tipo campechano pero igual bastante autoritario y dominante. Tenía voluntad de poder excluyente. Por tanto, estaba como predestinado al choque frontal también con el régimen.
Las peripecias del primer Consejo Asesor bajo su égida, con no pocas dimisiones intempestivas, así lo demuestran. Nadie cambia de carácter con sólo cambiar de bando. Suponerlo es propio de ilusos o moralistas contumaces. Pero igual sabía disculparse y pedir perdón, cosa que hizo a menudo. Más aún, hizo lo que, dándolo por sobreentendido, la mayoría de los intelectuales de la Diáspora jamás ha estimado indispensable: ajustar cuentas a título individual con el pasado.
No le fue fácil, no lo es para nadie con un rol negativo en la jerarquía cultural de la Isla. Zigzagueó, vaciló. Pero, a la postre, a Jesús le alcanzaron el valor y la coherencia intelectual para tocar fondo en ese empeño, para rediseñar el “encuentro de las dos orillas”, dándole su única dimensión útil, es decir, elevándolo por encima de las ideologías de izquierda y derecha.
En su descargo, puede afirmarse de él lo que Serguera sobre sí mismo: “Uno no es revolucionario impunemente”. Frase axiomática. De ahí que mi laudatio para el homenaje póstumo a su vida y obra se titulara “Jesús, el cubano perfectible”. Ese coraje para ajustar cuentas consigo mismo en una medida estimable, de dar excusas y pedir perdón a los agraviados por él, esa perfectibilidad es la que se echa de menos en Annabelle Rodríguez, de quien aún se espera un outing similar.
Vaya, pues, a título de adelanto, para ir entrando en caja, la clasificación que le asigno: la AECC (excluyo a sus colaboradores externos) pertenece, en sentido lato, al movimiento disidente. Sobre todo, ha realizado y continúa realizando una encomiable labor cultural. Incluso en el plano político-ideológico su trabajo actual, aunque errática, no es del todo desdeñable. Esos méritos nadie que esté en su sano juicio se los regatea.
Ahora bien, como cualquiera con o sin experiencia editorial ha podido observar, últimamente se ha puesto al servicio de la política cubana del actual gobierno socialista español. Según trascendió de la revelación de un memorando secreto de su embajador en La Habana, un ex comunista mal reciclado, dicha política consta de tres directrices básicas: 1) defender a ultranza los intereses económicos de España en la Isla; 2) considerar a Estados Unidos, y no al castrismo, su adversario número uno en La Habana; y 3) priorizar en exclusiva a la disidencia antiamericana en detrimento de otros grupos opositores (considerados por el PSOE) "cercanos a Washington".
No hay que ser genio de la lógica para deducir las implicaciones de esa trilogía programática; ni vidente para apercibirse de su aplicación, al pie de la letra o casi, en la política editorial de la Asociación. Por mucho que queramos cerrar los ojos ante las evidencias, no cabe duda de que presenciamos una intromisión masiva de la diplomacia del PSOE en los asuntos internos de Cuba, puesta de manifiesto, en forma grotesca, durante la reciente visita a La Habana del canciller Moratinos y en sus acrobáticos forcejeos por levantar las sanciones comunitarias a la Isla.
Al parecer, la AECC no ve ahí ingerencia alguna, o si la ve. Prueba de ello es que se ha limitado a cubrir las noticias al respecto en tono neutro, sin aventurarse a tomar partido, sin atreverse a publicar un solo editorial sobre el ultraje de Moratinos a la oposición interna y sus consecuencias. Por la misma razón que no crítica una medida oportunista de última hora como la ampliación del derecho de residencia de los cubanos sobre la base de la sangre, que no persigue otro fin que compensar la pésima impresión dejada por el canciller español.
