
Por Jorge A. Pomar, Colonia
Arthur Schopenhauer, El arte de tener razón
Si la memoria no me falla, entre la reunión que cierra la segunda parte de la serie y los dos pogromos de noviembre del 91 en la Zona 8 de Alamar media, a todo reventar, poco más de un mes. Lapso que marca el apogeo de Criterio Alternativo. Llegados a este punto, no huelga aclararle al lector ajeno a las interioridades del grupo que la aparente centralidad del Abicú en lo que va de recuento atañe más bien a su tarea de cronista indeseable. En la vida real, el rol protagónico correspondió a la poetisa, vórtice del acontecer y, por ende, poseedora de la única visión de conjunto.
Del cerebro de María Elena emanaban las decisiones e iniciativas transcendentes. Era ella quien, en su condición de jefa y fuente de inspiración, generaba, asignaba y coordinaba el trabajo de las distintas secciones operativas. Más aún, teniendo en cuenta que, a tenor de una norma cautelar tácitamente consensuada (para evitar filtraciones y proteger a los no directamente involucrados contra posibles consecuencias legales), se compartimentaban al máximo tanto la información como las misiones concretas.
Nadie, excepto ella misma, sabía más de la cuenta. Por ejemplo, habiendo redactado uno de los documentos, el Abicú intuía que la poetisa y Macurán se traían entre manos algún golpe de audacia para saludar el IV Congreso del PCC. Como de costumbre, optó por reprimir aquella curiosidad inútil y peligrosa. Gracias a esa precaución, luego no tendría que mentirle a su interrogador en Villa Marista al alegar ignorancia respecto a quién había deslizado aquellas proclamas apócrifas en las carpetas destinadas a cada delegado oficial a bordo del famoso tren del magno evento partidista.
En realidad, la pregunta inicial del capitán Durán Cobas ya le hizo caer en la cuenta de que debía de haber sido el discreto y eficaz Macurán (negro), único ferroviario del grupo. Pero lo que es saber, nada al respecto sabía el interrogado en concreto. No había sido "encerrado aquí abajo" --repuse cortes días después cuando mi amable (conmigo, repito, se portó el mes entero como sus colegas de la CIA) inquisidor me echó en cara la supuesta desinformación-- "para levantar falsos testimonios ni hacer de detective voluntario".
Durán Cobas se esconde hoy en Miami. Suponiendo que obre con honestidad, nadie mejor que él para contar algún día cuál fue la conducta real de cada reo en el "Todo el Mundo Canta" capitalino. Por lo demás, pocas incógnitas podía despejar el reo, excepto quizás el origen de aquellos volantes que intentaron hacerle tragar a la poetisa. Eran obra del ingenioso y diligente Gabriel Aguado Chávez (blanco).
Aguado pasaba las de Caín para imprimirlos en Alamar con un destartalado rodillo de esténcils. De distribuirlos clandestinamente se encargaban otros dos eficientes colaboradores de la poetisa: los mestizos Elvira Baró y Húbert Luis Matos. Aquí tampoco al Abicú le era difícil intuir la autoría de unos panfletos que le sirvieron para provocar aquella desigual trifulca al pie del balcón de la poetisa, pero de facto desconocía intencionalmente el modus operandi.
Ahora bien, aunque toma de decisiones, contacto con las agencias de prensa extranjeras "acreditadas" (Reuter, AP, El País, etc.) y poder de convocatoria incumbían mayormente a la poetisa, no es menos cierto que ella se mostraba invariablemente receptiva a las sugerencias de sus subordinados. En siendo razonables, rechazaba sólo aquellas merecedoras del sambenito de "boberías". Como tal clasificaban también a su entender, para gaudio del Abicú, los usuales despotriques contra Fidel Castro que, a manera de despojos de santería, solían hacer neófitos aparatosos cuyo entusiasmo subversivo se enfriaba por encanto con la primera tarea no verbal encomendada.
Su apartamento de Alamar, insistía la poetisa con sarcástica ironía, era "uno de los pocos sitios del país donde no se habla ni bien ni mal del Comandante. Aquí se viene a actuar". Otra "bobería" capaz de sacarla de quicio consistía en el hábito de ciertos esnobs (abreviatura del latín sine nobilitate, o sea, "sin nobleza") de la disidencia adictos a pasarse "el santo día en el lleva y trae" por los salones más concurridos de la oposición en la capital. El día menos pensado, para alivio de las orejas del Abicú, se le subió de mala manera a la bella testa la belicosa Palas Atenea que llevaba dentro y puso fin de una vez por todas en Criterio Alternativo al doble vicio castrista de la catarsis puerta adentro y la doble cara puerta afuera.
Con una sentencia lapidaria e inapelable nos libró de quién sabe cuántas lenguas bífidas. Deslumbrante aquella destreza suya para pasar del azafrán al lirio, de la espontaneidad coloquial del verso lírico y el talante cautivador a la gélida racionalidad, la dureza de pico, el trallazo irónico-despectivo de ciertas criollas lorquianas. Todavía me hace sonreír, verbigracia, aquel súbito "¿Cuál es tu secreto?" espetado entre carantoñas a un Luque Escalona recién emergido de su larga huelga de "sólidos y líquidos" en las mazmorras de la policía técnica con unos estragos corporales bastante difíciles de constatar en su habitual anatomía de faquir.
La delicada autora de Mientras espera el agua (1986), Afuera está Lloviendo (1987), Hija de Eva (1991) y El ángel agotado (1992), cuadernos cuya poética subversiva y originalidad metafórica alabé en Alamar, se revelaba a la vez como una consumada ciudadana dotada de coraje civil y virtudes de estadista. Aparcando palabra, imagen y mito, se había consagrado en alma y cuerpo al ejercicio del liderazgo político.
Adhería, pues, a la relectura del "compromiso intelectual" sartreano intelectual" hecha por Heberto Padilla. Con la loable diferencia de que, lejos de resignarse a quedar "fuera de juego", de aferrarse a la tabla de salvación de la literatura y/o el exilio, María Elena osaba agarrar por los cuernos al Minotauro castrista al interior del laberinto insular, donde no hay escape. Al renunciar a sendos futuros materialmente halagüeños pero espiritualmente mediatizados "en ambas orillas de la cultura cubana", quemaba literalmente las naves. Una vez reconocida como líder carismática de la oposición interna, desde el desafío de la Carta de los Diez no vaciló a la hora de subirle la parada al castrismo.
Colmo de los colmos en la Isla, ahora abandonaba el cepo elástico de los derechos humanos a la Carter para disputarte abiertamente al Comandante en Jefe nada menos que el favor de "nuestro pueblo" con una nueva audacia que estremeció de admiración a mi reaccionario Alter Ego. Tan sui generis fue el ucase emitido por la poetisa que sentó una pauta de coraje civil aún por superar a día de hoy: en lo sucesivo para ser reconocido como miembro pleno de Criterio Alternativo sería requisito indispensable proclamarse públicamente como tal en el barrio, la empresa o el centro de estudios, arriesgándose a las consabidas represalias.
Agallas que se gastaba aquella "guajirita del Laberinto". ¡Sombrero! "¿Sabes lo que estás exigiendo?", pregunté en Alamar a su conciencia. Y a la mía, inquietada por la reacción de los nuestros y, en caso de éxito por ese lado, la de las fuerzas represivas por el otro. Convincente la respuesta. Y es que el proselitismo, otra tarea crucial fuera de las escasas competencias del Abicú, debía su éxito a la fuerza de carácter, encanto personal, don de gentes de aquella fémina de aspecto frágil que, sin embargo, a cada rato desconcertaba a los demagogos con su inveterada manía de no dorarle píldoras a nadie, de madurar y poner en práctica acciones innovadoras de alto riesgo.

Muchos, la mayoría quizás, no soportaron la ordalía, acogiéndose al estatus de simpatizantes pasivos o alejándose de aquel peligroso foco de irradiación subversiva. Quienes saltaron aquel listón olímpico pagaron enseguida un precio prohibitivo. Las represalias oficiales abarcaban desde el despido fulminante y cortes radicales de los medios de subsistencia o superación profesional hasta actos de repudio a nivel de Comité de Defensa de la Revolución (CDR) en el barrio, sin excluir el temible chantaje familiar.