Con esa pesante salvedad de su dependencia extranjera, afirmo tajantemente, sin embargo, que la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana sigue perteneciendo hoy en día al espectro opositor del exilio, dentro del cual ciertamente no vale pero si cabe todo lo que de algún modo, por peregrino que sea, se oponga al statu quo en la Isla. Al extremo de que, si la AECC no incurriera a su vez en el error de negarles esa finalidad a toda persona o grupo liberal dentro y fuera de la Isla, a los que suele descalificar por “cercanos a Washington”, con toda seguridad yo me habría ahorrado el engorro de redactar estas cuartillas.
Habida cuenta de que, aun cuando no sea en absoluto de mi agrado y del de muchos más, he de reconocer que cualquier cambio que el gobierno socialista español desee para Cuba, incluida una probable “sucesión tranquila”, que no ponga en peligro sus sacrosantos intereses económicos, sería siempre mil veces preferible a la actual situación en la Isla. Tanto para decir, fiel al concepto de glasnost del disidente ruso Vladimir Bukovski, “la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad” respecto al nicho realmente ocupado por la AECC dentro del espectro opositor.
En concordancia con lo anterior, no puedo menos que hablar de finanzas. A título de lego en la materia, claro está, ya que ni soy economista ni manejo todos los datos estadísticos, por más que me haya tomado el trabajo de leer el extenso informe publicado hace unos años por la AECC con el fin de desmentir a La Jiribilla. Quedaron demasiados cabos sueltos en esa autodefensa de cara al régimen. De entrada, a juzgar por la lista de patrocinadores que da la revista digital, el monto de la ayuda ha de ser considerable.
Admitido, todos esos patrocinadores tienen su listón ideológico. Imponen sus condiciones y, cosa sabida, no suelen financiar entidades de signo liberal, en el sentido peyorativo dado a ese adjetivo en círculos de izquierda antisistema. Al menos, no en tan generosa cuantía. A no ser que alguien demuestre su equidad en materia de asignación de fondos, no deja de ser un dato sospechoso. La convergencia de recursos millonarios en un solo beneficiario es un hecho llamativo, revelador de un nítido sesgo favoritista.
Ahora bien, que nadie se llame a engaño: como me confesara un día el novelista Manuel Pereira, “lo que paga Encuentro no me alcanza ni para la fuma”. Yo mismo no he cobrado, por todos mis modestos pero laboriosos artículos, desde 1999 hasta la fecha, una suma total superior a los 300 euros, calculando por lo alto. Ignoró si a los prominentes se les remunera mejor. No me consta. Pero seguro estoy de que, incluso sin tener en cuenta las diferencias de costo de vida, La Jiribilla paga mejor por los bodrios que publica. Tan sólo pretendo aclarar aquí que los colaboradores libres de Encuentro trabajan más bien por convicción y amor al arte. “Voluntario”, como predicaba el Che. Por curiosidad, si no es una indiscreción: ¿cuánto ganan los fijos?
Dado que Encuentro ha pasado por una fase de definición liberal que en su momento levantó ronchas en La Habana, deduzco que la presidencia de la AECC dispone de un margen de maniobra que no está aprovechando. En parte, por la coyunda “pacifista” (no olvidemos que esta palabra tiene en Europa Occidental una fuerte connotación antiamericana) impuestas por los "desinteresados" donantes; en parte, por falta de nervio para soportar las múltiples presiones ejercidas sobre una Asociación no exenta de riesgos en un distrito tan aperreado como Madrid.
Pero sobre todo, es evidente, por afinidad voluntaria con el gobernante PSOE, única entidad local capaz de garantizarle impunidad a la Asociación en el clima de terror y agresividad política imperante en la Península. Dicho por lo claro, en la supeditación de Encuentro al PSOE pesan tres factores: parcialidad, ley del menor esfuerzo (léase riesgo) y, muy importante, conveniencia material, ya que de algo hay que vivir en el exilio y aquí no es tan fácil ni da lo mismo cambiar de puesto de trabajo como en Cuba.
Un cuarto factor determinante guarda relación con el primero y da que hacer al censor: un cada vez más ostensible contubernio con la alta jerarquía cultural insular que a su vez, como todos sabemos, no es indiferente a los ucases del Buró Político. Si bien, esa discreta relación concuerda con la finalidad original de unir a la intelectualidad “de ambas orillas”, sólo Annabelle y algunos otros miembros de la dirección de la AECC conocen su real alcance. Fuertes indicios apuntan en esa otra dirección.
Con la nueva posición que han asumido, los de la AECC no corren riesgos. De hecho, han pasado a integrar la mainstream de la sociedad española bajo el ejecutivo socialista presisido por Zapatero. Del Partido Popular (PP) nada físico tienen que temer, pues Aznar y Rajoy jamás han enviado pandillas de porristas a romper a las malas lecturas o reuniones de disidentes, a diferencia del PSOE y sus aliados de Izquierda Unida (IU). Por otra parte, en España opera ETA, una organización terrorista con fuertes nexos con La Habana. Hay, pues, razones para la cautela.
Es fácil comprender su delicada situación. Por lo demás, ellos mismos me la han explicado más de una vez. Ahora bien, implantar la censura y dar preferencia a unos opositores sobre otros no es precisamente la mejor manera de, como reza el programa de la Asociación, “contribuir al desarrollo de una cultura de la democracia, para que Cuba pueda transitar pacíficamente hacia una sociedad abierta, plural”. Tampoco fomenta la tan llevada y traída “cultura del diálogo” ni la “libre circulación de ideas e información”.
Quienes aborrecemos de ese sesgo “progresista” de banda estrecha no lo hacemos por manía de llevar la contraria, sino por constatar una y otra vez que todo lo que en la Unión Europea está a la izquierda de la socialdemocracia clásica, e incluso buena parte de ella, vota rutinariamente en la Eurocámara a favor del castrismo o, como máximo, se abstiene. El acoso al exiliado no proclive a hacer concesiones es aquí tan fuerte que puede afirmarse que, a todos los efectos prácticos, seguimos siendo en cierta medida aquí en Europa Occidental disidentes, cuando no marginados, convidados de piedra No exagero un ápice. Hablo por experiencia propia y ajena.
Cualquier repaso de ambas versiones de Encuentro, la escrita y la digital, y de la intensa labor foral de los portavoces más activos (hay miembros prominentes pasivos e inconsultos) de su plana mayor, permite clasificar hoy a la AECC como una organización socialista democrática, antiimperialista (entendiendo por tal sólo a Estados Unidos) y, a ojos vistas, a las órdenes estrictas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Tan íntimo es el abrazo que, con respecto a la política cubana de Zapatero, Encuentro va a la zaga del diario oficial El País, que de vez en cuando se atreve a abrir el debate y darles voz a sus lectores. Por cierto, en el caso de la visita de Mariela Castro, la hija de Raúl y Vilma Espín, patrona de los homesexuales en la Isla, los sarcasmos en los comentarios de la mayoría de los lectores que, asociándola al nepotismo franquista, la bautizaron como la "Sobrinísima", revelan que mucho ha cambiado respecto al castrismo en la opinión pública peninsular.
El tema español, tratándose de la Madre Patria, de sumo interés para el lector de la Isla, brilla por su ausencia en las páginas de Encuentro. Puede que haya sido una coincidencia, los efectos del cúmulo de quejas, pero se me antoja que los argumentos de mi última protesta no cayeron del todo en saco roto, visto que pronto se operó un nada sutil cambio de política editorial. Es lícito echar pestes, había argumentado yo por teléfono a raíz de la censura a “¿Qué se cuece en La Habana?”, contra Bush, los neocons y los republicanos; no así contra Zapatero, la progresía española y el PSOE...
Optaron por una solución salomónica: excluir también a Estados Unidos del análisis crítico. En su lugar, abulta la profusión de artículos sobre la República Bolivariana, tanto que de un tiempo a esta parte Encuentro en la Red parece más bien un portal del exilio venezolano. Y, como quien no quiere la cosa, se mantiene a perpetuidad en portada la saga jurídica de Posada Carriles. Signo de interrogación, porque si de alguna noticia están hasta la coronilla los lectores de la Isla es de ésa.