Sin duda, nos echábamos sobre los hombros una responsabilidad aplastante. Pero, todo sumado, aquellos insólitos desenmascaramientos voluntarios resonaron en toda la capital, elevando el prestigio de María Elena Cruz Varela y Criterio Alternativo hasta cotas que, a lo sumo, igualarían Martha Beatriz Roque Cabello y la Asamblea Nacional para Promover la Sociedad Civil Cubana (APSC) con aquel sonado congreso del 20 de mayo de 2005, desertado en masa a última hora por agentes provocadores y mercaderes del disenso.
Detrás quedó un Criterio Alternativo más cohesionado, coherente e impermeable; igual, menos intelectualista y más en consonancia con la sensibilidad del hijo de la vecina, el grupo encabezado por la poetisa empezaba a conquistar a la plebe, al incrédulo "cubano de a pie", al populacho extraviado en la picaresca obsesiva del día a día bajo el castrismo, creciendo como la espuma. A la par con la hostilidad oficial, porque ya era obvio que en las altas esferas de la nomenclatura habían desenvainado la espada de Damocles...
Para hacerle justicia a la poetisa y levantarle el ánimo resaltando sus incuestionables méritos, objetivo principal de este desgreñado tercer capítulo de la serie, habría que añadir al constante asedio policial, a las penurias del socialismo tropical y a las complejidades inherentes al aprendizaje de un líder en tales circunstancias, los trastornos y discordias personales en que transcurrió su vida durante el verano del 91.
No me regodearé en esos pormenores más bien chismográficos (¿qué otra cosa son las biografías clásicas desde Plutarco y sus Vidas paralelas?), insoslayables para todos los asiduos a su casa. Baste con decir que, no contento con haberle interpuesto una querella por la tutela del pequeño Arnold, su ex venezolano le disputaba el usufructo del apartamento. Malvivía los altibajos de sus amores de borrasca con Héctor David, voluntarioso joven "contra" el cual estaba casada a la sazón, de cuyas ansias de jugar un papel en el grupo desconfiaba por distintas razones.
Con todo, varias rayas más que corrientes en la vida de cualquier adulto con sangre en las venas, indudablemente esas cuitas representaban un formidable lastre, una permanente fuente de tensiones adicionales para el sistema nervioso central de una abeja reina criolla súbitamente erigida en Alma Mater del anticastrismo militante.
Consciente de los malestares individuales de la poetisa, puedo decir aquí con satisfacción que no sólo no albergué jamás pretensiones de suplantarla sino que, entonces como hoy, hice cuanto estuvo en mis manos por ayudarla a enfrentarse a sus dificultades personales (y a sus demonios interiores, que también los tiene). De hecho, pese a tener acceso a la prensa extranjera, concedí apenas dos o tres entrevistas. La primera de ellas, en casa de la poetisa, para recabar donaciones de alimentos a fin de paliar las hambrunas que hacía presagiar el Período Especial.
[Nota bene: A propósito, aunque tal vez con más corrección política, hablé entonces ante las cámaras con igual vehemencia que el personaje del vídeo de abajo. Nuestro primer imperativo subversivo es la supervivencia alimentaria de la plebe. El resto es corolario. Contra las imputaciones de alcoholismo esgrimidas por ciertos comentaristas culteranos en Penúltimos Días, como el irreverente roquero rebelde Gorki Águila ("No coma Usted esa pinga, Comandante"), ese otro "negro como Pomar" (Luque) acaba de hacer gala de un espíritu democrático, veracidad, lucidez y coraje civil que ya quisieran nuestros disidentes e intelectuales moderados de la Isla y la Diáspora. Así, como el niño inocente que grita a voz en cuello la desnudez del rey en la fábula, se imaginaban la poetisa y el Abicú al cubano de a pie ideal de Criterio Alternativo. Vulgar, elemental y plebeyo era el clamor de la Carta de los Diez. De caer preso por ese exabrupto político, ¿añadiría Elizardo Sánchez Santacruz su nombre al listado de prisioneros de conciencia de la CCDHRN? Temo que no.]
Por otra parte, polemista nato y practicante del Nosce te ipsum a rajatabla, siempre me he sentido más a gusto en el disenso que en el consenso. Gracias al conocimiento de mí mismo, sabía que no era el más adecuado para mandar. Por eso, nunca le hice sombra ni coqueteé con la vana ilusión de erigirme en el poder detrás del trono. De hecho, ella bien sabe que me propuse ser uno de sus ángeles de la guardia. A saber porque, en razón de su fama y personalidad, a la poetisa le era dable lo inaccesible para un tipo tan poco diplomático como el que suscribe.
Jamás insistí siquiera en figurar junto a ella en ninguno de los cónclaves opositores. A lo sumo, la acompañaba hasta el lugar de la cita. Como la vez que, contrariando al Palacio de la Revolución, el presidente de Asturias decidió reunirse con los líderes de la oposición. La amenaza de arresto preventivo pendía sobre los invitados. En vista de ello, a petición de la poetisa, tracé un sencillo plan para burlar la vigilancia.
Junto con mi difunta esposa Gipsia Cáceres y yo, partiría a pie desde nuestra casa en Cayo Hueso (donde las vecinas la peinaron y rindieron la debida pleitesía), atravesando el Vedado, hasta las inmediaciones del cine Arenal en Miramar. A esa altura, bajaría hacia 5ta. Avenida en busca de la residencia donde aguardaba en hedor de clandestinaje el humanitario jefe de la taifa cantábrica. Calle desierta, nadie a la vista en el lugar de la cita. Misterio. Pero tan pronto toqué el timbre apareció un funcionario (conocido nuestro cuyo nombre no recuerdo), en cuyas manos quedó la poetisa mientras Gipsia y yo nos despedíamos.
Por cierto, aquellos sigilos diplomáticos me dieron mala espina, pero no quiero salirme del tema... Entre nosotros, afirmo con ahínco y placer retrospectivo, hasta el amargo final con espanto jamás hubo discordias, rencores ni desconfianzas. De la estricta norma de respeto a ella y a su familia que me impuse desde la primera visita son testigos su madre Lázara (con quien el Abicú congeniaba sin resquicios), su hermano Pascual, su ex Héctor David (cuya voluntad de cooperación y desvelos por la poetisa me inspiraban confianza) y sus hijos Mariela y Arnold, así como todos los miembros e intelectuales cercanos al grupo, los poetas Díaz Martínez y Raúl Rivero entre ellos.
La María Elena que conocí ya no gozaba en absoluto de la intimidad del hogar. Sin contar el dato de que sus conversaciones telefónicas eran monitoreadas por un agente que tenía el desparpajo de confesarle su tedio por esporádica falta de actividades que reportar al alto mando. Más que una vivienda, su modesto apartamento de Alamar era un ágora. Para más inri, de repente nos enteramos con asombro y enfado de que el sex appeal de la poetisa ejercía sobre, Fernando Velázquez Medina, su consejero áulico, la irresistible atracción del oscuro objeto del deseo...
[Juicio al redactor de la Carta de los Diez

Ya hemos visto parte de la estampa tripartita en el balcón acristalado de María Elena y sabemos que el propio infractor habría expulsado sin piedad a sus jueces por semejante desliz. ¿Qué otra desgracia había ocurrido en ausencia del Abicú? Agárrense fuerte: el padre de Fernando Velázquez (foto de al lado) había muerto unos días antes y la noticia se la había dado al hijo un pariente en el apartamento de la poetisa, a donde mi Alter Ego no solía hacer tertulias. De hecho, sólo iba cuando era estrictamente necesario o, como en el caso de marras, por algún motivo imprevisto se solicitaba su asistencia.
Conmovida, María Elena lo había consolado con un abrazo un tanto excesivamente efusivo y duradero. Gesto que ha de haber accionado unos resortes eróticos hasta ahora inconfesos en el huérfano. Recuerdo que no sólo asistimos todos al velorio en la funeraria de la calle "10 de Octubre" en Las Palmas sino que la corona con la cinta de Criterio Alternativo que le pusimos al difunto provocó un discreto revuelo alrededor de la capilla ardiente.