No abogo aquí por una publicación proamericana; tampoco sugiero cancelar los ataques, justos o injustos, a la Casa Blanca o al mal llamado “exilio duro”. No acabo de verles la dureza a ninguno de los dos que, si bien de manera indirecta, siguen siendo el blanco de Encuentro. Al contrario, echo de menos el debate, siempre prometido y jamás impulsado, excepto por triviales certámenes sobre del batistato a ras con la “memoria histórica” selectiva al estilo Zapatero. Echo de menos la amplitud de miras, la admisión de puntos de vista diversos, el derecho de réplica, la distinción entre opinión autoral y editorial.
Y una objeción de carácter institucional: no entiendo por qué razón la entidad madrileña se llama “Asociación”. Según el diccionario de la RAE, ese sustantivo denota: “Conjunto de los asociados para un mismo fin”. Si es así y, además, la entidad es “no lucrativa”, ¿quiénes son los asociados, habida cuenta de que no lo son los colaboradores libres o, al menos, no todos? ¿Cuándo se reúnen? ¿Cómo se elige a los miembros del Consejo Asesor?
¿Quién designó a Annabelle Rodríguez, de profesión burócrata cultural, presidenta de la Asociación, además de ocupar igual cargo al frente de la revista escrita y decidir en última instancia qué se publica en la digital? ¿Por qué no un historiador tan prestigioso Rafael Rojas? La respuesta pudiera haberla dado él mismo en el artículo “Breve historia de un malentendido”, donde niega rotundamente que Cuba haya sido una colonia norteamericana. Negación que echa abajo el andamiaje argumental de la AECC y sus mentores del PSOE. Significativamente, el artículo de Rojas obtuvo el imprimátur de El País.
Se podrá argumentar con razón que Rojas y otros autores hemos sostenido, explícita o implícitamente, ese punto de vista en la revista. Pero lo cierto es que eso era posible hacerlo durante la fase anterior. No así en la actual. Hoy la Asociación deja ver a las claras sus preferencias ntre los prominentes de ambas orillas: señaladamente, entre otros, el senador cubanoamericano Bob Menéndez y el presidente de la FNCA Joe García en Florida, ambos “moderados”; y en la Isla el socialista democrático Manuel Cuesta Morúa, entre otros ya no tan favoritos, como Oswaldo Payá, quien ha volado alto a propósito del ultraje de Moratinos. Correlativamente, entre sus bestias negras figuran los hermanos Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, considerados “ultraderechistas”, y con especial encarne, Marta Beatriz Roque Cabello.
Pero sigamos adelante con las preguntas. ¿Quién nombró A Beatriz Bernal como vicepresidenta? ¿A Vivian Carbó como Coordinadora de Asuntos Internacionales? Jorge Luis Arcos, sin aval en la disidencia insular, ¿acaso integra el Consejo Asesor para compensar la presencia de José Antonio Ponte, que sí lo tiene? ¿Por qué a él, que de golpe y porrazo se declara “socialista democrático”, y no a intelectuales liberales de no menos prestigio y más antigüedad en el exilio español? Por ventura, ¿no estaría su inexplicable ascenso en la AECC previamente pactado con las autoridades de la Isla?
¿Quién o quiénes fijan la política editorial, deciden cuál texto se publica y cuál no? ¿Existe una lista negra de autores conflictivos o proscriptos? ¿Ante quién o quienes, cuándo y cómo rinde cuentas la Asociación, y dónde pueden consultarse las actas de sus reuniones? No, no hay glasnost, no hay transparencia en Encuentro. Ni mucha ni poca.