Hasta ahí todo dentro de los confines de la normalidad del obituario criollo. Pero hete aquí que de pronto me convocan a Alamar a la mayor brevedad posible. Total, que en el ínterin, confundiendo cariño fraternal con fuego uterino (alguna brasa de la pretendida ninfomanía de la hija de Eva se inflamó en su volátil cerebro moruno), el mulato del reparto Eléctrico, consorte de una periodista disidente del diario Juventud Rebelde simpatizante de Criterio Alternativo, le había declarado su amor a la jefa, casada contra el celoso y colérico Héctor David, a quien casi le doblaba la edad.
Hasta ahí todavía todo dentro de la procaz normalidad del morbo entre hembras y varones cubanos de distintas razas. La poetisa lo tocó con la punta de los senos debajo de la bata de casa y el moro no sólo se desordenó sino que, ante la gentil pero inapelable negativa de la fruta prohibida, perdió la chaveta al extremo de salir a recorrer salones disidentes de La Habana acusándola de hetaira (según confesión propia, usó un vocablo menos culto) y demás sambenitos uneacistas. Con la quijada de abajo colgando y el pecho sin aire, hube de guardarme los puños en los bolsillos para no estrellárselos en la cara a aquel reo arrepentido.
Me levanté de la silla y contemplé el descampado entre edificios prefabricados. A mis espaldas, silencio sepulcral, manos en el regazo, cuatro ojos tristes fijos en el piso y cabezas gachas. En la sala detrás de la puerta del balcón, un hervidero de gentes a las que días antes habíamos conminado a revelar públicamente su militancia opositora so pena de rebaja al estatus de simpatizantes. Al volverme ya tenía la solución provisional del entuerto: Fernando merecía con creces la expulsión pero, habiendo defenestrado poco antes a Luque Escalona, no procedía hacer otro tanto con él. Por tanto, se mantendría oficialmente como dirigente sin derecho a voz ni voto hasta que se volviese a ganar el puesto o tomáramos otra decisión. Método de clara raigambre comunista que, sin embargo, tenía la virtud de dejar la ejecución de la salomónica medida disciplinaria a la obsecuencia de la propia ofendida...]

Sin comentarios. El tercer zarandeo brechtiano lo anoto también a su factura: desechó con absurda altivez la sugerencia abicueril de que, por su honor y vida, y nuestro equilibrio emocional, pusiera fin al ayuno de "líquidos y sólidos" por orden estricta de María Elena. Con el lamentable desenlace urbe y orbe divulgado a la sazón. Por fortuna, Luque Escalona no duraría mucho entre nosotros. Tras su controvertida expulsión, solicitó ayuda para perderse del Morro...
El cuarto efecto brechtiano de envergadura me lo proporcionó el autor de la Carta de los Diez (redactada en efecto al desgaire, por cierto). El mismo día que nos conocimos en Alamar se desinfló mi honesta admiración por su persona. Abrió una carpeta que llevaba consigo a perpetuidad debajo del brazo, extrajo un pliego del Miami Herald, lo desdobló con mil primores y me mostró la página donde resaltaba un gran retrato suyo en colores encabezando la entrevista concedida al diario.
Días después haría otro tanto con dos sátiras manuscritas contra Fidel y Raúl. Ambas hilarantes y bien escritas, pero lo bastante subidas de tono como para que, metido en el lance en que andaba, amén de astillarle la dentadura, se pudriera en la cárcel. Haciendo de tripas corazón, le advertí sobre la inutilidad del riesgo a que se exponía con aquellas ofensas de lesa majestad. En vano...
De la cuarta Verfrendumg se encargó la poetisa. La Asociación Pro Arte Libre (APAL) se había afiliado días antes a Criterio Alternativo. Una tarde ella y yo teníamos concertada una cita a domicilio con uno de sus dos dirigentes, Gladys González, que vivía en una calle cuyo nombre no recuerdo entre Infanta y Belascoaín. Calculé mal el tiempo y llegué con un cuarto de hora de retraso, para tropezarme con un espectáculo insólito: María Elena sentada al pie a un altar de santería en el cuarto de los santos, donde la anfitriona le estaba "robando la cabeza".