Lo que sí hay es censura y favoritismo. Por ejemplo, mi afectuosa semblanza crítica de Abel Prieto, titulada “Siete secuencias en la vida de un ministro de Cultura” (Baracutey, Cubanálisis, El Abicú Liberal) fue descartada por “demasiado personal”. ¿Y cómo no lo iba a ser, tratándose de vivencias del autor con el diseñador de la actual política cultural del régimen? De biografías de políticos prominentes están llenas las revistas más serias del mundo. La negativa a publicar mi artículo tuvo lugar justo durante la Feria del Libro de Guadalajara (FIL 2002). En mi opinión, ese evento, donde coincidió la plana mayor de AECC con la de la UNEAC, fue el parteaguas de la política editorial de Encuentro, marcó el punto de transición gradual hacia la actual fase ultramoderada.
Llama la atención el rigor con que se aplica el requisito de escribir siempre alabanzas, por citar un autor leal al régimen, acerca de Cintio Vitier, pero nunca enfoques críticos de sus más que cuestionables (dejo a un lado la calidad literaria, que no discuto) obra y postura intelectual. Tacharon su nombre de una enumeración crítica en un artículo mío, so pretexto de que la sobrina del poeta nacional-católico funge como corresponsal de Encuentro en la Red en La Habana y, cada vez que el viejo lee algo malo sobre él en la revista se desfoga con ella. Facit: prohibido incordiar a las vacas sagradas de la UNEAC.
Si no se puede criticar a los intelectuales orgánicos del régimen, argumenté en una de mis conversaciones telefónicas con la redacción de Encuentro en la Red, entonces lo más sensato sería no emular con el Gobierno en rendirles una pleitesía inmerecida. Los festivales hagiográficos, la bombo-mutual intelectual, tan exuberantes como en La Jiribilla, son una empresa en auge en ambas revistas, el instrumental persuasivo por excelencia de la AECC para lograr la utopía original del fundador de Encuentro: el feliz reencuentro de la cultura cubana de ambas orillas.
Utopía, “en ninguna parte”. Pues jamás en la historia de la cultura cubana, o de cualquier otra sociedad, a excepción de las tiranías totalitarias, los intelectuales han cerrado filas entre sí y menos aún para marchan al son de atabales gubernamentales. Es más, su unidad al interior de una nación es síntoma infalible de falta de libertad. Por lo demás, esa política de apaciguamiento cultural ha cosechado un ruidoso rechazo: los incondicionales de allá siguen empeñados en escarnecer a los tránsfugas de acá.
Siendo así, el memorable abrazo de Annabelle al historiador oficial de La Habana Eusebio Leal, uno de los tracatranes predilectos del Comandante en Jefe, en la Casa de América (Madrid) en febrero de 2003, referido por el periodista Víctor del Llano en Libertad Digital (www.libertaddigital.com), ¿fue una comprensible efusión sentimental a título privado, propia del reencuentro con un entrañable amigo del bando opuesto al cabo de los años, o bien, como insinúa Del Llano y recelo yo, una muestra elocuente de lo que en la AECC se entiende por “relaciones fluidas”? Sea como fuere, no es lo que se espera de la presidenta de la principal revista del exilio. Vocablo que, no lo olvidemos, tiene una fuerte, definitoria connotación política. Tal vez sea por eso que de un tiempo a esta parte hacen hincapie en la palabra “diáspora”, sinónimo apolítico de emigración en sentido general.
¿Ha cortado realmente Annabelle sus ataduras con los jerarcas del régimen? Nada parece indicarlo. He aquí un dato curioso: en los cientos de páginas de minucioso rastreo que La Jiribilla ha publicado sobre la investigación de las fuentes financieras de Encuentro, si mi buscador de Word 2003 no falla, no aparece ni una sola vez el nombre de la tesorera de la AECC desde su fundación hasta la fecha. Raro olvido en una publicación que ha hecho un arte del denuesto y la calumnia.
Hasta ahí el inventario de quejas. Otros colaboradores en fuga podrían estirarlo con un sinfín de anécdotas y reflexiones similares sobre la censura en Encuentro. Censura que ha conducido a los articulistas que aún publican en sus páginas a la autocensura preventiva, engendrando un círculo vicioso en detrimento de la calidad, la equidad y la seriedad. Si, como recordara Rojas, el legado del fundador consistía en hacer de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana “la más seria, plural e independiente empresa de la intelectualidad cubana”, ese legado es hoy letra muerta.
Llegado a este punto, cabe volver a preguntarse si la “necesidad de establecer relaciones fluidas entre los ciudadanos [intelectuales sería más preciso] de la diáspora y la Isla” no ha degenerado, por contagio u orientación del PSOE, con cuyos dirigentes la presidencia de la AECC se halla en estrecho contacto, en uno de esos conciliábulos elásticos, de callejón de una sola vía al estilo de Zapatero, con las autoridades culturales de la Isla.
¿Por qué, si se apoya el absurdo diálogo Madrid-La Habana, sostenido ya por la Asociación con la UNEAC, no se es capaz de llegar a un arreglo con otras organizaciones afines del exilio en España con puntos de vista diferentes? No se ve el esfuerzo. No es tema. Además, los de Encuentro tampoco parecen haber reparado en el detalle de que el recurso a la censura los pone a la par de las editoriales castristas, desautorizándolos en el plano ético.
Pero quizás el daño más grave que, de manera consciente en unos, inconsciente en otros, le ha hecho, y continúa haciendo, la Asociación a la causa opositora en Europa Occidental tiene que ver con su intensa labor foral, con el mensaje ambiguo que transmiten en numerosos seminarios, conferencias, mesas redondas, lecturas, entrevistas, etc., donde suelen asumir una postura más o menos unánime consistente en presentar a la oposición pacífica interna y externa como un corpus agónico (en el sentido de angustia) enfrentado al dilema de, por un lado, luchar contra una tiranía y, por el otro, conjurar los aviesos deignios del gigante del Norte. Soberanismo, embargo, exilio duro de Miami, peligro de invasión, fantasma del batistato, dependencia neocolonial, reprivatización a favor de los antiguos propietarios, capitalismo salvaje, miseria espantosa, etc.
No es labor que los de la AECC hagan en soledad. En ello se dan la mano con otras organizaciones moderadas del exilio, como las más influyentes en Suecia. De hecho, el atributo “moderado” es aquí, para el caso cubano pero no sólo, sinónimo de antiamericano y de un montón de requisitos más que definen a la, parafraseando a Lenin, enfermedad senil del socialismo eurooccidental, más conocida por "progresía". En nuestro caso específico, la psicopatía se agrava con la añadidura del revanchismo nacionalista comunistario. Lo peor: ese concierto de voces monocordes ha popularizado un fast food mental bueno para el análisis instantáneo, prefabricado, de la cuestión cubana.
Al extremo de que lo he escuchado hasta en boca de un ex disidente polaco como Adam Michnik quien, cosa inusual en Europa del Este, se despista también con el sonsonete del embargo; o del más popular de los historiadores alemanes, Guido Knopp, quien llega a sostener en un documental la falacia de que, más o menos textual, "durante el Período Especial el consumo en la Isla estuvo a punto de descender a los niveles de antes del 59”. Evidentemente, no ha consultado ni siquiera los anuarios estadísticos alemanes.
(A veces juego con la ignorancia de este tipo de gentes. A modo de ilustración, en una ocasión comenté entre un grupo de apologistas de la Revolución, que en materia de desarrollo arquitectónico, lo que más me irritaba de la obra del castrismo era el adefesio del Capitolio, copia pedestre del de Washington. ¡Las lindezas que escuché! Sandeces por el estilo, junto a la manida historia del tabaco, prevalecen aún en la prensa y la radiotelevisión europeas.)
En vez de apoyar al revanchismo español noventayochesco disfrazado de socialista, Encuentro debería presentarle a La Moncloa, de manera persistente, una canasta de productos alimenticios peninsulares en falta en la Isla. Con la sugerencia de que, si así lo desean, sigan hablando pestes del embargo pero, por favor, suplan esas necesidades elementales del cubano de a pie o acaben de admitir de una vez que no está en sus manos hacerlo, que el Gobierno cubano se lo impide.