Me desayuné ahí con la noticia de que era creyente practicante. Nada grave en sí. El rito del exorcismo yoruba era lo de menos; lo de más era que apenas conocíamos a esa señora y que, como todo el mundo sabe en Cuba, a imagen y semejanza de la curia católica, los sacerdotes yorubas suelen colaborar con la policía. ¡Alarma! Mi Alter Ego escudriñó de abajo arriba cada una de las repisas y recovecos de aquel altar barroco en busca del lente de una cámara oculta. Falsa alarma, al menos en apariencia.
No obstante, durante el camino de vuelta a Alamar recriminé por primera vez a la incauta poetisa. Nada contra sus creencias metafísicas; desde que tuvo uso de razón, el propio Abicú ha administrado las suyas a título de cuentapropista. Pero, si en lo sucesivo volvía a experimentar apremios espirituales, mejor decírselo a Lázara, su madre, a fin de que le buscara un babalao o santera fiable para menesteres metafísicos de herejes.
Existían razones para no entrar en semejantes intimidades con los miembros de la APAL. Por ejemplo, su fundador y líder Vladimir García Alderete, orgulloso sobreviviente a la friolera de siete huelgas de hambre y organizador de un homenaje público a José Martí en el Parque Central consistente en reunirse bajo los soportales del hotel Inglaterra y desfilar uno por uno para celebrar su natalicio y caída en combate depositando una flor en el pedestal del monumento.
Sin llamar la atención de los circunstantes, para no provocar a las autoridades. Aquello se me antojó irrisorio, una auténtica picuencia patriotera. "¿Acaso crees que 'el Apóstol' toma nota del simbólico homenaje?" El incidente que colmó la copa de la "bobería" mariaelénica, cortando de cuajo el amarre entre el esperpento apalista y Criterio Alternativo, daba ya pie a la suspicacia.
Ocurrió la tarde en que una Gladys desencajada se personó en Alamar pidiendo nuestra intervención para salvar del suicidio a su amado jefe. Encerrado a cal y llanto en su cuarto de Centro Habana, García Alderete, jabao cincuentón con esposa y prole, amenazaba con volarse la tapa de sesos. ¡Con un revólver! Cansada de ser la querida, su joven amante se había propuesto dejarlo y alguno de nosotros debía acudir a disuadirle a él y persuadirla a ella.
Sin comentarios. Por suerte, poco después del juicio al autor de la Carta de los Diez, el filo de la mencionada espada de Damocles cayó brutalmente sobre nuestras cabezas justo a tiempo para hacer obsoleta la dolorosa retirada voluntaria que el Abicú ya tenía in pectore. Cierto, admito sin ambages que, si por ventura Criterio Alternativo hubiese sobrevivido al invierno del 91, a buen seguro yo me habría dado de baja antes de los pogromos de noviembre en Alamar.
Efectivamente, desde el principio mi Alter Ego era un elemento extraño, un "infiltrado" cuya presencia al final estorbaba ya ruidosamente en el seno del grupo opositor. Lo cual se verá en el compendio anecdótico del remate, que es algo así como la descripción de una de una feria de vanidades e incluye el primer desencuentro grave (ya definitivo, si bien el Abicú aún lo ignoraba) con mi entrañable correligionaria.
El primer multitudinario acto de repudio, orquestado contra la poetisa, fue un auto de fe con todas las de la ley: la turba allanó el apartamento y bajó a la anfitriona (foto de abajo) a trancas y barrancas por la escalera. Luego, inmovilizada contra la carrocería de un auto frente al edificio, intentaron hacerle tragar volantes del grupo y, acto seguido, la cubrieron de improperios en presencia de Mariela y Arnold (un escolar a la sazón), sus dos hijos. A continuación, se la llevaron presa.

Todo iba bien en la entrevista hasta el instante en que, notándole el desaliento, se me ocurrió la mala idea de decirle que aquello no era más que una de las pruebas de rotura previsible y había que seguir adelante. ¿Qué otra cosa cabía decirle? Reaccionó con un despecho que me dejó estupefacto: "¡Deja que te pase a ti!" Tragué en seco antes de responderle con el debido aplomo: "Ya me pasará, María Elena, ya me pasará...". Abajo, dio la voz de alarma Héctor David desde el balcón, ya se impacientaba la turba...