Otra gestión de eficacia mediática que podría hacer y no hace: entrevistar regularmente a algún representante de las decenas de miles de pequeños propietarios españoles expropiados por el Gobierno Revolucionario. Para que cuenten los motivos por los que salieron de Cuba con una mano alante y la otra atrás, antes y no después del 59. Por esa misma cuerda, no se explica que los millares de sin papeles criollos en territorio español no tengan tribuna en Encuentro en la Red. Y un largo etcétera de tácticas similares, ad hoc, susceptibles de impactar al español de la calle.
El método es aplicable al resto de los países de la UE. Acá ni siquiera se sabe que Estados Unidos y no España, que en casi medio siglo de contemporización con el régimen no ha conseguido hacer llegar un solo producto español a las mesas proletarias de la Isla, es su principal exportador de alimentos. Aberración en la que los divulgadores de Encuentro han puesto su seboruco de arena, como todo emigrado que, a fin de darse un look de intachable patriota ante dilema insoluble, esgrime el embargo, el “coco” del retorno de los perversos americanos y de los antiguos propietarios de Florida. Jamás se habla de retorno del comercio minorista español...
De ahí que la incidencia de Encuentro en la conciencia colectiva española y europea deje que desear. El “terremoto” creado por la revista en Cuba, de que hablara hiperbólicamente Annabelle con motivo del décimo aniversario de la casa, es ya, si es que alguna vez lo fue más allá del ámbito intelectual, historia antigua. No hay, pues, victoria que cantar. Hoy, con su mensaje ambivalente, Encuentro apenas deja huellas en la ruinosa arquitectura ética de la Isla.
Acorralada por el Gobierno, confundida por los llamados a la “paz social”, humillada por la diplomacia peninsular, la oposición interna ha sido prácticamente silenciada. Además de ser víctima del trato selectivo de la AECC, que tiene allá sus “ahijados” políticos. La unidad al fin conseguida por reacción al ultraje de Moratinos no pasa de ser un enroque ante el acoso general.
Hasta donde sé, Encuentro aún se ha dignado aludir, siquiera de pasada, a la despótica conducta de su favorito, el “líder socialista democrático” Cuesta Morúa, que dio lugar a una rebelión de los redactores de la revista digital Consenso. A saber, estos lo echaron de la redacción cuando, según fuentes informadas, rehusó rendir cuenta por un defalco y cargó con la computadora y la clave de Internet. Arrogancia que demuestra lo que este pupilo de Encuentro entiende por "dialogo, tolerancia y reconciliación nacional". Los detalles del incidente pueden leerse en el primer editorial de Consenso
El silencio aquí es estridente. Encuentro no se ha solidarizado con esos corajudos redactores, que sin duda se están jugando el sosiego y libertad. ¿Por qué? Respuesta: Cuesta Morúa es el niño lindo del PSOE. Hay, pues, de por medio, como en el caso del congreso de la APSC en 2005, un problema de ética, que no en vano insisten en tematizar los redactores insubordinados.
Si bien obedece en primer lugar a posibilidades digitales de nueva data, la actual boga de los blogs anticastristas alternativos, que suben como la espuma, es también síntoma del mal de fondo en la principal revista del exilio cubano en el Viejo Continente. A fuerza de llavear a los colaboradores, de suprimir temáticas molestas, de rivalizar con su nénemis La Jiribilla en rendir homenajes inmerecidos, la otrora siempre novedosa y profunda revista digital madrileña ha acabado por adquirir un cariz anodino.
Hasta el sentido del humor está en baja, fenómeno inexistente en las dos fases anteriores. No en balde hace unos meses Manuel Sosa escribía en su blog La finca de Sosa: “Lo que más nos preocupa a los asiduos del diario electrónico: cada vez toma menos tiempo leer su página. Como nos ocurría con el Granma. Se abría, se le echaba una ojeada por encima, nos deteníamos en un espacio específico, dos o tres minutos, y ya”. La comparación no puede ser más hiriente. No obstante, los aludidos se han tapado las orejas, como de costumbre.
Cierro con una imagen de la AECC tal como yo la veo. A título de sugerencia especulativa, desde luego, puesto que no dispongo de un equipo de investigación particular y detesto las teorías conspirológicas. Consta, eso sí, que el castrismo jamás deja de conspirar. No deja nada a la espontaneidad. Tampoco escatima esfuerzo y dinero en tratándose de pulir su imagen internacional. El lector es libre de pensar lo que desee al respecto. Como yo mismo no metería la mano en la candela por lo que barrunto, apenas aspiro a que al final se diga a sí mismo que, a lo mejor, quién sabe, el autor ha atrapado algún girón de la escurridiza, compleja realidad. Con eso me doy por bien leído.
Encuentro forma hoy parte de un viejo proyecto frustrado de la nueva política cultural del régimen. Ante el creciente descontento y estampida de escritores y artistas a mediados de los 90, los halcones de la nomenclatura intelectual se propusieron crear una entidad mediática en el exilio capaz de atraer a los tránsfugas intelectuales que no optasen por cruzar el puente de plata del “exilio rosa”. Objetivo: mantenerlos dentro de los límites de disenso consentidos a escritores y artistas dentro de la Isla.
La realización de ese ambicioso plan fue asignada, por su prestigio e inconformismo moderado hasta entonces, a Jesús Díaz, que debía contentarse con que se le permitiera salir del país junto a su familia y representar un papel honorable en el exilio sin romper con el proceso. De ahí las enormes presiones a que fue sometido ante las primeras señales de libre albedrío de su parte. A la postre, Jesús, por convicción y por haber tomado conciencia de su poder y carisma personal, cortó sus ataduras con el castrismo. El plan había fracasado. Para contrarrestar la influencia de Encuentro, se crea La Jiribilla. A la muerte de Jesús, lo sustituye Annabelle, quien poco a poco ha logrado retrotraer a la Asociación a su cometido original.
De este modo, La Habana habría (repárese en el uso del potencial) conseguido la cuadratura de un círculo de control que tiene dos polos: La Jiribilla dentro y Encuentro fuera, con las funciones mencionadas. Existen focos culturales importantes con idéntica tarea en Occidente, destacando los de Estados Unidos, Suecia y América Latina, sin contar publicaciones como Rebelión y, en general, la prensa antisistema occidental.
De paso, por irradiación, entre todos formarían una poderosa red de instituciones castristas (filo y cripto incluidas), aptas para moldear la opinión pública local. Allí donde, como en La Florida, no es dable hacer más, hostigan al exilio liberal; allí donde, como en Europa Occidental y Sudamérica, sí lo es, intentan asfixiarlo. A todo esto, que no es poco, se añade la mano larga del castrismo, que ha logrado hacer clausurar Vitral (ya veremos si, caso de volver a salir, mantiene la línea), purgar El Nuevo Herald e intentado asestar un golpe de mano en Consenso.
No se trata de un diseño perfecto. Para surtir el efecto deseado, ha de dar cabida a la veleidad, a la finta, a la apariencia de espontaneidad, a cierto margen de rebarba liberal visible capaz de embaucar a los incautos. En Encuentro, en contraste con La Jiribilla, hay una mayoría de escritores de valía que no necesariamente son todos conscientes de la empresa en que están participando. Creen estar contribuyendo a una causa justa. Dejà vu. En particular para los más veteranos, que ya cayeron en la misma trampa durante el mal llamado “período romántico de la Revolución”, cuando casi todos hicimos oídos sordos ante el siniestro sonido de las descargas nocturnas en el Foso de los Laureles de La Cabaña.
Los “anillos de la serpiente” se han vuelto a cerrar sobre la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana. Ojalá me equivoque. Pero mucho lo dudo.